viernes, 4 de mayo de 2012

DOMINGO V DE PASCUA Evangelio Juan 15,1-8


“Vivir unidos a Cristo: Invitación a dar Frutos de Vida Eterna”

LA ALEGORÍA DE LA VID.
Jesús desarrolla un tema fundamental, el de la vida y cómo conseguirla.
Enraizarse en Cristo es la clave para la fidelidad de una comunidad. Permanecer y arraigarse en él libera de la angustia y es la forma de no perderse. La comunidad de vida está plenamente garantizada para quien permanece en Cristo, como el sarmiento en la vid. 
La permanencia tiene su prueba, los frutos. Amor sin eficacia, fe sin práctica, esperanza sin entusiasmo es amor necesitado de poda; el amor sin frutos está destinado a arder, como la hojarasca inútil. En cambio, quien, amando con obras, fructifica su permanencia en Cristo, verá fructificados hasta sus deseos (1 Corintios 13,1-13); Cristo no dejará sin cumplir los anhelos de quien cumple su voluntad. 
Los discípulos están sorprendidos, ante la novedad y la grandiosidad: “Vosotros en mí y yo en vosotros”. ¿Qué significa esto? Jesús explica: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado” (15,1-3).
Permítanme compartir algunos puntos de luz, acerca del Evangelio:

1. Los personajes de la Alegoría.

a. Jesús, la “vid verdadera”: Yo soy la vid verdadera”. Jesús se presenta a sí mismo con el conocido símbolo del pueblo de Israel, la vid.

El Salmo 80,9 se refiere al Pueblo de Israel como una vid: “Una viña de Egipto arrancaste y la plantaste en esta tierra”. Isaías 5,7 describe la “viña del Señor de los ejércitos”, de cómo Dios preparó el terreno, la cuidó e hizo todo lo que pudo para que diera los mejores frutos, pero cuando vino a buscar estos frutos no encontró sino uvas pasmadas y agrias.

 “Yo soy la vid verdadera”, Jesús afirma que Él es la verdadera vid de la cual el pueblo de Abraham fue un símbolo, una imagen. Es Él quien produce el fruto que Dios Padre ha buscado a lo largo de la historia.

b. El Padre: “el viñador”
Mi Padre es el viñador”, el agricultor, el jardinero que se ocupa, preocupa y cuida con empeño de su viña.
c. Los discípulos: “los sarmientos”

Jesús compara a un discípulo suyo con la rama de una vid: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, no se trata de dos cosas distintas: de un lado la vid, de otro, las ramas. ¡No! No hay una vid sin sarmientos. Somos parte de Jesús. Él es el todo. Para que una rama produzca frutos, debe estar unido a la vid. Sólo así consigue recibir la savia. "¡Sin mí, no podéis hacer nada!”; enseguida explica que hay dos tipos de ramas: las que dan fruto y las que no dan fruto. Por lo tanto, los discípulos de Jesús producen fruto.

2. La obra del Padre como viñador.

Dos tareas realiza el Padre en su viña:
a. Dios Padre, como viñador corta y arranca la rama que no da fruto: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta”. Es iluminador el texto de 1 Jn. 2,19: “Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros”. Que el Señor no nos arranque por la falta de frutos…

b. Limpia las ramas que sí dan fruto. Esto lo hace con su Santa Palabra: “Y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado”. Cuando se cosechan los frutos, luego se recogen más y mejores. A quien sabe darse a los demás, le vienen más dones. Para dar abundante fruto, la Palabra de Dios hace un trabajo interno: se  vuelve savia de vida que fructifica y nos lleva a parecernos cada más a Jesús.

3. Los primeros grandes frutos.
 
a. Primer fruto: la oración eficaz.

En una vida comprometida en base a la relación justa y amorosa con Dios y los demás, la oración de petición se vuelve eficaz: “Pedid lo que queráis y lo conseguiréis”. Es decir, lo que esperamos realizar se logrará. Y esto porque nuestra vida está en sintonía con la voluntad de Dios. La eficacia de la oración está condicionada al plan de Dios, un plan que conoce quien está en comunión de vida con Jesús. Esto significa:

·         vivir lo que Jesús nos ha prometido en su Buena Noticia: La oración no es una manera de arrancarle a Dios lo que yo quiero que él haga, sino pedir que haga lo que prometió hacer. Hay que orar en sintonía con la Palabra: “Si mis palabras... pedid... lo conseguiréis”. A veces puede tomar algo de tiempo, pero finalmente lo hará.  

·         llevar a cabo su obra en el mundo: se refiere a la oración que implora la fecundidad de la misión, la obra de transformar el mundo. Queda claro que la fecundidad evangelizadora y todo esfuerzo renovador del mundo depende en última instancia de la comunión con Jesús y de la obra del Padre.
b. Segundo fruto: el testimonio que glorifica.
El texto concluye con la frase: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos”.

Aquí está la síntesis de todas las enseñanzas. Se comenzó con la obra del Padre, una especie de nuevo génesis en la vida pascual del cristiano: “Mi padre es el viñador”; que trabaja por la viña “para que de más fruto” y  termina con la “gloria del Padre” en la plenitud de la vida. El Padre está en el origen y en el culmen de todo.

Un discípulo tiene el deber de dar “gloria” al Padre, es decir, revelar su verdadera realidad de Padre generador de vida.

