domingo, 10 de marzo de 2013

IV DOMINGO TIEMPO DE CUARESMA (CICLO C) Evangelio: Lucas 15,1-3.11-32


« Padre, he pecado contra el cielo y contra ti… »
“Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida;


estaba perdido y ha sido encontrado”
 
Lucas 5,1-3.11-32: En aquel tiempo, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban: - Este recibe a los pecadores y come con ellos.

Entonces Jesús les dijo esta parábola:

Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: "Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde". Y el Padre les repartió el patrimonio. A los pocos días, el menor recogió sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo disolutamente.  Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran carestía en aquella comarca, y el muchacho comenzó a padecer necesidad. Entonces fue a servir a casa de un hombre de aquel país, quien le mandó a sus campos a cuidar cerdos. Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y se dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, volveré a casa de mi padre y le diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros". Se levantó y se fue a casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre le vio, y, profundamente conmovido, fue corriendo a echarse al cuello de su hijo y le cubrió de besos. El hijo empezó a decirle: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus criados: "¡Venga! Sacad el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y le hemos encontrado". Y se pusieron a celebrar la fiesta. 

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos, llamó a uno de los criados y le preguntó qué era aquello. El criado le dijo: "Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano". Él se enfadó y no quería entrar. Su padre salió a persuadirle, pero el hijo le contestó: "Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero llega este hijo tuyo que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado". Pero el padre le respondió: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
 
Introducción
Este Domingo la Misericordia de Dios se hace parábola. El fuerte llamado al arrepentimiento del domingo pasado: “si no se convierten perecerán de la misma manera”, se encuentra hoy con la contraparte: el oasis del rostro de Dios en la Parábola del Padre Misericordioso o “del Hijo Pródigo”, la parábola de la Misericordia por excelencia.

En el trasfondo está la enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6,36).

La parábola muestra el carácter, la grandeza y las características de la misericordia de Dios para con los pecadores arrepentidos. 

A la luz de la parábola, algunas reflexiones: 

1.  El contexto de la parábola: Las críticas de los fariseos y escribas a Jesús por el ejercicio de su misericordia (15,1-3)

La relación que Jesús tiene con la gente pecadora era mal vista por los representantes de la ortodoxia religiosa de su tiempo: los escribas y fariseos. 

El Evangelio comienza diciendo que “todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle”

Mientras los adversarios de Jesús se mantenían a distancia, para no “ensuciarse”, con las personas de mala reputación y las miraban con desprecio, Jesús va al encuentro de ellas, les anuncia la misericordia de un Dios cercano y sin pudores, que perdona y acoge de nuevo en la comunión con él. Jesús es el mensajero y el instrumento de esta misericordia.

La acogida de Jesús no era superficial ni momentánea, como si fuera una simple e interesada táctica para cambiarles la conducta. ¡No! Su acogida era profunda, de amistad e invita a compartir la intimidad de su mesa. 

Este tipo de relación de Jesús con la gente pecadora fue mal vista por los representantes de la ortodoxia religiosa, por eso recibió severas críticas.
Veamos los puntos más importantes de la parábola.

2.  La dinámica interna de la parábola (15,11-32)

La parábola se desarrolla en el mundo familiar, allí donde las relaciones duelen más.
La parábola tiene dos partes:
1º la historia de la conversión del hijo menor (15,11-24) y
2º la historia de la resistencia del hijo mayor para compartir la misericordia y la alegría del Padre (15,25-32).
Como hilo conductor, en todo el relato está el Papá, a quien explícita o implícitamente se menciona 24 veces, él es el punto de referencia y el verdadero protagonista de la historia.
1º La historia del hijo menor está presentada en un camino de ida y vuelta: “Se marchó a un país lejano…” y “Levantándose, partió hacia su padre”. En la ida y vuelta del hijo menor o pródigo, se recorren los cinco pasos del camino de conversión:
  1. La ida
  2. La penuria en la extrema lejanía
  3. La toma de conciencia de la situación y la decisión de volver
  4. El encuentro con el Padre
  5. La celebración de la vida del hijo
2º La historia del hijo mayor presenta la problemática del comportamiento exagerado del Padre con el hijo renuente: su derroche de alegría en la fiesta, que se recoge en la frase: “Él se irritó y no quería entrar”; todo lo contrario del hermano menor que “partió hacia su padre”.

