viernes, 7 de diciembre de 2012

DOMINGO II ADVIENTO (CICLO C) Evangelio: Lucas 3,1-6



“Voz que clama en el Desierto:
Preparad el Camino del Señor,
Enderezad sus sendas”

Introducción. Este y el próximo domingo de este tiempo del Adviento sobresale la figura de Juan Bautista. El profeta entra en el complejo escenario de la historia para darnos esperanza y para exigir conversión.

San Lucas explica el por qué de la presencia del Precursor en este tiempo: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (3,4). Para responder a la pregunta: ¿Cómo aparece la persona y la obra del que debe preparar la venida del Señor?, Lucas nos conduce por un itinerario que tiene tres partes:

Ø    El marco histórico en el que Juan comenzó su ministerio (3,1-2ª) 
Ø    La presentación de la vocación del profeta (3,2)
Ø    Un resumen de lo esencial de la misión profética de Juan (3,3-6)

El texto: “En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios”.
  1. Un profeta bien situado en su tiempo (3,1-2ª): El marco histórico en el que Juan comenzó su ministerio.
El Evangelio comienza con una contextualización. Lucas nos presenta la lista de autoridades terrenas y religiosas que inciden profundamente en el destino de Juan. Los personajes y sus fechas no es sólo ilustrativa; a través de los datos el evangelista nos da el mensaje de que la acción salvífica de Dios no ocurrió en una indeterminación fantástica o mítica, sino en un marco espacial y temporal bien definido; él es el Dios de la historia.
  1. Contexto bíblico:
Ø    Lucas describe la presentación y ministerio de Juan Bautista, ubicado en la historia del mundo pagano y en la historia del pueblo de Israel.
Ø    Lucas pretende, al darnos estos datos históricos, mostrarnos la historia de la salvación, que nos llega con Jesús. Y esta salvación está insertada en la historia humana.
Ø    Los datos que nos da Lucas permite afirmar que la predicación de Jesús se inicia hacia el año 27 ó 28 de nuestra era.
  1. Ámbito Político:
A nivel del Imperio Romano: El emperador es Tiberio, soberano absoluto, continuador de la política de “pax romana” iniciada por César Augusto. Él concentra el poder político y económico de las provincias conquistadas por el imperio, todos dependen de él. El período de su gobierno abarca los años 14 al 37 d C. El dato del “año quince” de su gobierno corresponde a los años 28/29. El ministerio de Juan comenzó en ese tiempo preciso. 

A nivel de Palestina. Los cuatro nombres que se indican se refieren a los cuatro gobernadores entre los cuales estaba dividido el territorio que dejó el rey Herodes el Grande (37-4 a C): 

Poncio Pilato, el procurador romano de la región de Judea entre los años 26-36 d C. Fue quien tomó la decisión final de ejecutar a Jesús en una Cruz (Lc 23,24).
Herodes Antipas, heredó de su padre Herodes el Grande el territorio de Galilea y gobernó entre los años 4 a C y 39 d C. Hizo arrestar y decapitar a Juan Bautista (Lc 3,20; 9,9). Como tetrarca de Galilea, tiene jurisdicción sobre Jesús (Lc 13,31), por eso Pilato le envió donde él para escuchar su opinión antes de ejecutarlo (Lc 23,6-12).
Herodes Filipo, tetrarca de la región del Golán, donde queda Cesarea de Filipo, entre el 4 a C y el 34 d C;
Lisanias, tetrarca de Abilene, más al norte de la región. Los dos últimos no tienen implicación directa en los evangelios, pero ayudan a definir de manera completa el marco histórico.
  1. Ámbito Religioso.
Luego aparecen los nombres de las máximas autoridades judías, tienen competencia en el campo religioso y algunas, en el campo civil: 

1º Anás, Sumo Sacerdote entre los años los 6-15 d C y,
2º Caifás, entre el 18 y el 37 d C. Parte de su tarea era presidir el Consejo de los Ancianos, donde se determinaba la rectitud de doctrina y de comportamiento religioso en el pueblo judío. Ambos se escandalizaron con el comportamiento de Jesús y pidieron su condena a muerte.
  1. Una necesaria pero peligrosa confrontación.
La obra de Juan, y la de Jesús, se desarrolla en medio de una historia concreta en la que estos gobernantes reinan. Dios entró en la historia y se puso a nuestro lado de esta forma, en las condiciones comunes de la vida humana. Los personajes mencionados directa o indirectamente se relacionan con los ministerios de Juan y de Jesús; la relación con las autoridades será conflictiva. La balanza del poder se inclina, hacia los gobernantes, de modo que el ministerio del Mesías y el de su Precursor será truncado con violencia por el poder mundano representado en estos personajes. 

