sábado, 20 de octubre de 2012

DOMINGO XXIX ORDINARIO Ciclo B Evangelio Marcos 10,35-45



Domingo Mundial de las Misiones

“El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos”

Introducción.
Caminando con Jesús y sus discípulos, en la subida a Jerusalén, llegamos a la lección central que se desprende del discipulado de la Cruz: el servicio al prójimo aún a costa de grandes sacrificios.

Jesús propone a quienes quieren ser grandes, que asuman la función de servidores de aquellos que quieren superar hasta hacerse esclavos. El Maestro es el modelo de esta enseñanza: él da su vida para redimirnos.

Es un texto fundamental para estos tiempos en los que para algunas personas lo que cuenta es el éxito a toda costa, el sobresalir por encima de los demás y de búsqueda de privilegios, éxito y notoriedad.
  1. Lo que dice el texto.
El tercer anuncio de la pasión (Mc 10,32-34) es la más detallado de los tres, es una especie de guión anticipado del relato de la pasión que vendrá. Al vaticinio sigue una instrucción, organizada en torno a la pasión que se acerca (Mc 10,38-39.45).
La escena se divide, claramente, en dos momentos: 

Ø  Jesús es abordado por los hijos del Zebedeo que buscan puestos de privilegio (Mc 10,35-40)
Ø  Jesús responde a la reacción de los otros diez declarando el servicio universal como norma de la vida común. 

A los hermanos ambiciosos les propone la Cruz, a los discípulos envidiosos el ministerio o servicio fraterno. Los hijos del Zebedeo son hermanos y están hermanados por su ambición e inconsciencia. Lo señala Marcos en un vivo diálogo entre ellos y Jesús, a la repetida petición de los discípulos (Mc 10,35.37) responde Jesús con una pregunta renovada (Mc 10,36.38). 

Jesús no niega lo que piden, afirma que no saben lo que piden y  cuestiona si lo merecen. Jesús en su respuesta repite el motivo del cáliz y del bautismo (Mc 10,38-39). Les predice una suerte como la suya (Mc 10,39). No obtendrán lo que desean, pero sí compartirán la misma suerte de Jesús.

Existe gran distancia entre el proyecto de Jesús y los proyectos de quienes le siguen. Se puede acompañar a quien camina hacia su muerte soñando en triunfar más. No son honores o poder sino el bautismo de sangre lo único que está en su mano compartir con quienes le acompañan. 

En el relato se perciben algunos problemas de la comunidad cristiana. Los que, un día, se atrevieron a pedir la gloria junto a Jesús ya han muerto tras él: el triunfo que desearon lo han alcanzado con el martirio. 

  1. Reflexiones sobre el texto.
Marcos coloca sobre el tapete el tema humano, del “poder”. ¿Cuáles son los criterios de acción de un discípulo de Jesús al respecto de éste?

Jesús señala la dirección del seguimiento al decir: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (8,34) esto implica un discernimiento para escoger lo que está en sintonía con la opción de la Cruz (8,35-38).
Después de Pedro, en el Evangelio del domingo pasado, toman la palabra los dos hermanos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, llamados “hijos del trueno” (por su temperamento fuerte: 3,17). Se esperaría que los discípulos, que “han dejado todo y han seguido” a Jesús, estén en un alto nivel de discipulado y son capaces de diferenciarse de los demás en el ámbito del liderazgo y el ejercicio de la autoridad en la comunidad. Pero parece que no.

Los dos discípulos temperamentales le piden a Jesús los puestos más altos en el Reino de Dios: “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda La petición suscita una reacción fuerte tanto de Jesús como del resto de la comunidad. 

El núcleo de texto está relacionado con el del domingo pasado: la conversión pascual. Por eso la frase de Jesús: El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Para un discípulo el único camino posible para ejercer la autoridad es vaciándose a sí mismo en el camino de la Cruz, dando vida con su propia vida.

La cruz pone en severa crisis los intereses de fondo de cada uno, porque es un darse. Confrontándonos con el Crucificado podemos discernir si la influencia que ejercemos sobre los demás es sometimiento que “mata” o entrega amorosa que “vivifica”.

