Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo
«Soy Rey, para esto he nacido y para
esto he venido al mundo»
Celebramos el último
domingo del año litúrgico, la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
universo. El próximo domingo iniciaremos el Tiempo de Adviento. Este domingo nos
postramos en adoración ante el Rey. El evangelio de Juan nos sumerge en esta
realidad mediante un precioso camino que se traza en el diálogo entre Jesús y Pilatos
en la hora del juicio en el pretorio de éste último en Jerusalén.
Se
colocan frente a frente dos reyes:
Pilatos, representa al
emperador romano, es el hombre que detenta en Judea el máximo poder y es el
único que puede aplicar la pena de muerte, él tiene derecho sobre la vida y
sobre la muerte.
Jesús, que llega atado
como un malhechor, se presenta a sí mismo como un Rey, pero de un tipo distinto
al de Pilatos. Jesús aparece sometido a la autoridad de Pilatos: “Tengo
poder para soltarte y poder para crucificarte”; pero este poder no es
decisivo “No tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de
arriba”.
La
confrontación entre Pilatos y Jesús es extensa en relato de la Pasión. Con la
pedagogía de la espiral desarrollamos a partir de tres preguntas que provocan
un triple pronunciamiento de Jesús:
Ø “¿Eres
tú el Rey de los judíos?” (18,33)
Ø “¿Qué
has hecho?” (18,35)
Ø “¿Luego, tú
eres Rey?” (18,37)
Las
tres preguntas y respuestas están concatenadas. La pregunta inicial coloca en
primer plano el tema principal, el “reinado de Jesús”. En las sucesivas
preguntas, Jesús asume la responsabilidad de su misión, el “hacer” de Jesús, y
que explique qué tipo de Rey es Él.
- LA PRIMERA PREGUNTA: “¿ERES TÚ EL REY DE LOS JUDÍOS?”
Jesús
responde a la pregunta de Pilatos con otra pregunta que inquieta al procurador
romano: ¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de mí? La respuesta de
Pilatos, dada con arrogancia, no intimida a Jesús que le responde claramente: Soy
Rey.
Pilatos,
como verdadero juez, debe estar seguro si lo que dice viene de su propio
conocimiento o simplemente está repitiendo lo que otros sostienen.
El
acusado interpela la conciencia del acusador. Un juez tiene la responsabilidad
de verificar con exactitud las acusaciones. De esta manera, Jesús comienza
poniendo en cuestión la autoridad de su juez.
Al iniciar el proceso que lo llevaría a su
Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos, “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no lo niega, pero
precisa: “Pero mi Reino no es de
aquí, no es de este mundo” (Jn. 18,36).
Jesús no es rey de este mundo. Los reinos
de este mundo son temporales por más largos que sean y son sustituidos por
otros; son también limitados, por más que ocupen grandes territorios. Por más
poderosos que se crean los reyes de la tierra, su poder es limitado en el
tiempo y en el espacio.
Cristo no vino a establecer un reinado así.
Su reinado es diferente. Su reinado será como es Dios: eterno e infinito, sin
límite de tiempo ni de espacio. Su reinado nunca se acabará y su reino nunca
será destruido.
Y si el Reino de Cristo no es de este mundo
¿de qué mundo es? ¿cuándo se instaurará?
Ya lo había anunciado El mismo en el
momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán
al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las
nubes” (Mt. 26,64).
El Reino de Cristo, en la parusía, al final
de los tiempos, cuando establezca los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando
venza al Maligno, será un Reino en el que habiten la justicia, la paz y el
amor.
- LA SEGUNDA PREGUNTA: “¿QUÉ HAS HECHO?”
Esta
pregunta que Jesús debe responder está precedida por otra en la que está
supuesta la repuesta, “¿Es que soy judío?”. Pilatos demuestra que tiene
conciencia de cuál es su deber, que no es responsable de las valoraciones de
los otros, y le lanza a Jesús la pregunta que debía haber hecho desde el
principio, para mostrar que no está haciendo un juicio sumario.
Para
emitir sentencia hay que dejar que el acusado haga su propia declaración. Por
eso: “¿Qué has hecho?”.
Jesús le
presenta globalmente a Pilatos su ministerio público, en su respuesta repite
tres veces “Mi Reino no es de este mundo”. Dice que su reino no tiene nada que
ver con territorios, ni con ejércitos, ni con nada de lo que caracteriza al
imperio o cualquier otro tipo de reino terreno conocido. La prueba es que sus
discípulos no han combatido para evitar la captura, no hacen frente a la
violencia con más violencia.
- LA TERCERA PREGUNTA: “¿LUEGO, TÚ ERES REY?”
Jesús
dice qué tipo de Rey no es. Esto provoca la pregunta siguiente de Pilatos. Jesús
responde con tres afirmaciones:
a.
