viernes, 17 de mayo de 2013

VIII DOMINGO DE PASCUA CICLO C Evangelio: Lucas 24,46-53 Solemnidad de Pentecostés Día del Laico



VII DOMINGO DE PASCUA
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lucas 24,46-53
Solemnidad de Pentecostés
Día del Laico
“Como el Padre me envió, así también Yo los envío: Reciban el Espíritu Santo…”
Hechos 2,1-11: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
Estupefactos y admirados decían: “¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”.
Iniciamos nuestra reflexión en espíritu de oración:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
V. Envía tu Espíritu y todo será creado.
R. Y se renovará la faz de la tierra.
Oración: ¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro,
R. Amén.
Introducción.
Celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás! Es el Espíritu Santo:
Ø  Quien, con su fuerza unificadora, nos lleva a todos, en la multiplicidad de dones, a aceptar y confesar una misma fe en Jesús el “Señor”.
Ø  El que actúa en nosotros ayudándonos a comprender y a poner en práctica las palabras de Jesús; sus actitudes, gestos y comportamientos se nos impregnan gracias al soplo del Espíritu.
Ø  Quien se hace presente en los oídos y en el corazón de todo oyente para que se abra a la fuerza penetrante de la Palabra.
Ø  El que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús, prolongando en cada asamblea eucarística su Pentecostés.
Ø  El que nos impulsa a anunciar el “Misterio de la fe”, de la muerte y resurrección del Señor, el kerigma de la Palabra, de la cual nace la Iglesia.
Ø  El que sopla sobre nuestra humanidad pecadora, para transformarnos y hacer de nosotros personas que aman y perdonan a sus hermanos.
Ø  El que hace de la comunidad cristiana no una simple asociación de personas, sino el Cuerpo Místico de Cristo, el pueblo reunido en el amor de la Trinidad que canta las maravillas de Dios en la historia.
Ø  El que nos impulsa en el seguimiento cotidiano de Jesús, infundiéndole a nuestra existencia una dimensión siempre nueva de alegría, paz, verdad, libertad y comunión. No es lo mismo vivir con Él que sin Él.
Ø  La fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, y si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer.
Ø  El que con su presencia sigue haciendo posible la realización del plan de salvación de Dios, hasta que ella llegue a su plenitud.
Ø  El que hace fructuoso nuestros esfuerzos en nuestra peregrinación cristiana de cada día. El Espíritu Santo nos precede en todo lo que hacemos porque es en Él que Dios realiza toda su obra. Su venida le da la luz y el sabor de la presencia de Dios a todas las cosas.
Ø  Es el amor personal del Padre y del Hijo, y amor quiere decir vida, alegría, felicidad.
Ø  Es Dios mismo vaciándose en el hombre y moviéndolo internamente para que se abra amorosamente, a la manera de Jesús, al hermano y se arroje confiadamente en los brazos del Abbá-Padre.
Ø  Quien a lo largo de la historia ha dado muchas cosas a la humanidad, enviado personajes, incluso su propio Hijo. Por eso decimos que es el don “escatológico” o “definitivo” de Dios.
Así, el amor de Dios entra en lo más hondo de nuestras vidas. Su presencia como enseña la Palabra de Dios, produce muchos frutos, el Espíritu Santo viene para salvar, sanar, enseñar, exhortar, reforzar, consolar… Por eso  clamamos con entusiasmo y con fuerza: “¡Ven, Espíritu Santo!”.
  1. Pentecostés, la venida del Espíritu Santo.
El acontecimiento de Pentecostés es narrado en Hechos de los Apóstoles 2,1-11. Es un drama bellísimo, cargado de fuertes emociones. ¡Qué intensidad hay en cada palabra! Para captarlo, entremos en la atmósfera espiritual de los dos cuadros que lo componen:
1º Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (2,1-4)
2º Fuera del cenáculo (2,5-11)
Comencemos por la descripción del contexto:
  1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hech 2,1)
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar”
Ø  La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…”
“Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Es el nombre de una fiesta judía la “Fiesta de las Semanas”, o de las “Siete Semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7x7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.
La fiesta de la cosecha de los cereales: Después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éx 23,16). Se acostumbraba ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (Lev 23,17).
Con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían “sacrificios de comunión” (Lev 23,18-20).
La fiesta era tan grande que merecía suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo servil” (Núm 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (Hech 2,5-6).
De la fiesta campesina a la fiesta de la Alianza del Sinaí: La antigua fiesta campesina se transformó en una fiesta “histórica” que celebraba la Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de una tormenta, cargada de viento y fuego.
Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los mandamientos.
En la fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los convertidos y simpatizantes del judaísmo: “temerosos de Dios” y “prosélitos”, que venían en peregrinación a Jerusalén. En el Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes, desde peregrinos venidos de Roma hasta venidos de la región del mediterráneo así como del desierto.
Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y religioso.
Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que da el énfasis de un “cumplimiento”: “cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa.
En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior.
  1. El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar”.
La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del discipulado en los Hechos de los Apóstoles.
Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús.
En el “todos” se anuncia la expansión del don a todas las personas que se abren a él. Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron?
  1. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu.
Sucede la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad, en la cual se ve:
1º Dos signos: el viento y el fuego.
2º La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo”.
3º La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas.
  1. Dos signos: el viento y el fuego.
Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa presencia.
En la manifestación de la venida del Espíritu Santo, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.
Ø  Un signo para el oído: el viento.
