lunes, 17 de junio de 2013

XI DOMINGO ORDINARIO Evangelio: Lucas 7,36-8,3



XI DOMINGO ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lucas 7,36-8,3
A quien poco se le perdona, poco amor muestra”… Y le dijo:           “Tus pecados quedan perdonados”                                           

Lucas 7,36-8,3: En aquel tiempo un fariseo rogó Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa.  Había en la ciudad una mujer pecadora pública. Al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume y, poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: “Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora”. Jesús le respondió: “Simón, tengo algo que decirte”. Él dijo: “Di, maestro”. “Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta.  Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?”  Respondió Simón: “Supongo que aquel a quien perdonó más”.
Jesús le dijo: “Has juzgado bien”.  Y, volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos.  No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies.  No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra”. Y le dijo a ella: “Tus pecados quedan perdonados”. Los comensales empezaron a decirse para sí: “¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?”.  Pero él dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.
Recorrió a continuación ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes. 
Introducción para una clave de lectura:
El Evangelio de este domingo presenta dos episodios ligados entre sí:
1º Un episodio lleno de emoción: Una mujer, considerada pecadora en la ciudad, tiene el valor de entrar en la casa de Simón, un fariseo, durante el almuerzo, llega a Jesús, le lava los pies y lo llena de besos y perfumes.
2º La descripción de la comunidad de Jesús: a la que pertenecen los discípulos y discípulas.
Con la lectura imaginémonos en casa del fariseo, durante el almuerzo, y observemos atentamente las conductas, los gestos y las palabras de las personas: de la mujer, de Jesús y de los fariseos.
También vemos la breve información de Lucas sobre la comunidad que se formó en torno a Jesús, examinemos las palabras usadas para indicar la participación de quienes siguen a Jesús.
1.  Una división del texto para ayudar en su lectura
Ø  Lc 7,36-38: Una mujer lava los pies de Jesús en casa de un fariseo;
Ø  Lc 7,39-40: La reacción del fariseo y la respuesta de Jesús;
Ø  Lc 7,41-43: Parábola de los dos deudores y la respuesta del fariseo;
Ø  Lc 7,44-47: Jesús aplica la parábola y defiende a la mujer;
Ø  Lc 7, 48-50: El amor hace nacer el perdón y el perdón hace crecer el amor;
Ø  Lc 8,1-3: Los discípulos y discípulas de la comunidad de Jesús.
a.  Contexto literario e histórico del texto:
Lucas en el capítulo 7, describe las cosas nuevas y sorprendentes que salen del pueblo a partir del anuncio que Jesús hace del Reino de Dios.
En Cafarnaúm, elogia la fe del extranjero: “¡Yo os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande!” (Lc 7,1-10). En Naím, resucita al hijo de la viuda (Lc 7,11-17). Cómo Jesús anuncia el Reino sorprende tanto a los judíos, que incluso Juan el Bautista se sorprende y manda a preguntar: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Lc 7,18-30). Jesús critica la incoherencia de su anfitrión: “¡Son semejantes a niños que no saben lo que quieren!” (Lc 7,31-35) Y al final del capítulo (Lc 7,36 a 8,3), otra novedad de la Buena Nueva comienza a despuntar y a sorprender. El comportamiento de Jesús hacia las mujeres.
En tiempos del Nuevo Testamento, en Palestina, la mujer vivía marginada; no participaba de la sinagoga; no podía hacer de testigo en la vida pública. Desde el tiempo de Esdras (siglo IV a. d. C), la oposición a esto crece, así lo vemos en la historia de Judit, Ester, Ruth, Noemí, Susana, la Sulamita, etc.
Esta resistencia de las mujeres encontró eco y acogida en Jesús. En el episodio del Evangelio aparecen tanto el inconformismo y la resistencia de las mujeres, como la acogida de Jesús hacia ellas.
En la descripción de la comunidad que crece en torno a Jesús (Lc 8,1-3), vemos a hombres y mujeres reunidos alrededor de Jesús, en igualdad de condiciones, como discípulos y discípulas.
b.  Comentario a las partes estructurales del texto:
Lc 7,36-38: Una mujer lava los pies de Jesús en casa de un Fariseo. Tres personas totalmente diferentes se encuentran: Jesús, un fariseo y una mujer, de la que se decía que era pecadora. Jesús se encuentra en la casa de Simón, un fariseo que lo había invitado a comer en su casa. Una mujer entra, se arrodilla a los pies de Jesús, comienza a llorar, baña con sus lágrimas los pies de Jesús, se despeina los cabellos para secar los pies de Jesús, los besa y los unge con perfume. Esto era un acto de independencia el de soltarse los cabellos en público. Es la situación que se crea y que causa la discusión que sigue.
Lc 7,39-40: La respuesta de los fariseos y la respuesta de Jesús: Jesús no se echa para atrás, ni grita a la mujer, más bien acoge su gesto. Acoge a una persona que, según los judíos observantes de la época, no podía ser acogida. El fariseo, observando la escena, critica a Jesús y condena a la mujer: “¡Si este hombre fuese un profeta, sabría qué tipo de mujer es ésta, una pecadora!”. Jesús se sirve de una parábola para responder a la provocación del fariseo. Una parábola que ayudará al fariseo y a todos a percibir la llamada invisible del amor de Dios que se revela en el episodio.
Lc 7,41-43: La parábola de los dos deudores y la respuesta del fariseo: La historia: Un prestamista tenía dos deudores. Uno le debía 500 denarios y el otro 50. Un denario era el salario de una jornada. ¡El salario de quinientos días! Ninguno de los dos tenía con qué pagar. Los dos fueron perdonados. ¿Cuál de los dos lo amará más? Responde el fariseo: “Lo amará más aquél a quien ha perdonado más”. La parábola supone que los dos, la mujer y el fariseo, han recibido algo de Jesús. Ahora en el comportamiento que asumen delante de Él, los dos demuestran cómo aprecian el favor recibido. El fariseo demuestra su amor, su gratitud, invitando a Jesús a comer a su casa. La mujer demuestra su amor y gratitud con lágrimas, con besos y con el perfume. ¿Cuál de los dos gestos revela mayor amor: comer o los besos y el perfume? La medida del amor ¿depende acaso de la medida del regalo?
Lc 7,44-47: Jesús aplica la parábola y defiende a la mujer: Después de recibir la respuesta correcta del fariseo, Jesús la aplica a la situación creada con la entrada de la mujer a mitad del almuerzo. Él defiende a la mujer pecadora contra la crítica del judío practicante. Lo que Jesús repite a los fariseos de todos los tiempos es esto: “¡A quien le ha sido perdonado poco, demuestra poco amor!”. La seguridad personal que yo me creo por mi observancia de las leyes de Dios y de la Iglesia, muchas veces, me impiden experimentar la gratuidad del amor de Dios que perdona. Lo que importa no es la observancia de la ley en sí, sino el amor con el que observo la ley.
Usando los símbolos del amor de la mujer pecadora, Jesús responde al fariseo que se consideraba justo. “¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y tú no me diste agua para los pies; mas ella ha regado mis pies con sus lágrimas y las ha secado con sus cabellos. Tú no me has dado un beso, pero ella desde que he entrado aquí no ha cesado de besarme los pies. Tú no ungiste mi cabeza con óleo perfumado, pero ella ha ungido mis pies con ungüento. Por esto te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Por el contrario al que se le perdona poco ama poco”. Es como si dijese: “¡Simón, a pesar de todo el banquete que me ofreces, tú tienes poco amor!”. ¿Por qué? El saberse perdonados gratuitamente es lo que hace experimentar el amor de Dios. El fariseo, llamando a la mujer “pecadora”, se considera hombre justo, observante y practicante. Como el fariseo de la otra parábola que decía: “¡Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, y ni siquiera como éste publicano!” (Lc 18,11). Simón debe haber pensado: “¡Oh Dios, te doy gracias porque yo no soy como esta mujer pecadora!” Pero el que volvió a casa justificado no fue el fariseo, sino el publicano que había dicho: “¡Ten piedad de mí, pecador!”. (Lc 18,14). Los fariseos de siempre se consideran sin pecado, porque cumplen la ley de Dios, van a Misa, oran, dan limosna, pagan los tributos. Ponen toda su seguridad en lo que hacen por Dios, y no en el amor y en perdón de Dios por ellos. Por esto, Simón, el fariseo, no puede experimentar la gratuidad del amor de Dios.
Lc 7,48-50: El amor hace nacer el perdón, el perdón hace crecer el amor: Jesús declara a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados comienzan a pensar: “¿Quién es éste para perdonar los pecados?” Jesús dice a la mujer: “¡Tu fe te ha salvado. Vete y no peques más!”. Aparece la novedad del comportamiento de Jesús. Él no condena, acoge a la mujer, con su gesto la invita a reponerse y a encontrarse consigo misma y con Dios. Jesús irrumpe en ella una fuerza nueva que la hace renacer. Surge una pregunta: La mujer pecadora, ¿hubiera hecho lo que hizo sino hubiese tenido la certeza absoluta de ser acogida por Jesús? Se ve con claridad que Jesús era una persona de absoluta confianza. “Podemos tener confianza en Él. Él nos acoge”.
