X DOMINGO
ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Juan
16,12-15
Solemnidad del
Cuerpo y la Sangre del Señor
“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará
hasta la verdad completa…” La
Eucaristía: Jesús amor multiplicado para todos
Lucas
9,11-17: En
aquel tiempo, “Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y él, acogiéndolas,
les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de
ser curados. Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le
dijeron: “Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno
y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado”.
El
les dijo: “Dadles vosotros de comer”. Pero ellos respondieron: “No tenemos más
que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos
para toda esta gente”. Pues había como 5.000 hombres. El dijo a sus discípulos:
“Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así, e
hicieron acomodarse a todos.
Tomó
entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo,
pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los
discípulos para que los fueran sirviendo a la gente. Comieron todos hasta
saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos”.
“Pronunció
sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para
que los fueran sirviendo a la gente”.
Introducción.
Después de celebrar dos
solemnidades de “comunión”: Pentecostés y la Santísima Trinidad, celebramos ahora
la “comunión eucarística” con Jesús.
La celebración del “Cuerpo
y la Sangre del Señor” o “Corpus Christi” o “Corpus Domini”, nos sitúa
en el plano de la amistad con Jesús y nos invita a tomar conciencia del hecho
que esta amistad tiene una dimensión sacramental que se realiza en el misterio
Eucarístico, que el mismo Jesús instituyó. Fue Jesús mismo quien dijo de qué
manera permanecería en medio de sus discípulos y cómo continuaría la comunión
comenzada en el discipulado de los caminos de Galilea, el cual tuvo su culmen
en el amor total expresado por el Maestro con los brazos abiertos en la Cruz.
La Eucaristía es el Sacramento que contiene
verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y
Divinidad, toda la Persona de Cristo vivo y glorioso, bajo las apariencias de
pan y vino.
Los católicos, creemos que Jesucristo está
personalmente presente en el altar siempre que haya una hostia consagrada en el
sagrario. Es el mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que andaba
por los caminos de Galilea y Judea. Creemos que El viene ahora como nuestro
huésped personal, cada vez que recibimos la Santa Comunión.
- Una Breve Catequesis sobre la Eucaristía.
Muchos contradictores de la Iglesia Católica
aducen que la Eucaristía no tiene fundamento bíblico.
Repasemos, en primer lugar, la historia bíblica,
para sustentar la verdad de Dios, la verdad de la Eucaristía.
- Los antecedentes sacrificiales.
Desde la segunda generación de seres humanos, Caín
con los frutos de la tierra y Abel con las primeras crías nacidas de sus
rebaños, ya los hombres le hacen sacrificios a Dios (Gén 4,3-4).
Noé construyó altares a Yahvé en donde le ofrecía
los sacrificios de animales puros, sin defecto, pues Dios así lo pedía (Gén
8,20).
Abraham también lo hizo. Dios le pidió para probar
su Fe que sacrificara a Isaac su hijo deteniéndolo cuando iba a hacerlo y
proveyéndole el cordero que finalmente fue sacrificado a cambio de Isaac (Gén
22, 13).
Isaac ya adulto también construyó altares a Yahvé
(Gén 26, 25).
Los Patriarcas antes del Éxodo muestran que el
Altar y el sacrificio de animales a Dios por parte de los creyentes es una
costumbre cultivada por ellos y nacida de la relación y conocimiento que tenían
de Dio.
Esta costumbre personal o tribal se volvió de todo
el pueblo desde el Éxodo. Dios pidió a través de Moisés y Aarón que para
preparar su salida de Egipto sacrificaran al anochecer un cordero o un cabrito
por casa, sin defecto y sin quebrarle hueso alguno, de menos de un año, el
que debían comer asado y con pan sin levadura. Y sin guardar nada para el
día siguiente pues lo que sobrara debía quemarse. El pan sin levadura debía
comerse también durante los siguientes siete días.
Se instituye la celebración de la Pascua, el paso
de la esclavitud a la libertad del pueblo elegido por la intervención divina
(Ex 12). Y con la sangre del cordero sacrificado usada como señal en sus
puertas los judíos se libraban de la muerte, preservándoles Dios la vida al no
entrar el Ángel exterminador en sus casas (12,13).
Esta ceremonia la celebraba año tras año el pueblo
judío en Jerusalén, a donde se trasladaban desde todos los lugares de
residencia.
En la renovación de la Alianza con el pueblo,
después de "los sacrificios de comunión" y la lectura del Libro de la
Alianza, la sangre de los animales era rociada al pueblo, con lo que se sellaba
su pertenencia a la misma: “En aquellos
días: Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del
Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: “Estamos decididos a poner en
práctica todas las palabras que ha dicho el Señor”. Moisés consignó por escrito
las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un
altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce
tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos
ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de
comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y
derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y
lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: “Estamos resueltos a poner en
práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho”. Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo,
diciendo: “ésta es la Sangre de la alianza
que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas
cláusulas” (Ex 24,5-8).
La sangre era usada para rociar al pueblo porque
significaba la vida, porque sin ella nadie podía vivir. Al recibir la sangre de
la Alianza y ser fiel a ella el pueblo recibía la vida, la vida eterna, la vida
de Dios.
- De la Cena Pascual a la Eucaristía.
