martes, 4 de diciembre de 2012

DOMINGO I ADVIENTO (CICLO C) Evangelio: Lucas 21,25-28.34-36



“Levantaos, alzad la cabeza;
se acerca vuestra liberación”

Invocación al Espíritu Santo.
Soplo de vida, que llevas a cumplimiento, las promesas del Dios Amor,
ven e irrumpe en nuestras vidas, ahora que nos disponemos a esperar.
Ven y haz que nuestra espera sea ardiente.
Ven y sostennos hasta que vuelva Aquel a quien anhelamos.
Ven y apasiona nuestras vidas mientras Él llega.
Ven y calienta nuestros corazones con una caridad auténtica.
Ven, Espíritu, ilumina nuestras mentes, serena nuestras entrañas
para que te acojamos sin temor y nos abramos a la Palabra de la Vida,
que quiere encender las ascuas de nuestro espíritu
para que ardamos en la vivencia de la fe. Amén.

1.  Nuevo Año Litúrgico en la Iglesia.
Dios nos concede comenzar un nuevo Año Litúrgico, que junto con la Iglesia recorreremos con el deseo de ir conociendo y penetrando más hondamente en los Misterios de la vida del Señor. La Iglesia, en su maternal pedagogía, hace del Año Litúrgico un instrumento para conocer y adherirnos más al Señor bajo la luz de la Escritura, especialmente los Evangelios, que nos descubren aquellos rasgos esenciales, indispensables para nuestra salvación.
El Año Litúrgico es una responsabilidad, pues mientras avanzamos en él, tenemos que vivir el Evangelio, pues no sólo hay que escucharlo, sino llevarlo a la vida (Sant. 1,22-25), hasta nuestra plena adhesión a Cristo, al fin de los tiempos (Mt 16,27; Rom 2,6; Col 3,25; 1 Ped 1,17; 1 Jn 4,17).
Este Año Litúrgico comienza el domingo 2 de diciembre con el tiempo de Adviento, y está injertado en el desarrollo del Año de la Fe al que nos ha convocado el Papa Benedicto XVI, que nos pide: "debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia y el Pan de vida" (Motu Proprio Porta Fidei, La Puerta de la Fe)

2.    Un Nuevo Ciclo Litúrgico.
Iniciamos un nuevo ciclo, el llamado Ciclo C. ¿Qué significa esto?
En cada uno de los ciclos: A, B y C, la Iglesia dedica todo un año litúrgico a escuchar los llamados Evangelios Sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, en ese orden. El Evangelio de Juan se reserva especialmente para todo el tiempo Pascual y para algunos domingos particulares de los domingos de otros ciclos, o bien para algunas fiestas durante el mismo Año Litúrgico.
En este año escucharemos en la liturgia dominical especialmente, los relatos del evangelista Lucas. Acompañados por los relatos del evangelista, iremos contemplando la historia de la salvación humana realizada por Dios y guiada por el Espíritu. Una historia que se va concretizando en el pasado, en el presente y en el futuro de la humanidad. Notaremos también, la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
Se trata de un Evangelio que resalta y pone de manifiesto la misericordia, la gratuidad, la acogida y el perdón de Dios; es un Evangelio dirigido a los pobres de espíritu. Lucas nos brinda fielmente las etapas de la vida y misterio de Jesús que celebramos, en el Año Litúrgico: desde su infancia hasta la Ascensión.

