“Mientras estaba orando, su rostro cambió de
aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante... Se veían en un estado
de gloria”
Lucas
4,28b-36: “Unos ocho días después de
estos discursos, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subió a un
cerro a orar. Y mientras estaba orando, su rostro cambió de aspecto y su ropa
se volvió de una blancura fulgurante. Dos hombres, que eran Moisés y Elías,
conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y hablaban de su partida,
que debía cumplirse en Jerusalén. Un sueño pesado se había apoderado de Pedro y
sus compañeros, pero se despertaron de repente y vieron la gloria de Jesús y a
los dos hombres que estaban con él. Como éstos estaban para irse, Pedro dijo a
Jesús: «Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pero no sabía lo que decía. Estaba
todavía hablando, cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra, y al
quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero de la nube llegó una voz que
decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.» Después de oírse estas
palabras, Jesús estaba allí solo. Los discípulos guardaron silencio por
aquellos días, y no contaron nada a nadie de lo que habían visto”.
- Jesús es el corazón de nuestra mirada.
El
domingo pasado meditábamos en el desierto con Jesús, compartíamos sus
tentaciones. Ojalá que a lo largo de la semana nos hayan acompañado las
respuestas de Jesús: no vivamos sólo de pan, adoremos únicamente
al Señor, nuestro Dios, y no tentemos al Señor.
Este
segundo domingo de cuaresma, del desierto árido y reseco subimos a la montaña
llena de fresco verdor, para gozar su Transfiguración.
La Transfiguración del Señor tiene dos connotaciones:
Ø Lo
que Cristo es; el Hijo de Dios, a quien debemos escuchar.
Ø
Lo que somos nosotros, a qué
estamos llamados y cuál es nuestra vocación.
”Este
es mi Hijo, mi Elegido, ¡Escúchenlo!”, la voz del Padre nos
dice que Jesús es la Buena Nueva completa. Jesús es el Hijo amado, a él debemos
escuchar hasta el fin del camino.
Jerusalén
en donde terminaron las tentaciones (Lc 4,9), donde Jesús y el diablo viven la
confrontación final (Lc 22,53), donde los profetas han sido abatidos (Lc 13,33),
aparece en el centro del diálogo entre los tres profetas glorificados: Jesús,
Moisés y Elías: “hablaban de su partida (=éxodo), que iba a cumplir en
Jerusalén”.
El
texto invita a entrar en el misterio del sentido del sufrimiento, de la
debilidad y de la pobreza que salvan por el misterioso camino del “Hijo” a
quien el Padre nos pide “escuchar” y “seguir”.
- El contexto, profundizando el mensaje de la gloria del Señor.
- El contexto:
Pedro
reconoce en su Maestro al Mesías y Jesús introduce a sus discípulos en la
comprensión del misterio de su persona, anunciándoles su pasión, muerte y
resurrección: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por
los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al
tercer día” (Lc 9,22). La suerte de Jesús es un camino compartido, eso
sucederá a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.
- La Transfiguración en el Evangelio de Lucas: notas propias.
El
relato de la Transfiguración tiene en cada evangelista: Mateo, Marcos y Lucas,
detalles particulares. En Lucas destacamos que:
Ø Jesús subió a la
montaña “para orar”.
Ø Se habla de la “gloria”
de Moisés y Elías.
Ø El tema de
conversación es “el éxodo de Jesús en Jerusalén”.
Ø Pedro y los otros
dos discípulos “estaban cargados de sueño”, sin embargo “permanecían
despiertos y vieron la gloria de Jesús”.
Ø Sólo Pedro toma la
palabra cuando Moisés y Elías se han ido.
Ø Pedro llamó a
Jesús con sumo respeto: “Maestro”; en Marcos dice “Rabbí” y en
Mateo “Señor”.
Ø Desde la nube
Jesús recibe el calificativo de “Hijo elegido”, título que
recibirá en la Cruz (Lc 23,35)
Ø Los discípulos “guardaron
silencio”.
- Dos actitudes básicas en el Tabor.
La
Transfiguración tiene la estructura de un relato de manifestación divina, de
una Teofanía, o mejor de una Cristofanía, donde las acciones de “ver”
y el “oír”
ocupan el lugar central.
- Análisis de los puntos más relevantes del texto.
- Una asombrosa experiencia de oración.
“Subió
al monte a orar”, Jesús ora en los momentos cumbres de su ministerio:
en el Bautismo, 3,21; en la elección de los Doce, 6,12; en la confesión de fe
de Pedro, 9,18; en la víspera de la Pasión, 22,39-46; la Transfiguración en una
experiencia de oración.
Es
curioso en este texto de tan intensa comunicación-oración entre Jesús y el
Padre, Jesús y sus discípulos, Jesús y Moisés y Elías, Pedro y Jesús, el Padre
y todos juntos, en ningún momento aparezcan las palabras de Jesús.
El
corazón del texto es Jesús transfigurado. La presencia de los discípulos, al
comienzo y al final, apunta a la formación de testigos que darán cuenta de “lo
que han visto”. La parte central del relato se concentra en lo que los
discípulos vieron y oyeron en la montaña. Ellos son tomados por Jesús para ser testigos
de este acontecimiento.
