El amor de Jesús es
el centro y corazón, capaz de redefinir completamente el modo como comprendemos
nuestras relaciones con los demás.
Tres motivos
fuertes nos motivan a ver la Palabra con fuerza y esperanza:
·
El
sexto Domingo del Tiempo Pascual;
·
La
Celebración de Nuestra Señora de Fátima.
·
La
Celebración del Día de la Madre.
El tema
central del Evangelio es el amor
como contenido de la existencia humana y cristiana. Notemos que:
·
El
centro de todo es Jesús, quien enfatiza el “yo” y el “mí”.
·
La
repetición del verbo “amar” (5 veces), del sustantivo “amor” (4 veces) y de
“amigo” (3 veces).
·
Los
protagonistas de las relaciones: Dios Padre, Jesús, los discípulos.
A la luz del Evangelio, propongo algunos “destellos de luz”.
Tres elementos centrales
conforman la frase de Jesús:
1. El imperativo (no sugerencia): “Ámense”.
2. La identidad propia, del mensaje: “mi mandamiento”.
3.
El
contenido
del amor (Jesús): “Como
yo os he amado”
Este es el corazón
del mandamiento del amor “Como yo os he amado”. No es algo
genérico sino específico, “ser como él”.
2. Características del amor de Jesús (15,13-16)
Las grandes acciones de Jesús con relación a los discípulos, son tres:
a. Dio su vida por ellos.
b. Los hizo sus amigos y no simplemente sus servidores;
esto es:
·
Los
llama a su servicio;
·
Convirtiéndolos
en sus amigos.
c. Les confió la misión; lo que significa que:
·
los
elige;
·
los
envía a la misión, y
·
les
asegura el apoyo firme del Padre en su acción misionera.
De aquí surgen las
características del amor de Jesús por sus discípulos:
1) Dio su vida por ellos.
2) Les dio la honra de ser más que sus servidores, sus amigos.
3) Los llevó hasta la intimidad con él, revelándoles sus secretos.
4) Los eligió, es decir, los separó del mundo.
5) Los destinó para la misión.
6) Les asegura el apoyo firme del Padre en su misma obra, la misión.
El fin de todas estas acciones es formar
comunidad. Por tanto, Juan 15,13-16, se puede entender así:
1.
La comunidad hacia dentro: una comunidad de “amigos” de Jesús (Jn 15,13-15). Se
destacan tres acciones de Jesús:
·
su
entrega en la Cruz,
·
el
llamado al servicio, y
·
la
relación de amistad.
En estas tres
acciones vemos la disposición para el supremo sacrificio de la vida por el
“amado”:
· Jesús es el primero que se hace amigo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (v.13)
· Jesús espera que nos hagamos sus amigos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (v.14)
· Juan 15,15ª: “Ya no os llamo siervos”. La honra de estar a su “servicio”.
· Juan 15,15b: “Os llamo amigos”. Jesús involucra a sus amigos en su proyecto de vida; la revelación de los secretos de familia.
2.
La comunidad hacia fuera: una comunidad de “enviados” de Jesús (Jn. 15,16). También
destacan tres acciones de Jesús, Señor de la Iglesia, que la hacen:
·
comunidad
elegida,
·
comunidad
enviada,
·
comunidad
respaldada.
El amigo involucra al otro
en su vida. Jesús nos involucra en su vida y en su misión. ¿Para qué? para “dar
fruto y un fruto que dure”.
Los discípulos, siguiendo
el ejemplo de Jesús, debemos tomar la iniciativa en el amor: compartiendo todo
lo que somos y tenemos, abriendo los corazones con confianza para construir
comunidad. Como Jesús, debemos vivir y morir por los demás para “dar vida al
mundo”.
Lo que comenzó con
el amor del Padre –“Como
el Padre me amó”
(15,9)- culmina con la respuesta de los discípulos que viviendo en Jesús siguen
abiertos a ese amor en ellos y lo imploran para el mundo entero.
Este es el
verdadero amor, el amor crucificado con Cristo en la Cruz. Su amor
comprometido, su amor orante, capaz de transformar todo lo que le rodea y ser
luz en medio de la tiniebla, dignidad en medio de la humillación, resurrección
en medio de la muerte.
