dándoles poder sobre los espíritu inmundos…
y sanaban a muchos enfermos con una unción de aceite”
Propongo algunos “destellos de luz”, para reflexionar y aplicar la Palabra de Dios
en el día a día de nuestra vida.
1.
Estructura del
Texto:
a. Convocatoria y
envío de los Doce (6,7)
b. Las instrucciones
para la misión (6,8-11):
·
Lo que se debe llevar para que la misión tenga éxito (6,8-9)
·
Cómo actuar cuando el misionero es acogido y también cuando
es rechazado (6,10-11).
c. La realización de
la misión (6,12-13)
2. Convocatoria y envío de los Doce (6,7)
Un misionero jamás debe olvidar que:
·
Jesús es quien llama, no atribuirse nada de modo personal.
·
Jesús envía de dos en dos, valorar la fuerza de la comunidad.
·
No van en nombre propio, sino como testigos de un mensaje
recibido de Jesús.
·
Deben ayudarse y apoyarse, incluso corregirse, si es
necesario.
·
Tienen una visión comunitaria de la misión: ésta parte de la
comunidad, se realiza y se consuma en ella.
·
Jesús les da poder sobre los espíritus inmundos: Tres tareas
designa el Señor a sus Apóstoles: Exorcismos; la predicación de la conversión y
la curación de los enfermos.
- Las instrucciones para la misión (6,8-11)
- Lo que se debe llevar para que la misión tenga éxito: El Señor nos pide ser ligeros de equipaje, es decir, no llevar cosas que me pueden instalar o acomodar. Esto nos recuerda:
a. La radicalidad del desprendimiento.
b. Lo que se puede llevar: Bastón, como signo de autoridad y
poder delegado y recibido; las sandalias, el celo por el Evangelio;
una túnica,
signo del revestimiento del poder de Dios.
c. Esta pobreza radical anuncia que el misionero:
- Es mensajero de paz y mansedumbre.
- Confía verdaderamente en Dios y en su Providencia.
- Supera y vence el consumismo y la confianza en los medios humanos, en los cuales, muchas veces, la confianza en Dios se margina.
- Se convierte en expresión del poder de Dios que se revela en los pobres y sencillos.
- Pedro y Juan lo muestran con creces: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y camina” (Hechos 3,6)
“Les
mandó que no llevaran nada para el camino”.
El Señor insiste en la necesidad de ir desprovistos de medios y seguridades; la
única seguridad del apóstol reside en el hecho de ir enviados en el nombre de Jesús,
y respaldados por Él. El equipaje de los predicadores del evangelio es el mismo
de Jesús: pobreza, confianza en Dios, y el respaldo de quien los envía. Es la ley
esencial para la eficacia de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Igual que los Doce, todo cristiano es
“enviado a echar demonios”, cada uno según su propia vocación y misión. Cristo nos
capacita para ello, nos da su mismo poder (Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal).
La vida del cristiano como la de Cristo, es una lucha contra el maligno y
contra el mal, no sólo en uno mismo, sino en los demás y en el ambiente que nos
rodea. Para esto se ha manifestado Cristo, para deshacer las obras del Diablo.
La
Iglesia se apoya en la elección de los Doce y de Pedro como Cabeza. El Señor Jesús
dotó a su comunidad de una estructura: Primero está la
elección de los Doce con Pedro como su Cabeza. Los Doce y los otros discípulos participan en la misión de Cristo,
en su poder,
y también en su suerte. Con todos estos actos, Cristo prepara
y edifica su Iglesia.
Somos
incorporados por el Bautismo a la Iglesia, Cuerpo de Cristo: El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo.
Nos incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace
el único pueblo de Dios, el de la Nueva
Alianza que trasciende
todos los límites naturales o humanos.
Como punto de reflexión, propongo un breve Decálogo del Misionero:
1. El Misionero es un ser íntegro
de Dios: Posee una fe profunda en Jesús. Es consciente de su
envío, dispuesto a encontrar a Dios en cada persona y en cada cultura. Persona
de oración y contemplación, convencido de Dios y su poder.
2. Católico convencido, de mente y
corazón abiertos: Sin fanatismos, dispuesto a comprender y valorar
las diferentes culturas, sin emitir juicios, ni cultivar prejuicios. Abierto a la
vida y a su defensa.
3. Alguien eminentemente humano: Que
ame a la gente y luche con ellos y por ellos. Sensible a las alegrías y dolores
con aquellos que comparte, participando en las celebraciones y actividades de
la comunidad.