En medio de ésta celebración Jesús instituyó la
Eucaristía: "Mientras comían, Jesús
tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
“Tomen y coman; ESTO ES MI CUERPO”.
Después tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: «Beban todos de
ella: ESTA ES MI SANGRE, LA
SANGRE DE LA ALIANZA, que es derramada por muchos, para el perdón de sus
pecados", (Mt 26,26-28).
Cuando Jesús dijo a sus Apóstoles con
la Copa Eucarística en la mano: "Esta Copa es el Nuevo Pacto en mi Sangre",
1 Cor 11,25, quiso decir que la Eucaristía y no sólo la Sangre
derramada en la Cruz, conforman lo central y fundamental de la fe
cristiana, su renovación permanente por nosotros, lo que nos hace
partícipes, portadores de la Nueva Alianza porque lleva a nuestro interior el
sacrificio de Jesús en el Gólgota y es a través de la cual, la muerte de Jesús
en la cruz se concreta en nosotros y somos rociados con la Sangre que Cristo
derramó en ella, para hacer parte de este nuevo pacto, tal como lo hizo Moisés
en el pacto antiguo (Ex 24,7-8).
"Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo
mío",
en recuerdo suyo porque la muerte y resurrección de Cristo está realizándose de
nuevo, la misma que sucedió en la Cruz, ahora se da en cada Eucaristía, porque
el Sacerdote está participando del Sacerdocio de Cristo recibido de la Unción Sacerdotal
que el mismo Jesús recibió en su Bautismo y que la dio también a la Iglesia
desde Pentecostés hasta hoy: el Espíritu Santo.
"Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa,
anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga", la Eucaristía anuncia y
realiza de nuevo su muerte en nosotros cuantas veces la comemos y bebemos,
hasta que la muerte sea definitivamente vencida, 1 Cor 15,26, y resucite en
nosotros por la manifestación visible de su Espíritu, Hch 2, 1ss. Por ello dijo
Pablo "Estoy crucificado con Cristo, ya no vivo yo, es Cristo quien vive
en mi", Gal 2, 20.
Cada Eucaristía es la prolongación en el tiempo
del Sacrificio de Cristo en la Cruz, y significa nuestra aceptación de la
alianza hecha por Cristo. Por ello quien
no asiste a la Eucaristía, no renueva esa alianza sellada con todos.
La Eucaristía nos hace partícipes del sacrificio
de Cristo en la Cruz, se continúa de modo mejor la Alianza Antigua de Moisés, sólo
que ahora el Cordero es Jesús, el mismo Hijo de Dios que se entrega por
nosotros.
Esto a la manera de los sacrificios de corderos
que realizaban los sacerdotes anteriores del Antiguo Testamento para expiar los
pecados del pueblo, pasar de las especies a su Cuerpo y su Sangre, y darla a
los fieles como alimento espiritual, lo que los apóstoles solo hicieron después
de Pentecostés, después de la manifestación visible del Espíritu a ellos.
Al comer su Cuerpo y beber su Sangre Eucarística
somos lavados poco a poco de nuestros pecados, hasta que el Señor venga y
resucite en nosotros, hasta que se nos manifieste visiblemente: "anunciáis la muerte del Señor hasta
que venga".
Por ser la Copa de la Alianza, la Eucaristía,
Jesús pide al Padre que aparte de Él esa Copa antes de la crucifixión, y suda
sangre, Dios le muestra que Él mismo se convertirá en Copa con su sacrificio. Por
ello, porque el Padre necesita que su Hijo sea Eucaristía, no le evita la
crucifixión y le envía los ángeles a consolarlo. (Jn 17,1-11)
A este milagro en el que la persona y la esencia
de Jesús pasan a las especies del Pan y del Vino llamamos "Transubstanciación".
El pan y el vino dejan de serlo para ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se
convierten en otra sustancia, en la del Señor, por la invocación que hace el
sacerdote del Espíritu Santo, el mismo que recibió Jesús en su Bautismo. El
pan y el vino no son un símbolo ni una representación del Cuerpo y de la Sangre
de Cristo, son realmente el Cuerpo y la Sangre del Señor, Él mismo lo
dijo:
"Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será
entregado por vosotros"; "Tomad y bebed, esta es mi sangre, que será
derramada por vosotros". En ninguna parte de la Biblia dice que el pan y
el vino son una representación del Cuerpo y la Sangre de Cristo; afirma Jesús
que el pan y el vino son su cuerpo y su sangre. (Jn. 6)
Jesús pide a la totalidad de su única Iglesia,
representada en la universalidad en los Doce Apóstoles, que coman su Cuerpo que
ya se encuentra en el Pan, de la misma forma que los judíos debían comer el
cordero pascual sacrificado en homenaje a Dios.
Y como a los corderos pascuales a Jesús no le es
roto ningún hueso en la Cruz (Jn 21,32-33), para identificarlo como
continuación del rito antiguo de los sacrificios de corderos a quienes no se
les podía romper ningún hueso para que fueran aptos para el sacrificio.
Los corderos debían ser mansos (dóciles), de un
año, sin defecto o sin mancha (sin pecado) y de color
blanco (puros), requisitos que cumple Jesús. Él mismo dijo: “He venido
a cumplir la Ley y los Profetas, y no a abolirla”; Él con su sacrificio se
ofreció como Cordero sin mancha por nuestros pecados.