Releyendo el texto, por medio de la pedagogía de la espiral, veamos los puntos relevantes de la Buena Nueva de Jesús sobre el poder de servir:

Jesús no rechaza las aspiraciones de los discípulos, Él no desea discípulos pusilánimes, sin iniciativa y sin proyección, por eso admite que se llegue a ser “grande” y “el primero”. El problema no está en el “qué” sino en el “para qué”, en función de qué, y el “cómo”.

Jesús cuestiona la actitud egocéntrica: Cuando el interés por el éxito terrenal, el prestigio y la honra personal es la aspiración fundamental. El individualismo vanidoso y egocéntrico, que lleva a una persona a querer sobreponerse sobre los demás, es la fuente de la mayor parte de los conflictos de la convivencia, y la comunidad de los Doce no está exenta.

Jesús responde, no con teorías, sino con el fundamento de su propia vida: Él es el criterio último del actuar del discípulo. Las aspiraciones espontáneas o naturales de los discípulos y los modelos de comportamiento de la sociedad deben ser confrontadas con las instrucciones de Jesús.

Jesús enseña, no con la coacción de una ley, sino a partir del ejemplo de su propia vida. Su autoridad no es la imposición sino la atracción del ejemplo.

Jesús reorienta la mirada del discípulo hacia la radicalidad de la pasión, el momento cumbre de su ministerio y de su revelación. La comunión con Jesús o es total o simplemente no existe. Si es total, debe incluir el camino de la Cruz, la “Copa” y el “Bautismo”, del cual se derivan los principios que determinan su comportamiento. 

Jesús revela el sentido profundo del camino de la Cruz:
Ø  desde el punto de vista externo, como la agresión del poder religioso y político que intentaron anularlo y quitarlo de en medio;
Ø  desde el punto de vista interno, como la vivencia activa del ministerio del servicio a la vida.

Jesús indica, desde el “servir”, que el camino del prestigio y de la grandeza está en constituirse en “servidor” y “esclavo”. La paradoja, el puesto más alto es el más bajo; sólo se es primero si se ocupa el puesto de los últimos. Discípulo es el que hace de las necesidades de los demás el centro de sus preocupaciones, el centro no es él mismo sino los otros.

Jesús diseña el perfil del verdadero discípulo: El “servicio” es el de la mesa, éste contribuye a la formación de la comunidad. El “ser esclavo” es una manera de decir que el servicio es “gratuito”, no espera recompensa, se hace porque hay un sentido de pertenencia profundo a la comunidad.

Jesús recuerda a la comunidad que los destinatarios del servicio no sólo son los de dentro, sino también los de fuera. En el servicio cristiano no deben existir fronteras ni malas interpretaciones, el amor a los cercanos no puede ser sustituido por el servicio a los lejanos, la tentación del ser “luz en la calle” y “tiniebla en la casa”.

10º Jesús y sus discípulos deben ir proféticamente en contravía con los intereses económicos y políticos de toda sociedad cuya ética del poder excluye, margina, mata o niega la persona. En el oído de uno deben resonar las palabras de Jesús: Entre ustedes no será así”.

En la vida cristiana sí hay carrera hacia el éxito, pero sólo se transita por la ruta y en el ejercicio de la Cruz.
 
3.  Aplicando el texto a la vida cotidiana.
Jesús tras predecir por tercera vez su final cruento, tiene que soportar la petición de privilegios por parte de dos discípulos. ¡Qué incomprensión! mientras el Maestro piensa en dar la vida, sus seguidores piensan en obtener favores, en escalar y ascender. 

Resulta lógica la indignación de los demás discípulos; pero no es demasiado honrosa: se molestan no porque esos dos no entendían al Señor, sino porque se atrevieron a pedirle honores en exclusiva. 

Jesús reacciona diferenciadamente: a los que le pidieron privilegios les predice una muerte solidaria con la suya, ése será su honor; a los que se indignaron, les propone el servicio al hermano como camino mejor para el discípulo. En ambos casos, la pequeñez de miras es el elemento común. 

Hoy mantenemos la discreta y secreta ilusión de conseguir más fácilmente de Jesús lo que le pidamos, porque somos de los pocos que le hemos seguido de cerca durante tanto tiempo. No se renuncia a nada por nada.

