viernes, 1 de marzo de 2013

III DOMINGO TIEMPO DE CUARESMA (CICLO C) Evangelio: Lucas 13,1-9


“Creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás…”
“No, y si ustedes no se convierten, perecerán del mismo modo”

Lucas 13,1-9: En ese momento algunos le contaron a Jesús una matanza de galileos. Pilatos los había hecho matar en el Templo, mezclando su sangre con la sangre de sus sacrificios. Jesús les replicó: «¿Creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás porque corrieron semejante suerte? Yo les digo que no. Y si ustedes no renuncian a sus caminos, perecerán del mismo modo. Y aquellas dieciocho personas que quedaron aplastadas cuando la torre de Siloé se derrumbó, ¿creen ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Yo les aseguro que no. Y si ustedes no renuncian a sus caminos, todos perecerán de igual modo.»

Jesús continuó con esta comparación: «Un hombre tenía una higuera que crecía en medio de su viña. Fue a buscar higos, pero no los halló. Dijo entonces al viñador: «Mira, hace tres años que vengo a buscar higos a esta higuera, pero nunca encuentro nada. Córtala. ¿Para qué está consumiendo la tierra inútilmente?» El viñador contestó: «Señor, déjala un año más y mientras tanto cavaré alrededor y le echaré abono. Puede ser que así dé fruto en adelante y, si no, la cortas.»
  1. Conversión: El nuevo nombre del Éxodo y de la Pascua.
Luego de recorrer la etapa inicial de la cuaresma, en el misterio de pasión y de la gloria del Señor: en las “tentaciones en el desierto” y la “transfiguración en la montaña”, comenzamos una serie de tres domingos en la escuela del discipulado: la escuela del perdón.
El orden de los evangelios en estos tres domingos, constituye un camino educativo que la Iglesia nos propone para que entremos a fondo en el misterio de la reconciliación. Se trata de dos caminos que se encuentran y se funden como en un gran abrazo: 

1º el camino de la conversión, por parte del hombre, y
2º el camino de la misericordia, por parte de Dios.
Se configuran tres itinerarios de la conversión-misericordia:
a.   El llamado a la conversión que invita a un examen de conciencia que partiendo de la propia historia (Lc 13,1-9): 3º Domingo de Cuaresma.
b.   El regreso del hijo pródigo, el camino al encuentro de la gran  misericordia de su Padre, se enfatiza el perdón de Dios (Lc 15,11-32): 4º Domingo de Cuaresma.
c.   La experiencia del perdón de la mujer condenada a muerte (Jn 8,1-11). Se acentúa el perdón que debe provenir de los demás: 5º Domingo de Cuaresma.

En estos tres itinerarios el rostro misericordioso de Jesús va apareciendo cada vez con mayor claridad y grandiosidad.

La finalidad del Evangelio de este Domingo es despertar las conciencias adormecidas y acomodadas en su estilo de vida. La misericordia de Dios, no sólo pide conversión sino que ayuda para que ésta sea posible.
  1. El llamado a la Conversión.
El texto hace un llamado a la conversión que se desarrolla en dos partes:
  1. Dos acontecimientos de la historia sirven de referencia para insistir en la exhortación: “Si no se convierten, todos perecerán del mismo modo” (13,1-5) y
  2. La parábola de la higuera estéril, plantea la necesidad de valorar el tiempo de la paciencia de Dios y, por lo tanto, no se debe tardar el arrepentimiento y la conversión (13,6-9).
  1. Los acontecimientos de la historia que nos exhortan (13,1-5)
Jesús invita a leer la historia, a analizar los acontecimientos que ponen a su consideración. Aparecen dos casos tremendos: 

1º a represión político-militar por parte de Pilatos en el Templo y,
2º la calamidad de los obreros en la construcción de la torre de Siloé.

