viernes, 18 de mayo de 2012

DOMINGO VII DE PASCUA Evangelio Mc. 16,15-20


“Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo: el Hijo del Hombre”
Solemnidad de la Ascensión del Señor Día Mundial de las Comunicaciones Sociales.
Al celebrar con goza la Solemnidad de la Ascensión del Señor, a la luz del Evangelio, propongo algunos “destellos de luz”:

1.  Jesús Resucitado está en el centro de todo.
Todo parte de Dios, su iniciativa está en el origen del mensaje del Evangelio. Esto se percibe en el hecho de que el anuncio pascual:
·         Comienza con María Magdalena (Mc. 16,9-10);
·         Su anuncio lleva inicialmente a una actitud de incredulidad (16,11-14)
·         y luego a una predicación que es confirmada por 5 “signos” (16,15-20).
Jesús Resucitado, conduce a la fe pascual (16,9-14) y envía a la misión (16,15-18). El relato culmina con la mirada puesta en Jesús: Él asciende al cielo; los misioneros comienzan su obra y Jesús sigue presente en medio de ellos: “colaborando con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (16,19-20).

2.  Los Siete “tesoros” del relato.
El texto del Evangelio nos conduce a siete ideas fuertes:
1. Se afirma y confirma la resurrección de Jesús: “Resucitó” el Señor.
2. La primera aparición es para María Magdalena. Ella de receptora del Evangelio de Pascua pasa a anunciarla. El mensaje pascual comienza produciéndole miedo y rechazo. Después, lo asume y se hace posible la predicación.
3. El envío a la misión es universal (Católica) “Vayan por todo el mundo…”: la salvación es para todos los pueblos, la “fe” es una condición fundamental. No basta con recibir la noticia, hay que responder y comunicar.
4. Cuatro de los cinco signos que acompañan a los creyentes también aparecen en los Hechos de los Apóstoles:
a. expulsar demonios (Hech. 16,16-18);
b. hablar en otras lenguas (Hech. 2,1-11);
c. agarrar serpientes (Hech. 28,3-6);
d. curar enfermos (Hech. 3,1-10).
A diferencia del libro de los Hechos, estos signos no están reservados sólo a los misioneros sino que pueden ser realizados por todos los creyentes.
5. La Ascensión se describe de manera que nos recuerda la venida del Hijo del hombre, como Jesús ya lo anunció en el juicio ante el Sanedrín (14,62).
6. El Señor en la predicación apostólica se deja ver en los “signos” que confirman la palabra de los misioneros.
7. El plural comunitario que predomina a lo largo del relato: los discípulos de Jesús son los destinatarios de la noticia de la Magdalena, a ellos se les aparece el Resucitado y les da su anuncio pascual; son enviados. “Los creyentes”, la comunidad, la congregación responde al llamado de la fe, llevando a la creación, una renovación profunda.
He aquí tres aspectos cruciales: lo que constituye una experiencia de Jesús, los elementos de la misión y una visión panorámica de la vida de la Iglesia.
  1. La Ascensión del Señor y el Mandato Misionero.
Lo importante para un investigador no es sólo cuándo pasó algo o cuánto duró, sino qué pasó y con qué finalidad sucedió. La Ascensión, luego de la última aparición de Jesús Resucitado, es, ante todo, la desaparición visible de Jesús, experimentada por los discípulos. Su significado teológico, contiene estas tres dimensiones:
1. La entronización de Jesucristo Rey;
2. El ejercicio de su realeza actualmente, en el hoy de la Iglesia;
3. La conexión con otros misterios de fe: la Parusía, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, la evangelización, etc.
San Marcos nos presenta a Jesús llevado «al cielo», el lugar propio de Dios, y “sentado” a la derecha de Dios.
El misterio de la Ascensión significa para nosotros entre otras cosas:
  1. Que Jesús es constituido “Señor”: Quien por nosotros tomó la condición de siervo, pasó por uno de tantos y se humilló hasta la muerte de cruz, ahora ha sido exaltado y enaltecido.
  2. Cristo en cuanto hombre “está sentado a la derecha de Dios: En el trono de su Padre; ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra; ha sido constituido Señor del Universo y ante Él toda rodilla se dobla.
  3. La Ascensión al cielo no significa ausencia de Cristo en la tierra: San Marcos subraya que «el Señor actuaba con ellos». Ciertamente Cristo ha dejado su presencia visible, sensible, pero sigue actuando en Espíritu.
  4. Cristo sigue presente: Lo manifiesta cooperando con la acción de los discípulos. Queda así resumido todo el misterio de la Iglesia. Toda acción de la Iglesia y de cada cristiano en ella, no es algo simplemente humano, sino acción de Cristo a través de ella. Cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Por tanto, todo nuestro empeño ha de ser buscar la sintonía con Cristo para que se realice esa cooperación y nuestros actos sean también suyos y alcancen su auténtico valor: «El que cree en mí hará las obras que yo hago y aún mayores» (Jn 14,22).
  5. Su permanente presencia se notará a través de los “signos”: Que apoyarán y “acompañarán” a los que predican y a los que oyen. Los signos manifiestan que la Iglesia es palabra convertida en obras.
  6. El compromiso de volvernos “milagro”: Es decir, signo que se ve para aquellos con los que vivimos.
La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser “sacramento universal de salvación”, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” Mt 28.

