Domingo Mundial de las Misiones
“El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos”
Introducción.
Caminando
con Jesús y sus discípulos, en la subida a Jerusalén, llegamos a la lección
central que se desprende del discipulado de la Cruz: el servicio al prójimo aún a
costa de grandes sacrificios.
Jesús propone
a quienes quieren ser grandes, que asuman la función de servidores de aquellos
que quieren superar hasta hacerse esclavos. El Maestro es el modelo de esta
enseñanza: él da su vida para redimirnos.
Es un
texto fundamental para estos tiempos en los que para algunas personas lo que
cuenta es el éxito a toda costa, el sobresalir por encima de los demás y de
búsqueda de privilegios, éxito y notoriedad.
- Lo que dice el texto.
El
tercer anuncio de la pasión (Mc 10,32-34) es la más detallado de los tres, es una
especie de guión anticipado del relato de la pasión que vendrá. Al vaticinio
sigue una instrucción, organizada en torno a la pasión que se acerca (Mc
10,38-39.45).
La
escena se divide, claramente, en dos momentos:
Ø Jesús es abordado por los hijos del
Zebedeo que buscan puestos de privilegio (Mc 10,35-40)
Ø Jesús responde a la reacción de los
otros diez declarando el servicio universal como norma de la vida común.
A
los hermanos ambiciosos les propone la Cruz, a los discípulos envidiosos el
ministerio o servicio fraterno. Los hijos del Zebedeo son hermanos y están hermanados por su
ambición e inconsciencia. Lo señala Marcos en un vivo diálogo entre ellos y
Jesús, a la repetida petición de los discípulos (Mc 10,35.37) responde Jesús
con una pregunta renovada (Mc 10,36.38).
Jesús
no niega lo que piden, afirma que no saben lo que piden y cuestiona si lo merecen. Jesús en su
respuesta repite el motivo del cáliz y del bautismo (Mc 10,38-39). Les predice
una suerte como la suya (Mc 10,39). No obtendrán lo que desean, pero sí compartirán
la misma suerte de Jesús.
Existe
gran distancia entre el proyecto de Jesús y los proyectos de quienes le siguen.
Se puede acompañar a quien camina hacia su muerte soñando en triunfar más. No
son honores o poder sino el bautismo de sangre lo único que está en su mano
compartir con quienes le acompañan.
En
el relato se perciben algunos problemas de la comunidad cristiana. Los que, un
día, se atrevieron a pedir la gloria junto a Jesús ya han muerto tras él: el
triunfo que desearon lo han alcanzado con el martirio.
- Reflexiones sobre el texto.
Marcos
coloca sobre el tapete el tema humano, del “poder”. ¿Cuáles son los criterios
de acción de un discípulo de Jesús al respecto de éste?
Jesús
señala la dirección del seguimiento al decir: “Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (8,34) esto
implica un discernimiento para escoger lo que está en sintonía con la opción de
la Cruz (8,35-38).
Después
de Pedro, en el Evangelio del domingo pasado, toman la palabra los dos hermanos
hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, llamados “hijos del trueno” (por su
temperamento fuerte: 3,17). Se esperaría que los discípulos, que “han dejado
todo y han seguido” a Jesús, estén en un alto nivel de discipulado y son
capaces de diferenciarse de los demás en el ámbito del liderazgo y el ejercicio
de la autoridad en la comunidad. Pero parece que no.
Los
dos discípulos temperamentales le piden a Jesús los puestos más altos en el
Reino de Dios: “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu
derecha y otro a tu izquierda” La petición suscita una reacción fuerte tanto
de Jesús como del resto de la comunidad.
El
núcleo de texto está relacionado con el del domingo pasado: la
conversión pascual. Por eso la frase de Jesús: “El Hijo del hombre no ha
venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.
Para un discípulo el único camino posible para ejercer la autoridad es
vaciándose a sí mismo en el camino de la Cruz, dando vida con su propia vida.
La
cruz pone en severa crisis los intereses de fondo de cada uno, porque es un
darse. Confrontándonos con el Crucificado podemos discernir si la influencia
que ejercemos sobre los demás es sometimiento que “mata” o entrega amorosa que
“vivifica”.
