viernes, 8 de febrero de 2013

V DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (CICLO C) Evangelio: Lucas 5,1-11



Lucas 5,1-11
"En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. 

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”
Simón contestó: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes” Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. 

Al ver esto Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.

Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón: “No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
Y después de llevar las barcas a tierra, dejaron todo y lo siguieron.

Una primera aproximación al texto.

A orillas del lago de Galilea, algo extraordinario sucedió para que algunos pescadores: Pedro, Santiago y Juan, abandonen sus barcas, sus redes y la pesca para seguir de cerca a Jesús. 

Simón Pedro nos cuenta el por qué del gran giro que tuvo su vida: “Maestro, en tu Palabra echaré las redes”. Fue por causa de la Palabra de Jesús. 

Todo parte de la iniciativa de Jesús:
v  Jesús ve dos barcas,
v  Jesús escoge la de barca de Simón y sube a ella,
v  Jesús le pide a Simón que aleje su barca de tierra para poder hablar más fácilmente a la multitud,
v  Jesús educa a la multitud,
v  Jesús le ordena a Simón remar mar adentro,
v  Se provoca entonces una pesca milagrosa,
v  Jesús le hace una promesa a Simón, la cual provoca como reacción el seguimiento del primer apóstol y de sus compañeros. 

Éstos y los que vendrán, se convertirán en los “Testigos escogidos de antemano” que continuarán su misión predicando el Evangelio para “la conversión para el perdón de todos los pecados a todas la naciones”. 

El relato, modelo de vocación del testigo, tiene tres partes:
1º La predicación de Jesús a orillas del lago, desde la barca de Pedro (5,1-3);
2º la pesca milagrosa por el poder de la palabra de Jesús (5,4-7); y
3º el llamado de Simón Pedro y sus tres compañeros, y el comienzo del seguimiento (5,8-11). 

Todo gira en torno a dos palabras de poder de Jesús que se colocan al mismo nivel: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar” y “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. 

En el relato se describen cinco elementos clave del discipulado del seguimiento según el evangelista Lucas: 

1.  Una persona se hace discípula de Jesús después de escuchar sus Palabras y de observar sus obras poderosas.

A diferencia del relato paralelo en Marcos, donde la vocación se da casi de manera sorpresiva, constituyéndose en la aventura de seguir a uno a quien todavía no se le conoce, el evangelio de Lucas supone que el discípulo ya tiene un conocimiento previo del Maestro antes de comenzar a seguirlo. 

Jesús ya había estado en casa de Simón y éste había sido testigo de su poder sobre el mal cuando curó a su suegra (4,38-39). Por tanto, Simón Pedro ya lo conocía.  

Jesús ya ha contado con Simón al tomar prestada su barca para convertirla en el púlpito desde donde predica a “la gente que se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios. Él tuvo la oportunidad de escuchar al Maestro; por tanto, Simón ya sabía de Jesús. 

Simón se beneficia directamente en la pesca milagrosa después de una larga noche de fatiga infructuosa: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu Palabra, echaré las redes”. En este nuevo encuentro con Jesús, Simón ya no sólo “sabe” sino que “hace una experiencia” del poder de la Palabra del Maestro. 

2.  Jesús llama a pecadores y marginados.
Jesús tiene una actitud de acogida hacia un grupo de hombres y mujeres a quienes el Evangelio incluye bajo el amplio campo de “pecadores”, y que parece incluir entre otros a marginados, prostitutas y recaudadores. 

a. El poder de la Palabra:
Jesús habla dos veces: al comienzo le da una orden a Pedro y al final le hace una promesa. El mandato de Jesús es “a mar adentro, y echad vuestras redes para”, y la promesa es: Desde ahora serás pescador de hombres. En ambos casos vemos el poder de su Palabra.

b. Las limitaciones del apóstol:
También Simón le habla dos veces a Jesús. La primera vez le hace una afirmación: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes. La segunda vez le hace una solicitud: “¡Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!”. En ambos casos Pedro expone sus limitaciones. ¡La palabra de Jesús tiene más fuerza que la experiencia frustrante de la noche!

La pesca es tan abundante que las redes casi se rompen y los barcos están a punto de hundirse. Simón necesita la ayuda de Juan y de Santiago, que están en otra barca. Nadie consigue ser completo, si está solo. Las comunidades deben ayudarse entre sí. El conflicto entre ellas, en el tiempo de Lucas como hoy, tiene que ser superado en vista de un objetivo común, la misión.

