«Les aseguro que esta viuda pobre
ha echado más que todos los demás.
Pues éstos dieron de lo que les sobraba;
pero ella, de su pobreza,
echó todo lo
que tenía para vivir»
La enseñanza de Jesús parte de un pequeño y desapercibido,
hecho de vida. Jesús, atento a lo que pasa en su entorno, sabe valorar lo que
observa: no alaba tanto la acción meritoria que la anciana realiza al dar una
pequeña limosna; cualquier otro podría haber menospreciado el donativo, y a la
donante, por su pequeñez.
El Evangelio nos presenta a Jesús como un atento observador
del comportamiento humano y como un buen conocedor de las intenciones más
secretas que lo suelen guiar. Ninguno de los de la muchedumbre se hubiera
atrevido a juzgar a los letrados con tanta severidad; ninguno de los discípulos
que le acompañan al templo, podría haber contemplado la ofrenda de la viuda ni
valorarla como Jesús lo hizo. Contemplamos a un Jesús que se fija en los
detalles más comunes de la vida diaria y que logra captar la última razón de
las acciones de los hombres.
La
formación de los discípulos termina con el “Discurso Escatológico” (Marcos 13)
la última instrucción es el llamado a vivir en permanente vigilia, discerniendo
los signos de la historia: “¡Vigilad!” (13,37). Antes, Jesús pronuncia una lección explícita sobre el
discipulado (12,38), tomando a tres personajes para que se vea quién es el que
se parece más al discípulo del Reino, a la persona que está en verdadera
sintonía con el Hijo:
1 Los escribas o “Maestros de la Ley”;
2 Los ricos generosos;
3 Una viuda pobre.
Los tres
personajes tienen en común el que se consagran a la causa de Dios, de la
siguiente manera:
1º los escribas lo hacen con la enseñanza de la Ley,
2º los ricos con su limosna generosa para el sostenimiento del Templo y
3º la viuda, que no tiene el prestigio de los primeros ni el dinero de
los segundos, quien se da a sí misma a Dios con el gesto de las dos moneditas.
1. Los escribas.
Con el
imperativo “guardaos”, Jesús invita a “mirar atentamente una situación para
reflexionar sobre ella”, es decir a:
Ø ejercitar el discernimiento para evitar todo tipo de comportamiento que
no corresponde a los valores del Reino y,
Ø
trabajar internamente
para evitarlo o para purificarlo.
La
observación se centra en los siguientes comportamientos:
1º La exhibición de su ropaje: túnicas de mucho vuelo que eran tenidas como signo de nobleza.
2º Recibir la honra debida a los Maestros en los espacios
públicos de mayor concurrencia, de
manera que llaman la atención del público para incrementar las reverencias.
3º Ocupar el puesto de honor: con la cara frene al auditorio, en las ceremonias religiosas de las
“sinagogas”, y en las civiles de los “banquetes”.
4º Apropiarse del dinero de las mujeres adineradas que, en su viudez, piden asistencia religiosa.
Estos
comportamientos tienen que ver con los “derechos” del Maestro de la Ley. Jesús
analiza el “uso” que hacen de ellos, así saca a la luz las motivaciones
internas de quienes están al servicio de Dios pero explotan su posición para su
propio provecho.
En los
tiempos bíblicos las viudas dependían de los escribas para que les redactaran
documentos, defendieran sus derechos ante los hermanos o los acreedores del
difunto esposo, incluso ante los hijos que querían la herencia; pero estos
expertos en la Ley se quedaban al final con la mejor parte de la propiedad que
ayudaban a defender. La ira de Jesús ante esta situación se hace sentir: “Ésos tendrán una sentencia más rigurosa”.
Los letrados eran los hombres de la ley de Dios; son figura de
aquellos creyentes que hacen de la voluntad divina su profesión de por vida,
que se dedican a entenderla y a enseñarla. Porque creen conocerla suficientemente,
se creen fácilmente autosuficientes. Su piedad, sincera en intenciones, les
lleva a arrogarse privilegios frente al prójimo: buscan ser los primeros,
porque se creen los primeros ante Dios. Y se sirven de su ciencia y de su
piedad para acumular poder para sí y arrancar reconocimiento de los demás; alargan
sus oraciones para alargar sus posesiones a costa de los indefensos. ¿Os parece
duro?; Jesús lo expresó aún con más dureza: 'devoran los bienes de las viudas,
con pretexto de largos rezos'.