Esta parte de la historia gira en torno a dos diálogos del hijo mayor:
  1. Con los criados, cuando está a punto de llegar a la casa, quienes le exponen la situación.
  2. Con su padre, quien sale a buscarlo para pedirle insistentemente que entre en casa, escucha el argumento de su rabia y finalmente le responde exponiéndole sus motivos.
Las dos partes convergen en la misma idea, que se repite casi en los mismos términos al final de cada una de ellas: la invitación a la fiesta: “Comamos y celebremos una fiesta” y “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse”; y su motivo: “Porque este hijo mío y hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado”.
 
El énfasis de la parábola está en el modo de acoger al hijo alejado y de celebrar su regreso –con alegría total- porque “le ha recobrado sano”. 

Aquí está el misterio de la reconciliación en clave pascual, pasar de la muerte a la vida; acción salvífica de Dios, rescate de la humanidad perdida.

3.  La enseñanza central de la parábola: el comportamiento del Padre (15,20b-24)

El centro de la parábola está en el encuentro entre el hijo menor y su padre. Tenemos una bella catequesis sobre la misericordia:

1º El hijo arrepentido va hacia su Padre, pero al final es el padre el que “corre” hacia su hijo, impulsado por la “conmoción” interior, que se vuelve impulso de búsqueda o “misericordia”: el hijo nunca ha salido de su corazón, lo lleva en lo más profundo como una madre lleva a su hijo en las entrañas, la figura del hijo humillado y sufriente descompone el distanciamiento -quizás normal- que toma quien ha sido herido en su dignidad.

2º El sentimiento o conmoción interno tiene siete gestos de amor que reconstruyen la vida del hijo menor. La misericordia reconstruye la vida:

a. El padre corre al encuentro de su hijo y “lo abraza”: el padre se humilla más que el mismo hijo. No espera explicaciones. No le pide purificación previa al que viene con el mal aspecto de la vida disoluta y desordenada, contaminado en el contacto con paganos y rebajado al máximo en la impureza legal y física de los cerdos; el padre rompe las barreras. No hay distancia sino inmensa cercanía con el que está “sucio”, para él es simplemente su hijo.

b. Lo “besa efusivamente”: El beso es la expresión del perdón paterno, como el beso de perdón de David a su hijo Absalón (2 Sam 14,33). El perdón se ofrece antes de la confesión de arrepentimiento del hijo.

c. Manda ponerle “el mejor vestido”: el padre le restituye su dignidad de hijo y le confirma sus antiguos privilegios. El vestido viejo, su pasado, queda atrás; al Padre no le importan las caídas, sino el hecho de levantarse…

d. Manda ponerle “el anillo”: Un simple adorno estético; en la antigüedad el anillo formaba parte de las insignias reales (1 Macabeos 6,14) y con él se sellaban las grandes transacciones; este es un gesto inaudito para con un hijo derrochador de plata. ¡Qué confianza la del padre en la conversión de su hijo! Normalmente se lo pondría primero en cuarentena hasta que demuestre que sabe manejar la plata, antes de entregarle la chequera.

e. Manda ponerle “sandalias”: Este era un privilegio de los hombres libres, incluso en la casa sólo las llevaba el dueño, no los huéspedes. Este gesto es una delicada negativa al hijo que iba a pedir ser tratado como jornalero.

f. Hace sacrificar el “novillo cebado”: Es el animal que se alimentaba con más cuidado y se reservaba para alguna celebración importante en la casa.

g. Convoca una “fiesta” con todas las de la ley: La mejor comida, música y danza. La fiesta parece desproporcionada; pero el padre expone el motivo: el valor de la vida del hijo, hace que la casa cambia completamente.

3º La parte central de la parábola: el punto de confrontación que manda al piso los mezquinos paradigmas de relación humana representados en el rol que tiene el hijo mayor:

a. El problema no es simplemente “estar” con el padre: “Hijo, tú estás siempre conmigo”, sino de qué manera se está con él. Mientras el hermano mayor mide su relación con el padre a partir del cumplimiento externo de la norma: “hace tantos años te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya”, y su expectativa es la proporcional retribución: “pero nunca me has dado un cabrito…”; la relación entre el padre y el hijo menor se rige por el amor, ahí lo que importa no es lo que uno pueda dar al otro, sino el hecho de ser “hijo”. Sale a flote en inmenso valor de la relación y de su verdadero fundamento. 