3.    El tiempo de Adviento.
El tiempo de Adviento no es sólo un tiempo que prepara para la Navidad, sino un tiempo que mira a preparar a los cristianos a la última venida de Jesucristo al final de los tiempos. Ése es el auténtico Adviento de la Iglesia, es lo que se llama la preparación para la venida escatológica (al fin de los tiempos) de Jesucristo. Este aspecto escatológico se resalta en la liturgia de la Iglesia desde su comienzo: Domingos I, II y III de Adviento, el 2 de diciembre y hasta el día 16. Del 17 de diciembre en adelante, el Adviento se orienta hacia la preparación inmediata a la celebración del Misterio del Nacimiento del Señor, es decir, la Navidad.
Adviento es el tiempo de la esperanza cristiana: esperanza que hay que reforzar y vivir en nuestra peregrinación por este mundo; esperanza de que se manifieste pronto la plena salvación realizada por Jesucristo (Tit 2,13). Esta esperanza mira, en primer lugar a la plena manifestación del Hijo de Dios al fin de los tiempos, pero mientras llega ese momento desconocido por nosotros (Mt 24,36; Hch 1,7), buscamos acrecentar esa actitud de espera, especialmente con la oración y en lo concreto de nuestra vida. 
"La espera escatológica, lejos de invitar a la inhibición o al espiritualismo, se convierte en estímulo eficaz para el compromiso cristiano, a fin de adecuar la creación entera con el proyecto que Dios quiere sobre ella" ("Iniciación a la Liturgia de la Iglesia").

4.  Exégesis del texto: Lucas 21,25-28.34-36
Los trastornos cósmicos (versículos 25 y 26), enseñan que cuando Dios deja de sostener el mundo, el orden de la creación se ve amenazado y corre el riesgo de derrumbamiento.  La desestabilización del mundo tiene efectos sobre la humanidad: genera una gran angustia porque todo el mundo teme ser engullido por el abismo.
La sacudida de los cielos da paso a la aparición del Hijo del hombre (21,27): “Y entonces verán venir al Hijo del hombre con gran poder y gloria”.  Es la venida triunfal de Cristo, quien viene a juzgar el mundo.
Y concluye: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación” (21,28).  Ha llegado la redención final, termina la opresión y la aflicción del Pueblo de Dios.  Es la hora de la justicia esperada por quienes han sufrido en la historia.
A pesar de los signos descritos, el día del Señor vendrá inesperadamente y tomará a algunos  por sorpresa.  Por eso Jesús, instruye a sus discípulos sobre la manera de hacer la preparación: 
1º Una lección en negativo (21,34-35)
El imperativo “estén alerta” es una invitación al discernimiento de los acontecimientos de la vida. Hay que estar listos para reconocer los signos. Entorpece este discernimiento la somnolencia espiritual (Sabiduría 9,15) que Jesús llama “corazón duro”.  Éste tiene sus indicadores:
a.    El libertinaje, la pérdida de los valores, de los criterios en el comportamiento, por asumir los vicios.
b.    La fuga de la realidad por el abuso del alcohol y las borracheras.
c.    Dejarse absorber por los oficios, por las preocupaciones del mundo (el stress de la vida).
Cuando esto sucede perdemos la dimensión espiritual, la atención del corazón para captar el rostro del Señor que viene a nuestro encuentro.  La advertencia es clara: “que no se diluya la atención a las cosas espirituales por las cuestiones terrenas”.
La exigencia vale “para todos los que habitan la faz de la tierra”. Y el discípulo puede caer si no está debidamente preparado.
2º Una lección en positivo (21,36-37)
En la segunda parte del pasaje de hoy, encontramos  la otra cara de la moneda: una exhortación positiva para la fortaleza espiritual. Jesús no sólo dice el “qué” sino también el “cómo”.
Jesús invita a una actitud de vigilancia y para ello indica el camino de la oración constante, “en todo tiempo”, es el ejercicio de la vigilancia del corazón porque: 
Ø  mantiene la atención fija en lo esencial,
Ø  hace pasar por la presencia de Dios todas vivencias y las somete a su valoración,
Ø  anticipa la comunión de amor definitiva que le da sentido a todo lo que hacemos en la que la vida para mantener siempre ardiendo el corazón.
¿Qué sucede con el corazón que siempre vigila en la oración?  Jesús enseña no sólo el “qué” y el “cómo” sino también el “para qué”.  Dice Jesús:
Ø  Para  tener fuerza”: el cristiano está llamado para amar y servir con vigor en el mundo, Jesús lo capacita para que genere transformación.
Ø  Para “escapar” de la tentación de salir corriendo ante los problemas. Por la fuerza de la oración, se aprende a salir ileso de los conflictos.
Ø  Para “estar en pie” delante de Jesús y poner la vida a su servicio, pero también, cuando llegue el momento final, para aguardar sin rubor alguno el veredicto favorable sobre el camino de vida.
El tiempo final no se prepara haciendo calendarios sobre el momento en que se acabará el mundo, sino vigilando constantemente desde el corazón orante y sacando de ahí la rectitud personal y la fuerza para luchar para que el mundo tenga el rostro de Aquel que nos redimió con su sangre.

