así los envío yo… Reciban el Espíritu Santo”
Solemnidad de Pentecostés
Día del Laico Católico
El Espíritu Santo, Aleluya.
Llegamos con gozo a la
celebración de la Solemnidad de Pentecostés. A la luz del Evangelio, propongo
algunos “destellos de luz”.
I.
“Reciban
el Espíritu Santo”:
El gran don pascual. Cristo nació, vivió, murió y resucitó, para darnos su
Espíritu. Dios cumple sus promesas:
- “Les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un Espíritu nuevo” (Ez. 36,26). Necesitamos al Espíritu Santo, pues «el Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada» (Jn. 6,63). El Espíritu Santo no sólo nos da a conocer la voluntad de Dios, sino que nos hace capaces de cumplirla dándonos fuerzas y gracia: «Les infundiré mi Espíritu y haré que caminen según mis preceptos y que guarden y cumplan mis mandatos» (Ez. 36,27).
En un primer momento, Jesús se encuentra con la comunidad
reunida, en donde realiza una serie de actos para confirmar su fe:
a.
Jesús
Resucitado se pone en medio.
b.
Jesús
les da la paz: El primer don del Resucitado.
c.
Jesús
les muestra las llagas de sus manos: El Resucitado es el Crucificado. Mostrar
las llagas tiene un doble significado: (1) su victoria sobre la muerte; nos
dice: “Mira he vencido”; (2) es un signo de su inmenso amor que nos dice: “Mira
cuánto te he amado, hasta dónde he ido por ti”.
d.
Jesús
les muestra la herida del costado: el gesto nos remite a lo
que observó el Discípulo Amado cuando estuvo al pie de la Cruz: “Uno
de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre
y agua”. La herida del costado de Jesús permanece para siempre en el
cuerpo del Resucitado como una prueba de que él es la fuente de la vida.
e.
Los
discípulos reaccionan con inmensa alegría: La
alegría pascual fue la promesa de Jesús antes de su muerte: “Estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo... Vosotros estáis tristes
ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría
nadie os la podrá quitar”.
- “Sopló sobre ellos”: Para recibir el Espíritu debemos acercarnos a Cristo; Él –y sólo Él– lo comunica. Jesús exclamó: «El que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37). Acerquémonos a Cristo en la oración, en los sacramentos, en la Eucaristía, para beber el Espíritu que mana de su costado abierto. Y es preciso acercarnos con sed, con deseo intenso e insaciable. De este modo, Cristo no nos deja huérfanos (Jn 14,18), nos da el Espíritu que es maestro interior (Jn 14,26; 16,13), que consuela y alienta (Jn 14,16; 16,22).
- “Como el Padre me envió, así les envío yo”: Jesús al iniciar su ministerio afirma que ha sido «ungido por el Espíritu del Señor para anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18). Y a los apóstoles les promete: «Recibirán la fuerza del Espíritu y serán mis testigos» (Hech 1,8). Jesús nos hace partícipes de su misma misión y lo hace comunicándonos la fuerza del Espíritu Santo.
Jesús
envía al mundo a la comunidad compartiéndole su misión, su vida y su autoridad.
De este modo les abre las puertas a los discípulos encerrados por el miedo y
los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores de sus mismos dones:
a.
Los discípulos reciben la
misma misión de Jesús: En la pascua se participa de la vida del Verbo encarnado
y una forma concreta de participar de su vida es continuar su misión en el
mundo.
b.
Los
discípulos reciben la misma vida de Jesús: Para que
la misión sea posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu
Santo. Cuando Jesús sopla el Espíritu Santo sobre ellos los hace “hombres
nuevos”.
c.
Los discípulos reciben la
misma autoridad de Jesús: El Resucitado envía a los discípulos con plena
autoridad para perdonar pecados. El perdón de los pecados es acción del
Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. En la Pascua se cumplen
las palabras del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”. Cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de
los discípulos, éstos pueden “retener los pecados”, es decir “retener
el perdón”. Esto no se refiere a una condenación, sino a un renovado
llamado a la conversión. Según el Evangelio, “retener” es poner en “cuarentena”
e inducir una pedagogía del perdón.
- “¿Cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?”: Este signo muestra la universalidad de la predicación de la Iglesia, la caída de barreras lingüísticas y raciales ante la invasión del Espíritu de Jesús resucitado; lo contrario de lo que sucedió en Babel. La Iglesia de Jesús nació universal: católica y misionera.
El
Espíritu Santo nada tiene que ver con la lentitud, la falta de energías, la
pasividad, el desaliento; es impulso que nos hace testigos enviados, apóstoles,
testigos y misioneros (Aparecida).