Lc 8,1-3: Los discípulos y discípulas de la comunidad de Jesús: Jesús recorría las aldeas y ciudades de la Galilea, anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios y los doce estaban con Él. La expresión “seguir a Jesús” indica la condición del discípulo que sigue al Maestro imitando su ejemplo y participando de su destino. Sorprende que junto a los hombres estén  también mujeres que “siguen a Jesús”. Lucas coloca a los discípulos y  discípulas en el mismo plano. De las mujeres dice además que servían a Jesús con sus bienes. Lucas conserva los nombres de algunas de estas discípulas: María Magdalena, nacida en la ciudad de Magdala, había sido liberada de siete demonios. Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes Antipas, gobernador de la Galilea. Susana y otras muchas.
2.  Remando mar adentro del texto.
a.   Lucas es considerado siempre como el Evangelio de las mujeres.
Lucas reporta el mayor número de episodios en los que se demuestra el trato de Jesús con las mujeres. Pero la novedad, la Buena Noticia de Dios para las mujeres, no está en las abundantes citas de su presencia junto a Jesús, sino en la conducta y actitud de Jesús hacia ellas.
Jesús las toca y se deja tocar de ellas sin miedo a ser contaminado (Lc 7,39; 8,44-45.54); la diferencia con los maestros de la época es que Jesús acepta a las mujeres como seguidoras y discípulas (Lc 8,2-3; 10-39). La fuerza liberadora de Dios, que obra en Jesús, hace que la mujer se levante y asuma su dignidad (Lc 13,13). Jesús es sensible a los sufrimientos de la viuda y se solidariza con su dolor (Lc 7,13). El trabajo de la mujer que prepara el alimento es visto por Jesús como signo del Reino (Lc 13,20-21). La viuda tenaz que lucha por sus derechos se convierte en modelo de oración (Lc 18,1-8) y la viuda pobre que comparte sus pocos bienes con otros es modelo de entrega y dedicación (Lc 21,1.4). En una época en la que el testimonio de la mujer no se consideraba válido, Jesús escoge a las mujeres como testigos de su muerte (Lc 23,49), de su sepultura (Lc 23,55-56) y resurrección (Lc 24,1-11.22-24).
b.  En los Evangelios se conservan diversas listas con los nombres de los doce Apóstoles que seguían a Jesús y también de las mujeres.
Son doce nombres de hombres, evocando así las doce tribus del nuevo pueblo de Dios. Había también mujeres que seguían a Jesús. El Evangelio de Marcos define su comportamiento con tres verbos: seguir, servir, salir hasta Jerusalén (Mc 15,41)
Los evangelistas no consiguen elaborar una lista de las discípulas que seguían a Jesús, pero sus nombres están esparcidos en las páginas del evangelio, sobre todo en el de Lucas, y son éstos: María Magdalena (Lc 8,3; 24,10); Juana, mujer de Cusa (Lc 8,3); Susana (Lc 8,3); Salomé (Mc 15,45); María, madre de Santiago (Lc 24,10); María mujer de Cleofás (Jn 19,25); María, Madre de Jesús (Jn 19,25).
3.  La misericordia de Dios hecha acción en Jesús.
Jesús da signos claros de su identidad a través de sus milagros.  Es en este contexto el evangelio inserta la pregunta de Juan Bautista a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? (7,19). 
a.  Dos actitudes ante Jesús: la de los pecadores y la de los fariseos
Así como existió una división de opiniones frente a la misión de Juan Bautista, igualmente sucede con Jesús:
Ø  El pueblo y particularmente los pecadores le creyeron y decidieron convertirse (7,29).
Ø  Los más religiosos, los fariseos y legistas, no le creyeron y frustraron el plan de Dios sobre ellos (7,30)
Jesús hace caer en cuenta a sus oyentes que con su intransigencia, con su incapacidad de dar el salto de la fe, son todavía más infantiles que estos niños: no aceptan el ascetismo de Juan, quien no comía pan ni bebía vino y fue tildado de endemoniado (7,33), ni aceptan tampoco la libertad, la apertura, el carácter festivo de Jesús, a quien llaman comilón, borracho, amigo de publicanos y pecadores (7,34)
Queda claro que la actitud negativa de la generación de los tiempos de Juan y de Jesús no impide que el plan de Dios (7,30) se cumpla a la sabiduría le han hecho justicia  todos sus hijos (7,35).   