Primero confirma: “Soy Rey”.
b. Luego explica la
naturaleza de su reino: “Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad”.
c.
Finalmente invita a acoger su reinado: “Todo
el que es de la verdad, escucha mi voz”.
¿Qué
quiere decir Jesús en la segunda afirmación? No toda persona puede dar
testimonio, sino sólo quien tiene conocimiento, una experiencia directa de
aquello que declara. La “verdad” que Jesús testimonia no es cualquier verdad,
es la verdad sobre Dios. Él tiene acceso directo a Dios y con Él ha vivido
desde la eternidad una íntima comunión (Juan 1,1-2). Por eso Jesús puede dar a
conocer a Dios como nadie más lo puede hacer.
Jesús
ejerce su reinado desde la Cruz, desde ella nos atrae definitivamente hacia la
vida de Dios que Él conoció desde la eternidad y nos sumerge en la eterna
comunión con el Padre y el Espíritu.
Al
testimoniar la “verdad”, Jesús-Rey crucificado hace reales las palabras: “Yo
he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).
- EL REINADO DE CRISTO.
A lo largo de los Evangelios aparece claro el
mensaje central de Jesús, el Reino de Dios. Alrededor de 120 veces aparece la
expresión Reino de Dios en Marcos y Lucas y Reino de los cielos en Mateo. Unas
70 veces esa expresión sale de la boca de Jesús.
La realeza de Jesús se identifica con su servicio
desinteresado y gratuito a favor de los más débiles y de los más desprotegidos.
Porque cura a los enfermos, perdona a los pecadores, practica el servicio, da
testimonio de la verdad, desenmascara a los doctores de la ley y fariseos e
identifica el amor a Dios con el amor al prójimo.
- Mi reino no es de este mundo.
Esta frase se ha interpretado de modo espiritualista
a lo largo de la Historia de la Iglesia. Como si los cristianos tuvieran que
estar al margen de los problemas de la sociedad y dedicarse solamente a las
cosas espirituales, como rezar y ocuparse exclusivamente en las cosas internas
de la Iglesia.
Jesús no proclama un Evangelio de evasión de la
realidad de este mundo, sino que predica y realiza una nueva situación de:
respeto, justicia, igualdad, servicio y amor. Por defender a los marginados
Jesús fue sentenciado a muerte. Por esclarecer la verdad sobre Dios como
"Padre" y sobre los hombres como "hermanos" sufrió el
martirio de la cruz.
Jesús quiere decir que su actuación no es "al
estilo de este mundo". Es decir, con dominio, superioridad y poder y
marcando la distancia entre unos y otros. Jesús se ha presentado entre nosotros
"como el que sirve". Él, siendo Maestro, en su condición humana, y
Señor, en su condición divina, se pone a lavar los pies de los discípulos; “Les
he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes”
(Jn 13,13-15).
La Iglesia, la comunidad cristiana, ha de ser la
"servidora" de la sociedad. Debe estar atenta a tomar distancia de
los poderes influyentes y a no caer en la falsa ilusión de fortalecer el Reino
con diplomacias, poderes y dinero...
- Yo he venido para ser testigo de la verdad.
La vocación de Jesús es trasmitir la verdad del
Padre. Él es el Testigo Fiel (Ap. 1,5 y 3,14), que nos manifiesta el plan de
Dios: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34), porque Dios es
Amor (1 Jn 4,8.16)
Los cristianos tenemos que ser misioneros del Amor
de Dios, para aquellos que creen y para aquellos que quieren construir la
sociedad a base de injusticia, desigualdad y corrupción, para buenos y malos.
Jesús
manifiesta su condición de Rey en circunstancias dramáticas e increíbles. Él huyó
de la multitud que quería proclamarlo Rey (Jn 6,15). Ahora, ante Pilatos
representante del imperio romano, Jesús, como víctima y condenado a muerte, se
proclama Rey. El Reino de Dios no se basa en el poderío humano y social.
Jesús como Rey se entrega a la condena y a la
muerte para enseñarnos que la verdad está en el amor, en el perdón, en la
comprensión, en el servicio y en la solidaridad.
Éste es el Reinado de Jesús. Y este estilo y modos
hemos de aprender sus seguidores. Jesús es un Rey crucificado. Y su poder está
en la entrega de sí mismo para la salvación de todos. Así nos enseña la
inversión de valores, en contra de lo que la sociedad nos pregona y nos enseña.
Es necesario entrar en este estilo de Jesús,
porque es el único camino de colaborar con Él y de realizar nuestra vocación de
servicio por amor.
Así Jesús nos enseña claramente que "servir
es reinar", y que amando es como entendemos el Evangelio y sirviendo es
como nos identificamos con Él y con su misión.
5. SERVIR ES REINAR.
San Pablo nos enseña que
existen tres tipos de personas:
1ª "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente" (1 Cor. 2,14).