Dice Jesús: "En
verdad os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su
sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre
es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí
permanece, y yo en él" (Jn 6, 53-56).
Dice el Señor "tiene vida eterna", no
dice "tendrá".
La vida eterna se tiene ya al comulgar la Eucaristía. Esa vida eterna es la del
mismo Cristo. La Eucaristía no es un alimento común que nos da vida natural, al
contrario hace que nos convirtamos a Cristo porque nos transfiere la vida
eterna de Cristo.
Muchos dicen que cuando Jesús habló a los judíos
en Mt 15,17 porque éstos criticaban a sus discípulos porque consumían alimentos
sin lavarse las manos: "¿No comprendéis que todo lo que entra
en la boca pasa al vientre y luego se echa a la letrina?", esa
cita demostraría que la Eucaristía no tiene el poder de ser el Cuerpo y la
Sangre que los católicos le atribuimos.
Jesús en el texto habla de alimentos comunes, la
Eucaristía no es un alimento común, Jesús habló del valor de su Cuerpo y su
Sangre para transferirnos su mismo ser, la unión con Él: cada vez que lo
comiéramos El permanecía en nosotros (Jn 6,56) y dice Pablo, que el Pan que la
Iglesia parte y la Copa que la Iglesia bendice nos dan la comunión con el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos hacen uno con Jesús. Uno de los grandes
errores evangélicos es atribuir a lo pagano lo que es para lo cristiano y
viceversa.
Dice Jesús a los discípulos de su Iglesia: "hagan
esto en conmemoración mía" (Lc 22,19), les pide que participen de
su mismo sacerdocio santo, son sacerdotes como Él para vivir y experimentar el
misterio de la transubstanciación como Él lo ha celebrado. Como el Padre pidió
a los judíos al instituir la Pascua judía: "lo celebrarán en una fiesta en honor a
Yahvé, este rito es para siempre" (Ex 12,14), aunque a ellos se
les pidió celebrarla anualmente. La Pascua Antigua se hace Nueva y Eterna en el
Sacrificio Incruento del nuevo Cordero
Pascual provisto por el Padre en su Hijo Jesucristo, como lo proveyó a Abraham
cuando iba a sacrificar a Isaac.
Jesús no puso límites al número de veces que se
debía celebrar la Eucaristía ni hasta cuando hacerlo, en la misión que dio a
los discípulos antes de elevarse a los cielos les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues,
y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,16-20), hasta que el último de los hombres se conviertan.
Una de las formas de "bautizar" a los fieles es
con la Eucaristía, con la predicación, con los demás sacramentos, etc.
Jesús después de dar el Pan y el Vino de su Cuerpo
y su Sangre, dice: “Y les digo que desde
ahora no volveré a beber del fruto de la vid, hasta el día en que lo beba nuevo
con ustedes en el Reino de mi Padre” (Mt 26,29)
Jesús habla de beberlo después de su muerte
anunciada, es decir, después de su resurrección, que ya es "el Reino de mi Padre".
Sacrificio y Resurrección le dan un sentido y un contenido nuevo a la nueva
Pascua de la Eucaristía, lo que hizo con los apóstoles: "Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se
ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre…"
(Hch 1,4).
Así como la Pascua y el sacrificio antiguo tienen
su centro en Jerusalén, la nueva Pascua Eucarística para recibir la
manifestación visible del Espíritu Santo que nos convierte en otro Cristo, debe
ser recibida en la Jerusalén Celeste, ciudad que es figura de la Iglesia de
Cristo. Fuera de la Iglesia no es posible recibir esa manifestación visible que
nos entrega la salvación.
Cuando alguien deja de
ir a la Iglesia y no recibe la Eucaristía, interrumpe el camino recorrido
espiritualmente hacia su conversión, truncando de esa forma la manifestación
visible del Espíritu Santo.
Jesús celebró también la Eucaristía con los
discípulos de Emaús: "Y entró para
quedarse con ellos. Sentados a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo
reconocieron" (Lc 24,30-32) Sólo en y con la Eucaristía podemos
reconocer a Jesús en la realidad que vivamos.
Los apóstoles y discípulos desde los inicios de la
Iglesia, celebran la Eucaristía, lo comenta Lucas en Hechos de los Apóstoles: "Todos se reunían asiduamente para
escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones." (2,42).
"La enseñanza de los
apóstoles"
comprende:
Ø
la
narración de los hechos de Jesús: citas leídas del Antiguo Testamento que
hablaban de Jesús y Evangelio o narración de los hechos de su vida, que se
hacía de forma oral, el Nuevo Testamento aún no estaba escrito,
Ø
la
enseñanza o predicación, hoy se llama homilía,
Ø
la
comunión de bienes: la colecta para repartir entre los pobres de la comunidad,
Ø
la fracción del pan: el rito eucarístico, y
Ø
las
oraciones que de principio a fin de la ceremonia se realizan.
Así lo reconoce Pablo al escribir a los Corintios,
que eran miembros de la única Iglesia, al hablar de la celebración asidua de la
Eucaristía entre los fieles desde los inicios del cristianismo: "La copa de bendición que bendecimos
¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese
único pan" (1 Cor 10,16-17).
