lunes, 19 de enero de 2015

REFLEXIONES A PROPÓSITO DE LA SEMANA ORACIÓN POR LA DE UNIDAD DE LOS CRISTIANOS.

REFLEXIONES A PROPÓSITO DE LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA DE UNIDAD DE LOS CRISTIANOS.

La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos se celebra del 18 al 25 de enero. Fecha propuesta en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de san Pedro y la de san Pablo, y que tiene un significado simbólico. En el hemisferio Sur, el mes de enero es tiempo de vacaciones de verano; se prefiere adoptar otra fecha, en torno a Pentecostés (sugerido por el movimiento Fe y Constitución en 1926) que representa otra fecha simbólica para la unidad de la Iglesia.
Este año 2015, el ícono referencial para el diálogo y la oración es el encuentro de Jesús con la Samaritana junto al pozo de Sicar.
«Dame de beber». Es el deseo de todo ser humano. Dios, que se hace hombre en Cristo (Juan 1,14) y se vacía a sí mismo para compartir nuestra humanidad (Filipenses 2,6-7), es capaz de decirle a la mujer samaritana: «Dame de beber» (Juan 4,7). Este Dios que sale a nuestro encuentro nos ofrece el agua viva: «el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed sino que esa agua se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna» (Jn 4, 14).
El encuentro entre Jesús y la samaritana nos invita a probar agua de un pozo diferente y a ofrecer un poco de la nuestra. En la diversidad nos enriquecemos mutuamente. La Semana de Oración por la Unidad es una ocasión privilegiada para la oración, el encuentro y el diálogo. Es una oportunidad para reconocer las riquezas y los valores que están presentes en el otro, el distinto, y para pedir a Dios el don de la unidad.
"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios" (Mt 5,9)
Esta bienaventuranza presupone que reinen en nuestro corazón las otras bienaventuranzas. Si tienes tu alma limpia de culpa, procura que no nazcan disensiones ni disputas por tu causa. Empieza por tener paz en ti mismo y podrás ofrecer paz a los demás. Jesús dice: "Bienaventurados los pacíficos"
Afirma San Agustín: “La paz es la tranquilidad del orden” y el orden es la disposición por medio de la cual se concede a cada uno su lugar, según que sean iguales o desiguales.
Cuando los que quieren la guerra no buscan otra cosa que encontrar la paz batallando, esta no es la paz de Dios. Los pacíficos se llaman bienaventurados, porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos en conflicto. ¿De qué te aprovechará el que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios? (San Jerónimo)
Son pacíficos aquellos que, teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón, dominan la concupiscencia de la carne y se constituyen en obreros del Reino de Dios. En ellos, todas las cosas están ordenadas, desde su inteligencia y su razón. No puede mandar a los inferiores quien no está subordinado a los superiores.
Se llaman pacíficos, no sólo los que reconcilian a los enemigos por medio de la paz, sino también aquellos, que olvidando las malas acciones, aman la paz. Aquella paz es bienaventurada, la que subsiste en el corazón y no sólo en las palabras. Los que aman la paz son los hijos de la paz. Aquella paz que ofrece la otra mejilla.
¿Y el premio? La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción como hijos: "Porque serán llamados hijos de Dios". Sólo se puede entrar a formar parte de la familia de Dios si  vivimos en paz mutuamente por medio de la caridad fraterna.
Son pacíficos los que no pelean ni se aborrecen mutuamente, sino los que reúnen a los litigantes y los hacen entrar en armonía. Es la misión del Unigénito: reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí mismos, es decir, quiere poner paz en nuestro corazón frente a todas las tentaciones.
La paz interior y exterior no depende de nuestro esfuerzo. Durante la celebración eucarística el sacerdote dice: "Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles 'la paz les dejo, mi paz les doy', no mires nuestros pecados sino la fe de la Iglesia y conforme a tu palabra concédele la paz y la unidad". Luego extiende las manos y dice: "La paz del Señor sea siempre con ustedes".
¿Qué es esta paz? Un maravilloso regalo que Jesucristo  nos ha ganado con su sangre: ”Pero ahora, en Cristo Jesús y por su sangre, ustedes que estaban lejos han venido a estar cerca. Él es nuestra paz. Él ha destruido el muro de separación, el odio, y de los dos pueblos ha hecho uno solo. En su propia carne destruyó el sistema represivo de la Ley e hizo la paz; reunió a los dos pueblos en él, creando de los dos un solo hombre nuevo.
Destruyó el odio en la cruz, y habiendo reunido a los dos pueblos, los reconcilió con Dios por medio de la misma cruz. Vino como evangelizador de la paz: paz para ustedes que estaban lejos, y paz para los judíos que estaban cerca.
Y por él los dos pueblos llegamos al Padre en un mismo Espíritu. Así, pues, ya no son extranjeros ni huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos; ustedes son de la casa de Dios.
Están cimentados en el edificio cuyas bases son los apóstoles y profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús”.  (Ef 2,13-20)
Jesucristo necesita que lo dejemos obrar en nuestro corazón y en nuestra vida porque él respeta nuestra libertad: ”Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien me oye y me abre, entraré y cenaremos juntos, yo con él y él conmigo" (Ap 3,20)
El apóstol Juan, indica con radicalismo: “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y ya saben que ningún asesino tiene vida eterna” (1 Jn 3,15)
Hoy, paz, armonía y fraternidad parecen tan distantes; es tan diferente en cada  uno el concepto sobre Dios, sobre la vida, sobre la verdad, el amor…, que  parece que hay muchos dioses o que existe un dios para cada uno.