El esquema que propone el Señor en los dos casos es el mismo:

v  Se enuncia el hecho,
v  Hace una pregunta: “¿Piensan que esos galileos eran más pecadores o culpables que los demás?”,
v  Se responde la pregunta y se hace una exhortación: “No, y si ustedes no renuncian a sus caminos, todos perecerán de igual modo».
No tenemos información precisa sobre los acontecimientos referidos. El caso de la masacre de Galileos protagonizada por Pilatos  “cuya sangre había mezclado con la de sus sacrificios”, podría tratarse:
v  del incidente de Cesarea en el año 26 dC;
v  del tumulto durante la construcción del acueducto;
v  del ataque de Pilatos a los Samaritanos en el 36 dC;
v  o de la matanza de 3000 judíos por parte de Arquelao durante la Pascua del 4 aC.
v  Diversas hipótesis tenemos también sobre el accidente de trabajo en la torre de Siloé que dejó 18 víctimas.

Jesús no queda en los acontecimientos en sí, descubre en ellos la voz de Dios que advierte sobre la inseguridad del propio destino. Si los galileos asesinados y los jerosolimitanos accidentados no eran menos pecadores que el resto de los de su tierra y generación, entonces no hay nadie que esté exento de la conversión, todos la necesitamos.

Jesús hace dos precisiones a la mentalidad de la gente: 

