viernes, 15 de marzo de 2013

V DOMINGO TIEMPO DE CUARESMA (CICLO C) Evangelio: Juan 8,1-11


«Mujer, ¿dónde están los que te acusaban…?»

Yo tampoco te condeno, «vete y no peques más»

San Juan 8, 1-11: En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: —«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.  Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,  empezando por los más viejos.

Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:  —«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»

Ella contestó: —«Ninguno, Señor.» Jesús dijo: —«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»

A manera de introducción.

“Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”. Termina la Cuaresma y nos disponemos a participar en el gran misterio Pascual: el paso de la muerte a la vida de Jesucristo, el primogénito de sus hermanos los creyentes, con la petición de que el Señor nos conceda un corazón entregado a la causa del Evangelio.

  1. Jesús Maestro en el Templo (8,1-2)

Después de pasar la noche en el monte de los Olivos, Jesús madruga para ir al Templo y allí lo rodea una gran cantidad de gente que busca su enseñanza.

El auditorio estaba compuesto por “todo el pueblo”. Parece exagerado pero es la manera de ambientar la escena y preparar lo que viene:

1º Jesús está ante la Ciudad Santa en calidad de “Maestro”, por eso dice “se sentó y se puso a enseñarles”. El reconocimiento de la autoridad de Jesús llega al máximo entre la gente.

2º Puesto que “todo” el pueblo está allí, un fracaso ante los otros maestros podría desautorizarlo definitivamente. La situación es peligrosa.

3º La situación será aprovechada por los enemigos de Jesús para emboscarlo en una trampa jurídica, desacreditarlo y llevarlo al patíbulo.

  1. El juicio público de la mujer adúltera (8,3-9)

“Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio”. El hecho es indudable. Al respecto la Ley es muy clara: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lev 20,10).

  1. El planteamiento del problema.

Jesús, abordado como Maestro debe dar el veredicto. Los acusadores:

1º le presentan a Jesús el hecho;

2º le recuerdan la norma de la Ley: “Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres”, se omite la referencia al varón;

3º le piden el veredicto: “¿Tú qué dices?”.

Jesús es colocado entre la espada y la pared, en principio no le queda más alternativa que aceptar la praxis de sus adversarios y responder pidiendo la pena de muerte de la mujer. De no hacerlo daría suficientes motivos para ser señalado de actuar contra la Ley de Dios.

  1. El problema de fondo, probar a Dios.

Juan dice que “esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle”. Esta oportuna precisión que saca a la luz la cuestión de fondo:

1º Si Jesús aprueba el comportamiento de sus enemigos, también acepta su posición contra los pecadores; en consecuencia, tendría que ponerle fin a su praxis de misericordia y aparecer ante el pueblo como un falso maestro.

2º Pero si Jesús no lo hace, resulta que termina desaprobando una Ley inequívoca ante un hecho inequívoco, e igualmente daría motivos para ser acusado de falso maestro que aparta a la gente de la Ley de Dios y, en consecuencia, debería ser quitado de en medio del Pueblo.

  1. La respuesta de Jesús: un gesto y una frase.

1º El gesto silencioso: “Inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra”

Jesús no se apresura en el veredicto. Su primera respuesta es el silencio, que invita a la reflexión. Jesús hace de cuenta que está completamente solo, concentrado en su juego de hacer garabatos en la tierra.

Este gesto podría ser interpretado como:

Ø  una indicación de la calma y de profunda seguridad que Jesús tiene;

Ø  una manera de cansar e irritar a sus enemigos;

Ø  un gesto simbólico.

La tercera e interesante posibilidad, se ve la referencia de Jeremías 17,13: “Los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos, por haber abandonado el manantial de aguas vivas, Yahvé”. Entonces, Jesús recuerda a sus adversarios su infidelidad a Dios y escribe sus nombres en el polvo. Ellos pierden la paciencia y presionan a Jesús para que les de una respuesta.

2º Jesús se levanta y dice la frase: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”.

Jesús se dirige directamente a sus adversarios citando de forma adaptada la norma de Deuteronomio 17,7. Con sus palabras, les hace caer en cuenta de un tercer elemento que no han tenido en cuenta; pues ellos:

Ø  apuntaron el delito,

Ø  lo confrontaron con la Ley, y todo con arrogancia y una gran seguridad de sí mismos; pero…

Ø  no han tenido en cuenta sus propios pecados. Nadie puede presentarse como si no tuviera ninguna falta, ellos también necesitan de la paciencia, de la misericordia y del perdón de Dios. Entonces, ¿por qué tienen tanto afán: “insistían en preguntarle”, en la condenación de la mujer adúltera?

Los escribas y fariseos quieren tratar fríamente a la mujer como un caso más, como si fuera un problema de matemáticas. Jesús introduce una nueva consideración: la situación de los acusadores ante Dios. Los lleva a examinarse a sí mismos, ¿cómo quisieran ser tratados?

  1. Jesús deja un nuevo espacio de reflexión (v.8).

Jesús somete a los acusadores a un riguroso examen de conciencia, y volvió a escribir en el suelo, para que, quienes se fueron avergonzados por causa de sus actos pasados, no se sintieran acusados ni espiados por El.

