viernes, 30 de agosto de 2013

XXI DOMINGO ORDINARIO Evangelio: Lc 13,22-30

XXI DOMINGO ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lc 13,22-30
“Señor, ¿Son pocos los que se salvan?”...
“Entren por la puerta estrecha, porque os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán…”
Lucas 13,22-30: En aquel tiempo Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén. Alguien le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvarán?»
Jesús respondió: «Esfuércense por entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no lo lograrán. Si a ustedes les ha tocado estar fuera cuando el dueño de casa se levante y cierre la puerta, entonces se pondrán a golpearla y a gritar: ¡Señor, ábrenos! Pero les contestará: No sé de dónde son ustedes.
Entonces comenzarán a decir: Nosotros hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él les dirá de nuevo: No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores! Habrá llanto y rechinar de dientes cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes, en cambio, sean echados fuera.
Gente del oriente y del poniente, del norte y del sur, vendrán a sentarse a la mesa en el Reino de Dios. ¡Qué sorpresa! Unos que estaban entre los últimos son ahora primeros, mientras que los primeros han pasado a ser últimos».
Introducción
¿A cuántos de nosotros se nos han quedado las llaves de la casa o del carro adentro? Para poder entrar y lograr tener las llaves otra vez, tenemos que esforzarnos mucho, incluso pedimos ayuda.
En el tiempo de lucha y esfuerzo por salir del apuro se nos viene la duda: ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Dónde consigo un alambre? ¿Le hablare a fulanito? ¿Cuánto me cobrará el cerrajero? Argumentamos, nos excusamos y decimos: “ni modo mejor que venga el cerrajero”.
Esforzarse es animar, confortar, fortalecer, no rendirse ni confundirse, ser valiente, no atemorizarse; esta es la palabra de Dios para nosotros hoy: Dios quiere que seamos así, Él nos da las fuerzas, con su Santo Espíritu.
Le preguntan a Jesús, si serán pocos los que se salvan, Él contesta sobre el esfuerzo, sobre la puerta estrecha, Él dice, “Yo Soy la Puerta”
Mientras suben a Jerusalén, Jesús forma a sus discípulos y responde la pregunta planteada, una de las preguntas más debatidas en todas las épocas: ¿Cuántos serán salvados? ¿Muchos o pocos?
  1. El incansable itinerario misionero de Jesús.
Con la fuerza del Espíritu, Jesús va sembrando la semilla de la Palabra para hacer germinar la vida en abundancia. Con libertad profética se aproxima a la ciudad en la que lo aguarda su destino, ni siquiera las amenazas contra su vida por parte del rey Herodes lo apartan de su camino.
En este camino Jesús responde las preguntas que le plantean: la de los hijos de Zebedeo (9,54), las de los tres candidatos al discipulado (9,57.59.61), la del legista (10,26.29), la de Marta (10,40), la de uno de los discípulos (11,1), la de una mujer anónima en medio de la multitud (11,27), la de otro legista en un banquete (11,45), la del un hermano menor que reclama la herencia (12,13), la de Pedro (12,41), la del jefe de la sinagoga (13,14). En todos los casos Jesús responde con verdades incómodas, ya que Él no quiere engañar a nadie con falsas ilusiones.
  1. Una nueva pregunta para Jesús: ¿son pocos los que se salvan?
a.  ¿Qué trasfondo e implicaciones tiene la pregunta?
La pregunta tiene dos presupuestos:
1º Jesús ha sido presentado como el “Salvador” (Lc 2,11) y
2º Jesús ha planteado exigencias fuertes que pueden llevar a pensar que la salvación es muy complicada.
3º ¿Tendrá éxito la misión de Jesús? ¿Cuántos llegarán hasta la meta siguiendo sus pasos? ¿Cuántos se quedarán en el camino?
La pregunta no aparece porque sí. El tema se volvió punto de discusión. Unos decían que “solamente pocos serán salvados”, el grupo de escribas afirmaba que “Israel entero tendrá parte en el mundo futuro” y sólo algunos pecadores particularmente culpables serán excluidos.
Hoy escuchamos voces que le hacen eco a las dos tendencias. Cada persona tiene que preguntarse por la salvación, el punto es cómo enfoca la cuestión.