1º Las calamidades individuales son “signos” o avisos del juicio divino que amenaza a una humanidad pecadora; Dios de los males saca bienes.
2º Las desgracias no están asociadas a un castigo de Dios por un pecado (Job 4,7; 8,20; 22,4-5; Juan 9,1-2); sino todo lo contrario: es el pecado, el responsable del mal que hay en el mundo.
Hay que sacar las lecciones que la vida nos da continuamente, sea de los hechos trágicos de la cotidianidad o de las calamidades naturales. Detrás de todo, el Dios de la vida nos invita a vivir en plenitud.
  1. Pinceladas históricas de la resistencia popular contra Roma en tiempos de Jesús.
En el Evangelio de este Domingo, Lucas hace alusión a la represión de las legiones romanas contra la resistencia popular de los galileos. A continuación una visión esquemática de la resistencia popular de los pueblos de Judea contra el dominio romano y cómo con los años, esta resistencia se fue profundizando cada vez más hasta entrar en las raíces de la fe de la gente:
  1. Del 63 al 37 antes de Cristo: Revuelta popular sin una dirección. El 63 antes de Cristo, el imperio romano invade Palestina e impone un pesado tributo. Del 57 hasta el 37, en 20 años, explotan seis revueltas en Galilea. La gente, desesperanzada y sin meta, va detrás de cualquiera que promete liberarla del tributo romano.
  2. Del 37 al 4 antes de Cristo: Represión y desarticulación. Período de gobierno de Herodes el Grande, que mató a los inocentes en Belén (Mt 2,16). La represión brutal impide toda manifestación popular. Herodes promovía la Pax Romana, que otorga al imperio una cierta estabilidad económica; para los dominados es una paz de cementerio.
  3. Del 4 al 6 después de Cristo: Revueltas mesiánicas. Período del gobierno de Arquelao, en Judea. El día que asume el poder, masacra a 3.000 personas sobre la plaza del Templo. La rebelión se extiende a todo el país. Los líderes populares buscan motivaciones ligadas a las antiguas tradiciones y se presentan como mesias. La represión romana destruye Séforis, capital de la Galilea. La violencia marca la infancia de Jesús. Durante los diez años del gobierno de Arquelao, Palestina pasa por uno de los períodos más violentos de toda la historia.
  4. Del 6 al 27 después de Cristo: Celo por la Ley: Tiempo de revisión. El año 6, Rómulo depone a Arquelao y transforma Galilea en una Provincia Romana, decreta un censo para el pago del tributo. El censo produce una fuerte reacción popular, inspirada en el Celo por la Ley. El Celo (de donde viene “Zelotes”) empujaba a la gente a boicotear y no pagar el tributo. Esta resistencia o desobediencia civil, crecía como el fuego. Los “Zelotes” corrían el peligro de reducir la observancia de la Ley a la oposición a los romanos. En este período madura en Jesús la conciencia de su misión.
  5. Del 27 al 69 después de Cristo: Reaparecen los profetas. Éstos convocan al pueblo e invitan a la conversión y al cambio. Quieren rehacer la historia desde los orígenes. Convocan al pueblo en el desierto (Mc 1,4), para iniciar un nuevo éxodo, anunciado por Isaías (Is 43,16-11). El primero fue Juan el Bautista (Mt 11,9; 14,5; Lc 1,76), que atrae a mucha gente. (Mt 3,5-7). Después viene Jesús, considerado por la gente como un profeta (Mt 16,14, 21,11.46; Lc 7,16). Jesús, como Moisés, proclama la nueva ley sobre la Montaña (Mt 5,1) y alimenta al pueblo en el desierto (Mc 6,30-44). Como la caída del muro de Jericó hacia finales de los cuarenta años en el desierto (Is 6,20), Él anuncia la caída de los muros de Jerusalén (Lc 19,44; Mt 24,2). Como los profetas antiguos, Jesús anuncia la liberación de los presos y el comienzo de un nuevo año jubilar (Lc 4,18-19) y pide el cambio en el modo de vivir (Mt 1,15; Lc 13,3-5).
Después de Jesús aparecen otros profetas. Las autoridades de la época: Romanas, Herodianos, sacerdotes, escribas y fariseos, preocupados sólo por la seguridad del Templo o de la Nación (Jn 11,48) o con la observancia de la Ley (Mt 23,1-23), no se dan cuenta de la diferencia entre profetas y líderes populares. Para ellos “son todos la misma cosa”. Confunden a Jesús con los reyes mesiánicos (Lc 23,2-5). Gamaliel, el gran doctor de la Ley, compara a Jesús con Judas, jefe de los revoltosos (Hech 5,35-37). Flavio Josefo el historiador, confunde los profetas con “ladrones e impostores”.
  1. El tiempo de la misericordia (13,6-9)
La parábola de la higuera nos dice en pocas palabras: “Si Ustedes no se arrepienten, serán derribados y perecerán, como la higuera estéril”. Dentro de un sembrado, todo árbol que no sirve, que sólo ocupa espacio, es abatido.
Conforme se desarrolla la parábola, surgen algunos detalles interesantes:
  1. Se habla de una higuera sembrada en una viña. ¿No es esto extraño?
  2. Esta viña no es propiedad del viñador. ¿Qué indica esto?
  3. El dueño ha venido tres años seguidos a buscar su fruto. ¿Estos tres años tienen algún valor simbólico?
  4. El tiempo de la espera de un año, que suplica el viñador al Patrón, ¿no será una referencia a la fe en la eficacia del “año de gracia” (Lc 4,19) anunciado en la Sinagoga de Nazareth?
El viñador tiene esperanza en la higuera, a pesar de su esterilidad, él cree poder ayudarla a cambiar de situación volviéndola fecunda. El cambio será tal que el fruto esperado no será una cuestión casual, sino duradero.

El año de paciencia, evoca su misericordia. Ésta se hace concreta en el servicio que se le presta a la higuera para que genere vida.

De la higuera se espera una respuesta, de la cual dependerá su vida. Así se conjuga la misericordia: Dios le da un tiempo más; con la justicia: “Si no da fruto, la cortas”. Es decir: “El hecho que estés y sigas aquí es una oportunidad que Dios te da. Él te ha tenido paciencia. Pero no abuses de la misericordia de Dios. Llegará un tiempo en que ya no podrás hacer nada”.

Jesús interpela a los que dejan “para mañana” la conversión, el abandono de un mal hábito, el corregir una conducta dañina. Retrasar la conversión es una situación peligrosa. El Señor da un tiempo de espera, y no lo hace de brazos cruzados, Él hace todo lo que puede para que la higuera comience a fructificar. Pero al final, “si no da fruto, la corta”.
 
