“Levantaos,
alzad la cabeza;
se acerca
vuestra liberación”
Invocación al Espíritu Santo.
Soplo de vida, que llevas a
cumplimiento, las promesas del Dios Amor,
ven e irrumpe en nuestras vidas,
ahora que nos disponemos a esperar.
Ven y haz que nuestra espera sea
ardiente.
Ven y sostennos hasta que vuelva Aquel
a quien anhelamos.
Ven y apasiona nuestras vidas
mientras Él llega.
Ven y calienta nuestros corazones
con una caridad auténtica.
Ven, Espíritu, ilumina nuestras
mentes, serena nuestras entrañas
para que te acojamos sin temor y
nos abramos a la Palabra de la Vida,
que quiere encender las ascuas de
nuestro espíritu
para que ardamos en la vivencia de
la fe. Amén.
1. Nuevo Año Litúrgico en la Iglesia.
Dios nos concede comenzar un nuevo Año Litúrgico, que
junto con la Iglesia recorreremos con el deseo de ir conociendo y penetrando
más hondamente en los Misterios de la vida del Señor. La Iglesia, en su
maternal pedagogía, hace del Año Litúrgico un instrumento para conocer y
adherirnos más al Señor bajo la luz de la Escritura, especialmente los
Evangelios, que nos descubren aquellos rasgos esenciales, indispensables para
nuestra salvación.
El Año Litúrgico es una responsabilidad, pues
mientras avanzamos en él, tenemos que vivir el Evangelio, pues no sólo hay que escucharlo,
sino llevarlo a la vida (Sant. 1,22-25), hasta nuestra plena adhesión a Cristo,
al fin de los tiempos (Mt 16,27; Rom 2,6; Col 3,25; 1 Ped 1,17; 1 Jn 4,17).
Este Año Litúrgico comienza el domingo 2 de
diciembre con el tiempo de Adviento, y está injertado en el desarrollo del Año
de la Fe al que nos ha convocado el Papa Benedicto XVI, que nos pide: "debemos
descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida
fielmente por la Iglesia y el Pan de vida" (Motu Proprio Porta Fidei,
La Puerta de la Fe)
2.
Un Nuevo Ciclo Litúrgico.
Iniciamos un nuevo ciclo, el llamado Ciclo C. ¿Qué
significa esto?
En cada uno de los ciclos: A, B y C, la Iglesia
dedica todo un año litúrgico a escuchar los llamados Evangelios Sinópticos: Mateo,
Marcos y Lucas, en ese orden. El Evangelio de Juan se reserva especialmente
para todo el tiempo Pascual y para algunos domingos particulares de los
domingos de otros ciclos, o bien para algunas fiestas durante el mismo Año
Litúrgico.
En este año escucharemos en la liturgia dominical
especialmente, los relatos del evangelista Lucas. Acompañados por
los relatos del evangelista, iremos contemplando la historia de la salvación
humana realizada por Dios y guiada por el Espíritu. Una historia que se va
concretizando en el pasado, en el presente y en el futuro de la humanidad.
Notaremos también, la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
Se trata de un Evangelio que resalta y pone de
manifiesto la misericordia, la gratuidad, la acogida y el perdón de Dios; es un
Evangelio dirigido a los pobres de espíritu. Lucas nos brinda fielmente las
etapas de la vida y misterio de Jesús que celebramos, en el Año Litúrgico:
desde su infancia hasta la Ascensión.
3.
El tiempo de Adviento.
El tiempo de Adviento no es sólo un tiempo que
prepara para la Navidad, sino un tiempo que mira a preparar a los cristianos a
la última venida de Jesucristo al final de los tiempos. Ése es el auténtico
Adviento de la Iglesia, es lo que se llama la preparación para la venida
escatológica (al fin de los tiempos) de Jesucristo. Este aspecto escatológico
se resalta en la liturgia de la Iglesia desde su comienzo: Domingos I, II y III
de Adviento, el 2 de diciembre y hasta el día 16. Del 17 de diciembre en adelante,
el Adviento se orienta hacia la preparación inmediata a la celebración del
Misterio del Nacimiento del Señor, es decir, la Navidad.
Adviento es el tiempo de la esperanza cristiana:
esperanza que hay que reforzar y vivir en nuestra peregrinación por este mundo;
esperanza de que se manifieste pronto la plena salvación realizada por
Jesucristo (Tit 2,13). Esta esperanza mira, en primer lugar a la plena
manifestación del Hijo de Dios al fin de los tiempos, pero mientras llega ese
momento desconocido por nosotros (Mt 24,36; Hch 1,7), buscamos acrecentar esa
actitud de espera, especialmente con la oración y en lo concreto de nuestra
vida.
"La
espera escatológica, lejos de invitar a la inhibición o al espiritualismo, se
convierte en estímulo eficaz para el compromiso cristiano, a fin de adecuar la
creación entera con el proyecto que Dios quiere sobre ella"
("Iniciación a la Liturgia de la Iglesia").
4. Exégesis del texto: Lucas
21,25-28.34-36
Los trastornos cósmicos (versículos 25 y 26), enseñan que
cuando Dios deja de sostener el mundo, el orden de la creación se ve amenazado
y corre el riesgo de derrumbamiento. La
desestabilización del mundo tiene efectos sobre la humanidad: genera una gran
angustia porque todo el mundo teme ser engullido por el abismo.
La sacudida de los cielos da paso a la aparición del Hijo del
hombre (21,27): “Y entonces verán venir
al Hijo del hombre con gran poder y gloria”. Es la venida triunfal de Cristo, quien viene
a juzgar el mundo.
Y concluye: “Cuando
empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se
acerca vuestra liberación” (21,28).
Ha llegado la redención final, termina la opresión y la aflicción del
Pueblo de Dios. Es la hora de la
justicia esperada por quienes han sufrido en la historia.
A pesar de los signos descritos, el día del Señor vendrá
inesperadamente y tomará a algunos por
sorpresa. Por eso Jesús, instruye a sus
discípulos sobre la manera de hacer la preparación:
1º Una lección en negativo (21,34-35)
El imperativo “estén alerta” es una invitación al
discernimiento de los acontecimientos de la vida. Hay que estar listos para
reconocer los signos. Entorpece este discernimiento la somnolencia espiritual (Sabiduría
9,15) que Jesús llama “corazón duro”. Éste tiene sus indicadores:
a. El libertinaje, la pérdida de los
valores, de los criterios en el comportamiento, por asumir los vicios.
b. La fuga de la realidad por el abuso
del alcohol y las borracheras.
c. Dejarse absorber por los oficios,
por las preocupaciones del mundo (el stress de la vida).
Cuando esto sucede perdemos la dimensión espiritual, la
atención del corazón para captar el rostro del Señor que viene a nuestro
encuentro. La advertencia es clara: “que no se diluya la atención a las cosas
espirituales por las cuestiones terrenas”.
La exigencia vale “para
todos los que habitan la faz de la tierra”. Y el discípulo puede caer si no
está debidamente preparado.
2º Una lección en positivo (21,36-37)
En la segunda parte del pasaje de hoy, encontramos la otra cara de la moneda: una exhortación
positiva para la fortaleza espiritual. Jesús no sólo dice el “qué” sino también
el “cómo”.
Jesús invita a una actitud de vigilancia y para ello indica el
camino de la oración constante, “en todo tiempo”, es el ejercicio de la
vigilancia del corazón porque:
Ø
mantiene
la atención fija en lo esencial,
Ø
hace
pasar por la presencia de Dios todas vivencias y las somete a su valoración,
Ø
anticipa
la comunión de amor definitiva que le da sentido a todo lo que hacemos en la
que la vida para mantener siempre ardiendo el corazón.
¿Qué sucede con el corazón que siempre vigila en la
oración? Jesús enseña no sólo el “qué” y
el “cómo” sino también el “para qué”.
Dice Jesús:
Ø
Para “tener fuerza”: el cristiano está
llamado para amar y servir con vigor en el mundo, Jesús lo capacita para que
genere transformación.
Ø
Para
“escapar” de la tentación de salir corriendo ante los problemas. Por la
fuerza de la oración, se aprende a salir ileso de los conflictos.
Ø
Para
“estar en pie” delante de Jesús y poner la vida a su servicio, pero
también, cuando llegue el momento final, para aguardar sin rubor alguno el
veredicto favorable sobre el camino de vida.