- El Espíritu Santo.
El
Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de
nuestra salvación y hasta su consumación. En los "últimos tiempos",
inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, el Espíritu se revela y nos
es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.
«Nadie
conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor. 2, 11). El Espíritu
que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se
revela a sí mismo. El que "habló por los profetas"
nos hace oír la Palabra del
Padre. Pero a Él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual
nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de
verdad que nos "desvela" a Cristo «no habla de sí mismo» (Jn 16,13).
Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué «el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le
conoce», mientras que
los que
creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos.
La Iglesia es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:
–
en las Escrituras
que Él ha
inspirado;
–
en la Tradición, de la cual los Padres de la
Iglesia son testigos siempre actuales;
–
en el Magisterio
de la Iglesia,
al que Él asiste;
–
en la liturgia sacramental, a través de sus
palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión con
Cristo;
–
en la oración en la cual Él intercede por
nosotros;
–
en los carismas y
ministerios mediante los
que se edifica la Iglesia;
–
en los signos de vida apostólica y misionera;
–
en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.
- La conversión, obra del Espíritu Santo
La primera obra
de la gracia del Espíritu Santo es la conversión: “Conviértanse porque el Reino de los Cielos está cerca”. Movidos por la gracia, volvemos
a Dios y nos apartamos del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo
alto. La
justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior.
Los frutos
del Espíritu Santo: Son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera
doce: caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia,
continencia, castidad.
- El “fuego” del Espíritu Santo
Mientras que el
agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu
Santo, el fuego
simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que «surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como
antorcha», con su
oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura
del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de
Elías», anuncia a Cristo como el que «bautizará en el Espíritu
Santo y el fuego», Espíritu del cual Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto
desearía que ya estuviese encendido!”
Bajo la forma
de lenguas “como de
fuego”, el Espíritu Santo
se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él. La tradición espiritual conservará
este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu
Santo: “No
extingan el Espíritu”.
La Voz de los
Santos Padres nos anima: “Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la
participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina...
Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados”. (San Atanasio)
Para recibir el
Espíritu Santo, basta desearlo de verdad y preparar su venida: "¿Quién le quiere? Mirad que se da de
balde"; "No dejes de desearlo con gran deseo... apareja tu posada… No
sólo lo hemos de desear, pero hemos de aderezar la casa limpia" (San
Juan de Ávila).
Un
Pentecostés con la Madre de Jesús:
En la “Iglesia
madre”, en el cenáculo con María, “todos quedaron llenos del Espíritu Santo”
(Hech 2,4). Cada uno tiene carisma y misión diferentes; pero todo queda en
familia, en “comunión de los santos”, como vasos comunicantes. Lo importante es
ser coherentes con los carismas recibidos. Desde el día del bautismo, el
Espíritu realiza un desposorio con Cristo, que debe desarrollarse durante toda
la vida: compartir su misma vida y misión. Así la Iglesia se hace madre como y
con María; la Encarnación y Pentecostés se armonizan, desplegando las diversas
facetas de la maternidad mariana y eclesial.
Todo empezó en
la “Anunciación”, cuando María, anticipo de la Iglesia, dijo que “sí” a la
Palabra personal de Dios y a la nueva acción del Espíritu Santo.
"Este
día de Pentecostés es tan grande, de
tanta dignidad, que quien en él no tiene parte, no la tiene en ningún otro día
de Jesucristo; ya que la muerte de Jesucristo ganó perdón de pecados; pero sin
la gracia que hoy se da, no te aprovecha nada" (S. Juan de Ávila).
OREMOS JUNTOS:
Ven,
Espíritu Divino,
manda
un rayo de tu lumbre
desde
el cielo.
Ven,
oh Padre de los pobres;
Luz
profunda; en tus dones,
Don
espléndido.
No
hay consuelo como el tuyo,
Dulce
huésped de las almas,
mi
descanso.
Suave
tregua en la fatiga,
frescor
en horas de bochorno,
Paz
del llanto.
Luz
santísima, penetra
en
las almas de tus fieles hasta el fondo.
Qué
vacío hay en el hombre,
qué
dominio de la culpa sin tu soplo.
Lava
el rostro de lo inmundo,
Llueve,
Tú, nuestra sequía,
ven
y sánanos.
Doma
todo lo que es rígido.
Funde
el témpano,
encamina
lo extraviado.
Da,
a los fieles que en Ti esperan,
Tus
sagrados siete dones
y
carismas.
Da
su mérito al esfuerzo,
Salvación
e inacabable
alegría.
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario