sábado, 20 de abril de 2013

IV DOMINGO DE PASCUA (CICLO C) Evangelio: Juan 10,27-30



Domingo del Buen Pastor.
Día Mundial de Oración por las Vocaciones.
Juan 10,27-30: En aquel tiempo dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”.
Introducción.
Después de los tres primeros Domingos de Pascua, centrados en las apariciones de Jesús Resucitado, sigue el Domingo dedicado al Buen Pastor.
«Conozco a mis ovejas»: Cristo Buen Pastor conoce a cada uno de los suyos con amor y complacencia. Cristo me conoce como soy de verdad. No soy un extraño que camina perdido por el mundo. Conoce mi vida entera, toda mi historia. Más aún, conoce lo que quiere hacer en mí. Conoce también mi futuro. Ya lo afirma el Salmo 139: “Señor, tú me sondeas y me conoces…”
«Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen»: Oyen, atienden con interés y responden acogiendo la Palabra sembrada en el corazón. ¡Bella definición de un cristiano! Se trata de estar atento a Cristo, de escuchar su voz y de seguirle. El cristiano nunca está solo, porque no defiende una ideología, sino que sigue a una Persona. Y seguir a Cristo compromete la vida entera.
«Yo y el Padre somos uno»: Jesús actúa juntamente con el Padre y hace sólo lo que el Padre hace. De la unidad en el actuar se deduce la unicidad de naturaleza entre Padre e Hijo.
«Nadie las arrebatará de mi mano»: Al que se sabe conocido y amado por Cristo y procura con toda su alma, su corazón y sus fuerzas escuchar su voz y seguirle, Cristo le hace esta hermosa promesa, todo esto, porque se las ha dado el Padre, que todo lo puede, con el que Jesús es «Uno».
Cada año, en el cuarto domingo de Pascua, leemos una parte del capítulo 10 de Juan, el tema es Jesús, Buen Pastor. El pasaje de este año (Juan 10,27-30), se centra en la responsabilidad del Pastor.
La intimidad que existe entre el Padre y el Hijo se extiende a todos los discípulos, en esta intimidad hay conocimiento, vida y poder, que dan seguridad contra las amenazas externas.
¿Cómo lo hace? El Pastor da la vida del Padre a todos los que escuchan su voz. La escucha genera seguimiento. El seguimiento de Jesús conduce a la comunión con Dios, de quien proviene la vida.
  1. Contexto del pasaje bíblico.
Jesús está en Jerusalén, en tiempo de invierno; se celebra la fiesta judía de la Dedicación del Templo, en el mes de diciembre. Jesús está paseándose por el pórtico de Salomón.
Un grupo de judíos se coloca alrededor de Jesús y le exige una respuesta clara y abierta sobre si Él es o no el Mesías o el Cristo. Él no responde lo que esperan: un sí o un no. Su respuesta va mucho más allá de lo que piden.
Jesús aborda el tema del Pastor. La imagen del Pastor habla de la calidad de las relaciones y del contenido de ellas; habla del qué, del por qué y del para qué de una relación; habla de todo lo que alguien puede y debe hacer por otro para ofrecerle bienestar y calidad de vida. Por eso la imagen es perfecta para hablar de la relación entre Jesús y nosotros. Quien quiera saber en definitiva quién es Él, cuál es su realidad más profunda, debe contemplar sus actitudes y acciones de Pastor.
  1. A Jesús se le conoce contemplando su rostro de “Pastor”: Señor, ¿Quién eres Tú en mi vida?
Jesús no se describe a sí mismo con definiciones abstractas sino de forma concreta, con acciones verificables: “Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí”.
Jesús pronuncia un discurso que contiene una lista de verbos que expresan profundamente sus obras. En estos verbos Aquél que ha venido al mundo como Verbo encarnado deja conocer su identidad. Estos verbos son:
Ø  conocer,
Ø  dar (vida),
Ø  no dejar arrebatar de la mano: proteger, ofrecer seguridad en el peligro… y
Ø  ser uno, es decir, atraer hacia la comunión total en la unidad de vida, de proyecto y de acción.