El tiempo final no se prepara haciendo calendarios sobre el
momento en que se acabará el mundo, sino vigilando constantemente desde el
corazón orante y sacando de ahí la rectitud personal y la fuerza para luchar
para que el mundo tenga el rostro de Aquel que nos redimió con su sangre.
5. Orientaciones para la
lectura y meditación.
Lucas
invita a los cristianos de cualquier época a esperar esa venida para su
liberación definitiva y la llegada del Reino; y esta espera conlleva que los
cristianos vigilen y oren.
Después
de esos signos quien llega es el Señor del Universo. Claramente para Lucas el Hijo
del Hombre es Jesús. En el Evangelio aparecen sucesos catastróficos; pero
cuando éstos se den, no seguirá la desaparición definitiva, sino que Cristo
constituirá la desaparición plena del mal, del pecado que produce las
catástrofes del mundo y de la humanidad y nos ofrecerá el Reino de la salvación.
Las expresiones “Levanten” y “estén despiertos” son las actitudes que Lucas
invita a asumir a los cristianos ante la llegada del Reino de la Vida, es
decir, ante la verdadera y auténtica liberación que sólo trae Jesús.
a.
El cristiano no tiene miedo ni tiembla, sino
que se alegra.
Si
proclamamos que Cristo es el Rey del Universo, domingo anterior, es que todas
las fuerzas le están sometidas y nada ni nadie tiene poder sobre él. En la
escena del Evangelio de hoy, resulta que “habrá
signos en el sol y la luna y las estrellas”, y en la tierra los hombres
sentirán angustia por el enorme “estruendo del mar y el oleaje”, pero entonces
aparecerá el Hijo del Hombre con gran poder y gloria.
El
Evangelio no pretende asustarnos sino recordarnos la grandeza de Dios que viene
a nosotros y que está por encima de todo aquello que nos asusta y nos hace
tambalear. Los cristianos no tiemblan, se alegran por la venida del Dios
entrañable y salen a su encuentro con enorme confianza. Nuestro Dios no es el
Dios terrorífico que se entretiene moviendo los astros para indicarnos que ya
llega…
Los
signos en nuestro mundo son múltiples, si abrimos bien los ojos, descubriremos
a Jesús que viene en los acontecimientos cotidianos, en cada situación, en cada
encuentro... Como cristianos, creemos en la Encarnación y no podemos buscar a
Dios en lo espectacular o en las grandes catástrofes, no podemos esperar
circunstancias o signos especiales, no podemos pretender hallarlo sólo en el
estruendo que angustia…
Es
preciso que el Espíritu nos acompañe en nuestra historia para reconocer a Dios
en lo habitual, lo pequeño y lo sencillo. Hoy es preciso estar atentos para que
no se embote nuestra mente con los criterios de una vida fácil y cómoda que rehúye
servir por buscar los propios intereses.
b. Cristiano, levanta la cabeza.
Urge
en nuestros días vivir con la cabeza levantada, erguida, mirando al frente,
observando la vida cara a cara, con los ojos bien abiertos, sin miedo, para que
no nos arrastren corrientes paganas, para que nuestra vida no se convierta en
instrumento que otros muevan a su antojo, para que nuestras horas sean vividas
en la libertad de los hijos e hijas de Dios que optan y eligen lo que quieren
vivir para construir el Reino de Dios aquí y ahora.
Los
cristianos no podemos vivir arrastrándonos ni dejar que nuestra mente se
embote; es preciso clamar constantemente al Señor y pedirle fuerza para escapar
de las continuas esclavitudes y engaños en los que podemos enzarzarnos. “El Espíritu está pronto pero la carne es
débil” (Mc 14,38), sólo con la fuerza de la gracia y de su misericordia
podremos mantenernos en pie ante nuestro Dios hoy y en aquel día; “nosotros no vivimos en tinieblas para que
ese día no nos sorprenda como un ladrón, porque somos hijos de la luz e hijos
del día, no somos de la noche” (1 Tes.5,4-5).