Por
tanto, Pedro, Santiago y Juan:
Ø Son los mismos
testigos del poder de la Palabra de Jesús el primer día de su vocación en el
lago que no les daba peces (Lc 5,10-11).
Ø Son los mismos
testigos del poder de la Palabra de Jesús que le retorna el espíritu a la niña
muerta (Lc 8,51).
Ø Son los mismos
que, junto con los otros discípulos, habían escuchado ocho días antes una nueva
Palabra de Jesús, sobre su propio rechazo y sobre el seguimiento con la cruz a
cuestas (Lc 9,22-25).
Ø No están dispuestos
a aceptar rechazos (Lc 9,53-54).
Subir
“a la montaña” es entrar en un espacio de revelación; Moisés y
Elías recibieron la revelación en la “montaña”. A estos tres discípulos se les revela
lo más profundo del misterio de Jesús.
- La experiencia de los discípulos: ver la gloria de Jesús y de los profetas.
Lo que
sucede en la montaña es observado desde el ángulo de los discípulos: “vieron
su gloria y a los hombres que estaban con él”. Los discípulos ven lo que sucede al interior de la oración de
Jesús “mientras oraba...”, suceden varias cosas:
1º Un
cambio:
Ø en el rostro y
Ø en los vestidos de
Jesús.
2º Dos
personas hablan con Jesús. Se hace la presentación de ellos:
Ø “Dos varones”,
Ø “que eran
Moisés y Elías” y
Ø “aparecían
en gloria”.
3º La
conversación con Jesús:
Ø “Su partida
que iba a cumplir en Jerusalén”.
- En la montaña: Una oración que transforma.
Lucas
habla de un “cambio de aspecto en el rostro” de Jesús, y más adelante
de “su gloria”. Esto evoca el relato del Sinaí, en el que Moisés
fue “glorificado”. El evangelista deja entender que este “cambio” en el aspecto
de Jesús es obra de Dios: “él fue transformado”.
El Antiguo
Testamento remite a lo que sucedió en la experiencia de oración de Moisés en el
Monte Sinaí: “Su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con
Yahveh” (Éx 34,29; 2 Cor 3,7.13); “Los israelitas veían
entonces que el rostro de Moisés irradiaba” (Éx 34,35).
- La presencia de Moisés y Elías: Los dos testigos.
Moisés
y Elías “aparecían en gloria”, procedentes del
cielo, igual que Jesús. En la Escritura, Moisés y Elías no son como el común de
los mortales: Elías fue arrebatado en un carro de fuego (2 Reyes 2,11) y Moisés
fue enterrado en lugar desconocido, (Deut 34,6). Una antigua tradición judía habla
de la “asunción de Moisés”.
Todo
lo sucedido en el camino y en la Pascua de Jesús es el cumplimiento de lo que
“está escrito en la Ley y en los Profetas” (Lc 24,44). Moisés y Elías
representan la “Ley y los Profetas”.
Ellos,
como los “dos varones” de vestidos resplandecientes que intervienen
dando explicaciones de parte de Dios al comienzo y al final de los eventos
pascuales (Lc 24,4 y Hech 1,10), son testigos de la obra de Dios.
Moisés
y Elías tuvieron algo en común; el servicio al pueblo, obedeciendo el envío del
Señor que les costó mucho sufrimiento:
Ø En el diálogo con
Jesús, ellos son testigos de lo que vivieron en carne propia; Moisés y Elías
fueron profetas rechazados, su misión casi les costó la vida.
Ø Sirvieron a Dios
aún en medio de la testarudez de un pueblo que en más de una ocasión se vino en
contra de ellos; pero su sufrimiento valió la pena: su camino es modelo de la
gloria que emerge de dentro del dolor cuando éste es vivido en función de los
demás y de cumplir la obra salvífica de Dios en el mundo.
Ø Moisés y Elías al
lado de Jesús “en gloria”, pueden dar testimonio de que
efectivamente por ese camino se llega a la plenitud de la vida.
- Una comprensión del camino de la pasión y muerte de Jesús.
El
tema de conversación de Moisés y Elías con Jesús es “la partida que iba a
cumplir en Jerusalén”, su “salida” hacia el Padre. Detrás de todo están
las promesas bíblicas: en Jesús se cumplen estas esperanzas, la encarnación de
las fieles promesas de Dios a su pueblo.
En la
cruz, Jesús se entrega completamente por los demás, va más lejos que Moisés y
Elías. La suya no es una muerte como tantas otras. Su “salida” hacia el Padre,
por medio de la Pasión, será en adelante el punto de referencia definitivo de
toda experiencia pascual y de todo camino humano.
Así,
el fatídico viaje de Jesús hacia Jerusalén permanece como un símbolo memorable
de su consagración total al querer de Dios. Al contemplar la Cruz de Cristo, no
es para ver únicamente el aspecto oscuro del sufrimiento, visto como gran
tragedia o sea como algo que simplemente se soporta, sino como un
“cumplimiento”.