Después de la pesca milagrosa, Simón Pedro cae a los pies de Jesús, reconoce que es un pecador: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”.  Jesús le dice: “No temas, frase que equivale en el contexto a una declaración de perdón. 

Frente a la grandeza de Jesús, el discípulo reconoce su indignidad. Esta conciencia del pecado es el punto de partida de un camino “el que se humille será exaltado” (14,11; 18,14; el Magníficat). El reconocimiento del pecado no es impedimento, sino un prerrequisito, para seguir a Jesús. Él vino a salvar a los sometidos por el mal. ¡Jesús es el Señor del perdón!, Simón Pedro y sus compañeros se hacen discípulos del Señor de la misericordia. 

3.  El llamado al discipulado incluye una responsabilidad misionera. 

 Desde ahora serás pescador de hombres”. Esta frase acentúa el hecho de recoger peces vivos y, equivale a un gesto de salvación. 
Simón ve la solución a esta situación en el alejamiento del Jesús: “¡Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!”. Es como si dijera: “Señor, aléjate de mí, así yo podré soportarme de nuevo y recuperaré mi paz, mi comodidad de siempre”.

Jesús no le hace caso. No se aleja de los pecadores ni los abandona a su suerte ni al destino absurdo que les espera. Jesús no vino para convertir a los justos sino a los pecadores. La toma de conciencia de Pedro de su pecado era correcta, pero la solución del problema no era el alejamiento de Jesús. Jesús ni se aleja ni lo aleja sino que le tiende la mano y lo pone a su servicio.

La reacción negativa de Simón es acogida con un gesto positivo por parte de Jesús: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Esta frase tiene un doble valor y le agrega un nuevo nivel a la experiencia que Simón acaba de hacer sobre la validez de la Palabra del Maestro:

1º Es una expresión de perdón.
2º Es una promesa.
La formación que Jesús ofrece al discípulo le capacita para que sea capaz de salvar a otras personas. El querer de Dios “salvar una vida”, es la forma más elevada de “hacer el bien”.  

La respuesta final de Pedro es radical: “Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron”. Pedro y sus dos compañeros comienzan una nueva vida que se fundamenta en la Palabra-Promesa de Jesús.

El término “todo” indica que la disponibilidad para estar con Jesús es absoluta. En el seguimiento se deja a Jesús ser completamente el “Señor”.

4.  El discipulado tiene la forma de un viaje junto con Jesús. 
En este pasaje, Lucas termina haciendo esta anotación: “Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron”. 
El verbo “seguir”, expresa el “seguimiento” de Jesús, una adhesión completa para compartir totalmente la vida del Maestro, lo físico y espiritual, sus espacios y su tiempo, sus éxitos y fracasos, sus enseñanzas y sus obras de poder, sus palabras y silencios, pero sobre todo su visión de Dios y del mundo. El discípulo lo acompañará en todo perseverando hasta el fin.

5.  Aquel a quien Jesús llama debe adoptar una actitud de desapego de sus propios bienes. 
Para que la adhesión de corazón al Maestro sea posible se requiere dejar atrás todo lo que impide la disponibilidad para caminar junto con él. Por eso el “seguir” implica “dejarlo todo”. Con esto se anuncia un nuevo comienzo.

Como su Maestro, el discípulo debe ser una persona libre que no se deja atar por nada ni por nadie. La renuncia a los bienes es la premisa de la construcción de una nueva jerarquía de valores y de una nueva visión de la vida que parte de la visión de Jesús. 
Sin esta apertura total al Maestro, dejando atrás las propias seguridades, no es posible la formación, “el vino nuevo debe echarse en odres nuevos”. 

El gesto de desapego valiente y pronto tiene un valor positivo: indica una actitud de apertura total, de abandono, de confianza absoluta en Jesús. Es un gesto de amor. Es como firmar un documento en blanco, para que el conduzca sus vidas por los caminos pertinentes. Al Maestro  hay que dejarlo ser “Señor”. Discípulo es quien se deja conducir dócilmente y con el corazón libre, por el Señor de sus vidas. 

El texto, va más allá de la simple anécdota vocacional. Todos los discípulos de Jesús debemos volver una y otra vez a este momento primero. Sólo así se renovarán nuestras vidas y se hará más intensa la fuerza de la misión que nos ha sido confiada, en una fresca espiritualidad de la escucha del Maestro que nos llama constantemente con su palabra viva. 