Hemos
de vivir despiertos y vigilantes. Porque, a pesar de nuestro pecado del que
estamos conscientes, siempre podemos “acercarnos
con seguridad al trono de la gracia para alcanzar misericordia y encontrar
gracia que nos auxilie oportunamente” (Heb 4,16) ya que “tenemos un sumo sacerdote capaz de
compadecerse de nuestras debilidades” (Heb 4,15). Porque no tememos al Dios
que viene y vendrá sino que lo esperamos con amor, levantamos su Reino con
nuestras manos; y lo anhelamos, sobre todo con los que más sufren su ausencia
en este mundo, nos atrevemos a gritar, alzada nuestra cabeza: “¡Maranhata, Ven,
Señor Jesús!”.
- El Adviento: Historia, Teología y Espiritualidad.
-
Historia de la celebración:
En Occidente nace un período
de preparación a la Navidad en la época posterior al Papa León Magno (años
440-461), el gran teólogo de la Navidad. Este tiempo aparece furtivamente en
diversos lugares:
España: En el siglo IV, el Concilio de Zaragoza (389-381)
invita a los fieles a prepararse tres semanas antes de la Epifanía, es decir el
17 de diciembre.
Francia: En el siglo V encontramos un tiempo de
preparación al 25 de diciembre que comienza seis semanas antes. Es la llamada
“cuaresma de San Martín” que empieza el 11 de noviembre.
Roma: En el siglo VI se reconoce un tiempo de
preparación a la Navidad, que se acorta a cuatro semanas y tiene un marcado
sentido escatológico en el primer domingo. La palabra adventus nace como
nombre de este tiempo, aplicada a la venida gloriosa de Jesucristo.
En la Edad Media se consolidan los elementos más referentes a la
Navidad.
Las Normas
universales sobre el año litúrgico y el calendario dicen:
“El tiempo de Adviento tiene
una doble índole:
1º es el tiempo de
preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la
primera venida del Hijo de Dios a los hombres,
2º es el tiempo en el que
por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda
venida de Cristo al fin de los tiempos.
Por estas dos razones el
Adviento se, nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre”.
El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico,
empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre,
antes de las primeras
Vísperas de Navidad. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una
unidad con la Navidad y la Epifanía.
El término "Adviento" viene del latín adventus,
que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia
durante este tiempo es el morado.
El sentido del Adviento es avivar en los creyentes
la espera del Señor.
- Partes del Adviento:
Primera Parte: Desde el primer domingo
hasta el 16 de diciembre, con carácter escatológico, mirando a la venida del
Señor al final de los tiempos;
Segunda Parte: Desde el 17 hasta el 24 de
diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a
preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en la historia, en la
Navidad.
Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento
están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se
recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada
del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de
creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor
Jesús.
- Sentido Teológico – Espiritual.
El tiempo de Adviento presenta
tres características notables, las cuales dan el pleno sentido a su existencia:
1º
Adviento Histórico
(perspectiva de pasado)
Partiendo de la necesidad de
Cristo, el Adviento nos permite mirar el pasado y actualizar la realidad
presente en el Antiguo Testamento. Durante el Adviento surgirá con mucha fuerza
la expectativa mesiánica del pueblo de Israel, manifestada de un modo
particular en los Anawin o Pobres de Yahvé.
Cobran actualidad en este
tiempo el Profeta Isaías y San Juan Bautista por sus palabras mesiánicas.
2º
Adviento Sacramental o
Mistérico (perspectiva del presente)
Partimos de las zonas de
Adviento sin la presencia de Cristo que siempre y aún hoy quedan en cada
hombre. El Adviento nos presentará las actitudes comprometidas y anhelantes de
quienes están más directamente vinculados con la Encarnación del Verbo: Virgen
María, Zacarías, Isabel, San José.
Esto abre compromisos con el
hoy, con la historia que vivimos: Cristo está presente y vive en los otros,
especialmente en los pobres, Sacramentos de Cristo. Nuestra solidaridad se ve
comprometida con ellos. El Papa, en el Año de la Fe nos invita a la
“peregrinación” a los enfermos y necesitados “como yendo a Cristo presente en
ellos”.
3º Adviento
Escatológico (perspectiva del futuro)
Partimos del plano exclusivo
de la fe. Creemos en Cristo Resucitado, Señor de la historia que vendrá al fin
de los tiempos. Su segunda Venida es real y que se dará entre nosotros. No
sabemos día y hora.