La visión del Evangelio no es la del derrotismo frente al poder que calla a los profetas con métodos violentos; los personajes que ejercen con poderes destructivos son nombrados para dar una buena noticia: no estamos entregados definitivamente a los poderes históricos; la última palabra sobre el destino del mundo la tiene Dios, el Señor de la historia.
 
Con la venida de Jesús, cuyo camino prepara Juan Bautista, Dios quiebra el círculo de hierro y el curso inflexible de las fuerzas históricas. Por eso Jesús y el último de los profetas entran en el escenario estrechamente ligados a esta historia.
  1. La vocación del profeta Juan: su palabra proviene de Dios (3,2b)
Ocurre un evento importante en la vida Juan: “Fue dirigida la Palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Gracias a él, se escucha de nuevo la voz profética que se había apagado en la tierra. Juan recibe su vocación de manera análoga a la de los grandes profetas del Antiguo Testamento (Jer 1,1). San Lucas narra como el Precursor fue escogido para esta tarea y fue dotado por el Espíritu de Dios (Lc 1,15-17). En esta circunstancia histórica precisa, Juan es llamado para que lleve a cabo su misión. La palabra que va a predicar no es suya. Un profeta no se presenta a nombre propio sino como delegado de Dios (Lc 20,4). Juan recibe la Palabra de Dios. Y la recibió, “en el desierto, justo donde había pasado su largo tiempo de preparación (“vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”, 1,80).
  1. La palabra de Dios vino sobre Juan.
Lucas aplica a Juan la profecía de Isaías 40,3-5. Él es la voz que grita en el desierto, anunciando la venida del Mesías. En Juan actúa la Palabra para trasmitir el proyecto de Dios para salvar a todos los pueblos.

Juan es el profeta itinerante. No es uno más en la larga lista de los profetas de Israel. Es el último profeta del Antiguo Testamento que conecta con el Nuevo Testamento. Como los anteriores profetas, Juan viene a preparar los caminos al Mesías. Lucas subraya la universalidad de su misión, con la cita de Isaías: “todos verán la salvación de Dios” (v. 6). 

Juan es sorprendido por la Palabra. Podía haber heredado el título y ministerio de Sacerdote de su padre Zacarías, al servicio del culto en el templo de Jerusalén. Pero, eligió la vocación de profeta austero y penitente, en la vida dura del desierto, para anunciar el bautismo de conversión.

A Juan le vino la Palabra. Y su fuerza le hace renunciar a los privilegios y prefirió la sencillez del pueblo. Se fue al desierto. La Palabra siempre viene desde el desierto, lugar del silencio y de la escucha de la Palabra. Y se dirige a los que viven en seguridad e instalados en el poder.
  1. El “desierto”.
Nos remite a los orígenes del pueblo de Israel en el éxodo y a los comienzos de la historia misma (Génesis 2,5). El desierto evoca aridez, soledad, anonimato, miedo, carencia, falta de esperanza. En él rozamos con la muerte. El desierto es el lugar donde si uno grita nadie lo escucha; donde si uno se desvanece agotado sobre la arena, no hay quien se ponga a nuestro lado; donde si nos ataca una bestia, no hay quien nos defienda; donde si se vive una gran alegría o una gran pena, no hay con quien compartirla. 

Qué significa entonces escuchar la voz de Dios en el desierto para desde allí proclamarla… Juan tiene todas estas credenciales, el pueblo lo reconoce como un profeta, y Jesús dirá que él es más que un profeta porque preparó el camino del Señor.
  1. La misión del profeta Juan: la preparación del camino del Señor (3,3-6)
El profeta expone el pensamiento y el querer de Dios. Se trata de la misma Palabra de Dios, sus enseñanzas obligan y no deben ser menospreciadas. 