En el contexto estos verbos son variantes del gran verbo: Amar. En ellos se dice con claridad de qué forma es el Cristo o Mesías para nosotros y qué podemos esperar que suceda en el encuentro con Él.
Jesús, Pastor enamorado y completamente entregado a sus ovejas, ilumina, rescata, purifica y dilata nuestro amor, por eso necesitamos de Él.
Toma impulso entonces el camino de la fe, la dinámica del creer, que es el de la relación cada vez más profunda, estrecha y amorosa con Jesús, una relación tan viva y tan diciente como la que se da entre un pastor y su oveja. El movimiento del creer se especifica en los siguientes verbos:
Ø  escuchar la voz de Jesús,
Ø  seguir la dirección del Pastor,
Ø  descubrirse a sí mismo como don del Padre a Jesús.
Siete verbos claves de la relación con Jesús, que pueden ser visualizados y captados, con todos los toques de ternura que entrañan, mediante la contemplación de la relación de un pastor con sus ovejas.
No se debe perder de vista la pregunta inicial. Estamos invitados a interrogar a Jesús: ¿Quién eres tú para mí? ¿Qué haces por mí? ¿Cuáles son los indicadores de que tú eres mi Cristo?
Para comprender su respuesta debemos dejarlo hablar y escuchar con atención su enseñanza. Su respuesta afirma quién es verdaderamente Él, cómo está presente en nuestra vida y qué podemos esperar de Él.
  1. La bellísima dinámica de la relación entre Jesús y “los suyos”.
Las palabras de Jesús en Juan 10,27-30, con la figura del Pastor, se centran en la descripción de la relación entre Él y los que le pertenecen, aquellos que han entrado en el camino de la fe, confiando en Él sus vidas.
Las tres primeras características de la relación con Jesús:
1º Mis ovejas escuchan mi voz... y ellas me siguen.
Las dos acciones que caracterizan a un discípulo de Jesús son:
  1. la escucha del Maestro y
  2. el seguimiento, mediante la obediencia a la Palabra.
Jesús habla de mis ovejas, en primera persona. Son de Él, el Padre se las ha dado y él las cuida con amor responsable. Esto implica mucho.
El mis ovejas, se vuelve me siguen: Jesús, Buen Pastor a quien el Padre le ha confiado sus ovejas, vive toda su misión con una dedicación gratuita e incondicional, dispuesto a ofrecer la propia vida, a afrontar la muerte, a exponerse en primera persona para salvarlas, a tomar sobre sus hombros a las heridas por los lobos para impedir que sean raptadas a su Padre.
2º Yo las conozco… Yo les doy vida eterna.
Para Jesús no somos números en medio de una masa de gente, ¡no! Él nos identifica claramente en el cálido ámbito de familiaridad: conoce nuestra historia y porque nos conoce nos acepta como somos, nos quiere más y nos introduce dentro de la relación todavía más profunda que habita su corazón: la amistad con el Padre. Esta amistad es eterna y nos ofrece vida eterna.
Jesús está cercano a sus ovejas con premura, con atención, con paciencia, con delicadeza, con una dedicación incansable hasta el don total de sí mismo sobre la Cruz, para que las ovejas tengan vida.
3º “Mis ovejas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano”.
Quienes entran en relación con Jesús no se pierden ni son arrebatados de la mano de Jesús, porque Él es Buen Pastor. Cuando hay amor nadie se quiere morir, el amor pide eternidad. La relación con Jesús da vida y seguridad.
  1. Hay que corresponder al amor: la necesaria reciprocidad.
En la descripción de la relación entre Jesús y los suyos puede verse que:
Ø la iniciativa es de Jesús: Él ha hablado y obrado primero;
Ø Jesús entabla la relación mediante la atracción y el llamado, no hay una superioridad que fuerce a amar o a ir en contra de la voluntad;
Ø Jesús busca incluso a quien le cierra las puertas a su amor, como de hecho sucede en este pasaje con sus enemigos que le interrogan.
