REFLEXIONES
A PROPÓSITO DE LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA
DE UNIDAD DE LOS CRISTIANOS.
La Semana de Oración
por la Unidad de los Cristianos se celebra del 18 al 25 de enero. Fecha propuesta
en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de san Pedro y
la de san Pablo, y que tiene un significado simbólico. En el hemisferio Sur, el
mes de enero es tiempo de vacaciones de verano; se prefiere adoptar otra fecha,
en torno a Pentecostés (sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926)
que representa otra fecha simbólica para la unidad de la Iglesia.
Este
año 2015, el ícono referencial para el diálogo y la oración es el encuentro de
Jesús con la Samaritana junto al pozo de Sicar.
«Dame
de beber». Es el deseo de todo
ser humano. Dios, que se hace hombre en Cristo (Juan 1,14) y se vacía a sí
mismo para compartir nuestra humanidad (Filipenses 2,6-7), es capaz de decirle
a la mujer samaritana: «Dame de beber»
(Juan 4,7). Este Dios que sale a nuestro encuentro nos ofrece el agua viva: «el que beba del agua que yo quiero darle,
nunca más volverá a tener sed sino que esa agua se convertirá en su interior en
un manantial capaz de dar vida eterna» (Jn 4, 14).
El
encuentro entre Jesús y la samaritana nos invita a probar agua de un pozo
diferente y a ofrecer un poco de la nuestra. En la diversidad nos enriquecemos
mutuamente. La Semana de Oración por la Unidad es una ocasión privilegiada para
la oración, el encuentro y el diálogo. Es una oportunidad para reconocer las
riquezas y los valores que están presentes en el otro, el distinto, y para
pedir a Dios el don de la unidad.
"Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios" (Mt 5,9)
Esta
bienaventuranza presupone que reinen en nuestro corazón las otras bienaventuranzas.
Si tienes tu alma limpia de culpa, procura que no nazcan disensiones ni
disputas por tu causa. Empieza por tener paz en ti mismo y podrás ofrecer paz a
los demás. Jesús dice: "Bienaventurados los pacíficos"
Afirma
San Agustín: “La paz es la tranquilidad
del orden” y el orden es la disposición por medio de la cual se concede a
cada uno su lugar, según que sean iguales o desiguales.
Cuando
los que quieren la guerra no buscan otra cosa que encontrar la paz batallando,
esta no es la paz de Dios. Los pacíficos se llaman bienaventurados, porque
primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos
en conflicto. ¿De qué te aprovechará el
que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios?
(San Jerónimo)
Son
pacíficos aquellos que, teniendo en paz todos los movimientos de su alma y
sujetos a la razón, dominan la concupiscencia de la carne y se constituyen en obreros
del Reino de Dios. En ellos, todas las cosas están ordenadas, desde su
inteligencia y su razón. No puede mandar a los inferiores quien no está
subordinado a los superiores.
Se
llaman pacíficos, no sólo los que reconcilian a los enemigos por medio de la
paz, sino también aquellos, que olvidando las malas acciones, aman la paz.
Aquella paz es bienaventurada, la que subsiste en el corazón y no sólo en las
palabras. Los que aman la paz son los hijos de la paz. Aquella paz que ofrece la
otra mejilla.
¿Y
el premio? La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción como
hijos: "Porque serán llamados hijos de Dios". Sólo se puede
entrar a formar parte de la familia de Dios si vivimos en paz mutuamente por medio de la
caridad fraterna.
Son
pacíficos los que no pelean ni se aborrecen mutuamente, sino los que reúnen a
los litigantes y los hacen entrar en armonía. Es la misión del Unigénito:
reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí
mismos, es decir, quiere poner paz en nuestro corazón frente a todas las
tentaciones.
La
paz interior y exterior no depende de nuestro esfuerzo. Durante la celebración eucarística
el sacerdote dice: "Señor Jesucristo, que dijiste a tus
apóstoles 'la paz les dejo, mi paz les doy', no mires nuestros pecados sino la
fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad".
Luego extiende las manos y dice: "La paz del Señor sea siempre con ustedes".
¿Qué es esta paz? Un
maravilloso regalo que Jesucristo nos ha
ganado con su sangre: ”Pero ahora, en Cristo Jesús y por su sangre, ustedes que estaban lejos han
venido a estar cerca. Él es nuestra paz. Él ha destruido el muro de separación,
el odio, y de los dos pueblos ha hecho uno solo. En su propia carne destruyó el
sistema represivo de la Ley e hizo la paz; reunió a los dos pueblos en él,
creando de los dos un solo hombre nuevo.
Destruyó el odio en la
cruz, y habiendo reunido a los dos pueblos, los reconcilió con Dios por medio
de la misma cruz. Vino como evangelizador de la paz: paz para ustedes que
estaban lejos, y paz para los judíos que estaban cerca.