Esto se evidencia:
  • viviendo en comunión con Jesús –que es la plenitud de vida- en la dinámica del discipulado 
  • y, convirtiéndose en un valiente apóstol que esparce frutos de vida por doquiera que va.
Notemos que hay un “hacia dentro” y un “hacia fuera”, en la dinámica del hombre nuevo creado por Dios. Los dos aspectos van juntos y configuran una vida de testimonio que glorifica.
Esta fecundidad misionera hace del mundo, de la viña, “un jardín de la vida” que Dios siempre quiso; entonces “el Padre es glorificado”, es reconocido y acogido por el mundo como “Padre” generador de vida.

4. Compromisos ante La Palabra.

a.  Entre la vid, el sarmiento y el labrador existe una realidad escondida y fundamental, la savia. Vida que ha de circular, regenerar y fecundar con su virtualidad toda la vid. Por eso, la unión entre la vid y los sarmientos ha de ser:
·      Íntima, "permaneced en mí y yo en vosotros" con un amor fuerte, real, alimentador, eucarístico; "no puede dar fruto el sarmiento si no permanece en la vid".
·      Permanente, no puede separarse, "el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante". Sin la corriente de la savia nos marchitamos y morimos como miembros de la vid.
·      Creciente, "a todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto". Esto supone una atención, un trabajo del labrador con cada uno de los sarmientos, un amor a cada sarmiento.
·      Fecunda, "el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante". Los frutos de cada sarmiento son debido a la savia, a la unión, al amor que fecunda nuestra existencia cotidiana.
Los frutos que el viñador espera, son los del Espíritu: (Gál. 5,22-23)



b.   Por el Bautismo hemos sido injertados en Cristo, lo cual nos lleva a vivir la nueva revelación:
  • «Yo soy la Vid verdadera»: símbolo de la unión vital de Cristo y los cristianos, y de los cristianos entre sí.
  • «Permanezcan en mí»: mandamiento que resume toda la vida y actividad del cristiano. Nuestra relación con Cristo no es a distancia. Vivimos en Él y Él en nosotros. Esta unión vital y continua con Cristo es la clave del crecimiento del cristiano y del fruto que pueda dar. Toda la vida viene de la Vid y nada más que de la Vid, que es Cristo.
  • «Sin mí no pueden hacer nada». El que comprende de verdad estas palabras cambia por completo su modo de plantear las cosas. Cada acción realizada al margen de Cristo, cada momento vivido fuera de Él, cada palabra no inspirada por Él, están condenados a la esterilidad más absoluta.
  • «Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho». La fe en Jesús y la adhesión a su palabra, es lo que “limpia” al discípulo. El “fruto” es el amor ágape, manifestación externa de la fe en Jesús. El que permanece en Cristo por la fe, vive y actúa como vive y actúa Cristo, movido por el Espíritu.
  • «Lo poda para que dé más fruto». Para dar fruto es necesario permanecer en Cristo mediante la fe viva, la caridad ardiente, la esperanza invencible, mediante los sacramentos y la oración continua, mediante la atención a Cristo y la docilidad a sus impulsos. Como Dios nos ama, y desea que demos mucho fruto, nos poda. Gracias a esto cae mucho ramaje inútil. El sufrimiento, las humillaciones, el fracaso, las dificultades, los desengaños… son muchas veces los instrumentos de que Dios se sirve para podarnos. Con la poda caen también muchas apariencias, nos enraizamos más en Cristo y podemos dar más fruto.
  • «Pidan lo que quieran y se les concederá». El discípulo que permanece en Cristo, pedirá lo que pide Jesús. Juan lo subraya con una lógica y una coherencia implacables: «Lo mismo que el sarmiento separado de la vid se seca y no tiene vida ni da fruto, ustedes separados de mí no pueden hacer nada». Nuestro fruto no depende de las cualidades humanas, sino de la unión con Cristo.
c.    La unión con Cristo, fruto de la comunión eucarística.
La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Jesús. El Señor dice: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él». La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: «Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí».
Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.



Comulguemos al Señor que se nos muestra:
Como la Verdad, para ser dicha;
Como la Vida, para ser vivida;
Como la Luz, para ser iluminada;
Como el Amor, para ser amado;
Como el Camino, para ser andado;
Como la Alegría, para ser dada;
Como la Paz, para ser extendida;
Como el sacrificio, para ser ofrecido, en nuestras familias y en nuestro barrio.

(Beata Teresa de Calcuta)






Terminemos meditando (Is 5, 1-7)
 
Canción de la viña
Voy a cantar en nombre de mi amigo
un canto de amor dedicado a su viña:
 

Mi amigo tenía una viña
en una fértil colina.
La cavó y despedregó,
plantó cepas selectas,
levantó en medio una torre
y excavó también un lagar.
 

Esperaba que diera uvas,
pero dio agrazones.
Ahora, habitantes de Jerusalén,
hombres de Judá,
juzgad entre mí y mi viña.
¿Qué cabría hacer por mi viña
que yo no haya hecho?
¿Por qué esperando uvas
dio agrazones?
 

Pues os voy a decir
lo que haré con mi viña:
Le quitaré su cerca y servirá de pasto,
derribaré su tapia y será pisoteada.
La convertiré en un erial,
no la podarán ni la escardarán,
crecerán cardos y abrojos
y prohibiré a las nubes
que lluevan sobre ella.
 

La viña del Señor todopoderoso
es el pueblo de Israel,
y los hombres de Judá
su plantel escogido.
Esperaba de ellos derecho
y no hay más que asesinatos,
esperaba justicia y sólo hay lamentos.



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