Fruto de toda la escena: la fuga de los acusadores o “los acusadores salen acusados”. Los adversarios son honestos y aceptan en su corazón la palabra de Jesús: “al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro”. Todo el auditorio hace igual. ¡Qué gran lección recibieron! Ninguno de los presentes:

Ø  afirmó que no tuviera ninguna culpa,

Ø  ni arrojó la primera piedra. Todos se fueron.

Ø  Jesús y la mujer quedan solos.

Examinemos nuestra conducta, y apliquemos a nuestra vida, las palabras de San Pablo: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28).

  1. El perdón ofrecido por Jesús (8,10-11)

Jesús se levanta, sólo quedan la mujer y él. Jesús que se ha dedicado a los acusadores, ahora se dirige a la mujer acusada. Este grandioso momento final gira en torno a un diálogo delicado y concreto entre los dos.

Jesús hace dos preguntas y dos afirmaciones:

Las dos preguntas aclaran la nueva situación:

Ø  “¿dónde están los que te acusaban?” ellos ya no están y

Ø  “¿ninguno te ha condenado?”

Las dos afirmaciones plantean su propia posición:

Ø  “tampoco yo te condeno”… a la pena de muerte y

Ø  la despide: “vete...” y exhorta a comenzar una nueva vida: “y no peques más”. Es decir: una absolución y el encargo de una nueva tarea.

Jesús no aprueba el pecado, tampoco lo relativiza como si no hubiera pasado nada. Jesús habla enérgicamente, le pide terminar el comportamiento que la apartó de la voluntad de Dios y la expuso a la muerte.

Así, acusadores y mujer acusada experimentaron la misericordia de Dios. Los acusadores comprendieron que quien acostumbra levantar el dedo para señalar el pecado de otros, también necesita de la misericordia de Dios y por eso no debían actuar con presunción y sin misericordia con el prójimo.

La misericordia de Jesús salvó la vida a la mujer de dos maneras:

Ø  de la pena de muerte que le querían aplicar sus violentos acusadores y

Ø  de arruinar el resto de su vida, al ofrecerle el perdón de Dios que da fuerza interna para no volver a pecar.

Los acusadores traen una pecadora, Jesús recibe a una mujer.

Cerramos así el ciclo de las catequesis-bíblicas cuaresmales sobre Jesús el gran misericordioso quien nos tiende la mano en los itinerarios de conversión que renuevan el corazón. Las últimas y más expresivas expresiones de perdón las escucharemos dentro de una semana desde la Cruz.

  1. Cuando se le pone una trampa a Dios.

“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Jn 8,3-5).

Lo que decía la Ley de Moisés que había de hacerse con los adúlteros:

“Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Lev 20,10).

“Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel. Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces pidiendo ayuda, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti” (Deut 22,22-24).

Los judíos le presentan a Jesús a la mujer sorprendida en adulterio, y no al hombre que estaba con ella. Se deduce que, más que aplicarle la Ley a la mujer, los enemigos del Señor, la utilizan, para hacerle daño al Salvador.

Jesús inclinó la cabeza y se puso escribir en el suelo con el dedo. Y como esperaban su respuesta, levantando la cabeza dice: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» ¿Habrá sentencia más divina que esta…?

Cuando la mujer es acusada, Jesús inclina la cabeza, pero la levanta cuando desaparece el acusador, porque él no quiere condenar a nadie, sino absolverlos a todos.

¿Por qué no condenó Jesús a la adúltera, si la Ley de Moisés, escrita por el dedo de Dios, exigía la lapidación de las mujeres que se prostituían, y cometían adulterio?

San Juan contesta esta pregunta en su Evangelio, con las siguientes palabras de Jesús:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3, 16-17).

Quien cree en Jesús y le ama, merece el perdón de sus pecados y la aceptación de Dios. Jesús dijo con respecto a la pecadora pública que vertió perfume sobre sus pies, y se los enjugó con sus cabellos: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lc 7, 47).

En la Vigilia Pascual durante la noche del Sábado de Gloria, oiremos el siguiente texto, que forma parte del pregón pascual: Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

  1. Nuestra responsabilidad de la santificación de nuestro prójimo.

La misma Palabra de Dios nos recuerda el deber y obligación que tenemos para velar por el bienestar de nuestro prójimo:

"Hijo de hombre, te he puesto como un vigía para la casa de Israel: si oyes una palabra que salga de mi boca, inmediatamente se lo advertirás de mi parte. Si le digo al malvado: ¡Vas a morir! y si tú no se lo adviertes, si no hablas de tal manera que ese malvado deje su mala conducta y así salve su vida, ese malvado morirá debido a su falta, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. En cambio, si se lo adviertes al malvado y él no quiera renunciar a su maldad y a su mala conducta, morirá debido a su falta, pero tú habrás salvado tu vida.