4. Persona de
pasión intelectual: Responsable de su formación permanente, para “dar razón
de su fe”. Con espíritu investigativo para leer los signos de los tiempos y dar
una respuesta desde la Palabra a cada uno de ellos. Crea nuevas metodologías
para aprender y anunciar. Ha de ser un investigador y observador.
5. Constructor incansable de la
vida de equipo: La evangelización se hace en equipo o mejor en
comunidad, o no se hace. En una nueva cultura de individualismo y de lucha
competitiva; el testimonio personal y comunitario es fundamental para que el
mensaje sea creíble.
6. Testigo fiel del amor de Dios: Consecuente
con la fe que predica. Revestido de la misericordia y compasión del Hijo de
Dios.
7. De esperanza contra toda
esperanza: Evangelizar es un proceso lento, se debe afrontarlo
sin prisas ni con el deseo de ver resultados rápidos. Por eso, será constante
en su labor; optimista porque sabe que Dios tiene la última palabra. No olvida
que “uno siembra y otro cosecha”.
8. Abierto, amable y evitando todo
paternalismo: Con el testimonio de una
vida sencilla será amigo de todos. No les creará necesidades ni dependencias. “No
dará el pescado, enseñará a pescar”. Hará de todos agentes de su propia
libertad.
9. Capaz de confiar y delegar: Conocerá,
valorará y consultará a los líderes de las comunidades, movimientos y
ministerios. Los laicos, estarán involucrados en los trabajos de pastoral.
Planeará con la gente y los hará corresponsables de todos los procesos.
10. Cristiano que defiende la vida:
La Buena Noticia es que Jesús ha venido para que tengamos vida en
abundancia (Juan 10,10). En medio de una sociedad que devalúa lo ético y moral,
promoverá mecanismos a favor de la dignidad, derechos y deberes de la persona
humana. Denunciará con actitud profética situaciones y estructuras de
injusticia, violencia y opresión que estén en contra de la vida y el proyecto
de Dios.
- Cómo actuar cuando el misionero es acogido y también cuando es rechazado (6,10-11)
La misión nos pone en contacto con buenos y malos, el
reto es no dejarse contaminar por el pecado, debemos convertir el mal a fuerza
de bien.
Quitarse el polvo de los pies o de la ropa era un ritual simbólico con el que el israelita se purificaba cuando regresaba de tierra pagana; se creía que la tierra participaba del carácter de sus habitantes (Números 5,17), había que liberarse de él. El israelita no entraba en comunión con estilo de vida del pagano ni participaría del destino que le aguardaba. El gesto, de los misioneros cristianos, tenía el valor de un testimonio de advertencia de no estar de acuerdo con su actitud negativa y un último llamado a la conversión, pues el rechazo del anuncio del Reino traería consecuencias funestas. Quien rechaza al misionero rechaza la Buena Nueva que anuncia.
- La realización de la misión (6,12-13)
La primera
tarea de los misioneros es la predicación de la conversión. Pero no es
suficiente la intención de la conversión si el mal sigue imperando.
Por
ello, frente a la apertura del hombre a Dios corresponde la autoridad del Reino
de Dios que se manifiesta en exorcismos y sanaciones.
El
gesto de la unción de los enfermos con óleo, es un signo maravilloso del
Sacramento de la Unción de los enfermos.
La compasión
de Cristo hacia los enfermos y sus curaciones
son un signo maravilloso de que “Dios
ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16)
y de que el Reino de Dios está cerca. Jesús tiene poder para curar y para perdonar los
pecados: vino a curar al hombre entero: alma,
cuerpo y espíritu; es el médico que los enfermos necesitan. Esto lleva a los infatigables esfuerzos de la Iglesia, en
todos los tiempos y lugares, por aliviar a los que sufren.
La sanación de los enfermos.
Cristo invita a seguirle, tomando su
cruz. Así los Apóstoles adquieren una nueva
visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos.
Les hace participar de su ministerio
de compasión y de curación: “Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran;
expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los
curaban”.
El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. San Pablo aprende del Señor: “mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Cor. 12,9). Los cristianos creemos que la enfermedad y el sufrimiento son ocasión de unirse a los sufrimientos de Cristo, a favor de su Cuerpo, la Iglesia. Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento, éste nos configura con Él y nos une a su Pasión redentora.
“¡Sanen
a los enfermos!”. La
Iglesia ha recibido esta tarea del Señor, la realiza mediante los cuidados a los enfermos y
por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de
Cristo, médico. Esta presencia actúa
particularmente a través de los sacramentos,
y de modo especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna y cuya conexión con la salud corporal
insinúa San Pablo en 1Cor 11,30.