Pan y Copa, Cuerpo y Sangre y forman un solo
Cuerpo en la Iglesia. La unidad sobrenatural y universalidad de la Iglesia se
dan por la comunión en Cristo en la Eucaristía.
Hech 20,7 habla de la Eucaristía, mostrando
claramente que la celebraba la Iglesia primitiva principalmente el
día domingo, cuando celebramos los cristianos la resurrección del
Señor: "El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la
fracción del pan".
¿Cómo debemos "aplicarnos" la muerte de
Cristo en nosotros? Un ejemplo gráfico: La penicilina se inventó hace 200 años,
si alguien no se aplica las dosis necesarias que formule el médico cuando se
tiene una infección, terminará muriendo,
porque la infección mata.
Así funciona el cristianismo, el Señor lo
"inventó" hace 2013 años cuando murió por nosotros en la Cruz, si no
seguimos a Cristo como lo hicieron los discípulos de los apóstoles en la única
Iglesia que Él formó y nunca comemos su Cuerpo y su Sangre para aplicarnos su
sacrificio en nosotros, nunca nos aplicamos las dosis de cristianismo
necesarias para recibir la manifestación visible del mismo Espíritu que los
Apóstoles habían recibido. La Iglesia es el médico espiritual a través de la
cual podemos aplicarnos esa medicina.
En la Eucaristía, en la que el Señor actúa a
través de la Iglesia, nos aplicamos la dosis necesaria de "cristianomicina"
por medio del Cuerpo, la Sangre y la Palabra del Señor.
La Eucaristía tiene el poder de ayudarnos a morir
a nuestro hombre viejo, a nuestra voluntad y pecados humanos: orgullo,
soberbia, idolatría por las cosas del mundo, etc., para que resucite en nosotros
Cristo, para que seamos como Él, uno con Él y con el Padre que lo envió.
- Los primeros cristianos celebraban la Eucaristía.
Durante el acontecimiento de Pentecostés, después
de hablar Pedro a los presentes, cuenta Hechos de los Apóstoles que "los
que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos
alrededor de tres mil", hay que unirse para ser parte integrante
de la Iglesia.
Y enseguida dice que:
Ø
"y todos se reunían
asiduamente, en asamblea, para escuchar la enseñanza de los apóstoles…", como hacen el Papa, los
Obispos y los Sacerdotes hoy en cada homilía.
Ø
"y participar en la
vida común…",
que es la colecta de dinero o bienes repartidos a los más pobres, como hacen
los párrocos hoy.
Ø
"en la fracción del
pan…",
la Eucaristía, que Jesús pidió celebrar.
Ø
y "en las oraciones…", la Iglesia fue y es
orante, Hch 2,41-42, lo que demuestra que lo que hacían en sus reuniones o
asambleas tenía la misma estructura de una Eucaristía de hoy, por ser la misma
Iglesia.
Esto demuestra irrefutablemente que Jesús sí fundó
en Pedro y los demás apóstoles una Iglesia Única que celebraba la Eucaristía desde
el principio, de la misma manera que Dios Padre fundó la Religión Judía
al darle al pueblo a través de Moisés los ritos, fiestas y sacrificios que
debía celebrar en la Tienda o el Templo.
Ø
Y
enseguida dice: "y el Señor agregaba
a la comunidad (Iglesia) a los que se habían de salvar", dice
claramente que para acceder a la salvación se debe ser parte de la única
Iglesia fundada por el mismo Cristo en Pedro y los demás apóstoles, y seguir a Cristo
en ella, para que podamos acceder a la salvación.
- Símbolos Bíblicos que prefiguran o anticipan la Eucaristía.
En la Sagrada Escritura no sólo hay
referencias directas a la Eucaristía, sino que hay hechos o citas de valor o
lenguaje simbólico que anuncian la Eucaristía.
A continuación una breve panorámica de las
referencias bíblicas al respecto.
- Figuras eucarísticas en el Antiguo Testamento.
El maná
(Ex 16,31) que
alimentó a los hebreos en el Éxodo de Egipto, es uno de los tipos más usados: Jesucristo
lo puso en relación con el alimento eucarístico (Jn 6,31.49-59) y algunos
autores del N. T. (Ap 2,17; Heb 9,4).
La oblación de Melquisedec,
rey y sacerdote de Salem (Gen 14,17-20).
La profecía de Malaquías
(Mal 1,11) habla de una oblación pura de
todas las gentes en todo lugar de la tierra. Es considerada por el Concilio de
Trento como una verdadera profecía eucarística, recogiendo con ello una
antiquísima y autorizada tradición (Denzinger nn 1751-1752).
El cordero pascual,
que se sacrificaba en la Ley Mosaica, es el tipo por excelencia de la
Eucaristía en el AT. La frase de Juan Bautista “he ahí el Cordero de Dios…”
(Jn 1,29) debió contribuir a subrayar la imagen del cordero como tipo de Jesús.
En la tradición de San Juan Apóstol el cordero es uno de los principales símbolos
de su Cristología (Ap 5,6.12; 14,4 etc.), en la que se conjugan varias imágenes
y temas del AT., como el rito del cordero pascual (Jn 19,36; Ex 12,1 ss.)