Lo que le duele al Padre es la “perdida”, y para él lo “perdido” no fueron los bienes sino “el hijo mío”: “este hijo mío estaba perdido y ha sido hallado”.

b. El hijo menor admite que ha “pecado”: El fondo de su pecado es el abandono de la casa, rechaza ser hijo. Pedir la herencia es declarar la muerte del padre, pues se da muerte a la relación padre-hijo. 

Eso lo reconoce y dice: “pequé contra el cielo y ante ti”. La vida desordenada es el resultado de una vida autónoma, sin una relación fundamental. 

En el perdón se reconstruyen todos los aspectos de esta relación: un hijo que redescubre el amor paterno y que se goza en ello porque resurge con una nueva fuerza de vida, “estaba muerto y ha vuelto a la vida”. El hijo mayor, en cambio, aunque está en casa, seguirá viviendo como un extraño.

c. El redescubrimiento de la filiación lleva a la recuperación de la fraternidad. Por eso el Padre corrige al hermano mayor, al resentido: le sustituye el “¡Ese hijo tuyo!” por “¡Este hermano tuyo!”. Los caminos de reconciliación con el hermano deben partir del encuentro común en el corazón del Padre, allí donde “todo lo mío es tuyo”.

Lo que se tiene y se pierde, o lo que no se tiene y se desea, en la parábola se mide desde la relación. La mayor riqueza, que no hay que perder y siempre buscar, es la del corazón misericordioso del Padre que eleva nuestra vida hasta su máxima dignidad. 

En esta cuaresma Jesús vuelve a repetir el deseo del Padre, de entregarnos su verdadera riqueza, nuestra herencia. Como el hijo menor aprenderemos a recibirla y como el hijo mayor aprenderemos a compartirla. Así nadie, ni el hijo mayor ni el hijo menor, se quedarán sin entrar en la alegría del Padre que hace de nuestra vida una continua fiesta. La pascua que ya se acerca es la realización de esta fiesta.

El hijo pródigo representa a aquel que se equivocó, se arrepiente y vuelve, al lado de Dios. ¿A quién representa el hermano mayor?; que le dice a su padre “Hace, tantos años te sirvo, y jamás he desobedecido tus órdenes; y nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos”.
 
Representa al creyente que está dedicado al servicio de Dios, que durante los años se ha acostumbrado al servicio, se ha aislado tanto de su prójimo, por temor a caer en pecado y por ese mismo temor, ya no disfruta de la vida; en otras palabras, es un “religioso” que se siente mal cuando alguien que estuvo en pecado, se convierte, y alcanza liderazgo entre los fieles. 

Su Padre le contesta “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”, es como decir, si todo es tuyo ¿qué esperabas para agarrar el mejor ternero y hacer tu fiesta?

Hay muchas personas “religiosas”, que se privan de vivir una vida feliz, pensando que todo es pecado; se privan de ir a un paseo, de ciertas comidas, de ir al cumpleaños de un familiar porque creen que es pecado, se privan de muchas cosas porque tienen temor de pecar…

4.  Breve Catequesis sobre la Confesión.

La Iglesia para explicar las cinco cosas necesarias para hacer una buena y fructífera confesión, lo hace desde la parábola del Hijo Pródigo.

Cinco pasos son necesarios para una buena confesión:
1° El hijo pródigo examina su conciencia.
2° Se arrepiente.
3° Hace propósito de volver al padre.
4° Vuelve y pide perdón.
5° Paga con buenas obras sus pecados.

Es decir, reflexiona, se arrepiente, se corrige, se acusa y expía.