El amor de Jesús Pastor nos sobrepasa. Para que Jesús sea nuestro Pastor tenemos que dejarlo que nos guíe en el camino recto: Salmo 23,3 y que este nuevo horizonte purifique todas nuestras motivaciones y deseos, de manera que el mayor sueño de nuestra vida sea el alcanzar la plenitud, la realización total de nuestro ser, que proviene de la comunión eterna con Él.
  1. El Buen Pastor nos lleva muy dentro de Él. Una honda comunión: “Nadie las arrebatará de mi mano”.
Las palabras de Jesús enfocan nuestra mirada hacia el futuro. Los verbos utilizados por Jesús Pastor van progresando del presente hacia el futuro.
Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Aparece la contundencia de esa afirmación: “Nadie las arrebatará de mi mano...”. Así Jesús nos asegura lo que ningún ser humano, ni siquiera con todo el cariño que nos tenga ni con todos los cuidados que nos prodigue, podría prometernos, sus tres bellas promesas:
Ø  la vida eterna,
Ø  la defensa de todo mal y
Ø  la comunión indestructible.
  1. 1ª promesa: el don de una vida para siempre.
Para poder ayudarnos debemos estar vivos; de hecho, cuando el ser amado muere ya no se puede hacer nada por él. La relación con Jesús es diferente: para Él no existe el límite de la muerte que nos deja impotentes para darle la mano a quien amamos. ¿Podrá haber algo mayor que esto? Los cuidados de Jesús Pastor rompen la barrera del tiempo: la finalidad última, el punto culminante de su ser Pastor por nosotros es darnos vida eterna.
  1. 2ª promesa: un amor que resguarda al amado de todo peligro.
Esta promesa es para el presente y el futuro. Desde ahora, nuestra vida está en manos seguras y su protección es más fuerte que todas las fuerzas del mal que traen la ruina y la destrucción. Si Jesús nos protege, no podemos perdernos, nada puede vencer su mano protectora extendida sobre nosotros. Y todavía más: todos los signos de su amor en el presente son una degustación primera de todo lo que quiere hacer por nosotros sin fin, en la vida sumergida definitivamente con Él en la eternidad.
Así entendemos su respuesta a la pregunta inicial sobre si Jesús es el Cristo. ¡Por supuesto que sí! Su vida entera está en función de la nuestra. Jesús juega un papel decisivo para el sentido de nuestra vida y para el logro de nuestra realización personal.
Jesús no es un personaje frío o indiferente, Él nos busca, nos conoce, nos ama apasionadamente y hace por nosotros lo que ningún otro podría hacer. Por eso tenemos que purificar nuestra fe en Él: Jesús no es un Mesías de bienes terrenos, si bien su providencia nunca falta, ni tampoco un Mesías de esplendor y poder, aunque su gloria es infinita, Jesús es el Pastor que nos invita a vivir una relación intensa, profunda y estable con Él.
  1. 3ª promesa del Pastor: la comunión indestructible.
Detrás de todo está Dios Padre: “Nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre”. Jesús nunca se presenta como una persona solitaria, se muestra siempre como una persona amada que es capaz de amar; siempre está generando y animando relaciones. Nos habla de su relación con el Padre y muestra todo el hacer eficiente, salvífico y vivificante que proviene de esta relación. El amor fundante entre el Padre y el Hijo se concreta en obras vivificantes por la humanidad.
La comunión de Jesús con sus discípulos se deriva de la relación primera de Jesús Padre y está resguardada por el poder del Padre. Jesús dice:
Ø  El Padre me los ha dado, es una forma concreta del amor del Padre por Él: todo discípulo está inmerso en el amor del Padre por Jesús,
Ø  El Padre es más grande que todos,
Ø  Lo que está en manos del Padre está seguro: nadie puede arrebatarlas
Ø  El Padre y Jesús son uno.
