viernes, 5 de julio de 2013

XIV DOMINGO ORDINARIO Evangelio: Lc 10,1-12.17-20



XIV DOMINGO ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lc 10,1-12.17-20
“Jesús eligió a setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos… La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha.
Lc 10, 1-12.17-20: En aquel tiempo, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir. Les dijo: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa. Si en ella vive un hombre de paz, recibirá la paz que ustedes le traen; de lo contrario, la bendición volverá a ustedes. Mientras se queden en esa casa, coman y beban lo que les ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los enfermos y digan a su gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”.
Los setenta y dos discípulos volvieron muy contentos, diciendo: “Señor, hasta los demonios nos obedecen al invocar tu nombre”. Jesús les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren que les he dado autoridad para pisotear serpientes y escorpiones y poder sobre toda fuerza enemiga: no habrá arma que les haga daño a ustedes. Sin embargo, alégrense no porque los demonios se someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en los cielos”.
Introducción.
La predicación de Jesús atrae a mucha gente, nace una pequeña comunidad. Primero, dos personas; después otras dos; después, doce; y ahora, en nuestro texto, más de setenta y dos (Lc 10,1). La comunidad va creciendo.
Jesús insiste en la vida comunitaria, dando ejemplo. No quiere trabajar solo. Lo primero que hace al comienzo de su predicación en Galilea es llamar a la gente para que esté con Él y le ayude en su misión (Mc 1,16-20; 3,14). Así nace la comunidad, la nueva familia. El Evangelio de este domingo nos señala normas prácticas para orientar como los setenta y dos discípulos nuestro anuncio de la Buena Nueva y la reconstrucción de la vida comunitaria.
Anunciar la Buena Nueva del Reino y reconstruir la comunidad son dos caras de la misma medalla. La una sin la otra no existe y no se entiende. La lectura del texto y su meditación nos orientan al respecto.
1.  Una división del texto para ayudarnos en la lectura:
Con la pedagogía de la espiral, podemos vislumbrar lo siguiente, en el texto:
v  Lc 10,1: La Misión
v  Lc 10,2-3: La Corresponsabilidad
v  Lc 10, 4-6: La Hospitalidad
v  Lc 10,7: El compartir
v  Lc 10,8: La comunión en torno a la mesa
v  Lc 10,9a: La acogida de los excluidos
v  Lc 10,9b: La venida del Reino
v  Lc 10,10-12: Sacudir el polvo de las sandalias
v  Lc 10,17-20: El nombre escrito en el cielo
a.  Contexto literario e histórico.
Un poco antes del texto de hoy, en Lucas 9,51, empieza la segunda etapa de la actividad de Jesús: un largo camino a Jerusalén (Lc 9,51 a 19,29).
La primera etapa tuvo lugar en Galilea y comenzó con la presentación del programa de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14-21).
En la segunda etapa, entra en Samaria, envía mensajeros delante de Él (Lc 9,52), y consigue nuevos discípulos (Lc 9,57-62). Designa a 72 discípulos y les presenta un programa de acción misionera (Lc 10,1-16).
El objetivo de su misión es la reconstrucción de la vida comunitaria. En tiempos de Jesús existían varios movimientos que, como Él, intentaban un nuevo modo de vivir y convivir: fariseos, saduceos, esenios, zelotes, Juan Bautista y otros. Muchos formaban una comunidad de discípulos (Jn 1,35; Lc 11,1; Hech 19,3), tenían sus misioneros (Mc 23,15). Pero con una gran diferencia.
Las comunidades de los fariseos, por ejemplo, vivían separados de las gentes. Las comunidades que seguían a Jesús vivían en medio de la gente. La propuesta de Jesús para los 72 discípulos rescata los antiguos valores comunitarios que se estaban perdiendo, la hospitalidad, la acogida, el compartir, la comunión alrededor de la mesas, la acogida de los marginados. Jesús intenta renovar y reorganizar las comunidades, de modo que sean de nuevo una expresión de la Alianza, una expresión del Reino de Dios.
b.  Comentario y análisis del texto:

 Lucas 10,1: La Misión:
Jesús envía a los discípulos a lugares donde Él debe ir después. El discípulo es el portavoz y altavoz de Jesús. No es el dueño de la Buena Noticia. Jesús los envía de dos en dos, para favorecer la ayuda mutua, la misión no es individual, sino comunitaria. Dos  representan mejor a la comunidad.
v  Lucas 10,2-3: La corresponsabilidad:
El primer deber es el de orar para que Dios envíe operarios. Los discípulos de Jesús deben sentirse responsables de la misión. Por eso oran al Padre, por la continuidad de la misión. Jesús envía a sus discípulos como corderos en medio de lobos. La misión es una tarea difícil y peligrosa. Y el sistema en el que vivían y en el que vivimos era y continúa siendo contrario a la organización de la gente en comunidades vivas. Quien, como Jesús, anuncia el amor de una sociedad organizada para derribar el egoísmo individual y colectivo, será cordero en medio de lobos, será crucificado.
v  Lucas 10,4-6: La hospitalidad:
Los discípulos de Jesús no pueden llevar nada, ni bolsa, ni sandalias. Sólo deben llevar la paz. Deben confiar en la hospitalidad de la gente. Quien lleva apenas la paz, muestra que tiene confianza en la gente. Piensa que será recibido y la gente se siente respetada y tomada en cuenta. Así se rescataban los antiguos valores de la convivencia comunitaria del pueblo de Dios. No saludar a ninguno por el camino significa que no se debe perder tiempo con las cosas que pertenecen a la misión. ¡Anunciar la Buena Nueva de Dios es un caso de vida o muerte!
v  Lucas 10,7: El compartir:
Los discípulos no deben andar de casa en casa. Deben convivir de modo estable, participar en la vida y en trabajo de la gente del lugar y vivir de aquello que reciben en cambio, porque el operario merece su salario. Es decir que deben tener confianza en el compartir. Por medio de esta nueva práctica, rescatan una de las más antiguas tradiciones del pueblo de Dios, criticando una cultura de acumulación que marcaba la política del Imperio Romano y anunciaban un nuevo modelo de convivencia humana.
v  Lucas 10,8: La comunión en torno a la mesa:
Los discípulos deben comer lo que la gente les ofrece. Cuando los fariseos iban de misión, iban preparados. Portaban alforjas y dinero para procurarse la propia comida. Sostenían que no podían confiar en la comida de la gente, porque no siempre era ritualmente “pura”. Así las observancias de la Ley sobre la pureza legal, en vez de ayudar a superar las divisiones, debilitaban el vivir los valores comunitarios. Los discípulos de Jesús no debían separarse de las gentes, debían aceptar la comunión en torno a la mesa.  El valor comunitario de la convivencia fraterna prevalece sobre las normas rituales. Obrando así, criticaban las leyes de la pureza que estaban en vigor, y anunciaban un nuevo acceso a la pureza, a la intimidad con Dios.
v  Lucas 10,9a: La acogida a los excluidos:
Los discípulos deben ocuparse de los enfermos, curar los leprosos y echar los demonios (Mt 10,8). Deben acoger en el interior de la comunidad a los que de ella fueron excluidos. La práctica de la solidaridad critica la sociedad que excluye una persona del resto de la comunidad. Se recupera la antigua tradición profética del yobel: que se manifestaba cada “siete veces siete años” en la celebración del año jubilar (Lv 25,8-55; Dt 15,1-18).
v  Lucas 10,9b: La venida del Reino:
Hospitalidad, compartir, comunión en torno a la mesa, acogida de los marginados, eran las cuatro columnas que sostenían la vida comunitaria. Pero a causa de la situación difícil de la pobreza, de la falta de trabajo, de la persecución o de la represión por parte de los romanos, estas columnas se habían roto. Jesús quiere reconstruirlas y afirma que si se vuelve a estas cuatro exigencias, los discípulos pueden anunciar a los cuatro vientos: ¡El Reino de los cielos está aquí! Anunciar el Reino no es sólo enseñar verdades o doctrinas, sino llevar a las personas a un nuevo modo de vivir y convivir, a un nuevo modo de pensar y obrar, partiendo de la Buena Nueva que Jesús nos anuncia: Dios es Padre, y nosotros somos hermanos y hermanas.
v  Lucas 10,10-12: Sacudir el polvo de las sandalias:
¿Cómo entender esta amenaza severa? Jesús no ha venido a traer algo nuevo, sino a rescatar los valores comunitarios del pasado: la hospitalidad, el compartir, la comunión en torno a la mesa, la acogida a los marginados. Por eso la severidad contra aquellos que rechazan el mensaje. Pues no rechazan una cosa nueva, sino su pasado, la propia cultura y sabiduría. El programa de Jesús a los 72 discípulos intenta excavar en la memoria, rescatar los valores comunitarios de la más antigua tradición, reconstruir la comunidad y renovar la alianza, rehacer la vida y así hacer que Dios se convierta de nuevo en la gran Buena Noticia para la vida humana.
v  Lucas 10,17-20: El nombre escrito en el cielo:
Los discípulos vuelven de la misión y se reúnen con Jesús para evaluar lo que han hecho. Informan con alegría que en el nombre de Jesús, han conseguido expulsar a los demonios. Jesús les ayuda en el discernimiento. Si ellos han conseguido echar a los demonios, ha sido porque Jesús les ha dado poder. Con Jesús no les podrá suceder nada malo. Jesús dice que lo más importante no es expulsar a los demonios, sino tener sus nombres escrito en el cielo. Es decir la certeza de ser conocidos y amados del Padre. Santiago y Juan habían pedido hacer caer fuego del cielo para matar a los samaritanos (Lc 9,54). Ahora, por el anuncio de la Buena Nueva, Satanás cae del cielo (Lc 10,18) y los nombres de los discípulos samaritanos entran en el cielo, pues muchos pensaban que lo que era samaritano era cosa del demonio, cosa de Satanás (Jn 8,48), ¡Jesús lo cambia todo!