1° Examen de Conciencia:
La confesión no tendrá efecto ni fruto si entramos y rápido nos confesamos, sin haber hecho primero un buen examen de conciencia sereno, tranquilo, pausado, y si es por escrito mejor, para no olvidar ni un pecado.
¿Cómo hacer el examen de conciencia?
El examen de conciencia consiste en recordar los pecados cometidos y las causas o razones por las cuales estamos cometiendo esas faltas.
Deberíamos hacerlo todos los días, durante la noche, antes de acostarnos. Así formamos bien nuestra conciencia, haciéndola más sensible  recta, pura y delicada. Los grandes Santos nos recomiendan esta práctica.

a. Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados que más le ofenden y duelen a Dios.

b. Vamos repasando:
Ø  Los diez mandamientos de la Ley de Dios.
Ø  Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.
Ø  Los siete pecados capitales.
Ø  Las obras de misericordia.
Ø  Las bienaventuranzas.
Ø  El mandamiento de la caridad.
Ø  Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer apostolado, no compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no dar un buen consejo…
c. También es bueno hacer el examen de la siguiente manera:
Ø  Deberes para con Dios: mi relación con la voluntad de Dios.
Ø  Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.
Ø  Deberes para conmigo: vivencia de los valores éticos y morales.
Ø  Deberes para con la Iglesia y grupo eclesial a la que pertenezco: fidelidad a los compromisos, apostolado.

2º Dolor de los Pecados y Contrición del Corazón.

No basta hacer un buen examen de conciencia para una buena confesión; es necesario un segundo paso: dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a Dios, mi Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados, contrición del corazón o arrepentimiento, es decir sentir tristeza y pesar de haber ofendido a Dios con nuestros pecados.

No es tanto el “me siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…” ¡No! El dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy apenado porque ofendí a Dios, que es mi Padre a quien puse triste”.

El Salmo 51 dice: “Un corazón arrepentido, Señor, tú nunca lo desprecias”. Jesús cuenta, que un publicano fue a orar, y arrodillado decía: “Misericordia, Señor, que soy un pecador” y a Dios le gustó tanto esta oración de arrepentimiento que le perdonó (Lucas 18).

Hay tres clases de arrepentimiento:
a. Contrición perfecta,
b. Contrición imperfecta o atrición,
c. Arrepentimiento.

Contrición Perfecta: Tristeza o pesar por haber ofendido a Dios, por ser Él quien es, infinitamente bueno y digno de ser amado; tener al mismo tiempo el propósito de confesarse y de evitar el pecado. Como David o  Pedro.

Atrición: Tristeza o pesar de haber ofendido a Dios, pero sólo por la fealdad y repugnancia del pecado, o por temor a los castigos que Dios puede enviarnos por haberle ofendido. Para que esta atrición obtenga el perdón de los pecados necesita ir acompañada de propósito de enmendarse y obtener la absolución del sacerdote en la confesión.

Remordimiento (morder doblemente): Rabia o disgusto por haber hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. Es la conciencia la que muerde. La tristeza no es por haber ofendido a Dios, sino por hacer algo que no nos gusta haber hecho. Ejemplo: Judas. El remordimiento no borra el pecado. 

¿Cuándo debemos tener este dolor de contrición y arrepentimiento de los pecados?
Cuando nos vamos a confesar; ya que si no estamos arrepentidos, no quedamos perdonados. Es bueno también arrepentirnos de nuestras faltas cada noche antes de acostarnos. A Dios le gusta un corazón arrepentido.

¿Cuáles son las tres cualidades del arrepentimiento?
Ø Arrepentirse de todo los pecados, sin excluir ninguno (a no ser por olvido).
Ø Que el arrepentimiento no sea sólo exterior sino que se sienta en el alma.
Ø Que sea sobrenatural, o sea no sólo por los males materiales que nos trae el pecado, sino porque con él causamos dolor a Dios y nos vienen males para el alma y para la eternidad. 

¿Qué medios nos ayudan para conseguir el dolor de contrición o arrepentimiento perfecto?
Ø Recordar el Calvario y todo lo que Jesús sufrió por nosotros en su Pasión.
Ø Recordar el Cielo y pensar en las alegrías y felicidades que allá nos esperan. ¡Todo esto lo perderé, si peco!
Ø Imaginar los castigos eternos y pensar que allá podemos ir también nosotros si no abandonamos nuestros pecados y malas costumbres.
 
¡A cuantos les ha salvado esto, y les ha alejado de sus pecados! Los siguientes versos de la poesía resumen este arrepentimiento sincero: 

“No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por ello de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”
(Anónimo).