Se describe el vínculo de amor más fuerte y sólido que jamás podrá existir. Nadie es más poderoso que Dios Padre y Jesús Pastor está sostenido por el poder y el amor de este Padre con quien es uno: Yo y el Padre somos uno.
Jesús anuncia esta Buena Nueva a sus discípulos con el símbolo de la mano que acoge, sostiene y protege; mano potente y tierna del Padre Creador.
De esta forma el pastoreo de Jesús tiene garantía: podemos confiar en Él porque bajo su dirección lograremos la meta de nuestra vida. El futuro de nuestra vida no es distinto del futuro de nuestro amor.
Esto no sólo vale para nuestra relación con Jesús. Todo discípulo del Señor aprenderá a ser pastor de sus hermanos, prolongando esta identificación de la relación del Padre con Jesús y de Jesús con los suyos.
Estamos llamados, en nuestras relaciones, a inspirar seguridad y confianza. De esta forma tejeremos la anhelada comunión, la unidad como la del Padre y el Hijo, que colma de sentido cada segundo de nuestro tiempo, que es capaz de vencer el mal que amenaza y acaba con las relaciones más bellas, que es capaz, incluso de pastorear el amor hasta traspasar las barreras del muerte y prolongarlo indefinidamente en la eternidad.
La voz amorosa del Pastor seguirá resonando durante todo el tiempo, porque el Resucitado está ahora en medio de nosotros realizando todo lo que su amor nos promete. Quien ama promete y cumple. A diferencia de nuestro amor y de nuestras promesas, el de Jesús tiene un fundamento y una garantía: su amor y su promesa ya se hicieron realidad en su Misterio Pascual, en su muerte y resurrección por amor a nosotros. Lo que tenemos que hacer es tratar de comprender la Cruz Pascual de Jesús, la Cruz luminosa del Buen Pastor que dio su vida por nosotros.
El Evangelio quiere impregnar en nosotros una renovada confianza en Dios. Jesús es el Pastor Resucitado que no deja de decirnos: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Juan 16,33).
El evangelio del Buen Pastor no sólo nos da la Buena Noticia de que Jesús Resucitado está y camina a nuestro lado en todos los instantes de nuestra vida sino que la profundiza: nos invita a descubrir todo lo que su presencia viva está obrando en nosotros y todo lo que seguirá haciendo de aquí en adelante para que tengamos vida en abundancia.
4.    Una bella parábola de un Pastor: Una caña en el cañaveral.
Yo era sólo una caña. Había crecido como las demás en el ambiente húmedo y apacible de la orilla del río.
Pero mi vida no tenía mucho sentido. No era ni árbol frutal que alimentara a pájaros y niños, ni rosal que llenara de color y aromas los altares y las novias. Sólo una caña hueca a menudo agitada por el viento, confundiendo la vida con el movimiento, aunque a veces sonaba en mi como música la brisa. Alguna vez sentí envidia y me puse a soñar, cuando se acercaba al río el pastor y yo quería ser su flauta de pastorear. Pero yo sólo era una caña vacía, sin fruto y sin futuro, en el cañaveral.
Un día de verano se acercó el joven pastor hasta la orilla entre silbos y cantares. Y me tomó en su mano, y me puse en sus manos, y, arrancándome del lodo y el aburrimiento me llevó a la sombra de la encina, donde las ovejas sesteaban.
Me acarició limpiándome el barro adherido y con su navaja de partir el pan fue haciéndome a su medida, cortando lo sobrante, puliendo lo tosco y desabrido, abriéndome agujeros, vaciando mi vacío. Dejándome yo hacer al tacto de sus dedos, sin poner reparos, sin miedos, ni recelos. Y me probó en su boca dándome el primer beso verdadero, y para hacerme a sus labios, me recortó en un extremo, probando y volviendo a probar mi ajustamiento.