El viento es un signo para el oído, un viento que se hace sentir. El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios.
Ezequiel y Joel profetizaron que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo”: Ez 36,26; Joel 3,1-2; con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.
Además de Lucas, Juan relata como el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida Juan 20,22.
El “ruido”, nos traslada a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éx 19,18; Hebr 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz”. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.
Proviene “del cielo”, porque es una iniciativa de Dios. El cielo no se ha cerrado con la Ascensión de Jesús, al contrario: “Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hech 2,33).
Ø  Un signo para la vista: el fuego.
Las “lenguas como de fuego”, de origen divino, son un signo elocuente. En la Biblia “viento” y “fuego” están asociados a las manifestaciones poderosas de Dios (Éx 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios.
Juan el Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Jesús dijo: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).
Así como en el signo visual en la escena del Bautismo de Jesús: “bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lc 3,22, lo mismo sucede ahora con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”.
La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego sobre todos. Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,16).
  1. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo”.
Después de los signos externos iniciales, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el significado: ¿Qué sucede en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?
Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: “Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo”.
Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea!
“Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe de la vida trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.
“Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una experiencia que transforma, puesto que sana a fondo todas las fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.
“Quedaron llenos” “del amor de Dios”. Les cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y los apóstoles comenzaron a ser otras personas.
  1. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas.
El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión, es el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús.
El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”.
El término “otras” (lenguas) es importante para distinguirlo del hablar incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (1 Cor 12,10).
Lo que sucede aquí se aproxima a lo que Pablo dice en 1 Cor 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos. Lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es el “kerigma” que recoge “las maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, en su muerte y resurrección.
Lo que comienza como “lengua” o “comunicación”, termina generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.
  1. Lo que sucede fuera del cenáculo.
En la plaza frente al cenáculo, vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente en la vida.
  1. La gente estaba estupefacta.
Los efectos de la venida del Espíritu son los mismos que se daban cuando Jesús entraba en la vida de las personas; por ejemplo, cuando se manifestó sobre el lago, quienes lo vieron quedaron estupefactos (Lc 8,25).
Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua”.
  1. La congregación de todos los pueblos.
Confrontando con los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo, sigue el relato haciendo la lista de las naciones.
La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”. Aparece otro elemento importante de Pentecostés.
Teniendo presente el relato la torre de Babel (Gén 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la venida del Espíritu Santo.
En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa el apego al propio proyecto, sin abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto comunitario. Babel, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico puede darse dentro de uno; conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que emergen continuamente.
Babel se repite todos los días, se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todo al piso, rompiendo las relaciones.
En Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas, por eso la larga lista de pueblos, pero llega un momento en que todos se entienden, hablan una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.
  1. La honra al nombre de Dios.
“Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”. En Babel se alude a un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. Aquí el pecado está en el querer ser adorados ellos mismos y no Dios. Es lo que llamamos la “instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando otra cosa: “hacerse famosos”.
En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”.
Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos competitivos, según las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de los egoísmos; Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de diversidades cuyo centro es Dios.
Los discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical.
Todo está orientado hacia la gloria y la alabanza de Dios. Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue la inauguración; que se repite en todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración.
Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.
Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:
“Ven, oh Espíritu Santo, y danos un corazón grande,
abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;
un corazón hermético ante cualquier ambición mezquina;
un corazón grande para amar a todos,
para servir a todos, para sufrir con todos;
un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación,
cualquier prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;
un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo
y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad”
Lo que viene es grande, porque Pentecostés es fiesta de la esperanza: la esperanza de que la humanidad entera pueda ser invadida por el Espíritu Santo en la alegría del don de sí mismo, así como el Cristo pascual.

“Espíritu Santo, Fuerza de Dios rompe las cadenas de mis esclavitudes y libérame”.
“María ante el Espíritu es la mujer de la escucha y del silencio, de la espera y la esperanza”.

P. Marco Bayas O. CM



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