Y por él los dos pueblos
llegamos al Padre en un mismo Espíritu. Así, pues, ya no son extranjeros ni
huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos; ustedes son de la casa
de Dios.
Están cimentados en el
edificio cuyas bases son los apóstoles y profetas, y cuya piedra angular es
Cristo Jesús”. (Ef 2,13-20)
Jesucristo
necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y en nuestra vida porque él
respeta nuestra libertad: ”Mira que estoy a la puerta y llamo. Si
alguien me oye y me abre, entraré y cenaremos juntos, yo con él y él conmigo"
(Ap 3,20)
El
apóstol Juan, indica con radicalismo: “Todo el que aborrece a su hermano es
un asesino; y ya saben que ningún asesino tiene vida eterna” (1 Jn 3,15)
Hoy, paz, armonía y
fraternidad parecen tan distantes; es tan diferente en cada uno el concepto
sobre Dios, sobre la vida, sobre la verdad, el amor…, que parece que hay muchos dioses o que existe
un dios para cada uno.
Mucho se han
acostumbrado a la maldad existente, que no se meditan las causas que la
originan. El mundo se agita en medio de una tempestad y ha perdido el
rumbo.
Lapidariamente dijo
Einstein: “La vida es muy peligrosa. No por las personas que
hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”
La niñez conoce la
amargura y endurece su corazón, los adultos sienten rencores, ambiciones, y
odios; a los adolescentes y a todos llega el veneno acumulado a través de los
tiempos.
Se atenta contra la
vida, existe soledad en el espíritu y tristeza en el corazón, hay luto
y lágrimas, pobreza material y espiritual ¡El mal se ha multiplicado,
ofuscando mentes y corazones!
La humanidad sufre
estas consecuencias, porque a través de los tiempos ha desoído la voz de
la conciencia alterando la Ley, en su forma de pensar, actuar, y vivir.
La tristeza de la
humanidad, se ha convertido en un clamor que ha llegado a los cielos.
¿Cuándo habrá verdadera comprensión y amor entre los seres, cuándo podremos
vivir en verdadera armonía, cuándo habrá justicia en los jueces,
magnanimidad en los gobernantes, cariño y amor a la creación?
Cuando el orden de la
vida cambie, y miremos fuera de nosotros mismos, cuando desparezcan soberbia,
orgullo y vanidad, cuando el odio no sea tomado como verdad.
Para que la
oración, sea efectiva, tiene que estar acompañada de la regeneración y
de buenas obras, no basta con pensar. Todas las horas y todos los
sitios son propicios para orar.
Es necesario que
la fuerza de la oración, supere el estruendo de las armas y de la maldad.
Todos sin excepción
somos responsables del caos: ¡el que esté
libre de pecado que arroje la primera piedra!. Es necesario por tanto,
trabajar por la paz y la unidad.
Quien no provoca
la guerra, es responsable de la paz. “No
hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Porque la verdadera
paz no se logra con mandatos, ni decretos, con odio, atentados, sembrando
terror, dolor, pérdida…
¿Es necesario tanto
dolor para reflexionar, cuántos más deben morir, cuántos más deben llorar,
cuántos más deben elevar gritos de súplica, rogando por el sentido común, por
la paz…?
Con dolor y estupor lo
comparto, mi alma no está quieta, se agita ante el sufrimiento, a veces, somos
testigos impávidos de la degradación.
La paz y la
unidad son un deseo constante del corazón humano, ya lo decía Juan XXIII: “La paz en la Tierra, anhelo profundo de los
seres humanos de todos los tiempos, no se puede instaurar ni consolidar si no
es dentro del pleno respeto del orden establecido por Dios” (Pacem in
Terris)
El corazón de cada cristiano debe representar, en miniatura, a la Iglesia Católica, pues el mismo Espíritu hace, tanto de la Iglesia entera como
de cada uno de sus miembros, el Templo de Dios. Del mismo modo que se debe a él la unidad de la Iglesia,
asimismo él hace que el alma sea una, a pesar de sus diversos gustos, facultades y de sus tendencias
contradictorias.
El Espíritu da la paz a todas las naciones. Mientras los cristianos no
busquemos la unidad y la paz en el propio corazón, jamás la Iglesia estará en
paz y unidad en el seno de este mundo que la envuelve. Y mientras la humanidad
esté en este lamentable estado de desorden que constatamos, no habrá
particularmente ningún país, simple porción de esta Iglesia, que no se
encuentre él mismo en un estado de gran confusión religiosa.
Oremos por un
mundo mejor, oremos por lo niños y por todos para que la paz, la
luz y el amor sean el camino.
Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo
la fuerza de buscar al Señor (Sofonías 2,3) y de seguirle siempre, con alegría,
por el camino de las Bienaventuranzas, de la unidad y del amor.
Radio María,
se une a esta jornada e invita a sus oyentes a formar una comunión de oración.
En Cristo,
María y San Vicente de Paúl.
P. Marco
Bayas O. CM
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