Dios no puede convertirse en la excusa para atesorar honores y
privilegios; y la tentación es constante, sobre todo, en quienes más honran a
Dios, y con sinceridad indiscutible.
2. Los ricos generosos.
Nos
situamos en el llamado “atrio de las mujeres”, dentro del Templo de
Jerusalén. Allí estaba localizada el “Arca del Templo”, la cual debía
tener trece recipientes de bronce con bocas en forma de trompeta, destinadas
para recibir dinero para diferentes propósitos.
Jesús “miraba cómo echaba la gente” las
monedas allí. El “mirar” indica “contemplar”, observar cuidadosamente. Jesús ve “cómo” se hacen los donativos. Lo
primero que nota es que “muchos ricos
echaban mucho”.
El
problema no está en los donativos, ni su cantidad ni su procedencia, sino en que
éstos son tan notables que Jesús tiene que llamar la atención de los discípulos
para se fijen en el donativo menos estruendoso de la viuda pobre.
3. La viuda pobre.
La
instrucción de Jesús consiste en ponerlos de cara frente a la grandeza del don
de la viuda pobre.
La viuda
pobre “echó dos moneditas”. Las monedas, en griego “lepton”, son las más pequeñas y las
del material más barato del mundo judío. Es una manera de indicar la
insignificancia de este donativo frente a los anteriores: frente al
“muchos/mucho”, esta viuda aparece sola con muy poco.
Jesús
tiene una manera distinta de calcular las proporciones. Lo que Jesús “ve”, que
parece que los otros no notan, es la proporción del don con relación a lo que
tiene cada uno; todo lo que está en capacidad de dar.
El caso
de la viuda pobre es verdaderamente dramático. Jesús hace tres puntualizaciones
sobre el pequeñísimo don de la mujer:
1º “De lo que necesitaba”
2º “Todo cuanto poseía”
3º “Todo lo que tenía para vivir”
“Lo que
necesitaba” la viuda para vivir, se contrapone con
“lo que les sobraba” a
los ricos. El “dar” no se mide por lo que entregamos sino por lo que nos
reservamos.
La mujer
se dio a sí misma. No sólo da “todo lo
que poseía” sino “todo lo que tenía para vivir”. El
gesto de la viuda pobre no fue el dar una limosna sino el hacer un verdadero
acto de culto en el Templo, lo que “vale más que todos los holocaustos y
sacrificios”; da su misma “vida” a Dios.
Su
ofrenda escondida, en su extrema pobreza, no como la de los escribas ni los
ricos a Dios, la llevó hacer la más alta expresión de confianza y de oblación
que pueda existir: vaciarse de sí misma y hacer depender de manera radical,
absoluta e íntegra, toda su vida, de Dios. Así como lo hizo el Hijo durante
toda su vida y particularmente en la Cruz.
Es
consolador saber que contamos con un Dios que sabe discernir, más allá de las
apariencias, la raíz del comportamiento de los hombres; un Dios que no se deja
impresionar por quienes saben copar los mejores puestos, por cuantos buscan los
primeros lugares, es un Dios al que no se le pasan desapercibidos todos los que
no serán nunca los primeros; un Dios que valora nuestras acciones no por la
atención que suscitan sino por los motivos que esconden, es un Dios del que se
puede estar seguro que tomará en cuenta hasta lo más insignificante que hagamos
por Él. Un Dios que ve a los que nada significan o poco valen a los ojos de los
demás, es un Dios que basa nuestra esperanza de ser un día definitivamente
valorados.
Para
contar con El debemos identificarnos en el comportamiento de la viuda más que
en la actitud de los letrados. Si realmente deseamos que Dios tenga una opinión
favorable sobre nosotros, como la tuvo Jesús de la pobre viuda, sin necesidad
de que hagamos cosas extraordinarias, deberíamos poder vernos reflejados en la
actuación de aquella pobre mujer y no en la de los sabios hombres. ¿Con quién,
en definitiva, nos identificamos mejor? Mejor sería que nos preguntáramos, ¿con
cuál de los dos nos identificaría Jesús mismo hoy, si nos contemplara como
somos?