5.  Orientaciones para la lectura y meditación.
Lucas invita a los cristianos de cualquier época a esperar esa venida para su liberación definitiva y la llegada del Reino; y esta espera conlleva que los cristianos vigilen y oren.
Después de esos signos quien llega es el Señor del Universo. Claramente para Lucas el Hijo del Hombre es Jesús. En el Evangelio aparecen sucesos catastróficos; pero cuando éstos se den, no seguirá la desaparición definitiva, sino que Cristo constituirá la desaparición plena del mal, del pecado que produce las catástrofes del mundo y de la humanidad y nos ofrecerá el Reino de la salvación. Las expresiones “Levanten” y “estén despiertos” son las actitudes que Lucas invita a asumir a los cristianos ante la llegada del Reino de la Vida, es decir, ante la verdadera y auténtica liberación que sólo trae Jesús.
a.  El cristiano no tiene miedo ni tiembla, sino que se alegra.
Si proclamamos que Cristo es el Rey del Universo, domingo anterior, es que todas las fuerzas le están sometidas y nada ni nadie tiene poder sobre él. En la escena del Evangelio de hoy, resulta que “habrá signos en el sol y la luna y las estrellas”, y en la tierra los hombres sentirán angustia por el enorme “estruendo del mar y el oleaje”, pero entonces aparecerá el Hijo del Hombre con gran poder y gloria. 
El Evangelio no pretende asustarnos sino recordarnos la grandeza de Dios que viene a nosotros y que está por encima de todo aquello que nos asusta y nos hace tambalear. Los cristianos no tiemblan, se alegran por la venida del Dios entrañable y salen a su encuentro con enorme confianza. Nuestro Dios no es el Dios terrorífico que se entretiene moviendo los astros para indicarnos que ya llega… 
Los signos en nuestro mundo son múltiples, si abrimos bien los ojos, descubriremos a Jesús que viene en los acontecimientos cotidianos, en cada situación, en cada encuentro... Como cristianos, creemos en la Encarnación y no podemos buscar a Dios en lo espectacular o en las grandes catástrofes, no podemos esperar circunstancias o signos especiales, no podemos pretender hallarlo sólo en el estruendo que angustia… 
Es preciso que el Espíritu nos acompañe en nuestra historia para reconocer a Dios en lo habitual, lo pequeño y lo sencillo. Hoy es preciso estar atentos para que no se embote nuestra mente con los criterios de una vida fácil y cómoda que rehúye servir por buscar los propios intereses. 
b.  Cristiano, levanta la cabeza.
Urge en nuestros días vivir con la cabeza levantada, erguida, mirando al frente, observando la vida cara a cara, con los ojos bien abiertos, sin miedo, para que no nos arrastren corrientes paganas, para que nuestra vida no se convierta en instrumento que otros muevan a su antojo, para que nuestras horas sean vividas en la libertad de los hijos e hijas de Dios que optan y eligen lo que quieren vivir para construir el Reino de Dios aquí y ahora. 
Los cristianos no podemos vivir arrastrándonos ni dejar que nuestra mente se embote; es preciso clamar constantemente al Señor y pedirle fuerza para escapar de las continuas esclavitudes y engaños en los que podemos enzarzarnos. “El Espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mc 14,38), sólo con la fuerza de la gracia y de su misericordia podremos mantenernos en pie ante nuestro Dios hoy y en aquel día; “nosotros no vivimos en tinieblas para que ese día no nos sorprenda como un ladrón, porque somos hijos de la luz e hijos del día, no somos de la noche” (1 Tes.5,4-5). 
Hemos de vivir despiertos y vigilantes. Porque, a pesar de nuestro pecado del que estamos conscientes, siempre podemos “acercarnos con seguridad al trono de la gracia para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (Heb 4,16) ya que “tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades” (Heb 4,15). Porque no tememos al Dios que viene y vendrá sino que lo esperamos con amor, levantamos su Reino con nuestras manos; y lo anhelamos, sobre todo con los que más sufren su ausencia en este mundo, nos atrevemos a gritar, alzada nuestra cabeza: “¡Maranhata, Ven, Señor Jesús!”.
  1. El Adviento: Historia, Teología y Espiritualidad.
  1.  
    Historia de la celebración:
En Occidente nace un período de preparación a la Navidad en la época posterior al Papa León Magno (años 440-461), el gran teólogo de la Navidad. Este tiempo aparece furtivamente en diversos lugares:
España: En el siglo IV, el Concilio de Zaragoza (389-381) invita a los fieles a prepararse tres semanas antes de la Epifanía, es decir el 17 de diciembre.
Francia: En el siglo V encontramos un tiempo de preparación al 25 de diciembre que comienza seis semanas antes. Es la llamada “cuaresma de San Martín” que empieza el 11 de noviembre.
Roma: En el siglo VI se reconoce un tiempo de preparación a la Navidad, que se acorta a cuatro semanas y tiene un marcado sentido escatológico en el primer domingo. La palabra adventus nace como nombre de este tiempo, aplicada a la venida gloriosa de Jesucristo.
En la Edad Media se consolidan los elementos más referentes a la Navidad.
Las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario dicen:
“El tiempo de Adviento tiene una doble índole: 
1º es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres,
2º es el tiempo en el que por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos. 
Por estas dos razones el Adviento se, nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”.
El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre, antes de las primeras Vísperas de Navidad. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.
El término "Adviento" viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado.
El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.
  1. Partes del Adviento:
Primera Parte: Desde el primer domingo hasta el 16 de diciembre, con carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos;
Segunda Parte: Desde el 17 hasta el 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en la historia, en la Navidad.
Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.
  1. Sentido Teológico – Espiritual.
El tiempo de Adviento presenta tres características notables, las cuales dan el pleno sentido a su existencia:
1º Adviento Histórico (perspectiva de pasado)
Partiendo de la necesidad de Cristo, el Adviento nos permite mirar el pasado y actualizar la realidad presente en el Antiguo Testamento. Durante el Adviento surgirá con mucha fuerza la expectativa mesiánica del pueblo de Israel, manifestada de un modo particular en los Anawin o Pobres de Yahvé.
Cobran actualidad en este tiempo el Profeta Isaías y San Juan Bautista por sus palabras mesiánicas.
Adviento Sacramental o Mistérico (perspectiva del presente)
Partimos de las zonas de Adviento sin la presencia de Cristo que siempre y aún hoy quedan en cada hombre. El Adviento nos presentará las actitudes comprometidas y anhelantes de quienes están más directamente vinculados con la Encarnación del Verbo: Virgen María, Zacarías, Isabel, San José.
Esto abre compromisos con el hoy, con la historia que vivimos: Cristo está presente y vive en los otros, especialmente en los pobres, Sacramentos de Cristo. Nuestra solidaridad se ve comprometida con ellos. El Papa, en el Año de la Fe nos invita a la “peregrinación” a los enfermos y necesitados “como yendo a Cristo presente en ellos”.
Adviento Escatológico (perspectiva del futuro)
Partimos del plano exclusivo de la fe. Creemos en Cristo Resucitado, Señor de la historia que vendrá al fin de los tiempos. Su segunda Venida es real y que se dará entre nosotros. No sabemos día y hora.
El Adviento es el tiempo que refleja este caminar hacia ese encuentro y que da sentido a la Historia. Y en ella da sentido a la existencia de la Iglesia.
La Iglesia, misterio de comunión y misión prepara constantemente los caminos para el encuentro con Cristo; encara múltiples tareas en el tiempo hasta la Parusía para que los hombres se encuentren con Cristo.
Los Santos son aquellos que en el transcurso de la historia se han encontrado con Cristo y llevaron ese encuentro a su plenitud. Ellos tuvieron una actitud comprometida con el hoy que le tocó vivir y hoy aguardan la “coronación” definitiva en la presencia del resucitado.
  1. Posibilidades Pastorales.
En el tiempo de Adviento, podemos hacer notar los siguientes signos:
El cambio: aprovechar los cambios de interés que ofrecen los tiempos litúrgicos, y hacer que impregnen todo el ambiente.