¿Para qué sirve ser discípulos de Jesús, si éste no premia nuestro esfuerzo? Si nos sentimos retratados en la actitud de los dos discípulos de Jesús, la reacción del Maestro y sus palabras pueden significar para nosotros una severa llamada de atención y una ocasión de oro para preguntarnos, en la intimidad de nuestra conciencia y en la presencia de Dios, por las razones que nos mueven a ser hoy discípulos de Jesús.

Los Hijos del trueno, no pedían nada extraordinario; quienes le habían acompañado en todo momento, no quieren dejarle solo nunca, y mucho menos, cuando esté en el cielo. Jesús no tomó a mal que le hagan semejante pretensión, sí les reprocha no saber muy bien qué están pidiendo; quien quiera estar cerca de él en el cielo ha de ser capaz en la tierra de beber su mismo Cáliz y recibir el mismo Bautismo; aspirar a reinar un día junto a Cristo impone el compartir como él la vida y muerte por los demás; no basta estar junto a Jesús sino el vivir y, sobre todo, el morir como él murió dando la vida para que los demás tengan vida.

¡No sabían lo que pedían! Nosotros, ¿sabemos lo que pedimos? cuando rogamos milagros, pedimos favores, exigimos honores o buena fortuna, sólo porque le somos fieles. Nuestra fidelidad, intentada tantas veces y tan pocas conseguida, nuestros esfuerzos por seguirle de cerca caminando a su paso y a la luz de su Palabra.

Deberíamos pensar un poco más antes de presentar nuestras exigencias a Dios en la oración; deberíamos no quejarnos tanto de no conseguir nada de Dios, a pesar de lo mucho que le pedimos; si nos parece que El no se acuerda de nosotros, si nos da la impresión de retrasarse en respondernos, si no cumple nuestros deseos, ¿no será que ya no nos acordamos de su voluntad, que no respondemos a su ley, que no nos importan sus deseos? 

Quien, como los hijos del Zebedeo, pide favores sin saber que ha de dar la vida a cambio, no sabe lo que pide; y quien no pide nada especial a Dios pero da su vida entera, como Jesús, debe tener la seguridad de conseguir todo cuanto desea y anhela.

Pedir para uno el primer puesto, esperar de Jesús el honor mayor, supone el negárselo a todos los demás; quienes así se portan, no se comportan como amigos auténticos. El seguidor de quien vino sólo a servir no puede confundirse con los ambicionan el poder; quien aprende del que vino a dar la vida por los demás, no debe pensar en robársela a nadie; el cristiano que ambicione mejores puestos, mayores privilegios, honores seguros, ha de buscar los últimos lugares, ponerse a disposición de todos, entregarse a quien lo necesite. Y ello sin más motivo, sin otro beneficio, que el de actuar como Cristo, que vino a servir y a dar la vida por todos.

Tomemos en serio la lección que Jesús, no ambicionemos sacar provecho de una vida de fe y de nuestro esfuerzo cotidiano de fidelidad. Deberíamos preguntarnos qué esperamos de Jesús, y qué le pedimos.

Ante la insólita petición de los discípulos hermanos y la airada reacción de los restantes, el Evangelio nos advierte; quien se mantiene junto a Cristo, no puede esperar de él favores extraordinarios o éxitos momentáneos; del auténtico cristiano sólo se puede esperar su entrega en favor de los demás, es seguidor de Cristo sólo quien le sigue hasta el final.
  1. Por qué Jesús condena la ambición.
La sabiduría de Dios nos recuerda, “Presérvame del orgullo para que no me domine, líbrame de este gran pecado y entonces seré irreprochable” (Salmo 18)

Qué paradoja: si no existiera la ambición en el ser humano, no existiría absolutamente nada de lo que el hombre ha creado; pero a la vez, observamos como la ambición destruye a la humanidad.

Por ejemplo, de qué sirve a la humanidad que se conquiste el espacio, si hay millones de seres humanos que no tienen lo mínimo para subsistir.

La guerra por el control del oro negro ha culminado con miles de víctimas y quienes se benefician del alza en los precios del petróleo son muy pocos.