El “Siervo sufriente de Yahvé”
(Is 42,1-7; 49,1-9; 50,4-9; 52,13-53,12), que carga con los pecados y dolores
de los hombres, sin ofrecer resistencia, como cordero llevado al matadero. La
cristología de S. Pablo aporta bases fundamentales para la tipología
Cristo-Cordero Pascual (1 Cor 5,7: “porque
nuestro Cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado”). Otros textos Hech
8,32; Jn 19,36; Ap 6,1; 12,11; 19,9, etc. A partir de las fuentes bíblicas, la
teología ha desarrollado en profundidad la explicación de esta tipología
Cristo-Eucaristía-Cordero Pascual.
Elías es alimentado
milagrosamente:
"Dios le dijo a Elías: "Vete de
aquí hacia el oriente y escóndete junto al torrente Carit, que queda cerca del
Jordán. Bebe del torrente y yo mandaré a los cuervos que te lleven allí la
comida." Elías hizo lo que le mandó el Señor, y fue a vivir junto al
torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Los cuervos le llevaban pan por la
mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente" (1 Rey 17,3-6).
Este hecho es considerado como un anuncio o anticipación de la Eucaristía.
La imagen del torrente para mostrar que el pueblo de Israel y los
creyentes de su Iglesia, el nuevo pueblo santo, somos como árboles plantados
junto a corrientes de agua que dan fruto a su tiempo: "En las márgenes del torrente, desde principio a fin, crecerán
toda clase de árboles frutales; su follaje no se secará, tendrán frutas en
cualquier estación: Producirán todos los meses gracias a esa agua que viene del
santuario. La gente se alimentará con sus frutas y sus hojas les servirán de
remedio" (Ez 47,12).
Esta cita habla explícitamente del "Santuario",
del Templo, del Altar, desde donde la Eucaristía corre como un torrente
que lava, alimenta y hace dar frutos abundantes a quienes la toman.
Isaías 66,12: "Pues
Yahvé lo asegura: Yo voy a hacer correr hacia ella, como un río, la paz, y como
un torrente que lo inunda todo, la gloria de las naciones. Ustedes serán como
niños de pecho llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas". La
Eucaristía, en su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, la que nos inunda de la paz
de Cristo.
- Las figuras y relatos Eucarísticos del Nuevo Testamento.
El Nuevo Testamento
contiene cuatro relatos sobre la institución de la Eucaristía: Mt
26,26-28; Mc 14,22-24; Lc 22,1920 y 1 Cor 11,23-26.
El Evangelio de San Juan
habla de la promesa de la Eucaristía Jn 6,48-58, pero no de la institución.
Otros textos
importantes del NT que se relacionan con la Eucaristía son 1 Cor 1,1-6;
10,14-22; Heb 13,7-15.
Los cuatro textos de la
institución coinciden en lo esencial y tienen semejante estructura literaria. Entre
las figuras del NT, señalamos:
La multiplicación de los
panes:
“Jesús
tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados.
Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron" (Jn
6,4-13).
En la segunda multiplicación de los panes "Jesús, tomando los siete panes y dando
gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los
sirvieran" (Mc 8, 8ss).
Hay una similitud entre la institución de la
Eucaristía y los eventos de la multiplicación de los panes en la bendición o
acción de gracias, con lo que el mismo Jesús quiere relacionarlas.
Jesús multiplica los panes y los peces como signo
de que multiplicará el Pan de su Cuerpo y de su Sangre. Jesús se nos da
multiplicado en el pan para ser alimentados y crecer en nuestra Fe: "hagan esto en conmemoración mía".
La Eucaristía nos edifica y nos convierte en
verdaderos creyentes al darnos a Jesús para ser como El "el Camino, la Verdad y la
Vida".
Por ello la Eucaristía no es un simple recuerdo de
lo que hizo Jesús, ni es un símbolo que "representa" algo que sucedió
en el pasado. Cuando la Iglesia la celebra es el mismo misterio de la muerte y
resurrección de Jesús el que volvemos a vivir realmente.
Jesús camina sobre las
aguas del mar de Galilea: El mar representa la muerte en la Biblia; así la
Eucaristía no nos deja hundir en la muerte, nos mantiene a flote, vivos en Él.
Toda la vida de Jesús es una Eucaristía: Si hacemos un recorrido
por los actos que realizó Jesús durante su vida, y los Apóstoles, después la
ascensión de Jesús concluimos que toda su vida es una Eucaristía, una acción de
gracias a Dios y un sacrificio permanente por la humanidad.
Jesús también hizo milagros, ¿qué tienen que ver
éstos con la Eucaristía? Que los realizó para significar que sus discípulos en
la Eucaristía los seguirán haciendo en su dimensión espiritual, así Jesús:
Ø
Con
la Eucaristía nos devuelve la vista para ver las realidades espirituales de la
Fe, de lo que naturalmente estamos imposibilitados por el pecado. Así lo mostró
a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13ss) y al ciego que untó de barro y envió a
bañarse a la piscina de Siloé, que es figura de la Iglesia (Jn 9, 6).
Ø
Nos
saca de nuestra parálisis y limitaciones para poder caminar hacia Él y a su
servicio.
Ø
Nos
limpia de la lepra de nuestros pecados y nos devuelve la dignidad perdida
reintegrándonos a la comunidad de creyentes.
Ø
Nos
da la posibilidad real de hablar en su Nombre prestando nuestros labios a su
Palabra.