Releyendo
el texto, por medio de la pedagogía de la espiral, veamos los puntos relevantes
de la Buena Nueva de Jesús sobre el poder de servir:
1º Jesús no rechaza las
aspiraciones de los discípulos, Él no desea discípulos pusilánimes, sin
iniciativa y sin proyección, por eso admite que se llegue a ser “grande” y “el
primero”. El problema no está en el “qué” sino en el “para qué”, en función de
qué, y el “cómo”.
2º Jesús cuestiona la
actitud egocéntrica: Cuando el interés por el éxito terrenal, el
prestigio y la honra personal es la aspiración fundamental. El individualismo
vanidoso y egocéntrico, que lleva a una persona a querer sobreponerse sobre los
demás, es la fuente de la mayor parte de los conflictos de la convivencia, y la
comunidad de los Doce no está exenta.
3º Jesús responde,
no con teorías, sino con el fundamento de su propia vida: Él es el criterio
último del actuar del discípulo. Las aspiraciones espontáneas o naturales de
los discípulos y los modelos de comportamiento de la sociedad deben ser
confrontadas con las instrucciones de Jesús.
4º Jesús enseña,
no con la coacción de una ley, sino a partir del ejemplo de su propia vida. Su autoridad no
es la imposición sino la atracción del ejemplo.
5º Jesús reorienta la
mirada del discípulo hacia la radicalidad de la pasión, el momento cumbre de su
ministerio y de su revelación. La comunión con Jesús o es total o simplemente
no existe. Si es total, debe incluir el camino de la Cruz, la “Copa” y el “Bautismo”,
del cual se derivan los principios que determinan su comportamiento.
6º Jesús revela el
sentido profundo del camino de la Cruz:
Ø desde el punto de
vista externo, como la agresión del poder religioso y político que intentaron
anularlo y quitarlo de en medio;
Ø desde el punto de
vista interno, como la vivencia activa del ministerio del servicio a la vida.
7º Jesús indica,
desde el “servir”, que el camino del prestigio y de la grandeza está en
constituirse en “servidor” y “esclavo”. La paradoja, el puesto
más alto es el más bajo; sólo se es primero si se ocupa el puesto de los
últimos. Discípulo es el que hace de las necesidades de los demás el centro de
sus preocupaciones, el centro no es él mismo sino los otros.
8º Jesús diseña el
perfil del verdadero discípulo: El “servicio” es el de la mesa, éste contribuye
a la formación de la comunidad. El “ser esclavo” es una manera de decir que el
servicio es “gratuito”, no espera recompensa, se hace porque hay un sentido de
pertenencia profundo a la comunidad.
9º Jesús recuerda a la
comunidad que los destinatarios del servicio no sólo son los de dentro, sino
también los de fuera. En el servicio cristiano no deben existir
fronteras ni malas interpretaciones, el amor a los cercanos no puede ser
sustituido por el servicio a los lejanos, la tentación del ser “luz en la calle”
y “tiniebla en la casa”.
10º Jesús y sus
discípulos deben ir proféticamente en contravía con los intereses
económicos y políticos de toda sociedad cuya ética del poder excluye, margina,
mata o niega la persona. En el oído de uno deben resonar las palabras de Jesús:
“Entre ustedes no será así”.
En la vida cristiana sí hay carrera hacia el éxito,
pero sólo se transita por la ruta y en el ejercicio de la Cruz.
3.
Aplicando el texto a la vida cotidiana.
Jesús
tras predecir por tercera vez su final cruento, tiene que soportar la petición
de privilegios por parte de dos discípulos. ¡Qué incomprensión! mientras el Maestro
piensa en dar la vida, sus seguidores piensan en obtener favores, en escalar y
ascender.
Resulta
lógica la indignación de los demás discípulos; pero no es demasiado honrosa: se
molestan no porque esos dos no entendían al Señor, sino porque se atrevieron a
pedirle honores en exclusiva.
Jesús
reacciona diferenciadamente: a los que le pidieron privilegios les predice una
muerte solidaria con la suya, ése será su honor; a los que se indignaron, les
propone el servicio al hermano como camino mejor para el discípulo. En ambos
casos, la pequeñez de miras es el elemento común.
Hoy
mantenemos la discreta y secreta ilusión de conseguir más fácilmente de Jesús
lo que le pidamos, porque somos de los pocos que le hemos seguido de cerca
durante tanto tiempo. No se renuncia a nada por nada.