2.  Un decálogo para los misioneros.
Luego de lo dicho, el texto nos coloca ante el perfil de una persona servidora de la Palabra. No hemos sido llamados sólo para “oír” la Palabra sino también para “anunciarla” a todos.
Veamos esquemáticamente, como San Lucas nos propone los rasgos característicos de un misionero: 
1º El misionero reconoce que no se manda a sí mismo, es Jesús quien escoge y envía: “Designó el Señor… y los envió” (10,1ac)
2º El misionero sabe que la misión es tarea de todos los discípulos de Jesús, todos son llamados a ser portadores de la Palabra en comunión con los Doce: “…A otros setenta y dos…” (10,1b)
3º El misionero tiene conciencia eclesial, no anda por cuenta propia sino en equipo: “De dos en dos…” (10,1d)
4º El misionero es un orante, en la oración capta la urgencia de la misión y la recibe de Dios: “Rogad, pues al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (10,2b)
5º El misionero es consciente del riesgo de su tarea, anuncian la Palabra en una sociedad llena de conflictos, la persecución será una constante: “Os envío como corderos en medio de lobos” (10,3)
6º El misionero se hace uno con los pobres, con una opción consciente de despojo personal para que brille en él la eficacia de Dios; no se apega a nada ni a nadie; la misión es urgente y no admite distracciones: “No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino” (10,4)
7º El misionero es una persona de paz, con su manera de ser inauguran un nuevo tipo de relaciones entre las personas donde quiera que entra: “Decid primero: Paz a esta casa…” (10,5-6)
8º El misionero no se afana por la ganancia o la acumulación de bienes, pero “merece su salario”: “Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario” (10,7)
El misionero va prioritariamente donde los marginados y las personas que sufren para que en medio de ellas surja el Reino de Dios: “Curad a los enfermos…” (10,8-9)
10º El misionero no hace alianzas con el mundo ni con sus estructuras que rechaza el proyecto de Dios; al contrario, proféticamente se indigna y toma distancia de las actitudes que son contrarias al querer de Dios; le deja le corresponderá a Dios: “Decid: hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo…” (10,10-11)
3. De la lectura del texto a la vida.
Acuciado por la urgencia del Reino y queriendo multiplicar su predicación, un buen día Jesús se decidió a compartir su misión personal con un grupo escogido de discípulos, al tiempo que los envía, les da una serie de instrucciones a los misioneros:

a. “La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. La primera indicación práctica que Jesús da es la oración: “Rueguen”. La fuente de la misión es Dios mismo. El misionero debe tener siempre presente que es un “obrero”, que está al servicio de un campo de trabajo que no es suyo. El retrato del “obrero” es la imagen de un campesino que trabaja de sol a sol con sus propias manos, que en cada jornada se juega su vida en la labor. Los misioneros orarán con fuerte súplica repitiendo la breve oración que les enseñó Jesús, porque todo proviene de Dios y es para Él.
b. Conciencia de fragilidad/fortaleza: Jesús describe con una frase el ambiente de hostilidad que le aguarda a los misioneros: “Miren que los envío como corderos en medio de lobos”. La metáfora de los lobos y los corderos manifiesta la dolorosa desproporción: ¿resistirán los misioneros?, ¿su personalidad no se derrumbará ante los problemas?. Puesto que la misión no es fácil, hay que estar preparados incluso para el fracaso. Los misioneros, conscientes de su fragilidad, deben tener claro dónde está su fortaleza. Los setenta y dos, así como los Doce, dependen totalmente de Dios para su protección y sostenimiento. Son enviados a la misión sin ningún equipaje como signo de su fe en que Dios suplirá sus necesidades: “No lleven bolso, ni alforja, ni sandalias”. Esta pobreza es en realidad, libertad de corazón.
c. Tres ámbitos del ejercicio de la misión: El texto los describe así:
v  El camino: El misionero en el camino, es una persona despojada, que no tiene ambiciones personales y que está completamente abandonada a la providencia de Dios. La prohibición “no saluden a nadie en el camino”, se refiere al detenerse con amigos o familiares a conversar, una forma de volver atrás y perder la concentración en el servicio de la Palabra de Dios. La misión es urgencia y no admite distracciones ni pérdida de tiempo.
v  La casa: No detenerse en el camino, sí en una casa. En la evangelización de la casa Jesús hace dos precisiones. “Digan primero: Paz a esta casa”. Es la invocación de las bendiciones de Dios sobre ese hogar. Puesto que es “don”, puede ser aceptada o rechazada, pero “si hubiere allí un hijo de paz”... El “hijo de paz” es la persona abierta a la Palabra y a los dones de Dios. “Permanezcan en la misma casa”: si se encuentra una respuesta, aunque sea mínima, se debe permanecer en esa casa al servicio de la gente. La hospitalidad manda que la acogida del huésped incluya la alimentación y la dormida, esto ya es “su salario”. Hay que hacer procesos de evangelización completos, no dejar tareas inconclusas, por eso: “No vayan de casa en casa”.
v  La ciudad: Dos posibilidades: acogida o rechazo. En caso de acogida, los misioneros hacen lo mismo que Jesús: predican la llegada del Reino de Dios, con palabras y obras; con la autoridad de Jesús curan y exorcizan. Si los misioneros son rechazados, deben decir “hasta el polvo de su ciudad que se nos ha pegado a los pies, se los sacudimos”. Este acto es una manera oriental de mostrar que no se apoya la injusticia reinante.
El misionero no cambiará su mensaje para ganarse el favor de la gente. Con todo, deja una puerta abierta para la conversión en cualquier momento: “Pero sepan, con todo, que el Reino de Dios ha llegado”.
d. El regreso de la misión es una fiesta: La alegría debe caracterizar al misionero. La alegría por el éxito de la misión es una alegría diferente: gozo, maravilla, alabanza y bendición. El discípulo se maravilla por tres razones: 

v por la obra de Dios: la destrucción del mal y el destronamiento del maligno;
v por haber sido instrumento de esta victoria, Jesús le ha dado su “poder” y
v porque sus nombres “están escritos en los cielos”.
Qué bendición, verdad.
Como misioneros, preguntémonos: ¿Cómo me he sentido después de la misión?, ¿Qué alegría he experimentado, qué certezas ha dejado en mí?
4.  ¡Deber cumplido!
Todos tenemos conciencia de nuestros deberes y de los beneficios que proporciona el ser disciplinado y responsable, pero resulta más fácil y agradable funcionar al mínimo y eludir los compromisos.
Esta actitud está generalizada por un enfoque erróneo de la vida. Cómo cambiarían las cosas si en vez de pensar en los beneficios inmediatos pensáramos en los beneficios del deber cumplido.
No tenemos garantizados los éxitos inmediatos, porque dependen de muchos factores, pero sí podemos garantizar los éxitos definitivos, porque dependen del deber cumplido más que de las circunstancias externas.
Muchas personas sienten el "deber" como una imposición, cuando en realidad es un aliado que conduce al desarrollo, al progreso y a la libertad.
Cuando aceptemos los deberes como parte fundamental de la vida, entonces, cada esfuerzo y cada decisión, se convierten en un placer, sin que importe el "sacrificio" que haya que hacer, porque es un paso que acerca a la meta. Cuando no hay motivación o razones para luchar, todo se hace cuesta arriba.
Existen "deberes superficiales", impuestos por la sociedad, que distraen y ocupan el tiempo de las personas y que no conducen a ninguna parte. La vida es corta y la energía limitada. No podemos vivir distraídos ni malgastar el tiempo y la energía en cosas superfluas que no dejan ningún beneficio. 