2ª "En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no
es juzgado de nadie" (1 Cor. 2,15).
3ª "De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales,
sino como a carnales, como a niños en Cristo" (1 Cor. 3,1).
A la luz de esta
enseñanza de Pablo podemos ver el auténtico reinado, tenemos que renacer del agua
y del Espíritu y vivir ese reinado recibido ya en el Bautismo.
a. El Hombre Natural.
Vive de acuerdo con lo
natural. Su intelecto y sus emociones lo gobiernan. Nunca ha nacido de nuevo. No
está despierto a las cosas espirituales. No puede entender lo espiritual porque
no es racional. La palabra de Dios, sus promesas, su gracia y la fe son cosas
incomprensibles para él. Su mundo es limitado por su entendimiento finito y sus
sentimientos. Jesús dijo, "De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3,3).
b. El Hombre Carnal.
El Nuevo Testamento establece
la diferencia entre el hombre carnal y el hombre espiritual. Son diferentes
pero tiene una cosa en común: los dos son nacidos del Espíritu. La frase
"cristiano carnal" fue usada por primera vez en 1 Corintios 3,1
"...no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo"
El cristiano carnal es
como niño. Ha nacido de Dios pero vive fuera del reino de Dios. No crece
espiritualmente, no madura y no se puede cuidar. Es como un niño que todavía no
puede escribir ni leer.
El problema con los
cristianos de Corinto fue que después de varios años todavía eran carnales.
Pablo expresa tajantemente: "Y manifiestas son las obras de la carne, que son:
adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las
cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales
cosas no heredarán el reino de Dios" (Gálatas 5,19-21).
La libertad de la carne
viene solo por medio de la Cruz. La experiencia de la conversión ocurre en un
instante, pero la santificación es un proceso continuo. Debemos procurar ser
obedientes y negarnos a nosotros mismos diariamente para ser seguidores
verdaderos de Jesús.
c. El Hombre Espiritual.
El hombre espiritual
crucifica continuamente los deseos de la carne. Sus características dominantes
son:
1º Los
Deseos de Cristo. El cristiano espiritual
es consumido por Cristo mismo, ha sido transformado y piensa como Cristo
piensa. Actúa y reacciona de una forma agradable al Señor: “Ya no vivo yo,
Cristo vive en mi”
2º Los
Frutos del Espíritu. "Mas el fruto del
espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y
templanza" (Gal 5,22). Las obras del Espíritu son para edificar la
Iglesia, los frutos del Espíritu son el resultado de la morada del Espíritu
dentro de nosotros.
3º La
Dirección del Espíritu. "Porque todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios" (Rom 8,14).
El hombre espiritual es dirigido por el Espíritu. Mientras aprendemos a seguir
a Jesús, aprendemos también a sentir la dirección del Espíritu. Jesús dijo,
"Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen" (Juan 10,27).
Para seguir necesitamos escuchar y no podemos escuchar si no hemos crucificado
a nuestra vida carnal.
- LO PRIMERO ES EL REINO DE DIOS.
"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia
y el resto se os dará por añadidura" (Mt 6,33). Estamos
en tiempos de crisis y muchas personas han perdido sus puestos de trabajo. Hay
mucha gente sufriendo y sin saber qué va a pasar con sus vidas y las de sus
familias. Son tiempos difíciles los que vivimos, pero en medio de todas estas
cosas los cristianos tenemos grandes promesas de Dios y no tenemos que vivir
con ansiedad o preocupación.
Dios
ha prometido cuidar de nosotros y Él siempre cumple sus promesas. Hebreos 13,5
dice: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”. Esa es una experiencia de los
cristianos cada día.
Dios
nos promete proveer lo necesario, la comida, la bebida, y la ropa. No nos
promete los lujos ni los caprichos pero sí lo básico. Por eso debemos confiar
siempre en él porque sus promesas nunca fallan. El punto principal es este:
“Buscar
PRIMERAMENTE el Reino de Dios de su justicia, y todas estas cosas se nos darán
por añadidura”.
¿Qué
quiere decir esto? que antes que nada debemos preocuparnos de obedecer a Dios
en todo y no dejar de cumplir con nuestras tareas y responsabilidades en su Reino,
seguir siendo sal y luz en el mundo. Esa es nuestra misión y meta. Todo lo
demás Dios lo proveerá.
Así
que no nos afanemos por el día de mañana. Pidamos Fe al Señor para no actuar
como los que no tienen un Padre celestial como el nuestro. Nosotros no tenemos
nada de qué preocuparnos.
Terminamos
orando:
Dame un corazón caballeroso para contigo.
Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cirineo para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman.
Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.
Amén.
“Señor,
dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para
cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas”
P. Marco Bayas O. CM
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