saltó de gozo el niño en su seno...
«Bendita
tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu seno»”
María, Modelo de Acogida, de Alegría, Esperanza y
de Fe.
Cercana la Navidad, el Evangelio centra nuestra atención en
María, la Madre de Jesús. Porque sólo ella supo esperar a Dios de tal forma que
lo tuvo vivo en su seno, antes de tenerlo en sus manos. En estos días de espera
¿quién mejor que María para enseñarnos cómo debemos esperar a Dios, en qué
entretenernos mientras le esperamos, qué hacer mientras Él llega? ¿Quién nos
podrá enseñar mejor que ella a esperarle y a recibirle?
1. El texto.
En aquellos días, María
se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
2. Una aproximación a lo que dice el texto.
El relato de la
Visitación de María comienza diciendo: “En aquellos días, se levantó
María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”
(1,39).
¿Qué es lo que mueve
a María? Las palabras del Ángel, “Isabel, tu pariente, ha concebido un
hijo en su vejez” (1,36), y las interpreta como una
invitación para ir a estar con ella. María va al encuentro del “signo” que Dios
le dio de que “ninguna palabra es imposible para Dios”
(1,37).
En el encuentro,
las dos mujeres favorecidas por Dios expresan lo que progresivamente ha venido
ardiendo en sus corazones. Isabel, invadida por el Espíritu Santo, dice lo que
ha podido comprender de María. Luego, María
confesará, en el Magníficat, lo que por su parte y ayudada por las palabras de
Isabel, ha podido comprender de la acción de Dios en ella misma.
La visita de María a Isabel vincula los dos anuncios de
nacimiento relatados, el de Juan (Lc 1, 5-25) y el de Jesús (Lc 1,26-38) y
posibilita el encuentro entre el profeta y su Señor antes incluso de nacer.
Anunciando la concepción extraordinaria de unos niños, el ángel ha dejado al
descubierto el plan salvífico de Dios: lo impensable lo ha hecho posible Dios.
Lucas deja hablar a sus madres, quienes, sin haberlo buscado, se han convertido
en beneficiarios y testigos de esa salvación.
En el relato se subraya la superioridad de Jesús sobre el
Bautista. María es el personaje central. Pero no por lo que ella haga, sino por
cuanto en ella se ha realizado. Así lo reconoce Isabel.
Detengámonos en
los tres movimientos de esta narración rica de enseñanzas para nuestro Adviento:
Ø Movimiento
externo: el viaje,
Ø
Movimiento interno: de la soledad a la exclamación,
y
Ø
Movimiento
confesional: el reconocimiento del misterio del otro.
3. El movimiento externo: el viaje de María de Nazareth a Judá (1,39-40)
El viaje es un
gesto concreto de obediencia a la Palabra de Dios. María lo hace sin tardanza,
“con prontitud”.
La distancia
entre Nazareth y Judá (hoy, Ain-Karem) no es poca. No se menciona ningún otro
personaje en el viaje fuera de María. El
largo recorrido y la soledad silenciosa de María son significativas: podemos
ver en el trayecto recorrido una primera etapa de la toma de conciencia que
ella está realizando.
El viaje de María
coincide con un tiempo de silencio en el que ella puede captar
mejor el significado de lo que está sucediendo en su vida, profundizando en las
palabras del Ángel. Al mismo tiempo María no pierde de vista la meta de su
viaje: ver a aquella mujer de quien se le ha hablado y que también ha sido
beneficiaria de la misericordia de Dios.
4. El movimiento interno: la acción del Espíritu Santo (1,41
y 44)
“Entró en
casa de Zacarías y saludó a Isabel”: Las dos mujeres se saludan,
sienten la vibración del Espíritu y se abrazan con una gran alegría.
No conocemos el
contenido del saludo de María a Isabel, pero sí su efecto: hace saltar a la
criatura en gestación en el vientre de Isabel y provoca la unción del Espíritu
Santo.
a.
“Saltó de gozo el niño en su
seno”. El encuentro hace saltar de alegría al niño de Isabel. A partir
de este momento muchos saltarán de gozo a lo largo de todo el evangelio cada
vez que se encuentren con Jesús. El Mesías es portador de la alegría, expresión
de plenitud de vida que proviene de Dios. Comienza la fiesta de la vida que
trae el Evangelio de aquel que trae alegría para todo el pueblo.
b.
“Isabel quedó llena de
Espíritu Santo”. La voz de María es portadora del Espíritu Santo que la
ha llenado y con ella introduce a Isabel en el ámbito de su experiencia: el de
una emoción profunda que capaz de estremecer y hacer danzar de alegría.