La sociedad actual requiere proyectos serios que la transformen. Pero no se quieren asumir deberes ni compromisos serios y   responsables; en consecuencia, la vida de la mayoría está hecha de pequeños compromisos y de pequeños deberes que no sirven para nutrir el corazón ni la mente.
El valor de las personas se mide por la grandeza de sus proyectos, de sus retos y de sus compromisos. Pero existen muchos conceptos erróneos acerca de los retos. Por ejemplo, admiramos a quienes escalan el Everest, porque es un reto casi inalcanzable, pero consideramos normal el hecho de que los padres consagren su vida al trabajo y al cuidado de sus hijos, que los científicos dediquen su vida a la investigación y que existan personas que consagran su vida al servicio de los demás.
Cuanto mayor es el deber, más esfuerzo exige y mayor es el premio en forma de desarrollo y satisfacción.
El deber cumplido genera tal satisfacción y tal plenitud que se convierte en el mayor premio de la vida. Es una satisfacción íntima y profunda que da verdadero sentido a la vida. Esta experiencia es el mayor estímulo para asumir mayores compromisos.
Si los padres enseñaran a sus hijos a sentirse felices y orgullosos por el deber cumplido, tendríamos una sociedad, más responsable, más honesta y más feliz. "No premies con regalos el cumplimiento de sus deberes, porque, además de corromper su conciencia, les privarás del placer del deber cumplido".
En el mundo hay personas consagradas a servir a Dios y a los más necesitados que trabajan sin esperar reconocimiento, ni agradecimiento de nadie, y, sin embargo, son felices, porque "el deber cumplido" da pleno sentido a su vida. Encuentra tu reto, encuentra tu deber y sé fiel a él.
El cerebro humano es poderoso, pero tiene un límite. Muchos sufren de angustia, de estrés y de enfermedades psicosomáticas, debido a la tensión acumulada por excesiva responsabilidad. Es importante que cada uno elija sus deberes y se haga responsable de ellos, pero nunca puede ser esclavo del deber.
5.  Terminamos en espíritu de oración.
Oración de un Misionero Mártir (San Juan Gabriel Perboyre CM 1802-1840)

¡Oh, mi Divino Salvador!,
haz, por tu omnipotencia y tu infinita misericordia,
que yo cambie y me transforme totalmente en Ti.
Que mis manos sean las manos de Jesús,
que mis ojos sean los ojos de Jesús,
que mi lengua sea la lengua de Jesús;
que todos mis sentidos y todo mi cuerpo
sólo sirvan para glorificarte;
pero, sobre todo, transforma mi alma y todas sus potencias:
que mi memoria, que mi inteligencia, que mi corazón,
sean la memoria, la inteligencia y el corazón de Jesús;
que mis actos, mis sentimientos
sean semejantes a tus actos, a tus sentimientos;
y que, como tu Padre decía de Ti: “Yo te he engendrado hoy”,
puedas Tú decir lo mismo de mí y agregar también con tu Padre celestial:
“He ahí a mi hijo bien amado, objeto de mis complacencias”.
Amén.

Como una bendición: (Joseph Nguyen Công Doan, SJ)
¡Señor, dispón de mí según tu voluntad!
Haz que sea pies y manos para los cojos y los mancos,
ojos para los ciegos,
oídos para los sordos,
boca y lengua para los mudos,
voz para las víctimas de la injusticia.
¡Señor, envíame a tu mies!
Haz que lleve alimento a los que tienen hambre,
agua a los que tienen sed,
medicina a los enfermos,
vestido a los desnudos,
abrigo a los que tiemblan de frío.
¡Señor, envíame a los caminos desiertos!
Haz que sea una lámpara que ilumine los pasos
de los perdidos en la oscuridad,
fuego en la noche,
fuego que caliente a los que entumece el frío.
Haz que sea testigo de la compasión
para aquellos que caminan en su soledad.
Haz que devuelva la dignidad a los oprimidos,
haz que dé la libertad a los abatidos.
¡Señor, envíame a los lugares más remotos!
Haz que lleve la paz a los que viven en discordia,
la serenidad a los que viven en la angustia,
el consuelo a los que sufren,
la felicidad a los afligidos,
la suerte a los privados de ella.
¡Señor, hazme como una buena suerte!
Que dé felicidad a todos los desposeídos
que encuentre en mi camino.
Haz que ningún miedo me detenga,
que avance por el océano de la vida
con un corazón de volcán
y dulces manos como las de una madre.
¡Señor, conviérteme en un instrumento disponible para todo!
Que a todos lleve la paz y la alegría de la felicidad.
Mi suerte la pongo en tus manos.
Tú que eres Dios, Amor y Sentido de la vida,
dame la plenitud de tu esperanza
para que en ti y sólo en ti encuentre mi felicidad.
Amén.


La "nueva época misionera" abre nuevos horizontes al anuncio del evangelio. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador". Probablemente nos encontramos ante el mayor desafío histórico que ha tenido la Iglesia, en el sentido de reclamar una renovación eclesial que haga de personas y de comunidades un signo creíble de las bienaventuranzas. Se necesitan “nuevos santos para evangelizar al hombre de hoy”.
P. Marco Bayas O. CM

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