Este episodio manifiesta la atracción y la fuerza de la Palabra de Jesús:

v  Atrae a la gente (Lc 5,1).
v  Lleva a Pedro a ofrecer su barco a Jesús para que hable (Lc 5,3).
v  Vence la resistencia de Pedro, lleva a lanzar de nuevo la red y hace que acontezca la pesca milagrosa (Lc 5,4-6).
v  Vence en Pedro la voluntad de alejarse de Jesús y lo atrae para que sea "pescador de hombres!" (Lc 5,10)
v  ¡Y así la Palabra de Dios actúa hasta nuestros días!

Y nosotros, ¿Somos pescadores o pescados?
¡Pescador de hombres! ¡Qué expresión tan bella!
La pesca milagrosa era la prueba que se necesitaba para convencer a un pescador como Simón Pedro. Cuando regresan a tierra, Simón se arroja a los pies de Jesús diciéndole: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador”. Pero Jesús le responde con palabras que representan el culmen del relato y el motivo que hará inolvidable este episodio: “Desde ahora serás pescador de hombres”.

Jesús se valió de dos imágenes para ilustrar la tarea de sus colaboradores: la de los pescadores y la de los pastores. Ambas necesitan una mínima explicación, por considerarlas quizás poco respetuosas de la dignidad del hombre y se termine rechazando estas dos bellas imágenes.

A todo el mundo le encaja bien el ser pescador, pero a nadie le agrada que lo consideren “pescado”. A todos les gusta que lo consideren pastor, pero no consideran de buen gusto que lo tilden de oveja… 

En la pesca, el pescador busca su propio provecho y no el de los peces. Lo mismo pasa con el pastor. En el caso del que pastorea ganado, por mucho que quiera a las vacas, lo que hace no lo hace tanto por ellas sino porque necesita de su leche, de su carne, etc. 

Aquí viene lo bello del Evangelio: es el pescador quien sirve al pez, es el pastor el que se sacrifica por las ovejas hasta dar la vida por ellas.

Ser “pescados” no es una desgracia sino un gesto de salvación. Pensemos en las personas que quedan a la deriva, arrastradas por las olas, de noche y en las aguas frías del mar profundo, después de un naufragio. Para ellas, el ver una red o un salvavidas que se les arroja no es una humillación sino la realización de sus aspiraciones. Y es así como debemos entender el trabajo de los pescadores de hombres: como el tenderle una mano a aquellos que se debaten entre la vida y la muerte en el mar tempestuoso de la historia.

Tenemos necesidad de pastores y de pescadores. Pero surge la cuestión: ¿por qué algunas personas deben tener el rol de pescadores o pastores y otro el de peces u ovejas? La relación entre pescadores y peces, así como el que se da entre pastores y ovejas, sugiere la idea de una desigualdad, de una superioridad. 

En la Iglesia nadie es sólo pescador o sólo pastor. Todos somos, con tareas distintas, lo uno y lo otro al mismo tiempo. Es bello ver como san Agustín se atreve a decirle a la comunidad que dirige: “Para ustedes soy Obispo, pero junto con ustedes soy cristiano”.

Jesús es el pescador y el pastor por excelencia. Antes de ser pescador de hombres, Pedro ha sido “pescado” por Jesús. Fue, literalmente, “pescado” de nuevo cuando caminando sobre las aguas en medio de la tempestad, tuvo miedo y estuvo a punto de hundirse. Y le pasó de nuevo al pasar la noche oscura de la pasión del Maestro, cuando una mañana en lago de Tiberíades fue “pescado” por la mano de Jesús después de su triple negación y recibió el encargo de pastorear a la Iglesia.

¡Qué bueno experimentar lo que significa ser una “oveja perdida”! Lo digo porque en primer lugar todos de alguna forma los somos: hasta los más santos siempre se sienten pecadores, y también porque así aprendemos a ser buenos pastores. Debemos hacer la experiencia de ser “pescados” por la mano misericordiosa de Jesús desde el fondo del abismo en que hemos caído, para que aprendamos lo que significa ser pescadores de hombres.

Si todos los bautizados nos consideramos pescados y pescadores al mismo tiempo, entonces veremos cómo se nos abre un gran campo de acción no sólo para los sacerdotes sino para los laicos.