Mucho se han  acostumbrado a la maldad existente, que no se meditan las  causas que la originan. El mundo se agita en medio de una tempestad y  ha perdido el rumbo.
Lapidariamente dijo Einstein: La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”
La niñez conoce la amargura y endurece su corazón, los adultos sienten rencores, ambiciones, y odios; a los adolescentes y a todos llega el veneno acumulado a través de los tiempos.
Se atenta contra la vida, existe soledad en el espíritu y tristeza en el corazón, hay luto y lágrimas, pobreza material y espiritual ¡El mal se ha multiplicado, ofuscando mentes y corazones!
La humanidad sufre  estas consecuencias, porque a través de los tiempos ha desoído la voz de la  conciencia alterando la Ley, en su forma de pensar, actuar, y vivir.
La tristeza de  la humanidad, se ha convertido en un clamor que ha llegado a los cielos. ¿Cuándo habrá verdadera comprensión y amor entre los seres, cuándo podremos vivir en verdadera armonía, cuándo habrá justicia en los jueces, magnanimidad en los gobernantes, cariño y amor a la creación?
Cuando el orden de la vida cambie, y miremos fuera de nosotros mismos, cuando desparezcan soberbia, orgullo y vanidad, cuando el odio no sea tomado como verdad.
Para que la oración, sea efectiva, tiene que estar acompañada de la regeneración y de buenas obras, no basta con pensar. Todas las horas y  todos los sitios son propicios para orar.
Es necesario que  la fuerza de la oración, supere el estruendo de las armas y de la maldad.
Todos sin excepción somos responsables del caos: ¡el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra!. Es necesario por tanto, trabajar por la paz y la unidad.
Quien no  provoca la guerra, es responsable de la paz. “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Porque la  verdadera paz no se logra con mandatos, ni decretos, con odio, atentados, sembrando terror, dolor, pérdida…
¿Es necesario tanto dolor para reflexionar, cuántos más deben morir, cuántos más deben llorar, cuántos más deben elevar gritos de súplica, rogando por el sentido común, por la paz…?
Con dolor y estupor lo comparto, mi alma no está quieta, se agita ante el sufrimiento, a veces, somos testigos impávidos de la degradación.
La paz y la unidad son un deseo constante del corazón humano, ya lo decía Juan XXIII: “La paz en la Tierra, anhelo profundo de los seres humanos de todos los tiempos, no se puede instaurar ni consolidar si no es dentro del pleno respeto del orden establecido por Dios” (Pacem in Terris)
El corazón de cada cristiano debe representar, en miniatura, a la Iglesia Católica, pues el mismo Espíritu hace, tanto de la Iglesia entera como de cada uno de sus miembros, el Templo de Dios. Del mismo modo que se debe a él la unidad de la Iglesia, asimismo él hace que el alma sea una, a pesar de sus diversos gustos, facultades y de sus tendencias contradictorias.
El Espíritu da la paz a todas las naciones. Mientras los cristianos no busquemos la unidad y la paz en el propio corazón, jamás la Iglesia estará en paz y unidad en el seno de este mundo que la envuelve. Y mientras la humanidad esté en este lamentable estado de desorden que constatamos, no habrá particularmente ningún país, simple porción de esta Iglesia, que no se encuentre él mismo en un estado de gran confusión religiosa.
Oremos por un mundo  mejor, oremos por lo niños y por todos para  que la paz, la luz y el amor sean el camino.
Invoquemos a la Virgen María, la bienaventurada por excelencia, pidiendo la fuerza de buscar al Señor (Sofonías 2,3) y de seguirle siempre, con alegría, por el camino de las Bienaventuranzas, de la unidad y del amor.
Radio María, se une a esta jornada e invita a sus oyentes a formar una comunión de oración.
En Cristo, María y San Vicente de Paúl.

P. Marco Bayas O. CM

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