  1. El Misterio de la Ascensión.
“Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no «penetró en un Santuario hecho por mano de hombre, ... sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro». En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio.

«De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor». Como «Sumo Sacerdote de los bienes futuros», es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos.

Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre: "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno).

Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás». A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin».

Bien podemos recordar la doctrina y pensamiento de los Santos Padres: “El Señor arrastró cautivos cuando subió a los cielos, porque con su poder trocó en incorrupción nuestra corrupción. Repartió sus dones, porque enviando desde arriba al Espíritu Santo, a unos les dio palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros de gracia de los milagros, a otros la de curar, a otros la de interpretar. En cuanto Nuestro Señor subió a los cielos, su Santa Iglesia desafió al mundo y, confortada con su Ascensión, predicó abiertamente lo que creía a ocultas”. (San Gregorio Magno)

 “No pienses que porque se subió a los cielos te tiene olvidado, pues no se puede compadecer en uno amor y olvido. La mejor prenda que tenia te dejó cuando subió allá, que fue el palio de su Carne preciosa en memoria de su amor”. (San Juan de Ávila)

Nuestra vida está injertada en la misma vida de Cristo (“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”). Ya no estamos solos, participamos de su misma vida. Él ya comparte con nosotros su glorificación y sigue construyendo la historia por medio nuestro, que somos su familia, su “Iglesia”, su “complemento”, la visibilidad de su donación.

¿Queremos seguirlo? ¡Sigámoslo!. De la misma manera que el imán atrae el hierro, así Cristo misericordioso, atrae todos los corazones que ha tocado. No se detiene hasta que él mismo se haya elevado. Así es como todos aquellos que son atraídos en el fondo de su corazón por Cristo, no retienen más la alegría ni el sufrimiento. Ascienden hasta él...

Cuando amamos y buscamos otra cosa distinta a Él, los dones que Dios nos ofrece quedan inútiles... Sólo un celo valiente y decidido, una oración  sincera, interior y perseverante, un abandono pleno al Espíritu del Señor Resucitado nos convertirán en auténticos discípulos y Misioneros.

Terminamos en Oración:
Jesús, te rindo homenaje en la fiesta de tu Ascensión a los Cielos.
Me alegro de todo corazón por la gloria en que has entrado a reinar
como Señor del Cielo y tierra.
Cuando acabe la lucha de este mundo, dame la gracia de compartir
en el Cielo el gozo de tu victoria por toda la eternidad.
Yo creo que entraste en tu Reino glorioso a preparar mi sitio,
pues prometiste volver y llevarme contigo.
Concédeme buscar solamente la dicha de tu amor y amistad,
para que yo merezca unirme contigo en el Cielo.
Cuando me llegue la hora de subir y presentarme al Padre
para rendir cuentas de mi vida, ten compasión de mí.
Jesús, por el amor que me tienes,
me has trasladado del mal al bien
y de la desgracia a la felicidad.            
Dame la gracia de elevarme sobre mi debilidad humana.
Que tu Humanidad me dé fuerza en la flaqueza
y me libre de los pecados.
Con tu gloria dame ánimo de perseverancia,
pues me has llamado y justificado por la fe.
Que yo profundice en la vida que me has dado
 y alcance los premios eternos que prometes.
Tú me amas, Jesús. Haz que yo a mi vez te ame.
En tu constante providencia, guía mis pasos a la vida gloriosa
que has preparado para aquellos que te aman.
Hazme crecer en santidad y darte gracias,
viviendo fielmente para Ti.
AMÉN.

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