3º Confesar todos los Pecados.
El sacramento de la penitencia sufre una profunda crisis porque “al hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer los propios errores… parece muy reacio a decir ‘me arrepiento’ o ‘lo siento’; parece rechazar instintivamente y con frecuencia irresistiblemente, todo lo que es penitencia, en el sentido del sacrificio aceptado y practicado para la corrección del pecado”. Pío XII manifestó: “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”.
El tercer paso para hacer una buena confesión es confesar todos los pecados mortales y graves al confesor.

       ¿Qué es la confesión de boca?
Es manifestar al confesor sin engaño, ni mentira los pecados cometidos, con intención de recibir la absolución. Dice la Biblia: “No te avergüences de confesar tus pecados” (Eclesiástico 4,26)
Para que Dios perdone, por medio del confesor, es necesario decir los pecados. Así lo dispuso el mismo Cristo al instituir el sacramento de la Penitencia. “A quienes se los perdonéis, quedarán perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos” (Jn. 20, 23).

Los apóstoles, y sus sucesores, los obispos y los colaboradores, los sacerdotes, para poder absolver, necesitan conocer lo que perdonan, es decir, necesitan escuchar los pecados del penitente. 

       ¿Cuáles son las cualidades para una buena confesión de boca?

Ø Sinceridad: no debo ocultar lo que en conciencia es grave.
Ø Verdadera: sin ocultar o disimular lo que debo manifestar, ni dar vueltas, tratando de justificarme.
Ø Completa: todos los pecados graves, según su especie, número y circunstancias que cambian la especie.
Ø Sencilla y humilde: con pocas palabras y sin rodeos.
Omitir voluntariamente la confesión de pecados graves o circunstancias que cambian la especie o callar voluntariamente algún pecado grave hace que la confesión sea inválida y sacrílega. 

El pecado varía en su gravedad según quién lo comete, con quién se comete y dónde se comete.
Ø  Una cosa es robar a un rico y otra a un pobre.
Ø  Una cosa es robar por hambre y otra para vender lo robado.
Ø  Una cosa es robar en el supermercado y otra en una iglesia.
Ø  Una cosa es insultar a un compañero de clase y otra, a mamá o papá, a un sacerdote o al Papa.
Ø  Una cosa es cometer un acto impuro con un soltero y otra con un casado.
Ø  Una cosa es mentir en casa y otra en la confesión.

¿Qué pecados estamos obligados a confesar?
Sólo los pecados mortales, pero es bueno y provechoso confesar también los veniales, así iremos formando mejor nuestra conciencia; y el sacerdote nos podrá guiar con toda seguridad y sabiduría hacia la santidad.

¿Qué hacer cuando sólo tenemos pecados veniales para confesar?
Conviene recordar algún pecado mortal ya confesado. El recuerdo de un pecado grave hace más fuerte el arrepentimiento y más serio el propósito. Esto si lo considera oportuno el confesor, porque hay almas con escrúpulos a quienes no conviene que revuelvan el pasado ya confesado. 

¿Y cuándo, sin querer, olvido confesar algún pecado grave?
Se obtiene el perdón de los pecados y se puede comulgar, pero en la próxima confesión debe confesarse de ese pecado que olvidó sin querer.
Una norma muy útil: cuando uno termina de decirle al sacerdote los pecados conviene añadir: “Pido perdón también de todos los pecados olvidados y mal confesados”. Así queda el alma mucho más tranquila.

¿Cómo es el rito de la confesión?
Ø  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ø  Se dice una frase del Evangelio o una jaculatoria.
Ø  Padre hace X días que me confesé, aclaro si cumplí la penitencia o no.
Ø  Mis pecados son éstos… y me acuso de todos aquellos que en este momento no recuerdo, y de los pecados de omisión.
Ø  Después escucho los consejos.
Ø  Rezo el acto de contrición lentamente y con dolor.
Ø  Recibo la absolución del sacerdote.
Ø  Le agradezco… y voy a cumplir rápido la penitencia.

4º Propósito de Enmienda.
Una breve síntesis de los síntomas y raíces de la disminución de la práctica de la confesión:

Ø  Por el ateísmo e indiferencia religiosa de nuestros tiempos.
Ø  La pérdida del sentido del pecado.
Ø  Las interpretaciones inadecuadas del pecado. Hoy se nos quiere hacer creer que el pecado es algo superado; es un vago sentimiento de culpabilidad; es como una fuerza oscura del inconsciente; es como expresión y reflejo de las condicionantes ambientales; se les identifican con el pecado social y estructural. Algunos ya no ven pecado en casi nada, salvo en lo social, estructural.
Ø  Crisis generalizada de la conciencia moral y su oscurecimiento. Esto debido a la amoralidad sistemática, cuando no inmoralidad.
Ø  La falta de claridad e indecisión de predicadores y confesores en materia moral, económica y sexual. Algunos fieles se desconciertan al oír diversas opiniones de confesores sobre el mismo tema moral. Y claro, muchos optan por hacer caso al más laxo y fácil. Y al final optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan la confesión.