Al famoso teólogo
del siglo pasado, Karl Barth, le preguntaron, “¿Cuál es la verdad más
profunda que usted ha descubierto en la Sagrada Escritura?”, y él respondió:
“Que Jesús me ama, esto es
lo que yo sé”.
Jesús nos pide y
nos exige:
«Permanezcan
en mi amor». Toda la vida del
cristiano se resume en dejarse amar por Dios. Porque Él nos amó primero. Nos
entregó a su Hijo como víctima por nuestros pecados. Y el secreto del cristiano
es descubrir este amor y permanecer en él, vivir de él. No sólo “hemos sido”
amados, sino que “somos” amados continuamente, en toda circunstancia y
situación.
«Ámense
unos a otros». No es una
sugerencia, sino un mandato, un imperativo. Sólo el que permanece en su amor
puede amar a los demás como Él nos ama. El amor de Cristo transforma al que lo
recibe. El que acoge el amor de Cristo se hace capaz de amar, pues el amor de Cristo
es eficaz. La caridad para con el prójimo es el signo más claro de la presencia
de Cristo en nosotros y la demostración más palpable del poder del Resucitado.
«Como
yo les he amado». Sabemos que tenemos que
amar al prójimo. Pero tal vez no meditamos tanto en la calidad de ese amor, en
ese «como yo». Mientras no lleguemos a eso hemos de considerarnos en
déficit. Cristo resucitado, viviendo en nosotros por la gracia, nos capacita y
nos impulsa a amar “como Él”. Nuestro amor, si es auténtico, debe ser semejante
al de Dios. Y Jesús ama dando la vida.
«Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos». El amor de Cristo tiene esta magnitud; este amor quiere producir
en nosotros. “Él nos amó primero” (1Jn 4,19).
«Les
llamo amigos». Cristo resucitado,
vivo y presente, nos llama y nos atrae a su amistad, pues “quien ha encontrado un amigo, ha
encontrado un tesoro” (Eclo. 6,14). Correspondemos a esta amistad con
la fidelidad a sus mandamientos.
«Yo
les he elegido». Los amigos se eligen
mutuamente, con Jesús no es así: el Hijo, nos llama “amigos suyos”, nunca se
llama a sí mismo “amigo nuestro”, menos aún “compañero”, “colega”, “cómplice” o
cosas por el estilo. En aquel tiempo, el alumno de los rabinos podía elegir un
maestro entre los diversos escribas; pero no se es discípulo de Jesús por
decisión propia, sino porque Él nos ha elegido con nombre y apellidos.
Jesús es el enviado del Padre. Desde el
comienzo de su ministerio, «llamó
a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con
él y para enviarlos a predicar» (Mc
3,13-14). Desde entonces, serán sus “enviados”, significado de la palabra griega "apostoloi".
En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo les envío». Por eso su
ministerio es la continuación de la misión de Cristo:
«Quien a ustedes recibe, a mí me
recibe », dice a los Doce.
Jesús los
asocia a su misión recibida del Padre: como
«el Hijo no puede hacer nada por
su cuenta », sino que todo lo recibe del Padre
que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin
Él, de quien reciben el encargo de la misión
y el poder
para cumplirla. Los apóstoles de Cristo
saben que están calificados por Dios como «ministros
de una nueva alianza», «ministros de Dios»,
«embajadores de Cristo», «servidores
de Cristo y administradores de los misterios de Dios».
El que los escucha a ellos, escucha a
Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió,
Dios Padre.
Por eso la
Iglesia es apostólica: Está
edificada sobre «los doce
apóstoles del Cordero»; es
indestructible; se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás
apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los Obispos.
En el año 1916, cuando
la guerra se había extendido sobre Europa y Portugal, en una de las colinas que
rodean Fátima, tres pequeños campesinos portugueses se encontraron con una
resplandeciente figura que les dijo: "Soy el Ángel de la Paz".
Durante aquel año vieron dos veces la misma aparición. Los exhortó a ofrecer
constantes "plegarias y sacrificios" y a aceptar con sumisión los
sufrimientos que el Señor les envíe como un acto de reparación por los pecados
con los que Él es ofendido.