La mayoría de guerras han sido impulsadas por la ambición y las mayores atrocidades cometidas en este mundo en el que vivimos son producto de la ambición de poder o de dinero.

Orgullo, ambiciones desmesuradas de poder y dominio sobre las personas y las cosas son la fuerza instintiva que gobierna el corazón humano. Se ambiciona dinero y se quiere poder. La inteligencia se ha convertido en un instrumento eficaz para el dominio y el control de las personas y las cosas.

La motivación y necesidad de “sobrevivir”, han dado paso a la palabra y la ideología. Sucede en todos los ámbitos de la vida humana.

La ambición de poder y el orgullo acarrean desgracias para quien los pone en práctica; acumular riqueza a costa del salario del pobre -dice la Palabra de Dios- hace al hombre reo de muerte, por su comportamiento voraz y mezquino. Gemidos, lágrimas y desgracias inevitablemente le sobrevendrán como consecuencia de la ambición enfermiza de poder y dinero.

Esa ambición lleva a “condenar y matar al justo”, y quien por ambición de poder y orgullo maltrata y explota al hermano “está cebando su vida para la matanza”. La ambición conduce inevitablemente a la propia autodestrucción. Esta riña por poder y por dinero debe ser desterrado de los ámbitos de Iglesia, de los servicios pastorales y por supuesto de los ministerios. 

El cristiano que no opta por Cristo está expuesto a los mismos vicios del “hombre sin Dios”. La pugna por poder y por dinero se reconoce en aquellos que buscan posicionarse en roles de liderazgo no para servir sino para destacarse y escalar posiciones. No hay compasión en esos corazones ni celo apostólico, sino “metas” para cumplir, “objetivos personales” sin interesarle ni siquiera un poquito el prójimo o la comunidad.

En pro de esos objetivos se miente, se manipula, se habla mal del prójimo y se disfraza la “envidia apostólica” con un supuesto “celo apostólico”, que lo que esconde en verdad es una desmesurada ambición personal.

El ambicioso se adueña de “cargos”, se constituye en “pequeño rey” y desde el lugar que debe ser de servicio “condena y mata al justo” que denuncia su ambición de poder e hipocresía.

Se transforman así “las cosas sagradas” en “motivos de escándalo para los pequeños” que nos condena ante los ojos de Dios y de los hermanos. Toda ambición de poder, venga de donde venga, condena.
 
El “verdadero celo apostólico” diferente de “la envidia apostólica” que nos enoja cuando sentimos que nos “serruchan” la ambición oculta de poder que ha invadido nuestras almas, debe llevarnos a usar nuestros talentos en el servicio, para lo cual necesitamos entender cuatro verdades:

Ø  Todos nuestros recursos provienen de Dios.
Ø  Cada recurso puede usarse para la gloria de Dios.
Ø  Lo que soy capaz de hacer, esto es lo que Dios quiere que haga.
Ø  Si no los uso, los perderé.
  1. Orar el texto.
Terminemos nuestras reflexiones, orando:
Señor, líbrame de todo tipo de ambición.
Líbrame, Señor, de una ambición desmedida
y dame la sana ambición de responder a los talentos
recibidos de tu mano generosa.
¡Señor!, que no tenga otra ambición que la de responder
a tu generoso y gratuito amor.
Porque sé que tu Voluntad pasa por el amor,
amor a todos aquellos que están sedientos de justicia y de paz.
Pero al mismo tiempo me doy cuenta que, amar no es tarea fácil.
Es más, difícil y ardua, hasta el punto
que hay que renunciar a sí mismo para darse en amor.
No siendo así es imposible, Dios mío.
Por eso necesito que me liberes de todas mis ataduras,
esclavitudes y ambiciones egoístas,
para libre de toda esclavitud pueda darme limpiamente a los demás.
Por eso, Dios mío, abre mis ojos,
para que despida una luz limpia, clara, nítida y sabia,
que me ayude y guíe por el camino de saber guardar
y atesorar verdaderos tesoros imperecederos en los cielos,
donde nadie socava y roba, donde no hay herrumbre que corroe.
Amén.

“La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse” (Jonathan Swift)
 
P. Marco Bayas O. CM

No hay comentarios:

Publicar un comentario