XX DOMINGO
ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lc
12,49-53
“He
venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
ardiendo!...
¿Creen ustedes que he venido para establecer
la paz en la tierra? Les digo que no; más bien he venido a traer división.
Lucas 12,49-53: En aquel tiempo Jesús dijo a
sus discípulos: “He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera ardiendo!
Pero
también he de recibir un bautismo y ¡qué angustia siento hasta que no se haya
cumplido!
¿Creen
ustedes que he venido para establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más
bien he venido a traer división. Pues de ahora en adelante hasta en una casa de
cinco personas habrá división: tres contra dos y dos contra tres.
El
padre estará contra del hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija
y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la
suegra.»
Introducción: “¿Piensan que vine a traer paz a la
tierra?”
En el texto de este domingo Jesús
pronuncia palabras que parecen contradecir toda su predicación centrada en el
amor.
Este pasaje y el de la higuera
estéril (Lc 13,1-9) producen
en mi, una intensa necesidad de entender porque el Señor de la Paz, del Amor y de
la Unidad se manifestaba, aparentemente, de modo agresivo.
No es que Jesús haya venido con el
propósito de provocar división. Sino que su venida genera de manera inexorable
división y contraste, porque Él nos pone en una disyuntiva. Nos interpela a
tomar una decisión. Su palabra y su Persona sacan a la luz, lo más oculto del
corazón humano.
Es el anticipo de Simeón a María, en
el momento de la presentación del Niño en el templo: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser
señal de contradicción a fin de que queden al descubierto las intenciones de
muchos corazones” (Lc 2, 35).
Jesús viene a establecer la verdadera paz.
Su enseñanza y testimonio son la prueba evidente que Él es el signo de los
opuestos. Él fue el mártir que se entregó voluntariamente a la muerte, y muerte
de cruz, para restablecer el vínculo de los hombres entre sí y con el Padre.
La cuestión medular es descubrir ¿cuál es la paz y la unidad que Jesús nos
trae? Él ha venido a traer la paz y la unidad en el bien, la
que conduce a la vida eterna, y ha venido a desenmascarar la falsa paz y unidad
que el mundo nos propone para adormecer las conciencias y conducirnos al vacío
de la vida en frivolidad y en superficialidad.
Por eso no debemos ver contradicción
en las palabras de Jesús: “¿Creen
ustedes que he venido para establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más
bien he venido a traer división”, con su doctrina centrada en el mandamiento
del amor, en nada se contrapone con la paz a los hombres, que prometen los
ángeles en el nacimiento de Jesús (Lc
2,14).
Tampoco Jesús pretende sembrar la
división en las familias. Lo que busca es destacar que lo primero es el Reino
de Dios y la salvación de todos.
- Jesús
busca la radicalidad: ¡El único Absoluto es Dios!
En ese contexto debemos entender el
fuego, que en el texto bíblico no siempre es sinónimo de destrucción. En varias
ocasiones es signo de vida, y de vida abundante. Juan el Bautista les dice a
sus seguidores: “Yo les bautizo con agua, pero viene el que es
más fuerte que yo, a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus
sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego…” (Lc
3,16).
La venida del Espíritu Santo es
presentada en Hechos como fuego: “aparecieron lenguas como de fuego…”. Este es el fuego que quiere Jesús encender en el corazón de sus
discípulos. Es el ardor, la entrega entusiasta y amorosa a la causa del
Evangelio. Estamos llamados a ser “signo de contradicción”
como lo fue el Maestro.
Nuestra fe apostólica nos impone la
permanente disposición como discípulos constantes y coherentes de Jesús, a sufrir
gozosamente la contradicción de una vida entregada a la causa de los más
desfavorecidos. A decir con San Lorenzo: “los
pobres son los verdaderos tesoros de la Iglesia”.
Anunciar y vivir imitando a Jesús,
provoca un profundo sentimiento de conflicto y división en este tiempo dominado
por el consumismo, por la indiferencia religiosa o por un secularismo cerrado a
la trascendencia, donde se desprecia el sacrificio y el esfuerzo, y se exalta
la cultura individualista.