- El Sacramento de la Unción de los enfermos. La Iglesia Apostólica atestigua por medio de Santiago: “¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros (los sacerdotes) de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados” (Sant. 5,14-15).
La Tradición ha reconocido en este rito
el Sacramento de la Unción de los
enfermos, en
el que Jesucristo alivia y reconforta al cristiano que comienza a encontrarse en
peligro de muerte por enfermedad o vejez.
La Unción de los enfermos comunica un don particular del Espíritu Santo que produce los siguientes efectos:
- Experiencia del Amor de Cristo: Cuando uno ora al Señor por un enfermo y con él, siempre hay una manifestación de paz y alegría en él, aunque no se dé ningún cambio aparente en el estado de su salud. Si no fuera así, yo no hallaría mucha razón de ser en este ministerio.
- une al enfermo a la Pasión de Cristo, consagrándole para dar fruto para su bien y el de toda la Iglesia;
- da al enfermo el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez; es una anestesia divina, algunos enfermos no se curan, pero desaparecen o disminuyen los dolores. Al acercamos con compasión verdadera a un enfermo él siente esa corriente de amor del Señor.
- fortalece la fe del enfermo contra las tentaciones del maligno: el desaliento y de angustia ante la muerte;
- perdona los pecados, si el enfermo no ha podido recibir el sacramento de la Penitencia;
- Liberación hábitos nocivos: Muchas enfermedades pulmonares, gástricas, bronquiales, etc. son resultado del exceso de cigarrillo, alcohol, droga, etc. Las personas prisioneras de esos hábitos se sienten incapaces de dejarlos. Es inútil orar por la sanación de tales enfermedades mientras subsista la causa. La oración tiene que buscar, la liberación de la adicción o del hábito. Hay testimonios admirables. Frente a nuestra voluntad débil e inconstante está el poder del Espíritu. Su acción llega a nuestra persona, a nuestra voluntad debilitada por el pecado y por los malos hábitos.
- Ayuda a organizar mejor la vida y tener así mejor salud: La causa de malestares y enfermedades es la falta de organización y orden en el trabajo y en la distribución del tiempo. La oración y docilidad al Espíritu nos habla a través de personas y acontecimientos, dan luz oportuna para distribuir mejor el tiempo y para actuar en cada circunstancia como el Señor quiere que lo hagamos.
- puede restablecer la salud corporal
del enfermo, si conviene a su salud
espiritual; Entendemos así la
Palabra: "Encomienda tu camino al
Señor, confía en Él y Él actuará" (Salmo 36); "Confiad al Señor todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de
vosotros" (1 Pe 5,7); "Por
eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida" (Mt 6,25). Cuando
la oración nos consiga la paz, la confianza en el Señor y la seguridad en su
amor, vendrá la recuperación corporal.
- al enfermo en peligro de muerte le prepara para su paso a la vida eterna; Al orar por un enfermo que está penando y sufriendo mucho, el resultado es que éste muere pronto y con gran paz. ¿No es éste un fruto maravilloso del ministerio de sanación? ¿No constituye un gran beneficio para quienes tienen que asistirlo? Puedo decir que muchos al recibir el Sacramento “se duermen en el Señor”.
- acaba en el enfermo la conformación con la muerte y resurrección de Cristo, que el Bautismo había comenzado.
- A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la Eucaristía como viático, que es semilla de vida eterna y poder de resurrección. En la oración que recita el sacerdote antes de comulgar pide que el Cuerpo y la Sangre de Cristo que va a recibir le sirvan de "defensa para el alma y el cuerpo" y se conviertan en remedio de salvación.
No sabemos cuál será la respuesta
del Señor a nuestra oración. Sí estamos seguros que, “la única oración que se pierde
es la que no se hace”.
Sólo los sacerdotes
(obispos y presbíteros) están capacitados
para administrar válidamente la Unción de los enfermos. El sacerdote impone las
manos sobre el enfermo; ora por él, y lo unge con óleo bendecido en la cabeza y
en las manos.
Los fieles deben acompañar a los enfermos con sus oraciones y
con la atención fraterna,
deben animar a
los enfermos a llamar al sacerdote para recibir este Sacramento y ayudarlos a
que se preparen para recibirlo con buenas disposiciones; participan en la
celebración con su presencia y oración. Los familiares
y amigos del enfermo tienen el grave deber de
avisar al sacerdote para que reciba fructuosamente este sacramento.
Suba desde cada rincón de la tierra,
reforzada con la materna intercesión de la Virgen, la ardiente plegaria al
Padre celestial para conseguir "obreros para su mies" (Mt 9,38)
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