Recordemos la predicación de Juan Bautista: “Dad, pues, frutos dignos de conversión... ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Lc 3,8-9).
  1. La conversión: un llamado a la vida
La parábola es un llamado a la vida. La vida siempre está amenazada:
v  por la maldad humana: la represión militar de Pilatos, o
v  por la incontrolable naturaleza: el accidente de Siloé, o
v  por la negación de la vida simbolizada en la esterilidad de la higuera.
El texto invita a no aplazar la conversión. No podemos echarla en saco roto: “No es lo mismo arrancar una hierba o una flor que matar a una persona. Tú que juzgas, serás también juzgado” (Mt 7,1).

Con Cristo todo ha cambiado, ha sido enderezado y corregido el curso de la historia de la humanidad, se ha iniciado un final gozoso y se ha operado para este mundo su conversión. Él nos ha traído el año de gracia. Como respuesta a esta gracia reconciliadora y restauradora de Dios, nos compete cambiar la orientación de la vida, la mentalidad, la forma de vivir y de actuar y emprender libremente el camino de vuelta a la casa del Padre.
  1. Consecuencias sociales del Evangelio.
Con gran temor se debe escuchar lo que se dice el árbol que no da fruto: “Córtalo. ¿Para qué está consumiendo la tierra inútilmente?” (Lc 13,7).

Cada uno, a su manera, si no hace obras buenas, al tiempo que ocupa espacio en la vida presente, es un árbol que ocupa inútilmente el terreno, porque en el puesto donde él está, impide que pueda trabajar otro. 

Ocupa inútilmente el terreno quien le crea dificultades a las mentes de los otros. Ocupa inútilmente el terreno quien no produce buenas obras en el oficio que tiene. 

Todos somos pecadores, nuestra existencia con frecuencia es estéril, no da fruto, pero Dios nos ama y tiene con nosotros una paciencia infinita. No obstante nuestros propósitos, que a veces se quedan sólo en eso, Dios está a nuestro lado, cuenta con nosotros. La conversión es una transformación en la propia historia teniendo en cuenta la misericordia de un Dios que no sólo pide conversión sino que ayuda para que se haga realidad. 

El que murieran en el desierto o aplastados por la torre de Siloé o en un atentado, no hay que considerarlo como castigo a esas personas, ni mucho menos pensar que no agradaron a Dios.

Las desgracias son una invitación a la conversión. Nos lo enseñó Jesús y todavía no lo hemos aprendido. Dios nos exige, sigue esperando y dándonos oportunidades. Es comprensivo y misericordioso. Nos lleva a todos tatuados en sus palmas. Porque Dios es Amor nos exige y nos urge. Hay que sacar lo mejor que llevamos dentro. Corremos el riesgo de quedarnos en la mediocridad y por tanto de ocupar inútilmente el terreno.

Recuerdo un precioso Soneto de Francisco Luis Bernárdez, dice que para no ocupar inútilmente el terreno, debo revisar los fundamentos de mi vida:
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado.
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
El Evangelio no nos desalienta, al contrario, nos llama a la esperanza de que las cosas pueden verse de otro modo y pueden cambiar. Sí, Señor, “danos una oportunidad”, ¡otro año más! 

No podemos “dormirnos en los laureles”. Hay que desperezarnos y comenzar a dar fruto. No basta con no hacer nada malo, hay que hacer mucho de bueno, frutos de bondad y de justicia, la cesta llena de frutos, la higuera llena de dulces higos: “He venido para que den fruto y su fruto perdure”.

  1. Terminamos en Espíritu de Oración.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno a oscuras?
¡Oh, cuanto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!”
Y ¡cuántas, hermosura soberana:
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!”
Amén.
(De la Liturgia de las Horas)

Santiago 4,17: “El que sabe lo que es correcto y no lo hace, está en pecado”.
«Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti” (Jer 31,3)   
P. Marco Bayas O. CM

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