Con esta misión Juan “se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados”. Al final, en la cita de Isaías de las promesas que se están cumpliendo en el ministerio de Juan, se ve el resultado del ministerio del Bautista: “Y todos verán la salvación de Dios”. Esto significa que: 

1º ha llegado la “salvación” que trae Jesús; 
2º sólo quien se prepara para la venida del Señor puede “ver” su Salvación (Lc 2,29-32); y 
3º la salvación es para “todos” (judíos y paganos) y tiene alcance universal. La tarea del Precursor es preparar la venida del Señor mediante la predicación de la conversión.
  1. ¿Cómo entiende este texto la conversión?
Lucas responde con la profecía de Isaías 40,3-5. La conversión se parece a la transformación de un desierto: “Voz que clama en el desierto”, el desierto que cada uno lleva por dentro y el desierto de nuestras ciudades. Juan recibió la inmensa tarea de sacudir esos desiertos, todos esos obstáculos que impiden avanzar: “barrancos”, “montes y colinas”, “lo tortuoso y las asperezas”. 

La imagen de los “caminos que se hacen llanos” evoca una gran apertura que nos rescata de nuestras soledades, un fluir que nos saca de nuestros estancamientos, un gran espacio para la compañía que nos saca de nuestros egoísmos, una ampliación de la visión que nos devuelve los sueños de humanidad que creíamos imposibles. 

Quien vive cerca de un desierto se acostumbra y se resigna a verlo siempre así. Así sucede con nuestros pecados y con los de los otros. La voz que clama en el desierto nos dice que sí es posible cambiar, que Dios abre caminos donde parece imposible. Juan predica el regreso a los caminos de Dios para un pueblo necesitado del perdón. 

El punto está en creer que sí podemos transformar el desierto. La conversión no es una auto-tortura, sino la maravillosa aventura de aceptar participar en la creación de Dios que se realiza en nosotros y que apunta a la calidad de vida en la sintonía de proyecto de vida con Dios. 

Por eso en la predicación de Juan se conjugan dos aspectos:
1º el predicador de la penitencia y,
2º el mensajero de la alegría. 

La transformación del desierto supone la remoción, a la tierra nueva de la reconciliación se llega por el camino bien preparado de la conversión. El profeta ahora estremece el desierto, después vendrá Jesús y lo hará florecer bautizándolo en el Espíritu Santo.
  1. Preparen el camino del Señor (v. 4)
La salvación viene en la historia de cada día, así se hace “historia de salvación”; con una condición: que se dé la conversión de valores, actitudes y conducta según el Evangelio.

Ésta es la vocación del profeta cristiano: dejarse invadir por la Palabra, trasmitirla acompañada de su estilo de vida, ser su testigo con hechos y anunciar con palabras la Buena Noticia de la salvación, la presencia del Salvador entre los humanos. 

Lo que caracteriza al profeta no es el “pre-decir”, sino el ”decir”. El profeta se enfrenta a los poderes que explotan y esclavizan. 

El profeta cristiano tiene experiencia de “pueblo”, está encarnado en medio de los sufrimientos y alegrías de la gente. Está lleno de la Palabra, porque escucha a Dios que le trasmite el plan de liberación, que, a su vez, trasmite al pueblo. Así el profeta “prepara los caminos del Señor”.
  1. Todos verán la salvación de Dios (v. 6)
Nuestra esperanza no queda defraudada por la espera de la venida del Señor. Él viene constantemente a nuestra vida y a nuestra conciencia. Él nos promete y nos da la plenitud de su Ser: Amor y Vida.