Lo anterior lo ilustra el caso concreto de la pecadora perdonada, quien ocupa el lugar central del texto del día.
b.  Una bella lección de misericordia.
La crítica a Jesús por ser amigo de publicanos y pecadores, da paso a una de las historias de misericordia más bellas de los evangelios.
En el relato de la pecadora perdonada confluyen varios temas principales: 
Ø  La fe: tu fe te ha salvado”;
Ø  La misericordia: quedan perdonados”;
Ø  El reconocimiento de Jesús como profeta”.
El tema que sobresale es el de la misericordia. La vemos expresada  en los comportamientos de Jesús:
Ø  El perdón que le ofrece a una pecadora pública;
Ø  La defensa que hace de ella frente a la severidad del fariseo censurador;
Ø  La acogida de un gesto de amor que realiza ella; y
Ø  La confianza que deposita en ella al enviarla a la vida nueva en el vete en paz con que termina el relato.
La clave de lectura de todo el relato está en la frase: A quien  poco se le perdona, poco amor muestra”.  Esto quiere decir que el gesto de amor de la pecadora es la consecuencia del perdón recibido.
La mujer expresa el perdón recibido por parte de Jesús  con una grandeza casi inigualable; sin pronunciar ni un sola palabra en toda la escena, ella hace con Jesús gestos profundamente femeninos y maternos, que el mismo Señor resumirá con la frase mucho amó”. 
c.   Los profundos signos del amor.
Con una gran y silenciosa elocuencia de amor, la mujer se descubre profundamente amada por Jesús, ella lo demuestra así:
Ø  Se pone detrás de Jesús;
Ø  Llora;
Ø  Moja sus pies con las lágrimas;
Ø  Le seca los pies con los cabellos;
Ø  Besa sus pies;
Ø  Lo unge con el perfume.
La mujer, que ha creído en Jesús y acoge el don de su perdón, inicia una vida nueva expresada en la capacidad de donación representada  en el perfume de altísimo valor que invierte en Jesús y en el don total de sí misma. 
Esta mujer ya no es la prostituta, ni el objeto sexual que todavía creía ver el fariseo, sino una mujer auténtica y digna, rescatada desde lo mejor de sí misma, desde su feminidad, desde su humanidad convertida por la fuerza del perdón en la imagen más bella del amor oblativo que los evangelios nos presentan después de la cruz de Jesús.  El amor despierta para el amor.
4.  El pecado: “Ver la paja en el ojo ajeno”.
“¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Lc 6,41-42)
Estas palabras de Jesús deben resonarnos hoy. Todos tenemos mucho que aprender de ellas. Tenemos que escucharlas, meditarlas en nuestro corazón, y ponerlas en práctica en nuestra vida de cada día.
Jesús nos conoce bien, sabe cuáles son nuestras mayores debilidades en el campo de las relaciones con los demás, y quiere que trabajemos mucho para superarlas, pues son perjudiciales para nosotros en todos los sentidos.
Esto es evidente, hombres y mujeres de toda clase y condición, tenemos una inclinación malsana y persistente, a criticar a los otros. Vemos con mucha facilidad los defectos y malas acciones que quienes nos rodean, y ello nos lleva a criticarlos, en nuestro corazón y de viva voz, por una razón o por otra, la mayoría de las veces con gran dureza.
Olvidamos por completo que nosotros tenemos defectos, y que éstos pueden ser incluso más graves que los de quienes criticamos. Nos erigimos en jueces que juzgan y condenan sin piedad a todo el que se nos pone delante, a la vez que nos hacemos “los de la vista gorda” con nuestra propia conducta, o buscamos el modo de justificarla para que sea aceptada sin más.
Jesús nos invita con insistencia a revisar lo que estamos haciendo en este aspecto y a corregir con prontitud lo que no esté de acuerdo con lo que Él nos enseña, no sólo por el irrespeto al otro, a quien sólo conocemos en apariencia, sino también y sobre todo, por lo dañina que es para nosotros mismos, pues mientras fijamos nuestra atención en el otro, para escudriñar, sin ningún derecho, su modo de ser y de obrar, descuidamos nuestro propio actuar, en el que, muy posiblemente, hay cosas peores, acciones y actitudes más negativas y más perjudiciales, que las que criticamos.
