sábado, 24 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXIV ORDINARIO (Ciclo B) Evangelio Juan 18,33-37



Solemnidad de Jesucristo, 
Rey del Universo
«Soy Rey, para esto he nacido y para esto he venido al mundo»

Celebramos el último domingo del año litúrgico, la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. El próximo domingo iniciaremos el Tiempo de Adviento. Este domingo nos postramos en adoración ante el Rey. El evangelio de Juan nos sumerge en esta realidad mediante un precioso camino que se traza en el diálogo entre Jesús y Pilatos en la hora del juicio en el pretorio de éste último en Jerusalén.

Se colocan frente a frente dos reyes: 

Pilatos, representa al emperador romano, es el hombre que detenta en Judea el máximo poder y es el único que puede aplicar la pena de muerte, él tiene derecho sobre la vida y sobre la muerte. 

Jesús, que llega atado como un malhechor, se presenta a sí mismo como un Rey, pero de un tipo distinto al de Pilatos. Jesús aparece sometido a la autoridad de Pilatos: “Tengo poder para soltarte y poder para crucificarte”; pero este poder no es decisivo “No tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba”.

La confrontación entre Pilatos y Jesús es extensa en relato de la Pasión. Con la pedagogía de la espiral desarrollamos a partir de tres preguntas que provocan un triple pronunciamiento de Jesús:

Ø  ¿Eres tú el Rey de los judíos? (18,33)
Ø  ¿Qué has hecho? (18,35)
Ø  ¿Luego, tú eres Rey?” (18,37)

Las tres preguntas y respuestas están concatenadas. La pregunta inicial coloca en primer plano el tema principal, el “reinado de Jesús”. En las sucesivas preguntas, Jesús asume la responsabilidad de su misión, el “hacer” de Jesús, y que explique qué tipo de Rey es Él.
  1. LA PRIMERA PREGUNTA: ¿ERES TÚ EL REY DE LOS JUDÍOS?
Jesús responde a la pregunta de Pilatos con otra pregunta que inquieta al procurador romano: ¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí? La respuesta de Pilatos, dada con arrogancia, no intimida a Jesús que le responde claramente: Soy Rey.

Pilatos, como verdadero juez, debe estar seguro si lo que dice viene de su propio conocimiento o simplemente está repitiendo lo que otros sostienen.

El acusado interpela la conciencia del acusador. Un juez tiene la responsabilidad de verificar con exactitud las acusaciones. De esta manera, Jesús comienza poniendo en cuestión la autoridad de su juez.

Al iniciar el proceso que lo llevaría a su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos, “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no lo niega, pero precisa: “Pero mi Reino no es de aquí, no es de este mundo” (Jn. 18,36).

Jesús no es rey de este mundo. Los reinos de este mundo son temporales por más largos que sean y son sustituidos por otros; son también limitados, por más que ocupen grandes territorios. Por más poderosos que se crean los reyes de la tierra, su poder es limitado en el tiempo y en el espacio.

Cristo no vino a establecer un reinado así. Su reinado es diferente. Su reinado será como es Dios: eterno e infinito, sin límite de tiempo ni de espacio. Su reinado nunca se acabará y su reino nunca será destruido. 

Y si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es? ¿cuándo se instaurará?
Ya lo había anunciado El mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26,64).
 
El Reino de Cristo, en la parusía, al final de los tiempos, cuando establezca los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza al Maligno, será un Reino en el que habiten la justicia, la paz y el amor.
  1. LA SEGUNDA PREGUNTA: ¿QUÉ HAS HECHO?
Esta pregunta que Jesús debe responder está precedida por otra en la que está supuesta la repuesta, “¿Es que soy judío?”. Pilatos demuestra que tiene conciencia de cuál es su deber, que no es responsable de las valoraciones de los otros, y le lanza a Jesús la pregunta que debía haber hecho desde el principio, para mostrar que no está haciendo un juicio sumario.

Para emitir sentencia hay que dejar que el acusado haga su propia declaración. Por eso: “¿Qué has hecho?”.