Que se note al llegar: ambientación general de la Iglesia suficientemente diferenciada de los domingos anteriores.
La corona de adviento: es de origen popular pero ayuda y mucho a dar imagen propia a este tiempo.
El canto de entrada y los demás cantos: el de entrada es pieza clave, porque si está bien elegido puede servir, crea y dispone un muy buen clima para la celebración.
La respuesta a la oración universal o de los fieles: nos ayudará a poder encarnar la realidad de un pueblo orante que anhela la salvación.
El ambiente de silencio, recogimiento y oración: trabajarlo especialmente en estos domingos y durante la celebración. Después de la homilía o después de la comunión. Si se canta, buscar un buen canto de mediación.
Los ornamentos morados: signo de tarea o trabajo. Nos preparamos porque alguien llega.
Los pobres: no olvidarnos de ellos, las campañas de Navidad deben estar presentes en el marco de la celebración.
Ø  Un tiempo en el que se nos invita a la conversión,
Ø  Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza,
Ø  Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia.
e.  Personajes del Adviento:
Ø  Isaías: figura de espera por la Salvación
Ø  Juan Bautista: figura de preparación
Ø  María: Virgen de la esperanza y Madre del Salvador
f.   Para Vivir el Adviento.
¿Dónde podríamos encontrar a Dios? A lo largo del Antiguo Testamento lo esperan los reyes, los sabios, los importantes..., Él se esconde entre los humildes y sencillos.
¿Dónde esperas a Dios? ¿No piensas que puede estar en tu barrio, en tu familia y vecinos con su larga lista de problemas, en el dolor humilde y rutinario de tu vecino, o en tu propia casa, en medio de tus problemas, de tus luchas, de ti mismo? Hagamos de detectives de Dios. Veremos lo cercano que está. Pero a su manera. Esa manera que es también la nuestra, porque lo bueno es que Dios nos imita, se hace vida nuestra y esto es lo que nos desconcierta. Sepamos descubrir a Dios en la rutina diaria, en la enorme grandeza de nuestra pequeñez. 
g.    Terminemos Orando:
En Adviento, deseamos que se robustezca nuestra esperanza para que no nos falten deseos del Señor de la Vida que viene y vendrá.
Deseo que mis deseos sean apasionados; que mi espera no se enfríe; que mi caridad no decaiga; que mi oración no sea rutinaria. Deseo que mi vida no sea de pasada; que mi corazón lata al compás de muchos otros; que mi fe no se sienta asegurada; que mi canto testimonie mi esperanza. 
Señor que vienes, haznos seres llenos de deseos, de esperanza, que aún esperan de la vida la sorpresa que puede regalarnos cada jornada; liberados por la fuerza sorprendente de tu mirada y tu Palabra; despiertos porque se han encontrado contigo y no pueden vivir aletargados; valientes que han disuelto sus miedos al calor de tu corazón; constructores del Reino que no pueden vivir sus días sin responder a los clamores de otros corazones. 
“Cuando Cristo entró en nuestro mundo, no vino a iluminar nuestros diciembres, vino a transformar nuestras vidas”
P. Marco Bayas O. CM

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