Criticar a los demás, por una razón o por otra, en un sentido o en otro, es fácil, muy fácil. No exige mayor esfuerzo de nuestra parte, y siempre habrá para nosotros un motivo que lo “justifique”, una razón que lo respalde, al menos en apariencia. Pero la vida cristiana auténtica, el seguimiento fiel de Jesús como discípulos suyos, no busca lo fácil ni lo cómodo, sino lo bueno, lo que se ajusta a la voluntad de Dios, que nos ama a todos como hijos y quiere que vivamos como verdaderos hermanos, en el amor y el respeto mutuos.
Examinemos nuestra conciencia y esforcémonos por ser misericordiosos en nuestra vida cotidiana, en nuestras relaciones con los demás. Traerá mucha paz a nuestro espíritu, y nos permitirá ser acogidos con gusto por quienes nos rodean, que nunca se sentirán amenazados por una actitud prepotente y soberbia de parte nuestra.
5.  Terminamos en espíritu de oración.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por nuestra pequeñez; por haber dado más importancia a nuestros gustos que a nuestra propia conciencia; por no haber buscado el fundamento más profundo de nuestra existencia y habernos quedado en la superficie; por no haber sabido descubrir que eres tú quien nos guía y haber ignorado tu santa voluntad; por no haber buscado un clima de silencio interior en el que poder escuchar únicamente tu voz; por no difundir paz y alegría, sino intranquilidad y tristeza.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por haber abandonado fácilmente nuestra oración y habernos excusado cuando no era en absoluto necesario, y por no habernos esforzado por estar pacíficamente en tu presencia; por el tiempo que hemos perdido perezosamente, por las distracciones que hemos admitido, por nuestra indolencia y por las ocasiones que nos hemos presentado ante ti sin la debida preparación.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por haber sido demasiado perezosos para levantarnos y demasiado lentos para ayudar; por no haber aceptado fácilmente los contratiempos o los cambios en nuestros planes; por haber aplazado los proyectos desagradables, hasta el punto de renunciar a ellos en ocasiones; porque nuestras conversaciones son a veces demasiado frívolas; por no haber buscado realmente la profundidad en nuestras vidas.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por nuestros pensamientos denigrantes, nuestros juicios sobre los demás, nuestras críticas injustas y nuestro descontento interior; por las fantasías sensuales que hemos fomentado, por el mal humor y el abatimiento que hemos alimentado.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por no buscarte en nuestros momentos de soledad.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por nuestros juicios temerarios, por la dureza de nuestras palabras, por nuestras opiniones precipitadas, por nuestras mentiras y nuestras verdades a medias.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por no hablar cuando la situación lo requería.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por haber sido sectarios; por haber sembrado divisiones en nuestra familia y entre nuestros amigos; por haber ocasionado enemistades con nuestras murmuraciones; por haber provocado la sospecha; por haber socavado la confianza entre nuestros conocidos.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por haber sido vanidosos; por haber tratado de parecer importantes, de dominar, de cuidar nuestra imagen; por no haber sido realmente sinceros y haber tratado de dar una apariencia que no se corresponde con la realidad; por haber intentado tener popularidad; por haber pretendido estar a la última a toda costa.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por mostrar poco entusiasmo en nuestra fe; porque, con nuestra sofisticada mediocridad, no buscamos tu rostro ni el auténtico significado del evangelio a los ojos del prójimo; por haber sido infieles a nuestra misión; porque, con nuestro egoísmo, hemos intentado hacer compatible con nuestra vocación cristiana lo que no lo es.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por vivir con demasiado lujo; por cerrar nuestros ojos a las necesidades del prójimo; por pretender a toda costa enriquecernos; por haber puesto nuestras necesidades y deseos por encima de los de la comunidad; por haber intrigado para dar preferencia a nuestros propios intereses; por haber tratado de dominar en vez de servir.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por estar demasiado cerrados a las intenciones más profundas de los demás y al más hondo significado del Espíritu Santo en nuestro tiempo.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, por haber sido lentos y tibios y haber vivido más pendientes de la letra que del espíritu; por haber tratado de dejar las cosas tal como están y no haber tenido el valor de comenzar de nuevo.
Perdónanos, Señor.
Perdónanos, Señor, nuestras faltas de omisión: la ayuda que no hemos prestado, el consuelo que no hemos sabido ofrecer, la compasión que hemos negado al deprimido, la inspiración que no hemos dado a quien lo necesitaba, la falta de respuesta a tus ansias de amor.
Perdónanos, Señor. Amén.
 
Siempre he sabido que en el fondo del corazón de todos los seres humanos hay misericordia y generosidad. Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su procedencia o su religión. El odio se aprende, y si es posible aprender a odiar, es posible aprender a amar…”

P. Marco Bayas O. CM


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