¿Para
qué sirve ser discípulos de Jesús, si éste no premia nuestro esfuerzo? Si nos
sentimos retratados en la actitud de los dos discípulos de Jesús, la reacción
del Maestro y sus palabras pueden significar para nosotros una severa llamada
de atención y una ocasión de oro para preguntarnos, en la intimidad de nuestra
conciencia y en la presencia de Dios, por las razones que nos mueven a ser hoy
discípulos de Jesús.
Los
Hijos del trueno, no pedían nada extraordinario; quienes le habían acompañado
en todo momento, no quieren dejarle solo nunca, y mucho menos, cuando esté en
el cielo. Jesús no tomó a mal que le hagan semejante pretensión, sí les
reprocha no saber muy bien qué están pidiendo; quien quiera estar cerca de él
en el cielo ha de ser capaz en la tierra de beber su mismo Cáliz y recibir el
mismo Bautismo; aspirar a reinar un día junto a Cristo impone el compartir como
él la vida y muerte por los demás; no basta estar junto a Jesús sino el vivir
y, sobre todo, el morir como él murió dando la vida para que los demás tengan vida.
¡No
sabían lo que pedían! Nosotros, ¿sabemos lo que pedimos? cuando rogamos
milagros, pedimos favores, exigimos honores o buena fortuna, sólo porque le
somos fieles. Nuestra fidelidad, intentada tantas veces y tan pocas conseguida,
nuestros esfuerzos por seguirle de cerca caminando a su paso y a la luz de su Palabra.
Deberíamos
pensar un poco más antes de presentar nuestras exigencias a Dios en la oración;
deberíamos no quejarnos tanto de no conseguir nada de Dios, a pesar de lo mucho
que le pedimos; si nos parece que El no se acuerda de nosotros, si nos da la
impresión de retrasarse en respondernos, si no cumple nuestros deseos, ¿no será
que ya no nos acordamos de su voluntad, que no respondemos a su ley, que no nos
importan sus deseos?
Quien,
como los hijos del Zebedeo, pide favores sin saber que ha de dar la vida a
cambio, no sabe lo que pide; y quien no pide nada especial a Dios pero da su
vida entera, como Jesús, debe tener la seguridad de conseguir todo cuanto desea
y anhela.
Pedir
para uno el primer puesto, esperar de Jesús el honor mayor, supone el negárselo
a todos los demás; quienes así se portan, no se comportan como amigos
auténticos. El seguidor de quien vino sólo a servir no puede confundirse con
los ambicionan el poder; quien aprende del que vino a dar la vida por los
demás, no debe pensar en robársela a nadie; el cristiano que ambicione mejores
puestos, mayores privilegios, honores seguros, ha de buscar los últimos
lugares, ponerse a disposición de todos, entregarse a quien lo necesite. Y ello
sin más motivo, sin otro beneficio, que el de actuar como Cristo, que vino a
servir y a dar la vida por todos.
Tomemos
en serio la lección que Jesús, no ambicionemos sacar provecho de una vida de fe
y de nuestro esfuerzo cotidiano de fidelidad. Deberíamos preguntarnos qué
esperamos de Jesús, y qué le pedimos.
Ante
la insólita petición de los discípulos hermanos y la airada reacción de los
restantes, el Evangelio nos advierte; quien se mantiene junto a Cristo, no puede
esperar de él favores extraordinarios o éxitos momentáneos; del
auténtico cristiano sólo se puede esperar su entrega en favor de los demás, es
seguidor de Cristo sólo quien le sigue hasta el final.
- Por qué Jesús condena la ambición.
La sabiduría de Dios nos recuerda, “Presérvame
del orgullo para que no me domine, líbrame de este gran pecado y entonces seré
irreprochable” (Salmo 18)
Qué paradoja: si no existiera la ambición en el
ser humano, no existiría absolutamente nada de lo que el hombre ha creado; pero
a la vez, observamos como la ambición destruye a la humanidad.
Por ejemplo, de qué sirve a la humanidad que se conquiste
el espacio, si hay millones de seres humanos que no tienen lo mínimo para
subsistir.
La guerra por el control del oro negro ha
culminado con miles de víctimas y quienes se benefician del alza en los precios
del petróleo son muy pocos.