Si el justo deja de hacer el bien y comete la injusticia, pondré una piedra delante de él para que se caiga y morirá. Si tú no se lo has advertido, morirá a causa de su pecado, se olvidarán de las buenas acciones que haya hecho, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Pero, si tu adviertes al justo para que no peque y siga sin pecar, vivirá gracias a tu advertencia, y tú habrás salvado tu vida.  (Ez 3,17-21).

Amémonos unos a otros, porque Dios es amor:

“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn 4,7-8).

El texto dominical se convierte en una oportunidad para contemplar:

Ø  a Dios, que envió a su Hijo al mundo, no para que condenara a la humanidad herida por el pecado, sino para ponerse en el lugar de quienes son marginados, para ser nuestro ejemplo a imitar.

Ø  a Jesús, que se apiadó de la mujer adúltera, porque vino al mundo a demostrarnos el amor y la misericordia de Dios.

Ø  a la mujer adúltera, cuando temió por su vida, y cuando sus acusadores decidieron no apedrearla porque también ellos habían incumplido la voluntad de Dios, y Jesús la perdonó, diciéndole que no volviera a pecar.

Ø  a nosotros mismos, que podemos ocupar el lugar de la pobre adúltera, o actuar como sus acusadores, tanto a la hora de acusarla, como a la hora de no asesinarla tras hacer un minucioso examen de conciencia, y tenemos el deber de amar a nuestro prójimo y ser perfectos imitadores de Nuestro Salvador.

Ø  Obedezcamos al Apóstol Pablo, que nos dice: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados" (Ef 5, 1).

“Se les pidió despojarse del hombre viejo al que sus pasiones van destruyendo, pues así fue su conducta anterior, y renovarse por el espíritu desde dentro. Revístanse, pues, del hombre nuevo, el hombre según Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad.

Por eso, no más mentiras; que todos digan la verdad a su prójimo, ya que todos somos parte del mismo cuerpo. Enójense, pero sin pecar; que el enojo no les dure hasta la puesta del sol, pues de otra manera se daría lugar al demonio. El que robaba, que ya no robe, sino que se fatigue trabajando con sus manos en algo útil y así tendrá algo que compartir con los necesitados. No salga de sus bocas ni una palabra mala, sino la palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes.

No entristezcan al Espíritu santo de Dios; éste es el sello con el que ustedes fueron marcados y por el que serán reconocidos en el día de la salvación. Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo”. (Ef 4,23-32).

Por todo esto, Señor, para no volver a pecar:

Ø  dame la gracia de tu Espíritu Santo...

Ø  ilumíname con tu palabra...

Ø  dame la fortaleza que viene de ti...

Ø  haz que recurra a ti y seas Tú el que me ayudes a no volver a pecar...

Ø  haz que evite todo lo que puede alejarme de ti...

Ø  fortalece mi voluntad y haz que busque en ti refugio...

Ø  haz que desconfíe de mi y confíe solo en ti...

Ø  haz que sólo busque vivir lo que me pides...

Ø  haz que nunca me olvide de ti...

Ø  ayúdame en mi debilidad...

Ø  haz que tu gracia sea mayor que mi fragilidad...

Ø  haz que recurra siempre a ti...

Ø  haz que sólo Tú seas el sentido de mi vida...

Ø  ayúdame a aferrarme a ti...

Ø  haz que busque vivir tu voluntad en todo momento...

Ø  dame docilidad de espíritu para vivir como me pides...

Ø  ayúdame a hacer de Ti, el sentido de mi vida.

  1. Terminemos en espíritu de oración.

“Dichoso el que es absuelto de pecado y cuya culpa le ha sido borrada. Dichoso el hombre aquel a quien Dios no le nota culpa alguna y en cuyo espíritu no se halla engaño. Hasta que no lo confesaba, se consumían mis huesos, gimiendo todo el día. Tu mano día y noche pesaba sobre mí, mi corazón se transformó en rastrojo en pleno calor del verano. Te confesé mi pecado, no te escondí mi culpa. Yo dije:" Ante el Señor confesaré mi falta". Y tú, tu perdonaste mi pecado, condonaste mi deuda”. (Sal 32, 1-5).

Señor, transfórmame en tu misericordia.

“Deseo transformarme en tu misericordia

y ser un vivo reflejo de ti, oh Señor.

Que este más grande atributo de Dios,

es decir su insondable misericordia,

pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.

Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos

para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias,

sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos

para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo

y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa

para que jamás critique a mi prójimo

sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas

y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo

y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos

para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo,

dominando mi propia fatiga y mi cansancio.

Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso

para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo.

A nadie le rehusaré mi corazón

Seré sincera incluso con aquellos de los cuales

sé que abusarán de mi bondad.

Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús.

Soportaré mis propios sufrimientos en silencio.

Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

Jesús mío, transfórmame en ti porque tú lo puedes todo”

(Sor Faustina Kowalska)

San Agustín: Cuando un hombre descubre sus faltas, Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde, Dios las descubre. Y cuando las reconoce, Dios las olvida”


 "Temo a Dios, y después de Dios temo principalmente al que no le teme."


P. Marco Bayas O. CM

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