Los hechos sucedieron entre el 13 de mayo y el 13 de
octubre de 1917. Lucía dos Santos, de diez años, y sus primos, Jacinta
y Francisco
Marto, de seis y nueve años respectivamente, relatan que sintieron
como el reflejo de luz que se aproximaba y vieron a una Señora vestida de
blanco surgir de una pequeña encina. Los niños aseguraron que se trataba de la
Virgen María, la cual les pidió que regresaran al mismo sitio el 13 de cada mes
durante seis meses. En posteriores retornos los niños fueron seguidos por miles
de personas que se concentraban en el lugar para ser testigos de las apariciones.
Francisco no escuchaba ni hablaba con la Señora; sólo la veía.
Entre las recomendaciones de la Virgen está el rezo
del Santo Rosario para la conversión de los pecadores y del mundo entero. La
Virgen también habría pedido la construcción de una capilla, que fue el germen
del actual santuario.
En el tiempo en que sucedieron las apariciones, la
Virgen, según testimonio de los videntes, realizó varias profecías y
recomendaciones y entregó tres mensajes conocidos como “Los tres secretos de Fátima”.
Los tres mensajes fueron entregados por la Virgen de
Fátima a Lucía, la mayor del grupo. El primer secreto, según Lucía, mostraba
una visión del infierno; el segundo hablaba de cómo reconvertir el mundo a la
Cristiandad. El texto del tercer misterio se mantuvo en secreto por muchos años
y sólo fue revelado por el Papa Juan Pablo II
el 26 de junio de 2000, en Fátima.
Interpretaciones de católicos afirman que el segundo
misterio pronosticó la reconversión de Rusia al Cristianismo. En el tercer
mensaje se profetizaba el atentado contra la vida del Papa Juan Pablo II,
que ocurrió el 13 de mayo de 1981 (64° aniversario de la primera aparición de Fátima).
“Ave
María, Gracia Plena, ruega por nosotros”
Celebramos con regocijo el DÍA DE LA MADRE, las
palabras nunca serán suficientes para expresar la misión y el valor de cada una
de ellas, siendo María, sin duda, la más sublime, el mismo libro de los
Proverbios afirma: “Muchas han obrado maravillas, pero tú las superas a todas”.
Como un homenaje a ellas:
Tus brazos siempre se abren cuando necesito un
abrazo.
Tu corazón sabe comprender cuándo necesito una
amiga.
Tus ojos sensibles se endurecen cuando necesito
una lección.
Tu fuerza y tu amor me han dirigido por la vida y
me han dado las alas que necesitaba para volar.
Eres la única persona del mundo que siempre está,
de forma incondicional:
Si te rechazo, me perdonas. Si me equivoco, me
acoges. Si los demás no pueden conmigo, me abres una puerta. Si estoy feliz,
celebras conmigo. Si estoy triste, no sonríes hasta que me hagas reír. Eres mi
amiga incondicional.
Un hombre quiere a su amor más que a nadie, a su
esposa mejor que a nadie, pero a su madre más tiempo que a nadie.
La mano que mueve a la cuna es la mano que manda
en el mundo (W.S. Ross).
Dios no podía estar en todas partes a la vez, y
por eso creó a las madres.
Mi madre es la mujer más bella. Todo lo que soy,
se lo debo a ella.
El amor de madre es el combustible que le permite
a un ser humano hacer lo imposible.
La madre es la persona que al ver que sólo quedan
cuatro trozos de torta de chocolate habiendo cinco personas, es la primera en
decir que nunca le ha gustado el chocolate.
Madre es el nombre de Dios que vive en los labios
y el corazón de los niños.
"El amor de una madre no contempla lo
imposible", pues ninguna lengua es capaz de expresar la fuerza, la belleza
y la heroicidad de una madre.
Una madre es capaz de dar todo sin recibir nada.
De querer con todo su corazón sin esperar nada a cambio. De invertir todo en un
proyecto sin medir la rentabilidad que le aporte su inversión. Una madre sigue
teniendo confianza en sus hijos cuando todos los demás lo han perdido.
A: Por tu Amor, insuperable.
D: Por el Deber y
la Dedicación hacia tus hijos.
R: Por ser la Reina
de la familia, no reconocida.
E: Porque eres
Especial y por tu Entrega, por mantener unida a su familia.
Mi madre encuentra la felicidad cuando yo la encuentro.
Cuando yo vivo algo hermoso, lo vive a través de mi experiencia.
Mi madre reza por mí, incluso cuando yo sólo rezo por mi mismo.
Mi madre me daría el mundo entero si fuese capaz.
P. MARCO BAYAS O. CM
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