Hoy la Palabra nos coloca ante el tema de la salvación. Es lo que buscamos; hay que estar atentos, porque aún la multiplicidad de actividades pastorales importantes puede llevarnos al peligro de perder de vista la búsqueda esencial, bajo riesgo de perder al final todos los esfuerzos. Todo debe estar encaminado hacia la salvación.
  1. La profunda respuesta de Jesús.
Jesús no responde directamente la pregunta, no responde con matemáticas, no da cifras ni aproximaciones sobre el número de los salvados; dice que muchos “no” podrán. Lo dice no como una sentencia perentoria sino como un llamado de atención para que no suceda.
Jesús se distancia del mundo de las especulaciones y se concentra en lo que hay que hacer para salvarse.
Para explicarlo, usa dos imágenes que iluminan lo que es la entrada en Reino de Dios: la puerta estrecha y la puerta cerrada. La primera es una sencilla comparación (13,24), la segunda constituye toda una parábola (13,25-30).
  1. La “Puerta estrecha” o “el mientras tanto” (13,24)
La “Puerta estrecha”, es una figura. No es que en la puerta del Reino haya obstáculos, no es que haya que dar codazos para entrar a la fuerza en medio de otros que quieren hacer lo mismo. Hay que esforzarse, los buenos propósitos no son suficientes, hay que “hacer” cosas concretas para entrar.
No se quiere decir que una persona se salva sólo con sus propios esfuerzos; nadie se salva a sí mismo, en última instancia todos somos salvados por Dios. Ésta no se logra sin nuestra participación, la pasividad no sirve. Dios nos salva, pero también respeta nuestra libertad y responsabilidad.
En la segunda parte de la respuesta: “Muchos pretenderán entrar y no podrán”, Jesús se pronuncia en los mismos términos pero, dándole otra orientación. Se le preguntó si eran “pocos” los que alcanzarán la salvación, Jesús dice ahora que “muchos” no lo lograrán.
Manteniendo el principio de que ninguno es excluido, Jesús dice que mucha gente que no quiere entrar ahora, probablemente querrá hacerlo más tarde, pero ya no lo logrará.
  1. La “Puerta cerrada” o “el ya para qué” (13,25-30)
La enseñanza anterior es completada: debemos esforzarnos, pero a tiempo: un día, con nuestra muerte, la puerta se cerrará y ahí se decidirá nuestro destino.
No disponemos del tiempo de manera indefinida, recordemos la parábola del “rico insensato”. En ese momento se cierra la puerta.
Dios cierra la puerta, no nosotros. La hora de la muerte se escapa a nuestro control. De ahí que haya que estar siempre preparados.
En este momento la parábola describe dos situaciones:
1º La solicitud extemporánea para entrar y la declaración final de la exclusión (13,25-27).
2º El dolor inmenso de los que se quedaron fuera del banquete ante el precioso espectáculo de la salvación que perdieron (13,28-29).
Jesús concluye con un proverbio de aplicación de la parábola (13,30).
  1. La solicitud extemporánea para entrar y la declaración final de la exclusión.
1º La solicitud: “...Os pondréis, los que estéis fuera, a llamar a la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos!”.
La parábola indica que ese no es el tiempo para tocar la puerta, esto tenía que haberse hecho antes, hay que tomar en serio el tiempo presente; no conviene aplazar la conversión, desde el principio hay que comenzar a vivir el itinerario que conduce a Dios. Es una mala decisión dejar para el tiempo de la vejez la preocupación por la salvación.
2º La declaración final de la “auto-exclusión”: “No sé de donde sois”
Dos veces se les dice: “No los conozco”. ¿Por qué dice que no los conoce? Porque para participar de la comunión con Dios hay que identificarse con Él.
Esto se explica en las frases: “hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas” y “retiraos de mi, todos los agentes de injusticia”.
Frente al argumento de la comunión externa: “comer, beber, enseñarles”, aparece otro más fuerte: son “agentes de injusticia”, es decir, no están en comunión de vida con Dios.
“Agente de injusticia” es aquel que desprecia la voluntad de Dios. De nada sirven los privilegios comer, beber con Él, si no hay compromiso con la justicia del Reino, si no se comparte su estilo de vida poniendo en práctica sus enseñanzas.
El rechazo tajante que se nota en la voz del dueño de la casa, la voz de Dios, causa perplejidad. El rechazo tiene su razón de ser; Dios no comparte nuestras injusticias: ¿si una persona no vive en comunión con la voluntad de Dios, cómo puede aspirar a vivir definitivamente con Él? En realidad es cada uno quien se auto-excluye.