El Adviento es el tiempo que
refleja este caminar hacia ese encuentro y que da sentido a la Historia. Y en
ella da sentido a la existencia de la Iglesia.
La Iglesia, misterio de
comunión y misión prepara constantemente los caminos para el encuentro con
Cristo; encara múltiples tareas en el tiempo hasta la Parusía para que los
hombres se encuentren con Cristo.
Los Santos son aquellos que
en el transcurso de la historia se han encontrado con Cristo y llevaron ese
encuentro a su plenitud. Ellos tuvieron una actitud comprometida con el hoy que
le tocó vivir y hoy aguardan la “coronación” definitiva en la presencia del
resucitado.
- Posibilidades Pastorales.
En el tiempo de Adviento, podemos
hacer notar los siguientes signos:
El cambio: aprovechar los cambios de interés que ofrecen los
tiempos litúrgicos, y hacer que impregnen todo el ambiente.
Que se note al llegar: ambientación general de la Iglesia suficientemente diferenciada de los domingos anteriores.
Que se note al llegar: ambientación general de la Iglesia suficientemente diferenciada de los domingos anteriores.
La corona de adviento:
es de origen popular pero
ayuda y mucho a dar imagen propia a este tiempo.
El canto de entrada y
los demás cantos: el de
entrada es pieza clave, porque si está bien elegido puede servir, crea y
dispone un muy buen clima para la celebración.
La respuesta a la oración
universal o de los fieles: nos
ayudará a poder encarnar la realidad de un pueblo orante que anhela la
salvación.
El ambiente de
silencio, recogimiento y oración: trabajarlo especialmente en estos domingos y durante la
celebración. Después de la homilía o después de la comunión. Si se canta,
buscar un buen canto de mediación.
Los ornamentos
morados: signo de tarea o trabajo.
Nos preparamos porque alguien llega.
Los pobres: no olvidarnos de ellos, las campañas de Navidad deben estar
presentes en el marco de la celebración.
Ø Un tiempo en el que se nos invita a la conversión,
Ø Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza,
Ø Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia.
e. Personajes del Adviento:
Ø Isaías: figura de espera por la
Salvación
Ø Juan Bautista: figura de
preparación
Ø María: Virgen de la esperanza y
Madre del Salvador
f.
Para
Vivir el Adviento.
¿Dónde
podríamos encontrar a Dios? A lo largo del Antiguo Testamento lo esperan los
reyes, los sabios, los importantes..., Él se esconde entre los humildes y sencillos.
¿Dónde
esperas a Dios? ¿No piensas que puede estar en tu barrio, en tu familia y
vecinos con su larga lista de problemas, en el dolor humilde y rutinario de tu
vecino, o en tu propia casa, en medio de tus problemas, de tus luchas, de ti
mismo? Hagamos de detectives de Dios. Veremos lo cercano que está. Pero a su
manera. Esa manera que es también la nuestra, porque lo bueno es que Dios nos
imita, se hace vida nuestra y esto es lo que nos desconcierta. Sepamos
descubrir a Dios en la rutina diaria, en la enorme grandeza de nuestra pequeñez.
g. Terminemos Orando:
En
Adviento, deseamos que se robustezca nuestra esperanza para que no nos falten
deseos del Señor de la Vida que viene y vendrá.
Deseo
que mis deseos sean apasionados; que mi espera no se enfríe; que mi caridad no
decaiga; que mi oración no sea rutinaria. Deseo que mi vida no sea de pasada;
que mi corazón lata al compás de muchos otros; que mi fe no se sienta
asegurada; que mi canto testimonie mi esperanza.
Señor
que vienes, haznos seres llenos de deseos, de esperanza, que aún esperan de la
vida la sorpresa que puede regalarnos cada jornada; liberados por la fuerza
sorprendente de tu mirada y tu Palabra; despiertos porque se han encontrado
contigo y no pueden vivir aletargados; valientes que han disuelto sus miedos al
calor de tu corazón; constructores del Reino que no pueden vivir sus días sin
responder a los clamores de otros corazones.
“Cuando Cristo entró
en nuestro mundo, no vino a iluminar nuestros diciembres, vino a transformar
nuestras vidas”
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