La liberación de nuestras esclavitudes nos viene del Señor. Y la Alianza, el pacto de amor, nos ofrece nuestro Dios en el desierto, que significa búsqueda y silencio, superación de las tentaciones y encuentro con Dios. Como aconteció con el pueblo de Israel, que, en el desierto, recibió la Alianza, el pacto de amor.
  1. Propósitos para el Tiempo de Adviento.
Para vivir de modo adecuado este tiempo litúrgico se sugiere:
Ø  Ayudar en casa en aquello que cueste mayor trabajo.
Ø  Rezar en familia por la paz del mundo.
Ø  Ofrecer cada día por los niños sin padres ni una casa donde vivir.
Ø  Obedecer a los padres y maestros con alegría.
Ø  Compartir lo que tengo con una sonrisa a quien le haga falta.
Ø  Cumplir las tareas sin quejas ni reclamos.
Ø  Ayudar a los hermanos en lo que necesiten.
Ø  Ofrecer un sacrificio por los sacerdotes y por las vocaciones.
Ø  Rezar por el Papa Benedicto.
Ø  Dar gracias a Dios por todas sus bendiciones.
Ø  Realizar pequeños y verdaderos sacrificios.
Ø  Leer y meditar la Palabra de Dios.
Ø  Ofrecer una comunión espiritual a Jesús por los que no lo aman.
Ø  Apagar la televisión y orar por las necesidades del mundo.
Ø  Imitar a Jesús, perdonando incluso a los enemigos.
Ø  Orar por las necesidades del mundo.
Ø  Rezar un Ave María para demostrarle a la Virgen cuanto la amo.
Ø  No pelear con mis hermanos ni con nadie.
Ø  Saludar con cariño a toda persona que encuentre.
Ø  Pedir a la Santísima Virgen por mi país y sus necesidades.
Ø  Leer el nacimiento de Jesús en el Evangelio de S. Lucas 2, 1-20.
Ø  Abrir mi corazón a Jesús para que nazca en él.
  1. Profetas a profetizar desde lo profundo del corazón.
En este segundo Domingo de Adviento, la Palabra nos presenta el perfil del profeta que preparó de manera inmediata la venida del Señor. Tres puntos han sido puestos en evidencia: la realidad histórica, la Palabra que viene de Dios y la conversión como respuesta a esta Palabra de gracia que transforma el mundo.

Tomar conciencia de la urgencia de vivir nuestro profetismo como cristianos en nuestra realidad, nos lleva a revitalizar el rol del profeta:

Se necesita un profeta que no sea tedioso,
que sepa profetizar sin erguirse en único portavoz del Reino,
que admita en la Iglesia la existencia de otros profetas,
que sepa la diferencia entre profecía y vaticinio,
que hable del futuro sin olvidar el presente ni el pasado,
que tenga el coraje de abrir la boca aún en contra del que lo patrocina,
que no confunda franqueza con mala educación,
que no piense que basta hablar en contra para salvar una situación,
que viva aquello que propone a los otros,
que sepa usar las manos para bendecir además de señalar con el dedo,
que no salga por ahí buscando problemas contra los que hay que luchar,
que firme manifiestos en contra, pero que firme también otros a favor,
que sea honesto hasta el punto de ver el lado bueno de los adversarios,
que no coloque fuera del Evangelio al que no canta en el mismo tono que él, que no encierre la Palabra dentro de su bolsillo,
que no vuelva hermética la Palabra del Señor,
que profetice por palabra y no por murmullo,
que tenga la finura de morir a solas por aquellos que predica,
sin lanzar a los incautos como presas para los perseguidores del profeta,
que admita que profecía no es sinónimo de infantilismo,
que no sea profeta de un solo libro o de una sola estación,
que profetice sin odio,
que profetice sin melosidad,
que profetice sin sarcasmo,
que profetice sin malicia,
que profetice con ternura, aún en las horas de severidad,
que hable más de Jesucristo y menos de otros profetas de este tiempo,
que sepa también que los profetas prestan atención,
que entienda que no es la fama la que consagra,
así como tampoco la controversia la que lo confirma,
que sepa la diferencia entre popularidad y profecía,
que no confunda política con fe o credo,
que no cambie el incienso por la metralla,
que no cambie la verdad por el incienso,
En fin, se necesita un profeta que a pesar de ser loco,
sepa portarse con lucidez.
Se necesita un profeta que ore, pero que no confunda brazos abiertos delante del tabernáculo con piedad.
Se necesita un profeta con un sentido correcto de las dimensiones.
Se necesita un profeta que no se vaya a esconder con Cristo en el Sagrario, ignorando su presencia en la población marginal.
Se necesita un profeta que no tenga miedo,
pero que no piense que basta provocar para convertirse en buen profeta.
Se necesita un profeta que no sea un niño porfiado y caprichoso.
Se necesita un profeta adulto, maduro, de la estatura de Cristo…
pero suficientemente rebelde como para no dejarse catalogar.

¿Alguien se ofrece?
“Cuando Cristo entró en nuestro mundo, no vino a iluminar nuestros diciembres, vino a transformar nuestras vidas”
P. Marco Bayas O. CM

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