¿Qué es el propósito de enmienda?

Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Hay que hacerlo  antes de confesarse. Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que se propone el pecador al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda de Dios”. Sin un verdadero propósito, la confesión es inválida. El propósito brota espontáneamente del dolor de haber pecado.

No significa que el pecador ya no volverá a pecar, quiere decir que está resuelto a hacer lo que le sea posible para evitar sus pecados que tanto ofenden a Dios. No se trata de la certeza absoluta de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a caer, con la gracia de Dios. Estar ciertos de no querer volver a caer. Lo mismo que al salir de casa no sabes si tropezarás, pero sí sabes que no quieres tropezar.

Estos propósitos no deben ser sólo negativos: no hacer esto, no decir aquello… También hay que hacer propósitos positivos: rezaré con más atención, seré más amable, hablaré bien de los demás, haré pequeños sacrificios, callaré cuando esté con ira, seré agradecido, veré buenos programas en la tv, hablaré con aquella persona que tanto me cuesta, etc.

¿Y si volvemos a caer?
¡Nos levantamos con humildad! La conversión y renovación es progresiva, lenta. Por eso es necesaria la confesión frecuente, no sólo cuando hemos caído, sino para no caer. Allí Dios nos robustece la voluntad, no sólo para no caer, sino también para lograr la práctica de las virtudes. 

¿Por qué algunos se confiesan siempre de las mismas faltas?
Sencillo, porque no evitan las ocasiones de pecado. Por eso, el propósito de enmienda implica dos cosas: evitar el pecado y las ocasiones que llevan a él.

Debemos pedir al Señor: “Dame vergüenza y confusión, dolor y lágrimas, aborrecimiento del pecado y del desorden que lleva al pecado”.

Debemos apartarnos seriamente de las ocasiones de pecar, porque “quien ama el peligro perecerá en él” (Eclesiástico 3, 27). 

Hay batallas que se las gana evitándolas. Combatir siempre que sea necesario es de valientes; pero combatir sin necesidad es de estúpidos y fanfarrones.

Si no quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego. Si no quieres cortarte, no juegues con una navaja bien afilada. Esto en especial vale para la concupiscencia de la carne o impureza. La impureza es una fiera insaciable. Aunque se le dé lo que pide, siempre quiere más. Y cuanto más le des, más te pedirá y con más fuerza. La fiera de la concupiscencia hay que matarla de hambre. Si la tienes castigada, te será más fácil dominarla.

Si el propósito no se extiende también a poner todos los medios necesarios para evitar las ocasiones próximas de pecar, la confesión no sería eficaz; mostraría una voluntad apegada al pecado, y, por lo tanto, indigna de perdón.

Quién, pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede recibir la absolución. Y si la recibe, esta absolución es inválida.

Ocasión de pecado es toda persona, cosa, circunstancia, lugar, que nos da oportunidad de pecar, que nos facilita el pecado, que nos atrae hacía él y constituye un peligro de pecar.

Jesucristo tiene palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar: “Si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo… si tu mano es ocasión de pecado, córtala… más te vale entrar en el Reino de los cielos, manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos, los dos ojos, en el fuego del infierno” (Mt 18).

Una persona que tiene una pierna gangrenada, se la corta para salvar su vida humana, y tú ¿no eres capaz de cortar ese pecado… para salvar tu alma?

Evitar un pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Es mucho más fácil no plantar una bellota que arrancar una encina.

Para apartarse de las ocasiones de pecar, es necesario orar: pedirlo mucho al Señor y a la Virgen, y fortificar nuestra alma comulgando con frecuencia.

5º Cumplir la Penitencia.
Antes de explicar el último paso para una buena confesión, recuerda esto:

Ø La confesión es el medio ordinario que ha puesto Dios para perdonar los pecados cometidos después del bautismo. Es un medio maravilloso que renueva, santifica, forma conciencia y, sobre todo, da paz al alma.