Esto es el cumplimiento de la
bienaventuranza proclamada por el mismo Jesús: “Dichosos serán ustedes cuando los injurien y
los persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía…” (Mt
5,11).
La Palabra de Jesús provoca división.
Ello no nos debe alejar de la misión irrenunciable del cristiano: vivir
el Evangelio, transformarse cada uno y buscar transformar la sociedad.
Los cristianos debemos hacernos el firme propósito de buscar el camino de Dios
y discernir permanentemente si optamos por la paz de Jesús o la paz del mundo (Jn
14,27-31), para que Jesucristo ocupe el centro de nuestra vida. De ese modo
no traicionaremos al Evangelio.
Jesús dice a los apóstoles: “Mi paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy
como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni tenga temor” (Jn 14,27). Con su muerte y
resurrección aniquila la falsa paz mundana, asociada al mal y al pecado, al
tiempo que abre las puertas a la nueva paz, fruto del Espíritu. Es la paz del
Jesús de la Pascua. Es la paz del Resucitado.
Los discípulos han venido aprendiendo cómo
superar “la codicia” que suscita
comportamientos hipócritas, que Jesús llamó la “levadura de los fariseos”. Pero falta todavía la última
lección, que no puede ser otra que la de la Pasión de Jesús y sus consecuencias.
Jesús habla a sus discípulos de su propia vocación. Su experiencia personal se proyecta
inmediatamente sobre sus seguidores, porque el destino del discípulo está
profundamente unido al del Maestro. El sentido de la vida de Jesús determina el
sentido de la vida de sus discípulos.
Jesús dice cómo percibe su misión y su destino a
partir de dos imágenes contrapuestas:
1º el “Fuego” y
2º el “Agua”.
- El “Fuego” el
resultado de la venida de Jesús al mundo.
Jesús compara su venida a la tierra como un fuego
que se expande a toda velocidad por un campo semiárido. Es un fuego purificador
de la humanidad y es símbolo del juicio
de Dios, como aquel fuego que el profeta Elías hizo caer sobre el monte Carmelo
que debía llevar al auditorio a elegir entre Baal o Yahvé (1 Reyes 18,21).
Por eso este fuego divide: “¿Creen ustedes que he venido
para establecer la paz en la tierra? Les digo que no; más bien he venido a
traer división”. Jesús lo
expresa como un “celo ardiente”, que nos recuerda el
Salmo 68,9: “el celo de tu casa me devora”.
La imagen del fuego en la Biblia no tiene un
sentido único. Puede ser imagen de la devastación y del castigo y puede también
ser la imagen de la purificación y de la iluminación (Is 1,25; Zc 13,9).
Evoca protección: “Si pasas en medio de las llamas, no te quemarás” (Is 43,2). Juan
Bautista bautizaba con agua, pero después de él, Jesús habría de bautizar por
medio del fuego (Lc 3,16). Aquí, la imagen del fuego es asociada a la acción
del Espíritu Santo que descendió el día de Pentecostés bajo la imagen de lenguas
de fuego (Hech 2,2-4).
Las imágenes y los símbolos no tienen nunca un
sentido obligatorio, totalmente definido. Es típico de la naturaleza del
símbolo provocar la imaginación de los oyentes y de los espectadores. Así la
imagen del fuego combinado con la imagen del bautismo indica la dirección en la
que Jesús quiere que la gente dirija su imaginación.
- El “Agua”, los
efectos sobre la misma persona de Jesús.
La misión del Señor tiene consecuencias sobre su
misma persona. Jesús será sumergido en las aguas profundas -un bautismo- de la
muerte. De esta forma se refiere a su pasión. Cuando Él dice: ”he
de recibir un bautismo y ¡qué angustia siento hasta que no se haya cumplido!”,
no está diciendo que se quiera morir rápido, sino que su mayor deseo en la vida
es llevar a cabo el destino que el Padre le asignó.
Las dos imágenes confluyen en el anuncio que Jesús
hace sobre la vida de los discípulos, sabe que su situación personal será la
del conflicto. El conflicto de incomprensión entre aquellos que ya viven la
vida nueva y los que todavía no han dado el paso de conversión. Como su
Maestro, ellos son “signo de
contradicción” (2,34).
Lo que aquí se anuncia será todavía más claro en
21,17: “Seréis odiados todos por causa de mi nombre”. El evangelio nunca oculta que éste sea el
destino del discípulo: su vida madurará y llegará a la plenitud por el mismo
camino de su Señor, siempre a la sombra de la Cruz.
El bautismo es asociado con el agua y es siempre
expresión de un compromiso de Jesús con su pasión: “¿Podéis ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser
bautizado?”. (Mc 10,38-39).
- Jesús vino a traer la división.
Jesús habla siempre de paz (Mt 5,9; Mc 9,50; Lc
1,79; 10,5; 19,38; 24,36; Jn 14,27; 16,33; 20,21.26).
Entonces ¿cómo entender la frase del evangelio que
parece decir lo contrario? Esta afirmación no significa que Jesús estuviera a
favor de la división. ¡No! Jesús no quiere la división.
El anuncio de la verdad que Jesús era el Mesías se
volvió motivo de división entre los judíos. Dentro de la misma familia o de la
comunidad, unos estaban a favor y otros radicalmente en contra.
La Buena Noticia de Jesús era realmente una
fuente de división, una “señal de
contradicción” (Lc 2,34) o como decía Jesús: “Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre;
la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y
la nuera contra la suegra”.
Era lo que ocurría, de hecho en las familias y en
las comunidades: muchas divisiones, mucha discusión, como consecuencia del anuncio
de la Buena Noticia entre los judíos de aquella época, unos aceptando, otros
negando.
Lo mismo vale para el anuncio de la fraternidad
como valor supremo de convivencia. No
todos concordaban con este anuncio, pues preferían mantener sus privilegios.
Por esto, no tenían miedo de perseguir a los que anunciaban la fraternidad y el
compartir. Esta división surgía y que está en el origen de la pasión y de la
muerte de Jesús. Era lo que sucedía.
Jesús quiere la unión de todos en la verdad (Jn
17,17-23). Muchas veces, allí donde la Iglesia se renueva, el llamado de la
Buena Noticia se vuelve una “señal de
contradicción” y de división. Personas que durante años vivieron acomodadas
en la rutina de su vida cristiana, incomodadas por los cambios, usan toda su inteligencia
para encontrar argumentos en defensa de sus opiniones y para condenar los
cambios como contrarios a lo que ellas piensan ser la verdadera fe.
- El espíritu de la discordia.
¿Es el Evangelio predicado por Jesús un mensaje para
extinguir la paz del mundo? Si el Evangelio no nos ayuda a vivir en paz, ¿de
qué nos sirve ser cristianos?
¿En qué sentido les ha sido arrebatada la paz a
los cristianos que, en los últimos veintiún siglos, han padecido, por causa de
haberse proclamado, seguidores de Jesús?
Para responder estas y otras preguntas, lo
primero que debemos saber, es que, el concepto de paz que tenemos, no está
relacionado, con el concepto de paz, que Jesús enseñó, a sus seguidores.
Para la mayoría, la paz se reduce a la ausencia de
conflictos, pero, para Jesús, la paz es tener la seguridad de cumplir la
voluntad de Dios, aunque ello suponga el hecho de padecer, rompiendo con el
mundo y su maldad.
El seguimiento de Jesús no es una cuestión de
fanatismo, sino una de las muchas opciones vitales que podemos tomar, aunque
ello disguste a nuestros familiares. Surgen entonces una serie de
interrogantes:
v
¿Por
qué arrojó Jesús su fuego en el mundo, si sabía que mucha gente inocente iba a
sufrir por ello?
v
¿Por
qué arrojó Jesús su fuego sobre el mundo, si sabía que muchos de sus seguidores
iban a morir en el Coliseo romano devorados por fieras salvajes?
v
¿Por
qué arrojó Jesús su fuego sobre el mundo, si, por ser Dios, sabía que varias
décadas después de que Él predicara el Evangelio, Nerón iba a incendiar Roma, e
iba a culpar a los cristianos por ello?
v
¿Por
qué arrojó Jesús su fuego en el mundo, si, por ser Dios, sabía que, entre sus
seguidores, surgirían quienes mandaran matar, en nombre de Dios?