Guiada por el
Espíritu, Isabel capta la grandeza de lo sucedido en María y lo expresa
abiertamente. Las dos mujeres, una anciana y una joven, se comprenden a fondo y
son capaces de decir lo que llevan por dentro, lo que cada una capta de la
otra. Sus vidas atravesadas por soledades por fin encuentran oídos dignos de
sus secretos, ambas se sienten comprendidas.
En esa cercanía,
en la que actúa el Espíritu, las dos elevan himnos de alabanza. Hay un reconocimiento
público y de respeto que desvela lo que desde tiempo atrás ha venido madurando
en el corazón.
5. El movimiento confesional: el cántico de
reconocimiento de Isabel a María (1,42-45)
“Y
exclamando con gran voz, dijo...”. Lo que hasta el momento era sólo el
secreto de María ahora Isabel lo anuncia a gritos y con el corazón desbordante.
El contenido es la acción creadora del
Dios de la vida en la existencia de María, por medio de la cual se ha
realizado la encarnación del Hijo de Dios. Isabel le dice a María dos palabras
claves que describen su personalidad: “Bendita” y “Feliz”.
a.
“Bendita”.
Isabel alaba a
Dios por lo que Él ha hecho en María, llenándola de gracia y la ha bendecido
con su poder creador que la ha hecho capaz de transmitirle la vida al Hijo de
Dios.
Bendecir es
“generar vida” y por eso María es “la bendecida” por excelencia: si bien toda
mujer es bendición para el mundo por el hecho de engendrar vida, mucho más
María es la “bendita entre todas las mujeres”, ya que ella trae
al mundo al Señor de la vida que vence la muerte y da la vida eterna.
Además, porque su
Hijo no es un niño cualquiera sino el “hijo del Altísimo”, María
tiene con suficiente fundamento la dignidad de “Madre de Dios, Madre del
Señor”.
b.
“Feliz”.
Isabel le hace eco a las palabras pronunciadas por
María en la Anunciación: “Hágase en mí según tu Palabra”, y
califica su actitud como un acto de fe: “Feliz la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”.
c.
¿Qué quiere decir Isabel sobre María?
Quiere decir que
María “creyó” en el cumplimiento de la Palabra, es decir, la tomó en
serio, se abandonó a su poder creador, confió en la fidelidad de Dios a su
promesa. La alegría de María proviene de la fuente inagotable de su fe siempre
viva, porque ella como ninguna está siempre abierta a Dios.
Este
gesto de María será pedido en el Evangelio, a todas las personas que Jesús encuentre
en su camino. En la fe tendrán que ser educados de manera especial los futuros
evangelizadores. Aparece así una definición clara de la fe: uno es creyente
cuando sabe “oír la Palabra de Dios y ponerla en práctica”.
- Algunos acontecimientos maravillosos de la Visitación:
1º Actitud de Juan: El niño saltó en su
seno:
Ø
La visita de María, llevando en su interior a
Jesucristo, produce alegría y gozo en Isabel. María, Arca de la Alianza, que
lleva al verdadero Dios al pueblo. El arca del Antiguo Testamento alegró al rey
David que bailó ante ella. Juan Bautista goza, incluso da saltos, porque María
es el Arca que lleva al Señor.
Ø
La presencia de Jesús, aun antes de nacer, suscita
alegría en Isabel, inspirada por el Espíritu, y en todos aquellos que descubren
la presencia de Dios en sus vidas.
Ø
Jesús nos trae felicidad, para superar los pecados
y los signos de muerte. Hace falta tener los ojos de la fe abiertos para
descubrir su presencia y experimentar el gozo de la salvación que Él nos
regala.
Ø
Juan Bautista representa al Antiguo Testamento,
que se alegra por la prolongada espera del Mesías, ya presente en la historia
de la humanidad.
Ø
Isabel representa a la humanidad. Ella, anciana y
estéril, es figura de los humanos que sufren de carencias, pero que, al esperar
y percibir la presencia del Señor, prorrumpen en acción de gracias, porque
reconocen todo el bien que Dios nos trae en su Hijo Jesús.
Ø
Dios siempre aporta a la humanidad el consuelo, la
superación de los sufrimientos, la alegría, la felicidad. Él viene siempre para
destruir en nosotros los signos de muerte: enfermedad, complejos, depresiones,
pecado, muerte.
2º Las Palabras de Isabel: Dichosa tú que
has creído.
Ø
Isabel reconoce la fe de María. En contraposición
de Zacarías, que se quedó mudo por no creer el anuncio del nacimiento de su
hijo Juan.
Ø
María creyó el mensaje de Dios, expresado por el
ángel Gabriel. Y se inclinó totalmente al proyecto del Señor: “Aquí está la esclava del Señor, que me
suceda como tú dices”.
Ø
El mismo Jesús alabó a su propia Madre, al decir: “Dichosos los que escuchan la palabra de
Dios y la cumplen”.