Jesús le presenta globalmente a Pilatos su ministerio público, en su respuesta repite tres veces “Mi Reino no es de este mundo”. Dice que su reino no tiene nada que ver con territorios, ni con ejércitos, ni con nada de lo que caracteriza al imperio o cualquier otro tipo de reino terreno conocido. La prueba es que sus discípulos no han combatido para evitar la captura, no hacen frente a la violencia con más violencia.
  1. LA TERCERA PREGUNTA: ¿LUEGO, TÚ ERES REY?
Jesús dice qué tipo de Rey no es. Esto provoca la pregunta siguiente de Pilatos. Jesús responde con tres afirmaciones:

a.      Primero confirma: Soy Rey”.
b.     Luego explica la naturaleza de su reino: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”.
c.      Finalmente invita a acoger su reinado: Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

¿Qué quiere decir Jesús en la segunda afirmación? No toda persona puede dar testimonio, sino sólo quien tiene conocimiento, una experiencia directa de aquello que declara. La “verdad” que Jesús testimonia no es cualquier verdad, es la verdad sobre Dios. Él tiene acceso directo a Dios y con Él ha vivido desde la eternidad una íntima comunión (Juan 1,1-2). Por eso Jesús puede dar a conocer a Dios como nadie más lo puede hacer.

Jesús ejerce su reinado desde la Cruz, desde ella nos atrae definitivamente hacia la vida de Dios que Él conoció desde la eternidad y nos sumerge en la eterna comunión con el Padre y el Espíritu.

Al testimoniar la “verdad”, Jesús-Rey crucificado hace reales las palabras: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).
  1. EL REINADO DE CRISTO.
A lo largo de los Evangelios aparece claro el mensaje central de Jesús, el Reino de Dios. Alrededor de 120 veces aparece la expresión Reino de Dios en Marcos y Lucas y Reino de los cielos en Mateo. Unas 70 veces esa expresión sale de la boca de Jesús.
La realeza de Jesús se identifica con su servicio desinteresado y gratuito a favor de los más débiles y de los más desprotegidos. Porque cura a los enfermos, perdona a los pecadores, practica el servicio, da testimonio de la verdad, desenmascara a los doctores de la ley y fariseos e identifica el amor a Dios con el amor al prójimo.
  1. Mi reino no es de este mundo.
Esta frase se ha interpretado de modo espiritualista a lo largo de la Historia de la Iglesia. Como si los cristianos tuvieran que estar al margen de los problemas de la sociedad y dedicarse solamente a las cosas espirituales, como rezar y ocuparse exclusivamente en las cosas internas de la Iglesia.

Jesús no proclama un Evangelio de evasión de la realidad de este mundo, sino que predica y realiza una nueva situación de: respeto, justicia, igualdad, servicio y amor. Por defender a los marginados Jesús fue sentenciado a muerte. Por esclarecer la verdad sobre Dios como "Padre" y sobre los hombres como "hermanos" sufrió el martirio de la cruz.

Jesús quiere decir que su actuación no es "al estilo de este mundo". Es decir, con dominio, superioridad y poder y marcando la distancia entre unos y otros. Jesús se ha presentado entre nosotros "como el que sirve". Él, siendo Maestro, en su condición humana, y Señor, en su condición divina, se pone a lavar los pies de los discípulos; “Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13,13-15).

La Iglesia, la comunidad cristiana, ha de ser la "servidora" de la sociedad. Debe estar atenta a tomar distancia de los poderes influyentes y a no caer en la falsa ilusión de fortalecer el Reino con diplomacias, poderes y dinero...
  1. Yo he venido para ser testigo de la verdad.
La vocación de Jesús es trasmitir la verdad del Padre. Él es el Testigo Fiel (Ap. 1,5 y 3,14), que nos manifiesta el plan de Dios: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34), porque Dios es Amor (1 Jn 4,8.16)

Los cristianos tenemos que ser misioneros del Amor de Dios, para aquellos que creen y para aquellos que quieren construir la sociedad a base de injusticia, desigualdad y corrupción, para buenos y malos.

Jesús manifiesta su condición de Rey en circunstancias dramáticas e increíbles. Él huyó de la multitud que quería proclamarlo Rey (Jn 6,15). Ahora, ante Pilatos representante del imperio romano, Jesús, como víctima y condenado a muerte, se proclama Rey. El Reino de Dios no se basa en el poderío humano y social.

Jesús como Rey se entrega a la condena y a la muerte para enseñarnos que la verdad está en el amor, en el perdón, en la comprensión, en el servicio y en la solidaridad. 

Éste es el Reinado de Jesús. Y este estilo y modos hemos de aprender sus seguidores. Jesús es un Rey crucificado. Y su poder está en la entrega de sí mismo para la salvación de todos. Así nos enseña la inversión de valores, en contra de lo que la sociedad nos pregona y nos enseña.

Es necesario entrar en este estilo de Jesús, porque es el único camino de colaborar con Él y de realizar nuestra vocación de servicio por amor.

Así Jesús nos enseña claramente que "servir es reinar", y que amando es como entendemos el Evangelio y sirviendo es como nos identificamos con Él y con su misión.