Los sacerdotes de alguna forma hemos sido preparados para ser pastores, no tanto para ser pescadores. Nos parece más fácil nutrir, con la Palabra, los sacramentos y las diversas formas de la caridad, a las personas que vienen a nuestras comunidades de fe en nuestras parroquias, el reto es ahora salir a buscar a los que se han alejado. 

Los laicos juegan un papel importantísimo, ya que gracias a su inserción en la sociedad, pueden recorrer con mayor alcance las rutas de la oveja perdida o del pez que ha caído en el abismo. Queridos hermanos laicos, la tarea de ustedes es de una grandeza enorme e insustituible.

El Señor nos llama, como llamó a Pedro. La Iglesia de hoy cuenta también con la respuesta de todos, cada uno en la vocación que el Señor le ha dado.

Medios concretos para vivir este reto: “Ser pescador de hombres”.
a. El Señor a todos los bautizados nos invita a acompañarlo, a ir con Él por el camino, andar en su presencia, a aprender de Él, observarlo, conocerlo, escuchar sus enseñanzas, viviendo la amistad que se nutre en el diálogo, en el compartir de las penas y alegrías, de los triunfos y las adversidades. ¿Cómo logro todo eso? Conociendo cada día más a Cristo, leyendo y meditando los Evangelios. Es fundamental guardar como hizo María las enseñanzas de su Hijo en la mente y en el corazón, para luego en la vida cotidiana “hacer lo que Él nos dice”, pensar y vivir de acuerdo al Evangelio. La vida de oración es fundamental. Persevera, no la dejes de lado por ninguna razón. Finalmente, para “ir con el Señor” es esencial la vida sacramental: la comunión dominical y la confesión frecuente.

b. Quien va con el Señor de camino, quien lo toma como Maestro y Señor, se asemeja cada vez más a Él. Así aprendemos de Cristo a ser “pescadores de hombres” y experimentamos su mismo impulso y urgencia de trabajar por la reconciliación de los hombres. ¿Hago apostolado? ¿Anuncio al Señor Jesús? El discípulo de Cristo es por naturaleza apóstol. 

c. Si diriges un grupo, persevera en el apostolado. Sé responsable. De tu propio encuentro con el Señor, de tu perseverancia y constancia, de tu preparación y preocupación depende que las personas a ti confiadas se encuentren en verdad con el Señor Jesús y perseveren en su vida cristiana.

d. Si el Señor, que conoce tu corazón, que sabe para qué estás hecho, te dirige su mirada cargada de amor y te dice: “Ven conmigo, y te haré pescador de hombres”, respóndele. Ten el valor, el coraje y la confianza en el Señor, para dejarlo todo por Él, para anunciar su Evangelio con la radicalidad de una vida entregada totalmente a Él.

Recuerda que si el Señor te pide darlo todo por Él, ¡Él te dará cien veces más, y luego la vida eterna! Mc 10,29-30. Confía en el Señor, y no tengas miedo. De la fiel respuesta a tal llamado depende tu propia felicidad y la de muchas otras personas. ¡Una vocación es siempre fuente de muchas bendiciones para una familia que sabe abrirse a tan gran regalo de Dios!

Terminamos en espíritu de oración.
Jesús, Divino Pastor de las almas, que llamaste a los Apóstoles para hacerlos pescadores de hombres, atrae hacia ti las almas ardientes y generosas de los jóvenes, para hacerlos tus seguidores y tus minis­tros; hazlos participes de tu sed de Redención uni­versal, en favor de la cual renuevas tu Sacrificio so­bre los altares.
 
Tú, Señor, «siempre dispuesto a interceder por nosotros», descúbreles los horizontes del mundo en­tero, donde la muda plegaria de tantos hermanos pi­de la luz de la verdad y el calor del amor, para que, respondiendo a tu llamada, prolonguen aquí abajo tu misión, edifiquen tu Cuerpo Místico, que es la Iglesia y sean «sal de la tierra», «luz del mundo».
Extiende, Señor, tu amorosa llamada también a muchas almas de mujeres puras y generosas, e infún­deles el anhelo de la perfección evangélica y la entre­ga al servicio de la Iglesia y de los hermanos necesi­tados de asistencia y caridad. Amén

“Sacar un hombre de la miseria, sanar su cuerpo, regalarle ropa decente, proveerle con una casa propia en el campo, y dejarle morir e ir al infierno, no vale la pena.”
“En el ejército de Dios no hay soldados desconocidos.”
“Debemos ser pescadores de hombres, no guardianes del acuario.”
P. Marco Bayas O. CM

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