Ø
Expulsa
de nosotros con su palabra y Sacramentos los demonios que nos han engañado y
que impiden nuestro caminar hacia Dios.
Ø
Nos
da a través de la Eucaristía la conversión de nuestra agua en el vino exquisito
de la salvación y nos transfigura en el modelo suyo, en otro Cristo, para que
podamos llevar la salvación a los demás.
Ø
Nos
concede su vida eterna haciéndonos morir a nuestra voluntad y resucitando en
nuestro interior, eleva nuestro espíritu a los Cielos.
Toda la vida de Jesús tiene como centro y culmen
la Eucaristía. Toda su vida histórica fue una Eucaristía de principio a fin.
Por eso su Iglesia hace lo mismo al seguir colocando la Eucaristía como el
centro de su vida litúrgica y eclesial, en donde los creyentes le encontramos
resucitado.
La Eucaristía en su totalidad alimenta y hace
crecer a la Iglesia al obrar en los fieles hasta configurarlos con Cristo. Por
eso Jesús dice: "¿Quiénes son mi
madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a
su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad
de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre", (Mc 3,33-35).
Jesús llamó a sus discípulos, a la Iglesia,
¡Madre! y ¡hermanos! Lo somos, somos como Él, gracias a la Eucaristía. Y por
eso podemos ser al mismo tiempo su madre al llevarlo en nuestro ser y hacer que
en otros nazca Jesucristo, como lo mostró ante Isabel (Lc 1,39-56).
El sacerdote, al ser "otro Cristo",
al vivir la muerte y la resurrección de Jesús en la Iglesia, transmite,
mediante la invocación del Espíritu que ha recibido, su propia realidad
interior a las especies del pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y
la Sangre de Cristo, y para que su Palabra resuene como si el mismo Jesús la
pronunciara. Por eso Jesús dice: "Y
todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en
el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14, 13).
Por ello la Iglesia no forma sólo académicamente
sacerdotes para una predicación sino que los sumerge durante su estadía en el
seminario, mediante la Eucaristía y la vida eclesial, en las aguas del
bautismo, de tal manera que allí muera su voluntad humana y resucite Cristo en
ellos. Sin esa transformación interior no es posible ni guiar hacia Cristo a
otros ni dar la conversión y mucho menos la salvación a los demás.
Hay quienes dicen "todas las misas son
iguales". En la forma tienen razón, hay una manera específica de
hacer siempre la misa, esto impide que el sacerdote ceda ante la tentación de convertirse
en el protagonista de la Misa, que la convierta en un espectáculo, siendo que
el único protagonista en la Eucaristía debe ser y es Jesucristo, que llega para
darse a nosotros.
Pero en el fondo la Misa dista mucho de ser la
misma todos los días. Afirmo con toda seguridad que no hay, ni ha habido, ni
habrá dos Eucaristías iguales jamás. Cada Eucaristía es única e irrepetible
para avanzar en nuestra conversión. Aunque haya dos misas de contenido igual en
oraciones y lecturas, solo con que la asamblea y la homilía sean en algo
diferentes eso las hace ya desiguales. Incluso la disposición de la asamblea
será diferente.
- Reflexión del texto del Evangelio.
La Eucaristía es uno de los siete sacramentos
instituidos por Cristo para que participemos de la vida de Dios. Es el mayor de
todos los sacramentos, porque contiene a Cristo mismo, el Autor Divino de los
Sacramentos.
Hay tres aspectos o momentos en la
Eucaristía.
1º La Presencia
de Cristo en el altar, siempre que haya una hostia consagrada en el Sagrario.
2º La Eucaristía
como sacrificio, que es la Misa.
3º La Santa
Comunión.
La Eucaristía es el centro del culto católico, el
corazón de la fe. El Sacrificio de la Misa no es un simple ritual en recuerdo
del sacrificio del Calvario. En él, mediante el ministerio sacerdotal, Cristo continúa
de forma incruenta el Sacrificio de la Cruz hasta que se acabe el mundo.
La Eucaristía es comida que nos recuerda la Ultima
Cena; celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa el banquete mesiánico
del Reino.
Por la Eucaristía, Jesús, Pan de Vida, se da en
alimento a los cristianos para que sean un pueblo más grato a Dios, amándole
más y al prójimo por Él.
Se reserva la Eucaristía en nuestras iglesias como
ayuda poderosa para orar y servir a los demás.
Reservar el Santísimo Sacramento significa que, al
terminar la comunión, el Pan consagrado se coloca en el Sagrario y allí se
guarda reverentemente.
La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el
cual Nuestro Señor está presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual
para enfermos y moribundos.
Debemos agradecer y adorar la real presencia de
Cristo reservado en el Santísimo Sacramento.
Las tumbas de los mártires, las pinturas murales de
las catacumbas y la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento en las casas
de los primeros cristianos durante las persecuciones, ponen de manifiesto la
unidad de la fe en los primeros siglos del Cristianismo sobre la doctrina de la
Eucaristía, en la cual Cristo realmente se contiene, se ofrece y se recibe.
De la Eucaristía sacó fuerzas la Iglesia para
luchar valerosamente y vencer en las dificultades. La Eucaristía es el centro
de toda la vida sacramental, pues es de capital importancia para unir y
robustecer la Iglesia.