Tomemos
en serio la advertencia de Jesús y su exhortación: no sigamos aprovechando
nuestra relación con Dios, una relación que todos nos deseamos privilegiada,
para alcanzar privilegios de los hombres; empecemos por confiar a Dios nuestra
pobreza, para que logremos tener en Él nuestro único tesoro. Ser discípulo de
Jesús, ser creyentes en Dios, ser cristianos hoy, lejos de asegurarnos triunfos
y honores, nos exige poner a disposición de Dios incluso cuanto necesitamos:
así se cuidará Él de nosotros, sin haber tenido que ofrecerle más de cuanto
teníamos. ¿Podríamos recibir más a cambio de menos?
4. Para vivir la gratuidad
y la generosidad hoy.
Es generoso es quien actúa en favor de otras personas desinteresadamente,
y con alegría, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la aportación
para esas personas, aunque le cueste un esfuerzo.
“Generosidad
es pensar y actuar hacia los demás”. Es más fácil hacer un acto grandioso por
el cual nos admiren, que “simplemente” darnos a los demás sin obtener ningún
crédito. Y es que casi todos tendemos a buscar el propio brillo,
el prevalecer sobre los demás y solemos evitar el dar nuestra luz a
los demás.
Dar sin esperar nada a cambio, entregar parte de tu vida, volcarse a los
demás, ayudar a los que lo necesitan, dar consuelo a los que sufren, eso es
generosidad. Y no es un valor pasado de moda.
Hoy se valora el tiempo por su
rentabilidad, por los resultados que se pueden ver claramente a corto plazo. Es
decir, se valora el tiempo por la cantidad de dinero que se pueden ganar o por
el número de contactos profesionales que pueden conseguir.
Una
de las facetas básicas de la generosidad es la apreciación del valor de lo que
poseemos. La dificultad radica en no saber identificar nuestras posesiones o
nuestras posibilidades. Se nota en las expresiones del tipo «no, sería capaz de
… », «no tengo tiempo para … », «no sabría hacerlo … »
Si
la persona no vive la generosidad por una convicción profunda de que los demás
tienen el derecho de recibir su servicio, de que Dios le ha creado para servir,
difícilmente existirá una generosidad permanente en desarrollo. Por eso, es más importante el concepto de «darse» que el de dar. Se puede
dar, sin identificarse con lo dado, sin simpatizar con la otra persona
Una persona generosa se
distingue por:
Ø
La disposición natural e incondicional que tiene
para ayudar a los demás sin hacer distinciones.
Ø
Resolver las situaciones que afectan a las
personas en la medida de sus posibilidades, o buscar los medios para lograrlo
Ø
La discreción y sencillez con la que actúa,
apareciendo y desapareciendo en el momento oportuno.
Para vivir este valor en lo
pequeño y cotidiano, hay que poner en práctica:
Ø
Sonreír siempre. A pesar del estado de ánimo y aún
en las situaciones poco favorables para ti o para los demás.
Ø
Se accesible en tus gustos personales, permite a los
demás que elijan las cosa que van a compartir.
Ø
Aprende a ceder la palabra, el paso, el lugar;
además de ser un acto de generosidad denota educación y cortesía.
Ø
Cumple con tus obligaciones a pesar del cansancio
y siempre con optimismo, buscando el beneficio ajeno.
Ø
Usa tus habilidades y conocimientos para ayudar a
los demás.
Ø
Cuando te hayas comprometido en alguna actividad o
al atender a una persona, no demuestres prisa, cansancio, fastidio o
impaciencia; si es necesario discúlpate y ofrece otro momento para continuar.
Ø No olvides ser sencillo, haz todo
discretamente sin anunciarlo
El vivir con la conciencia de entrega a los demás, nos ayuda a descubrir
lo útiles que podemos ser en la vida de nuestros semejantes, alcanzado la
verdadera alegría y la íntima satisfacción del deber cumplido con nuestro
interior.
“El mundo se compone
de los que dan y de los que reciben. Puede que los segundos coman mejor, pero
duermen mejor los primeros”
Entregarnos de forma inmediata, para que Él actúe
ResponderEliminarnos transforme con su amor generoso
Viviendo en un camino de amor y fraternidad