Ø
María fue dichosa porque creyó en Dios, que es
fiel a su Palabra, a sus promesas. No le habría sido fácil mantener viva su fe
cuando vio a su Hijo pequeño, desprovisto y perseguido, necesitado de los
cuidados maternales y, más tarde, calumniado, incomprendido, sentenciado,
crucificado y muerto. Sólo María creyó en su Hijo totalmente. Sólo María confió
en Él y en su misión, aun cuando todo le decía que su Hijo había “fracasado”
como Mesías.
Ø
Lucas destaca la fe de María, la disponibilidad
para transformar su fe y sus ratos de contemplación en caridad y en servicio a
su prima necesitada en el sexto mes de su embarazo. Y para descubrir lo que el
Señor realiza en la historia de los demás.
Ø
María e Isabel saben dialogar y comunicarse las
maravillas que en ellas está realizando el Señor. Por eso, Isabel alaba a
María.
3º El Reconocimiento de Isabel a María: “Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.
Ø
La bendición es reconocer la obra que Dios hace en
las personas. Una bendición "descendente", de Dios hacia los humanos,
la bendición que el sacerdote imparte al final de cada Misa. También hay una
bendición "ascendente", la que se dirige a Dios para alabarlo y
glorificarlo y la bendición a las otras personas por reconocer su dignidad como
instrumentos de la bondad y amor del Señor.
Ø
Isabel bendice a María, porque ha confiado
totalmente en el Dios. María en el Magníficat, bendice a Dios por las
maravillas que derrama sobre los humanos, poniendo de relieve la
"pequeñez" del ser humano y la "grandeza" del Poderoso.
Ø
Cuando se mira las personas, la historia, las
criaturas con los ojos de la fe, todo es digno de bendición y de
agradecimiento. Así lo expresa María en su cántico del Magníficat.
- Meditaciones y compromisos a la luz de la Palabra.
Ø
Tengo que experimentar mi fe, viviendo en
confianza y en alegría. El encuentro con Dios ha de hacerme crecer en la
contemplación de su Belleza y de su Amor.
Ø
Mirar con ojos de admiración y reconocimiento las
obras que el Padre está realizando en mi vida. Vivir el gozo de su presencia en
mi.
Ø
Experimentar que este gozo hace vencer y superar
todas mis deficiencias, limitaciones y pecados. Que, en medio de las
contradicciones, puedo encontrar la alegría.
Ø
¿No es verdad que cuantos esperamos a Dios nos
pasamos la vida agobiados por nuestros problemas y dificultades? ¿No es cierto
que sólo esperamos a un Dios que nos libere de ellas, sin caer en la cuenta que
la única manera digna de esperar a Dios es aproximándonos a la necesidad del
prójimo? ¿No es innegable que nos creemos liberados de obligación de llenar
nuestro tiempo y nuestra espera, nuestras manos y nuestro corazón, de las
angustias y de las necesidades del prójimo?
Ø
No tendremos excusa, si otro año más la Navidad no
nos resulta una experiencia única: pongamos nuestro tiempo a disposición de los
que tengan necesidad de él; mientras tengamos ganas de encontrarle, ganémonos
su venida atendiendo a los que nos necesiten. Quien necesita a Dios y lo
espera, le debe esperar cuidándose de quienes le necesiten. Así lo hizo María y
así se hizo Madre de Dios.
Ø
Dejémonos de quejar, Dios quiere en esta Navidad
hacerse nuestro Dios, está deseando entrar en nuestro entorno y hacérsenos
familiar.
Ø
No olvidemos la lección de María, la Madre de
Dios: cuando supo que esperaba a Dios, se puso en camino de quien la
necesitaba. Ponerse a ayudar al prójimo es la forma de esperar al Dios
verdadero: si Dios no nos encuentra sirviendo a quien precise de nosotros,
¿querrá encontrarse con nosotros?
Ø
Antes de darnos a Jesús, que vendría para servir y
no ser servido, tuvo María que ponerse a servir a una familiar que estaba en
estado. La espera del Señor se soporta cuando se sirve al prójimo. Ese fue el
método de María. En ello radica nuestra oportunidad de preparar la venida de
Jesús llenando de Dios y de vida a cuantos servimos.
Ø
Como Isabel, bendeciré a María porque creyó y
confió: Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu
vientre.
Ø
Con María, alabaré al Señor, que nos ha bendecido
en Cristo con toda clase de bienes espirituales... movido por su amor (Gal 1,
3-4).
Ø
Con María, exclamaré agradecido: Proclama mi alma
la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador... porque ha
mirado la humillación de su esclava.
- Terminemos Recitando el Magníficat:
Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha
mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
El hace proezas con su brazo: dispersa a los
soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la
misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y
su descendencia por siempre.
“Cuando Cristo entró
en nuestro mundo, no vino a iluminar nuestros diciembres, vino a transformar
nuestras vidas”
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