5.  SERVIR ES REINAR.

San Pablo nos enseña que existen tres tipos de personas:

"Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1 Cor. 2,14).

"En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie" (1 Cor. 2,15).

"De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo" (1 Cor. 3,1).

A la luz de esta enseñanza de Pablo podemos ver el auténtico reinado, tenemos que renacer del agua y del Espíritu y vivir ese reinado recibido ya en el Bautismo.

a.  El Hombre Natural.
Vive de acuerdo con lo natural. Su intelecto y sus emociones lo gobiernan. Nunca ha nacido de nuevo. No está despierto a las cosas espirituales. No puede entender lo espiritual porque no es racional. La palabra de Dios, sus promesas, su gracia y la fe son cosas incomprensibles para él. Su mundo es limitado por su entendimiento finito y sus sentimientos. Jesús dijo, "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3,3).

b.  El Hombre Carnal.
El Nuevo Testamento establece la diferencia entre el hombre carnal y el hombre espiritual. Son diferentes pero tiene una cosa en común: los dos son nacidos del Espíritu. La frase "cristiano carnal" fue usada por primera vez en 1 Corintios 3,1 "...no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo"
El cristiano carnal es como niño. Ha nacido de Dios pero vive fuera del reino de Dios. No crece espiritualmente, no madura y no se puede cuidar. Es como un niño que todavía no puede escribir ni leer. 

El problema con los cristianos de Corinto fue que después de varios años todavía eran carnales. Pablo expresa tajantemente: "Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gálatas 5,19-21).

La libertad de la carne viene solo por medio de la Cruz. La experiencia de la conversión ocurre en un instante, pero la santificación es un proceso continuo. Debemos procurar ser obedientes y negarnos a nosotros mismos diariamente para ser seguidores verdaderos de Jesús.

c.   El Hombre Espiritual.
El hombre espiritual crucifica continuamente los deseos de la carne. Sus características dominantes son:

1º Los Deseos de Cristo. El cristiano espiritual es consumido por Cristo mismo, ha sido transformado y piensa como Cristo piensa. Actúa y reacciona de una forma agradable al Señor: “Ya no vivo yo, Cristo vive en mi” 

2º Los Frutos del Espíritu. "Mas el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza" (Gal 5,22). Las obras del Espíritu son para edificar la Iglesia, los frutos del Espíritu son el resultado de la morada del Espíritu dentro de nosotros.

3º La Dirección del Espíritu. "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios" (Rom 8,14). El hombre espiritual es dirigido por el Espíritu. Mientras aprendemos a seguir a Jesús, aprendemos también a sentir la dirección del Espíritu. Jesús dijo, "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen" (Juan 10,27). Para seguir necesitamos escuchar y no podemos escuchar si no hemos crucificado a nuestra vida carnal.
  1. LO PRIMERO ES EL REINO DE DIOS.
"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y el resto se os dará por añadidura" (Mt 6,33). Estamos en tiempos de crisis y muchas personas han perdido sus puestos de trabajo. Hay mucha gente sufriendo y sin saber qué va a pasar con sus vidas y las de sus familias. Son tiempos difíciles los que vivimos, pero en medio de todas estas cosas los cristianos tenemos grandes promesas de Dios y no tenemos que vivir con ansiedad o preocupación.

Dios ha prometido cuidar de nosotros y Él siempre cumple sus promesas. Hebreos 13,5 dice: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”. Esa es una experiencia de los cristianos cada día.

Dios nos promete proveer lo necesario, la comida, la bebida, y la ropa. No nos promete los lujos ni los caprichos pero sí lo básico. Por eso debemos confiar siempre en él porque sus promesas nunca fallan. El punto principal es este:

“Buscar PRIMERAMENTE el Reino de Dios de su justicia, y todas estas cosas se nos darán por añadidura”. 

¿Qué quiere decir esto? que antes que nada debemos preocuparnos de obedecer a Dios en todo y no dejar de cumplir con nuestras tareas y responsabilidades en su Reino, seguir siendo sal y luz en el mundo. Esa es nuestra misión y meta. Todo lo demás Dios lo proveerá. 

Así que no nos afanemos por el día de mañana. Pidamos Fe al Señor para no actuar como los que no tienen un Padre celestial como el nuestro. Nosotros no tenemos nada de qué preocuparnos.

Terminamos orando:

¡Oh Cristo, Tú eres mi Rey!
Dame un corazón caballeroso para contigo.

Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cirineo para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman.
Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.
Amén.


“Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas”

P. Marco Bayas O. CM

No hay comentarios:

Publicar un comentario