Respondamos estas y otras preguntas, resolviendo
la siguiente cuestión:
v
¿Debía
permanecer Jesús indiferente ante el sufrimiento del mundo, y ante los abusos
cometidos por muchos poderosos de la tierra?
v
¿De
qué nos hubiera servido que Dios hubiera resuelto el problema del mal
mágicamente, para probablemente haberlo vuelto hacer surgir en el futuro, por
no haber podido participar en la erradicación del mismo, aprendiendo lo que
significa al mismo tiempo?
Por sí mismo, el Evangelio no tiene por qué
extinguir la paz del mundo. En ciertos casos sucede que, independientemente de
que seamos cristianos, no sabemos o no queremos respetar a quienes no piensan
lo mismo que nosotros, y por ello surgen conflictos.
Independientemente de que seamos cristianos,
tenemos que aprender a ser tolerantes. Yo puedo estar o no estar de acuerdo con
la manera de vivir de cierto colectivo de gente, pero no puedo imponerle mi
manera de pensar a nadie.
Si la aplicación de la Palabra de Dios a nuestra
vida no nos hace experimentar la paz predicada por Jesús, ello sucede porque no
la hemos captado perfectamente, y porque apenas tenemos fe en Dios.
A quienes han padecido por ser cristianos, se les
ha arrebatado la paz que tenemos quienes no vivimos situaciones conflictivas,
pero no se les ha arrebatado la paz de Jesús, consistente en la satisfacción,
de cumplir la voluntad de Dios.
- “Vine a traer división”: Un Evangelio para
hoy.
En
Jesús, el amor, la paz y la verdad van juntos, por que liberan al hombre.
Desde
los primeros años del cristianismo, el mundo de “la poligamia”, de la “multitud
de divinidades”, de “esoterismos” y “supersticiones”, de la “barbarie de tribus
que aniquilaban otras tribus, de pleitos de familias contra familias, fue
transformado por la presencia de los cristianos. En el Imperio Romano y en los
“pueblos bárbaros” de Europa, la presencia de la Iglesia pacificó a Europa y le
dio unidad e identidad.
En Mesoamérica,
bajo el dominio del Imperio Azteca, el cristianismo liberó a pueblos
esclavizados de tener que ofrendar a sus hijos a las “divinidades”.
El pensamiento cristiano fue el sustento unificador,
fundamento para la creación de las Naciones Unidas y la Declaración de los
Derechos Humanos.
Hoy,
surgen nuevas situaciones de violencia y de injusticia, en contra de grandes
sectores de la humanidad. “El mal también
se globaliza” y cuenta con nuevas estrategias y alcances mayores. Hoy hacen
falta cristianos que se dejen purificar y transformar por “el fuego del amor de Dios”.
La
humanidad en su totalidad, nunca ha aceptado a Jesucristo y muchos todavía no
lo conocen, por lo mismo es más notoria la presencia del creyente en los
ambientes y épocas donde se han vivido plenamente los valores cristianos. Fruto
de esta presencia son los orfanatos, los hospitales, las escuelas y
universidades, así como las expresiones más bellas en el campo de la música, la
pintura, la arquitectura y en el arte, en general.
Hoy
podemos constatar como el fuego del amor de Dios sostiene a muchos, jóvenes
y adultos, en su esfuerzo por ser mejores y por no dejarse dominar por el mundo
y sus criterios. Familias enteras han dejado que el fuego del amor de Dios, sea el centro de su unidad
y convivencia familiar.
Estar
consciente del pasado cristiano, como creyentes, nos da esperanza hacia el
futuro y nos presenta el reto para nuestro aquí y ahora. La fuerza del mensaje
de Cristo y la presencia de los hombres y mujeres que se han dejado transformar
por Él, son el testimonio que nos tiene que llevar a asumir el reto de abrir
nuestro corazón a Jesucristo, para que al igual que nuestros antepasados, a
pesar de los problemas que tengamos que afrontar, no dejemos de conocer mejor
nuestra fe y de trabajar para que su valores y principios, sea respetados y
vividos en medio de un mundo y de personas que viven alejadas de Dios.