Ø Cuesta, o puede costar, porque a la confesión no vamos a decir ni contar hazañas, sino pecados y miserias. Y esto nos cuesta a todos. Es curioso que algunos que ponen dificultades en decir los pecados al sacerdote confesor los propagan entre sus amigos con risotadas y con frecuencia exagerando fanfarronamente; porque ante sus amigos son hazañas, pero ante el confesor son pecados, y esto es humillante. Y lo que no tienen tus amigos, secreto, lo tiene el confesor: él no puede contar ni un pecado tuyo a nadie. A esto se le llama el sigilo sacramental; ha habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar a este secreto de la confesión.

Ø La confesión requiere sinceridad. Los que no son sinceros, no se confiesan bien. El que calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una mala confesión, no se le perdona ningún pecado, y, además, añade otro pecado que se llama sacrilegio.

Ø Si tienes vergüenza de confesar un pecado, un aconsejo: confiésalo primero. Este sencillo acto te ayudará a hacer una buena confesión.

Ø El confesor es tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, con toda seguridad encontrarás cariño y aprecio y mucha comprensión. Además de perdonarte en el nombre del Señor los pecados, el confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte. Pregúntale las dudas morales que tengas. Pídele los consejos que necesites. Él guardará el secreto más riguroso.

¿Qué es cumplir la Penitencia?

Es rezar o hace lo que el confesor me diga como un acto de reparación por los pecados. La penitencia, ya sea una oración, una obra de caridad, un sacrificio, un servicio, la aceptación de la cruz, una lectura bíblica, es para expiar, reparar el daño que hemos hecho a Dios al pecar. Es expresión de nuestra voluntad de conversión cristiana.
La penitencia que da el sacerdote en parte desagravia la ofensa a Dios y expía las penas merecidas.

La confesión perdona las penas eternas, pero no perdona la pena temporal. Esta penitencia que hago va satisfaciendo, en parte, o disminuyendo la pena temporal debida por los pecados.

La penitencia que me da el sacerdote, siempre será pequeña frente al pecado, por eso es aconsejable que luego cada quien elija otras penitencias que están a su alcance: el deber de estado bien cumplido y con amor; la paciencia en las adversidades, sin quejarse; refrenar y encauzar los sentidos corporales y espirituales, la imaginación, los deseos o apetencias caprichosas; poner un orden y horario en la jornada, desde el momento en que está prevista la hora de levantarse; la caridad ejercida por las obras de misericordia corporales o espirituales; el control de los pasatiempos y diversiones inútiles y nocivas; la perseverancia en las cosas pequeñas, con alegría, etc. (Catecismo 1468-1473).

Todos los viernes del año, que el Derecho Canónico llama Penitenciales (Cánones 1250-1253) son ocasión para hacer penitencia, especialmente la Cuaresma, por el ayuno, la abstinencia de carne o la práctica de obras de misericordia, o a privación de algo que nos cueste.

La satisfacción que hacemos no es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por el perdón recibido, porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de la preciosísima Sangre de Cristo. Pero quiere significar nuestro compromiso personal de conversión y de amor a Cristo.