La mayoría de guerras han sido impulsadas por la
ambición y las mayores atrocidades cometidas en este mundo en el que vivimos
son producto de la ambición de poder o de dinero.
Orgullo, ambiciones desmesuradas de poder y
dominio sobre las personas y las cosas son la fuerza instintiva que gobierna el
corazón humano. Se ambiciona dinero y se quiere poder. La inteligencia se ha
convertido en un instrumento eficaz para el dominio y el control de las
personas y las cosas.
La motivación y necesidad de “sobrevivir”, han
dado paso a la palabra y la ideología. Sucede en todos los ámbitos de la vida
humana.
La ambición de poder y el orgullo acarrean
desgracias para quien los pone en práctica; acumular riqueza a costa del
salario del pobre -dice la Palabra de Dios- hace al hombre reo de muerte, por
su comportamiento voraz y mezquino. Gemidos, lágrimas y desgracias
inevitablemente le sobrevendrán como consecuencia de la ambición enfermiza de
poder y dinero.
Esa ambición lleva a “condenar y matar al justo”,
y quien por ambición de poder y orgullo maltrata y explota al hermano “está
cebando su vida para la matanza”. La ambición conduce inevitablemente a la
propia autodestrucción. Esta riña por poder y por dinero debe ser desterrado de
los ámbitos de Iglesia, de los servicios pastorales y por supuesto de los
ministerios.
El cristiano que no opta por Cristo está expuesto
a los mismos vicios del “hombre sin Dios”. La pugna por poder y por dinero se
reconoce en aquellos que buscan posicionarse en roles de liderazgo no para
servir sino para destacarse y escalar posiciones. No hay compasión en esos
corazones ni celo apostólico, sino “metas” para cumplir, “objetivos personales”
sin interesarle ni siquiera un poquito el prójimo o la comunidad.
En pro de esos objetivos se miente, se manipula,
se habla mal del prójimo y se disfraza la “envidia apostólica” con un supuesto
“celo apostólico”, que lo que esconde en verdad es una desmesurada ambición
personal.
El ambicioso se adueña de “cargos”, se constituye
en “pequeño rey” y desde el lugar que debe ser de servicio “condena y mata al
justo” que denuncia su ambición de poder e hipocresía.
Se transforman así “las cosas sagradas” en
“motivos de escándalo para los pequeños” que nos condena ante los ojos de Dios
y de los hermanos. Toda ambición de poder, venga de donde venga, condena.
El “verdadero celo apostólico” diferente de “la
envidia apostólica” que nos enoja cuando sentimos que nos “serruchan” la
ambición oculta de poder que ha invadido nuestras almas, debe llevarnos a usar
nuestros talentos en el servicio, para lo cual necesitamos entender cuatro
verdades:
Ø
Todos nuestros recursos provienen de Dios.
Ø
Cada recurso puede usarse para la gloria de Dios.
Ø
Lo que soy capaz de hacer, esto es lo que Dios
quiere que haga.
Ø
Si no los uso, los perderé.
- Orar el texto.
Terminemos nuestras
reflexiones, orando:
Señor, líbrame de todo tipo de ambición.
Líbrame, Señor, de
una ambición desmedida
y dame la sana
ambición de responder a los talentos
recibidos de tu mano
generosa.
¡Señor!, que no
tenga otra ambición que la de responder
a tu generoso y
gratuito amor.
Porque sé que tu
Voluntad pasa por el amor,
amor a todos
aquellos que están sedientos de justicia y de paz.
Pero al mismo
tiempo me doy cuenta que, amar no es tarea fácil.
Es más, difícil y
ardua, hasta el punto
que hay que
renunciar a sí mismo para darse en amor.
No siendo así es
imposible, Dios mío.
Por eso necesito
que me liberes de todas mis ataduras,
esclavitudes y
ambiciones egoístas,
para libre de toda
esclavitud pueda darme limpiamente a los demás.
Por eso, Dios mío,
abre mis ojos,
para que despida
una luz limpia, clara, nítida y sabia,
que me ayude y
guíe por el camino de saber guardar
y atesorar
verdaderos tesoros imperecederos en los cielos,
donde nadie socava
y roba, donde no hay herrumbre que corroe.
Amén.
“La ambición suele llevar a las personas a
ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma
postura que para arrastrarse” (Jonathan Swift)
P. Marco
Bayas O. CM
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