Yo era sólo una caña vacía pero el pastor se enamoró de mi vaciamiento, y al llevarme a la boca, abierta ya a su espíritu, su aliento llenó mi estéril oquedad de soplo de vida de fuego, de música y armonía, de vibraciones sonoras y melodías al ritmo de sus dedos y a sus caricias.
Yo era sólo una pobre caña, pero, puesta en las manos del pastor, soñada en sus sueños, modelada a su aire y su estilo, con el beso de sus labios y su aliento, movida al ritmo de sus dedos, soy toda música, soy ya una flauta, su flauta, la que lleva en el zurrón todos los días junto al pan y el vino, la flauta de su música que ya conocen sus ovejas y les guía por el camino.
La flauta que llena de melodías los campos y las tardes, de alegría el corazón de quienes la escuchan, de sonrisas el alma de los niños y los pobres. Yo era sólo una caña pero estaba llamada desde siempre a cambiar mi vacío en música, y ser su flauta.
Bella parábola, si quieres ser música para Dios, abandónate en las manos del Buen Pastor, capaz de transformarlo todo…
  1. Breve Catequesis del Sacramento del Orden: La tarea de ser Pastores con el corazón de Jesús.
El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mateo 28,16-20). Es el sacramento del ministerio apostólico y comprende tres grados: episcopado, presbiterado y diaconado.
El sacramento del Orden comunica un poder sagrado, el mismo de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos. Este sacerdocio es ministerial. Esta función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio. Está enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia.
  1. Los Pastores tienen la misión de enseñar (Mt 28,20)
Los Obispos con los Presbíteros, sus colaboradores, tienen como primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios, según la orden del Señor. Son los predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo.
El oficio pastoral del Magisterio está dirigido a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera. Debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la fe auténtica.
  1. Los Pastores tienen la misión de santificar (Mt 28,19)
El Obispo y los Presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, no tiranizando a los que les ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. Así es como llegan a la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado.
  1. Los Pastores tienen la misión de gobernar (Mt 28,16-20)
Los obispos, vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada, que deben ejercer para edificar con espíritu de servicio que es el de su Maestro.
El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pastoral del obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo puede disculpar a los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos.
  1. Los Sacerdotes representan a Cristo.
En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir que, en virtud del sacramento del Orden, el sacerdote actúa «in persona Christi Capitis» (en la persona de Cristo Cabeza). Por la consagración sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa.
Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, del pecado. No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia.
En último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del ministro ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar.
  1. Los Sacerdotes también representan a la Iglesia.
El sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, ante la asamblea de los fieles, actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico.
La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparables de la oración y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Todo el cuerpo, cabeza y miembros, ora y se ofrece, y por eso quienes son específicamente sus ministros, son llamados ministros no sólo de Cristo, sino también de la Iglesia. El sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia porque representa a Cristo.
  1. El Carácter Sacerdotal es imborrable.
El sacramento del Orden configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación se recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple función de Sacerdote, Profeta y Rey.
Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado.
Un sacerdote válidamente ordenado puede ciertamente, por causas graves, ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación (secularizado), o se le puede impedir ejercerlas (suspendido), pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto porque el carácter impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan de manera permanente.
  1. Terminamos en espíritu de oración: Salmo 23
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Testimonio en tiempos de comunismo: "Durante sesenta años hemos permanecido sin iglesia y sin sacerdote, pero estaba esta tumba; y durante las fiestas veníamos aquí y rezábamos sobre esta tumba, incluso confesábamos nuestros pecados. Ninguno de nosotros ha conocido al sacerdote que está aquí sepultado. De él sólo sabemos lo que nos han contado nuestros abuelos. Y, sin embargo, durante estos sesenta años él, de modo invisible, ha estado presente entre nosotros, como si hubiera salido de la tierra para enseñarnos a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Gracias a esta tumba hemos conservado la fe, que ahora renace y se refuerza". Gracias a Dios, en nuestra Iglesia hay muchos sacerdotes santos.

P. Marco Bayas O. CM

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