5.  Terminamos en Oración:
Un día sentí que me faltaba el calor de tus brazos.
Sentí el frío de no contar con ellos. Un frío que enfría el alma.
Me creí libre de ti, Señor, y me encontré esclavo de mí mismo.
Sentí la soledad, aunque estaba con todos.
Sentí la tristeza, aunque todos se reían.
Sentí el vacío y todos parecían felices.
Hoy vuelvo a Ti, Padre.
Necesito que tus brazos me estrechen.
Necesito que tu corazón me devuelva la alegría.
Necesito que tu calor se lleve mi frío.
Necesito sentir que me llamas hijo.
Necesito sentir el calor de tu abrazo.
Necesito sentir el silencio del no reproche.
Necesito sentir que me invitas a tu mesa.
Necesito sentir que me abres la puerta.
Necesito sentir que hoy me dices:
“Entra, esta es tu casa. Ponte cómodo y hagamos fiesta”.
Es la parábola de Dios Padre. Es la parábola del corazón de Dios.
Pero también es la parábola de cada uno de nosotros.
Porque, de una manera u otra:
Todos hemos tenido nuestras rebeldías interiores.
Todos hemos buscado una libertad al margen de Dios.
Todos hemos tenido nuestras experiencias de irnos de casa.
Todos hemos olvidado alguna vez el corazón
y el dolor de nuestro Padre Dios.
Todos hemos tenido momentos de querer llenar nuestros estómagos
con las bellotas de los chanchos.
Todos hemos vivido nuestros momentos de terribles vacíos interiores.
Todos hemos tenido esos momentos de regreso a la casa del Padre.
Todos hemos sentido miedo a que nos rechacen y echen de casa al llegar.
Todos hemos sentido, alguna vez,
el calor de los brazos amorosos de Dios Padre.
Porque ¿quién puede decir que, en algún momento de su vida,
no le hemos reclamado a Dios nuestra libertad
para hacer lo que nos venía en gana
creyendo que sólo nosotros
sabemos lo que nos conviene y nos hace felices?
Porque ¿quién de nosotros nunca ha experimentado el frío de la noche
sin el calor del hogar paterno?
Porque ¿quién de nosotros no ha pasado por esos momentos en los que,
en vez del pan caliente del hogar,
hemos alimentado nuestras vidas con las bellotas del placer
o de la borrachera o simplemente de prescindir de todo?
Porque, ¿quién de nosotros no ha tenido miedo a regresar
o que incluso ha regresado y no siempre ha encontrado
unos brazos calientes sino el rechazo y el mal humor
de un confesor con dolor de hígado?
Porque, ¿quién no ha experimentado, alguna vez en su vida,
unos brazos abiertos y calientes y unos besos que nos han abierto
la puerta del regreso y nos han invitado a la mesa de la Eucaristía?

En algún momento nos hemos sentido ese “hijo que pide su herencia” y se marcha de casa. O hemos sentido que más nos parecemos al hermano mayor, legalista y sin conocer el amor, que se niega a creer en nuestro regreso y se escandaliza que Dios nos ame tanto y haga fiesta por los pródigos.

La parábola describe el corazón de Dios, nos invitar a amar como él ama y a perdonar como él perdona y a celebrar como él celebra el regreso de alguien a la casa de la Iglesia que es la casa del Padre. Él sale a recibir al hijo que regresa de lejos. Y sale a llamar al hijo que está cerca y se niega a entrar.

Conocemos demasiado nuestro corazón de “pródigos”. Y sí, conocemos demasiado nuestro corazón de “hijos mayores”. Pero ¿conocemos nuestro corazón tratando de amar como hemos sido amados por nuestro Padre Dios?
Demasiado tiempo hemos tenido el corazón de ambos hijos. Es el momento de tener el corazón del Padre. Es el momento de amar como el Padre, “como yo os amé”. Es el momento de perdonar como hemos sido perdonados. Y es el momento de descubrir que ser cristianos, ser hijos de Dios, es “celebrar una fiesta y bailar al ritmo de una música”.

“Cada mañana sales al balcón y oteas el horizonte por ver si vuelvo.
Cada mañana bajas saltando las escaleras
y echas a correr por el campo cuando me adivinas a lo lejos.
Cada mañana me cortas la palabra, te abalanzas sobre mí
y me rodeas con tu abrazo redondo el cuerpo entero.
Cada mañana contratas la banda de músicos
y organizas una fiesta por mí por el ancho del mundo.
Cada mañana me dices al oído con voz de primavera:
Hoy puedes empezar de cero”.
Señor: sé que hay mucho de pródigo en mi vida,
también del hermano mayor sin amor.
Ahora quiero compartir la fiesta de mi regreso a casa.
Ahora quiero compartir contigo la fiesta y la mesa
que has preparado para mí.
Ahora quiero pedirte un corazón como el tuyo.
Que comprenda a los que un día se han alejado.
Que acepte a los que regresan a tu casa.
Que ame a los que tú mismo has abrazado con tu amor.
También yo quisiera olvidarme de mi corazón de pródigo
y conseguir un corazón de Padre para amar a mis hermanos.
(P. Loidi)

San Agustín: Cuando un hombre descubre sus faltas, Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde, Dios las descubre... cuando las reconoce, Dios las olvida”

 P. Marco Bayas O. CM


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