La comunión con Dios comienza a partir de la comunión con su querer. Una persona que lo rechaza se excluye a sí misma de la salvación. La salvación consiste en la comunión eterna con Él que es la fuente y la plenitud de la vida. ¿Nos salvaremos? Como se muestra en la parábola, Dios no hace más que respetar y confirmar la decisión de cada persona.
  1. El dolor inmenso de los que se quedaron fuera del banquete ante el precioso espectáculo de la salvación que perdieron.
Desde fuera los excluidos de la salvación ven lo que pasa en la sala del banquete, símbolo del Reino definitivo. Aparecen dos escenas: el llanto amargo de los excluidos y la comunión festiva de los salvados.
1º La amargura de la soledad en la condenación.
“Allí será el llanto y el rechinar de dientes...”. Los rechazados sumidos en la más intensa soledad lloran de manera inconsolable la ocasión perdida y la humillación: “mientras a vosotros os echan fuera”. El “rechinar de dientes” da la nota trágica: describe rabia y amarga; consigo mismos, por supuesto.
Es el gran sentimiento de impotencia, llorar es expresión de duelo por lo que no se pudo alcanzar y que sólo pueden ver de lejos.
2º La alegría de la comunión en la salvación.
La vida eterna es presentada como una fiesta comunitaria con el Señor en su Reino. Pero no sólo con Dios, también con los demás en plenitud de alegría y de fiesta; la salvación es el máximo de la felicidad.
La mirada de los excluidos va repasando lentamente la sala y va observando quiénes son los comensales del Reino, cómo está compuesta la comunidad de los salvados. Allí se distinguen tres grupos de personajes:
v  los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob;
v  todos los profetas;
v  gente proveniente de los cuatro puntos cardinales, o sea, de todas las naciones del mundo.
La plenitud y la riqueza de nuestra vida consisten también en la plenitud y la profundidad de nuestras relaciones con los demás. Con la muerte, las relaciones humanas no se acaban sino que alcanzan su máximo nivel.
  1. Aplicación de la parábola.
Jesús hace la aplicación de la parábola y  concluye su enseñanza con un refrán: “Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos”.
El proverbio se entiende observando la composición de la mesa. Los primeros, los judíos y los últimos, los paganos, pasan todos por la misma puerta: la exigencia es la misma para todos.
La llegada de los últimos no excluía a los primeros, pero éstos se hicieron últimos, cuando se auto- excluyeron de la comunión con Dios por no vivir en sintonía con su querer. Ante Jesús cada uno se hace “primero” o “último” según su decisión.
  1. Un evangelio con un mensaje duro.
Jesús quiere ganar nuestro corazón, para eso no acomoda el mensaje. Porque nos ama nos dice la verdad, no importa que haya verdades incómodas.
Conocer muchas cosas acerca de Jesús pero no vivir según la voluntad de Dios es poner en juego el logro de la meta y exponernos al fracaso y la desesperación. La salvación es un don de Dios que tenemos que conquistar.
a.  Esforcémonos a entrar por la puerta angosta:
v  A pesar de los problema y dificultades;
v  A pesar de los costos y renuncias;
v  A pesar de la poca fe que a veces tenemos;
v  A pesar de la poca perseverancia;
v  A pesar de que muchas veces no reconocemos la ayuda y presencia de Dios en nuestras vidas;
v  A pesar de nuestra fragilidad;
v  A pesar de…
b.  Muchos procuraran entrar y no podrán.
Dice Proverbios 4,18-19:”Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”
v  ¿Has intentado entrar? Muchos nos hemos desanimado en medio del camino de la vida cristiana y nos retirarnos sin hacer esfuerzo.
v  ¿Has invitado a otros a que entren contigo? Pocos son los que se atreven a decirle a otro: Ven conmigo, quiero mostrarte lo que está detrás de esa puerta…
v  ¿Ya entraste o sigues afuera? El camino de los impíos es como la oscuridad; no saben en que tropiezan. Por ello Dios quiere que nos esforcemos a entrar en su puerta, con la llave de la Fe y la Aceptación, para que no tropecemos. Ven a la puerta, toca, insiste, y saborearás las promesas de Dios. Juan 10,9: “Yo soy la Puerta, el que por mi entrare será salvo, entrara, y saldrá, y hallará pastos.”