¡Qué emoción debió
sentir el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante
aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el
Misterio eucarístico!”
- El horizonte espiritual de Lucas: La comunidad de Jesús encuentra su identidad en la Eucaristía.
La importancia y la
centralidad de la celebración Eucarística instituida por el mismo Jesús en la
Última Cena, es la respuesta al mandato de Jesús: “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22,19).
Después de la Ascensión
de Jesús, la comunidad de los discípulos se une a través de la Cena con Jesús
Resucitado, que está presente en la Eucaristía, y así cumple su mandato.
Así los vemos en Hech
20,7, donde “en el primer día de la
semana”, el domingo, Pablo comparte con la comunidad de
Tróade la Eucaristía: “estando reunidos
para la Fracción del Pan”.
En los orígenes de la
Iglesia, observamos el comportamiento cotidiano de la Iglesia “madre” de
Jerusalén, los cristianos “acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del
pan y a las oraciones” (Hech 2,42) y también que “partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y
sencillez de corazón” (2,46).
En el evangelio de
Lucas leemos seis pasajes de banquetes muy significativos.
Los seis banquetes se
realizan con pecadores (Lucas 5,29-32; 15,1-2); con el fariseo Simón (7,36-50;
allí perdona a la adúltera); con sus amigas Marta y María (10,38-42); con un
grupo de fariseos y legistas (11,37-53); con uno de los jefes de los fariseos
(14,1-24); con el pueblo entero (9,12-17). La mesa es escenario frecuente e
importante en la enseñanza de Jesús. Sus adversarios critican esto: “Ahí tenéis un comilón y un borracho”
(7,34).
El hecho que Jesús
comparta estas comidas con personas marginadas, con publicanos, pecadores y
mujeres; que lo haga con sus amigos como con sus enemigos; que lo haga en
privado y en público; que cene con unos pocos o con todo un pueblo; nos muestra
que el Reino de Dios está abierto para todos: en la mesa con Jesús se hace la
experiencia del Reino que comienza aquí y se consuma en la comunión eterna con
Dios (Lc 22,16.18).
Los relatos de la
multiplicación de los panes (9,12-17) y de la cena en Emaús (24,28-32), le
hacen eco al de la Última Cena (22,19-20), en la cual Jesús expresa el sentido
último de su misión. No es sino mirar cómo se repiten los cuatro verbos
eucarísticos: “tomar”, “dar gracias”, “partir” y “dar”.
En torno a estos
movimientos se proclama la doble verdad de la Eucaristía:
1ª Jesús está allí
presente: Él se identifica con el pan y el vino, haciéndolos su Cuerpo entregado
y su Sangre derramada por amor en la Cruz;
2ª La comunión con su
Cuerpo y con Sangre, Jesús invita a sus discípulos a sellar con Él una “Nueva Alianza en mi Sangre”, una nueva
manera de ser comunidad a partir de la comunión con su Persona y su Misión.
En este contexto,
podemos decir que el relato de la multiplicación de los panes, relato con sabor
eucarístico, mesa de Jesús en medio de su ministerio, es la mesa del Mesías, la
mesa de la esperanza.
- El contexto de la multiplicación de los panes.
Hay cuatro datos claves
para captar la profundidad de las acciones de Jesús con los panes y los peces a
favor de la gente.
1º El regreso de la misión:
El evangelista nos hace una ambientación del lugar: después que los apóstoles
regresan de la misión, Jesús se va aparte con ellos a Betsaida (Lc 9,10).
2º El lugar deshabitado:
El milagro se va a realizar en “un lugar
deshabitado” (9,12), la mención de Betsaida pone en un mismo contexto el
milagro de la multiplicación de los panes y la confesión de fe de Pedro. El
reconocimiento que el apóstol hace de Jesús como Mesías o “Cristo de Dios” (9,20) proviene de la
comprensión del sentido de este milagro revelador de la identidad del Maestro.
Aunque en esta ciudad, también se dará un fuerte rechazo de Jesús (10,13); Él
es “signo de contradicción” (2,34).
3º El encuentro con Jesús:
Jesús no está escondiéndose de la gente, más bien la está esperando y se dedica
a acogerla, a recibirla bien. Hay una inversión de roles: antes la gente busca
a Jesús; ahora Él se ocupa de la acogida: “Acogiéndolas,
les hablaba acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de
ser curados” (9,11).
La atención se
concentra en estos dos aspectos:
Ø
La acogida que Jesús le ofrece a la gente:
“Acogiéndolas…”.
Ø
La predicación del Reino de Dios: “Les hablaba
acerca del Reino de Dios…”.
Alimentar a la multitud
hambrienta no significa sólo buscarle la comida, es el punto de partida para
impartir su enseñanza sobre el Reino de Dios.
4º Los dos primeros
dones de Jesús:
Jesús ofrece el don de su Palabra y de la salud.
El tema es el mismo que predicaron los Doce apóstoles durante la misión que
acababa de terminar: “los envió a
proclamar el Reino de Dios y a curar” (9,2).
Al responder
explícitamente a la “necesidad” de la gente, Jesús se pone al frente de todo un
pueblo en calidad de “servidor”, lo que vendrá enseguida está en coherencia con
esto: “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor
pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?”
(12,42).
- La cumbre del servicio de Jesús: el tercer don.