No
podemos decir que haya existido alguna época “perfectamente cristiana” pero no podemos dejar de reconocer que en
la “imperfección del mundo” ha
brillado el testimonio de los santos, quienes han manifestado el fuego del amor
de Dios en sus vidas, siendo felices, aún en medio de situaciones trágicas para
su país o la humanidad: Tomás Moro en tiempos de Enrique VIII, Maximiliano Kolbe
ante el nazismo, Miguel Agustín Pro en la persecución religiosa en México,
Santa Clara en la invasión a Asís por parte de los Sarracenos, San
Francisco de Asís en el tiempo de reconstruir la Iglesia, San Vicente de Paúl
cuando Europa se desangraba y perecía en la miseria, etc. Y ahora, tú y yo en
tiempos en que…
La presencia del cristiano, no sólo ha de cambiar su entorno
familiar, sino a la sociedad y a la humanidad entera. Hay mucho por hacer, pero
al igual que los santos y los creyentes de otras épocas, cada uno debemos hacer
lo que nos toca realizar hoy.
7. Terminamos
en espíritu de oración.
Pidámosle
al Señor que en nuestro
corazón arda el fuego de su amor.
Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo.
Amor del Padre, y del Hijo.
Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia Santificación.
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia Santificación.
Espíritu Santo,
Dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar
dirección al progresar
y perfección al acabar.
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Espíritu de Caridad,
haznos amar a Dios y a nuestros semejantes como Tú quieres que los amemos.
Espíritu de Gozo,
otórganos la santa alegría, propia
de los que viven en tu gracia.
Espíritu de Paz,
concédenos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar.
Espíritu de Paciencia,
enséñanos a sobrellevar las adversidades de la vida sin indagar
el por qué de ellas y sin quejarnos.
Espíritu de Benignidad,
haz que juzguemos y tratemos a todos con benevolencia sincera y rostro sonriente,
reflejo de tu infinita suavidad.
Espíritu de Bondad,
concédenos el desvivirnos por los demás, y derramar a
manos llenas, cuantas obras buenas nos inspires.
Espíritu de Longanimidad,
enséñanos a soportar las molestias y flaquezas de los
demás, como deseamos soporten las nuestras.
Espíritu de Mansedumbre,
haznos mansos y humildes de corazón, a ejemplo del Divino
Corazón de Jesús, obra maestra de la creación.
Espíritu de Fe,
otórganos el no vacilar en nuestra fe, y vivir siempre de acuerdo con las
enseñanzas de Cristo, e iluminados por tus inspiraciones.
Espíritu de Modestia,
enséñanos a ser recatados con nosotros mismos, a fin de no servir nunca de
tentación a los demás.
Espíritu de Continencia,
haznos puros y limpios en nuestra vida interior, y enérgicos en rechazar lo que
manche el vestido blanco de la gracia.
Espíritu de Castidad,
concédenos la victoria sobre nosotros mismos; haznos prudentes y castos;
sobrios y mortificados; perseverantes en la oración y amantes de Ti, oh Dios
del Amor hermoso.
Así sea.
“Hoy entrego mi vida, a
tus pies Señor. Hoy entrego mi amor, en tu dulce Corazón. Duele entregarte lo
que amo, es una espada que traspasa mi alma. Pero me diste ese amor, y hoy
vuelve a ti mi Dios.
Porque no tengo dudas de que me
amas, porque en mi no hay dobleces. Entrego lo que amo, entrego a mi amor. Eres
tú mi Padre, eres tú mi Dios, nada quiero guardarme. Sólo vivir de ti… mi gran
Amor.
Hoy lloro, y hoy comprendo esta
entrega. Pero así debe ser, el amor es sacrificio, el amor es morir a uno
mismo.
Te doy gracias mi Dios, te doy
gracias y confió. Me abandono y espero. Te doy Gracias. En acción de gracias
por el amor”
P.
Marco Bayas O. CM
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