  1. La Puerta Angosta es Jesucristo.
Jesús es la Puerta Angosta.
Dios Padre nos ha abierto una puerta para acceder a Él. Esa puerta es Jesús (Juan 10,9) “¡Yo soy la Puerta!”. ¡La puerta de la salvación! ¡La puerta de la invitación! ¡La puerta de Dios al hombre! ¡La puerta siempre disponible!
Dios se hizo hombre, va camino a Jerusalén, enfocado, entregado, devoto, resuelto a llegar a Jerusalén. Los líderes religiosos llegan y le dicen: “Jesús, ten cuidado. Deja de predicar, porque si no te matarán”. Jesús responde: “Lo sé, por eso tengo que llegar a Jerusalén”.
Jesús tenía que ir a Jerusalén. Tuvo que sufrir y morir en nuestro lugar, para pagar nuestra deuda a Dios, y abrir aquella puerta que nuestro tatara-tatarabuelo Adán cerró por su rebelión, locura, y pecado; Jesús, nuevo Adán, vino a invitarnos a pasar por esa puerta angosta.
No busquemos otra puerta. Hoy hay miles de puertas que ofrecen la sicología, las ideologías y la filosofía.
“Esfuércense”, es el lenguaje que usa un atleta que corre con pasión, con apremio y ahínco. Hay un sentido de urgencia. ¡Corramos! no presumamos de la gracia de Dios.
Algunos dirán: “¡Qué Dios tan cruel y malvado! ¡Qué Dios tan caprichoso que envía a las personas al infierno!”...
Nada más alejado de la verdad, pues Dios “no quiere que ni uno solo se pierda”
  1. Terminamos en espíritu de oración
Lo que Jesús nos ofrece:
Si lloras, estoy deseando consolarte.
Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía.
Si nadie te necesita, yo te busco.
Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.
Si estás vacío, mi plenitud te colmará.
Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas.
Si quieres caminar, iré contigo.
Si me llamas, vengo siempre.
Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.
No tengo ganas de rezar

Señor, hoy no tengo ganas de rezar. No me sale hablar contigo.
Y no sé porqué. La apatía me domina. O tal vez, tengo miedo a escucharte. No quiero hacer ningún esfuerzo. Sólo desearía dormir,
dormir profundamente, para que el tiempo pase,
este tiempo de rutina y de flojera.
Me acuerdo de que Jesús siempre nos dice: Sean perfectos...
Otras veces este consejo me animaba y me ponía en plan.
Hoy, la verdad, no me dice nada...
Lo único que puedo decirte es, Señor,
Aquí me tienes, como soy.
Mi pobreza es posible que te complazca.
Mi sinceridad me dice que tú aceptas siempre lo que cada uno es,
lo que cada quien tiene.
Hoy sólo tengo que presentarte esta mi situación lamentable.
Seguro que no puedo ofrecerte un día perfecto,
nada extraordinario, nada importante.
Sí, te presento lo que ahora siento: apatía, desgana.
Recuerdo tantos días de silencio, Jesús, que tú pasaste en Nazaret.
¡Tantos días, tantos años! ¿Para qué?
Me hace pensar que tú también habrías tenido días aburridos,
haciendo siempre lo mismo:
del taller a la fuente, de la plaza a la sinagoga,
con los mismos vecinos, con las mismas palabras,
día tras día, año tras año, sin otro horizonte que las cuatro casas
de tu desconocido e ignorado Nazaret.
Pero, allí, en tales situaciones, en tal aburrimiento,
tú te entregabas al Padre con generosidad
y esto era lo que te reconfortaba y lo que te reanimaba.
Aquí me tienes, Señor Jesús, queriendo romper mi pereza,
para comunicarme contigo. Acepta lo que tengo, tan mío.
No tengo otra cosa que presentarte hoy.
Si nadie te ama, mi alegría es amarte.
“Si quieres estar seguro de estar en el número de los elegidos, esfuérzate de ser uno de los pocos, no de la mayoría. Y si quieres estar seguro de tu salvación, esfuérzate de estar entre la minoría de los pocos… No sigas a la gran mayoría de la humanidad, sino sigue a los que entran por la senda estrecha, que renuncian al mundo, que se entregan a la oración, y que nunca relajan sus esfuerzos, ni de día ni de noche, para poder alcanzar la bienaventuranza eterna”
P. Marco Bayas O. CM



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