La misión de Jesús con
el pueblo se prolonga hasta que se acaba el día. Aparecen dos nuevas
necesidades que los apóstoles se encargan de plantear: el alojamiento y la comida.
Jesús pide a los apóstoles
que sean ellos los que resuelvan el problema: “Dadles vosotros de comer”. Una vez que se ha descartado una
primera solución, “despachar a la gente”, la respuesta de los apóstoles supone dos
alternativas: (1) dar de lo que tienen ahora o (2) ir a la ciudad a hacer la
adquisición. La primera alternativa es la más débil: “No tenemos más que cinco panes y dos peces” para una multitud de “como
cinco mil hombres”.
Jesús entonces se pone
al frente de la situación. Pero su iniciativa no hace más que poner en primer
plano el servicio que prestan los discípulos.
- Jesús servidor de la mesa y formador de la comunidad.
Dice Jesús: “Haced que se acomoden por grupos de unos
cincuenta”. Los apóstoles reaccionan: “Lo
hicieron así, e hicieron acomodarse a todos”. En última instancia es la
gente la que obedece, sin embargo, se destaca la acción de los apóstoles:
Ø
Su gesto profundo de acogida: el verbo “acomodar”,
del griego “reclinar”, “ponerse a la mesa”, es el mismo del relato de la Cena
en Emaús, donde Jesús “se puso a la mesa” con los dos peregrinos que recibieron
la Palabra en el camino (24,30). “Acomodar” alude al acoger en la más profunda
intimidad de una familia: la mesa.
Ø
La finalidad es “formar comunidad”: El número “como
cincuenta”, por cada grupo, parece querer evitar la masificación y más bien
promover la integración. ¡Qué imagen tan bella de comunidad!
Ø
Procuran que nadie se quede sin ser acogido: “a
todos”. La comunidad de mesa es un espacio que “incluye” sin excepciones.
Ø
Así Jesús hace una muchedumbre anónima, de la masa,
un verdadero pueblo, el “pueblo” querido por Dios.
- La gente recibe el alimento y queda satisfecha.
Jesús es el
protagonista de la acción, se comporta como un anfitrión con sus ilustres
huéspedes o como un padre de familia cuando se sienta a la mesa con toda la
familia: normalmente se coloca a la cabeza de la mesa, da inicio a la cena con
una oración y toma la iniciativa en la distribución de los alimentos, Lc 22,27:
“Yo estoy en medio de vosotros como el
que sirve”.
Cada uno de los verbos
nos recuerda la Última Cena de Jesús con sus discípulos, si bien hay que
aclarar que aquí Jesús no pronuncia las palabras que identifican el pan con su
Cuerpo.
Llama la atención el
gesto de Jesús: “levanta los ojos al
cielo”, es una actitud de oración, pero que no es común entre los judíos;
con este detalle Lucas pone de relieve el ambiente oracional de la escena.
Jesús realiza unas
acciones solemnes:
Ø
“tomar”
los panes y los peces, así se da comienzo oficial a la cena,
Ø
“bendecir”
a Dios por el alimento, en la Última Cena es “agradecer”,
Ø
“partir”,
hacer pedazos los panes y los peces para alimentar a todos,
Ø
“dar”
a los discípulos, de manera que ellos pongan cada uno de los bocados en las
manos de la gente.
Jesús tiene la
capacidad para solucionar las necesidades fundamentales de todo su pueblo: “Comieron todos hasta saciarse”.
Igual que los
apóstoles, que los sacerdotes no alejen a los pecadores que vienen a
arrepentirse, ni al impuro que se lamenta y que se aflige de ser impuro. Más
bien acojan a los impuros y pecadores con la condición de que hagan el
propósito de no volver al mal.
¡Feliz aquel que cree y
recibe estos dones, porque si ha muerto vivirá, y si está vivo no morirá por
haber pecado!”.
- Fines y efectos de la Eucaristía como sacrificio:
La Santa Misa
como reproducción del sacrificio redentor de la cruz, tiene los mismos fines y
produce los mismos efectos:
- Adoración: El sacrificio de la Misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de Él. Con una Misa le damos a Dios todo el honor que se le debe. Glorificación al Padre: con Cristo, en Cristo y por Cristo. Es el fin latréutico.
- Eucarístico: Es el fin de dar gracias.
- Reparación: Es el fin propiciatorio, reparación por los pecados.
- Petición: Es el fin impetratorio. Pedir gracias y favores, pues la Misa tiene eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.
Nos alcanza, si no le ponemos obstáculos la gracia
actual necesaria para el arrepentimiento de los pecados. Nada puede hacerse más
eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa
intención el Santo Sacrificio de la Misa, rogando al mismo tiempo al Señor que
quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa
gracia.
Terminamos
en espíritu de oración.
Himno Adóro te devote
Te
adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto,
el gusto;
pero basta el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
sin embargo, creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás
pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere y que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva
y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén. (Santo
Tomas de Aquino)
“¡Cuántos años comulgando a diario! —Otro
sería santo —me has dicho—, y yo ¡siempre igual! —Hijo —te he respondido—,
sigue con la diaria Comunión, y piensa: ¿qué sería yo, si no hubiera comulgado?
“Nadie come esta carne sin anteriormente
adorarlo” San Agustín
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