- El sueño: la fragilidad y las condiciones de los discípulos.
“Pedro y sus compañeros estaban cargados
de sueño, pero permanecían despiertos”. La actitud de Pedro y sus
compañeros, nos recuerda el sueño de los discípulos durante la oración y agonía
de Jesús del Getsemaní (Lc 22,45-46), describe la dificultad para acompañar a
Jesús en su camino hasta las últimas consecuencias. Aunque “ven” la gloria de
Jesús la pesadez interna no les permite ponerse a la altura de los acontecimientos.
La
situación descrita no es negativa, sino el punto de partida del bellísimo itinerario
pedagógico que vivirá Jesús hasta cuando les abra los ojos a la revelación
total en el día pascual, en el camino de Emaús (Lc 24,16.31)
- Una Teofanía: La escucha de la voz del Padre en la nube.
Los discípulos
no consiguen estar a la altura del momento y que, necesitarán ser conducidos en
un nuevo itinerario, lo demuestran la torpeza de Pedro quien hablaba “sin
saber lo que decía”. Sobre las desatinadas palabras de Pedro se impone
la palabra reveladora y exhortadora del Padre.
- La desatinada propuesta de Pedro.
Pedro quiere
prolongar la deliciosa experiencia, propone hacer tres chozas, cree que ya
llegaron a la meta y que se debe erigir en la tierra unas tiendas similares a
las del cielo, de manera que los tres, ya en el ámbito de la divinidad, puedan
prolongar su estadía gloriosa en la tierra.
Pero la
gloria todavía no ha llegado, hay que acompañar a Jesús hasta el fin del
“cumplimiento” del “éxodo” en Jerusalén. Los discípulos no captan por sí mismos el camino de sufrimiento
del Maestro que culminará en la gloria.
- La propuesta teofánica de Dios Padre.
La
formación de la nube que “los cubrió con su sombra” nos lleva a
la escena de la anunciación de María (Lc 1,35), recuerda también la divina
presencia que llenó con su gloria la tienda del encuentro, la misma gloria de
Yahvé que cubrió la santa montaña y en la cual entró Moisés (Ex 24,15-18): “La
nube cubrió el monte; la gloria de Yahvé descansó sobre el monte Sinaí...
Moisés entró dentro de la nube y subió al monte”.
Con
esto se están señalando dos cosas:
Ø No hay necesidad
de la tienda que Pedro quiere hacer, porque Dios mismo es quien la hace al
cubrir con la nube la montaña.
Ø Es el Padre quien
conduce a la gloria e invita a los discípulos a entrar en ella. La
transfiguración de Jesús es obra de Él.
Luego
de un momento de silencio reverencial, de apertura al misterio, aparece un
nuevo elemento de la manifestación de Dios: “Vino una voz desde la nube, que decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido;
escúchenle”. Las palabras nos recuerdan la escena del bautismo de Jesús (Lc
3,21-22) y no están dirigidas a Jesús sino a los discípulos indicándoles:
Ø Que Jesús es el “Hijo”,
el “Elegido”; este es un título propio del Mesías (Isaías 42,1)
Ø Que a Jesús hay
que “escucharlo”. Deuteronomio 18,15-18 habla de un profeta como
Moisés, enviado como profeta definitivo, a quien hay que “escuchar” (Hech 3,22
y 7,37). Jesús es más que este profeta, es el “Hijo” por medio del cual se da a
conocer a sí mismo y realiza el camino de la salvación. El imperativo “¡escúchenle!” es el corazón de esta experiencia maravillosa.
- Un silencio contemplativo que se extiende hasta la Cruz.
Al
final de la transfiguración, Jesús queda solo. Los discípulos guardan silencio
sobre el acontecimiento, hasta el fin del ministerio de Jesús.
Desde
la transfiguración se abre un nuevo espacio formativo para los discípulos. La
proclamación no podrá hacerse hasta que no hayan llegado al “cumplimiento
del éxodo” que está a punto de realizarse Jerusalén, entonces sí podrán
anunciar “lo que habían visto”, en calidad de testigos enviados con
la fuerza del Espíritu (Lc 24,48-49).
4. La Transfiguración hoy: “Maestro; ¡qué
bien se está aquí!”.
Para conseguir el bienestar interno y externo necesitamos
“Tabores” que nos conviertan en personas nuevas. Experiencias personales donde
el traje de nuestra vida y de nuestras actitudes resplandezcan en un blanco
deslumbrador que refleje lo que llevamos dentro: la presencia de Dios.
Sólo cuando seamos capaces de alejarnos del ruido, de correr y
rasgar los velos que el mundo pone delante de nosotros, reconoceremos el rol
que tiene Jesús en nuestra existencia y lo que pretende de ella. Así, Tabor:
Ø Son aquellas situaciones que Dios
nos regala y donde, de una forma sorprendente, comprobamos que El camina junto
a nosotros.
Ø Es el monte idílico del que nunca
quisiéramos descender para no enfrentarnos a las numerosas cruces que nos
aguardan. Es la otra cara de la moneda: las dificultades de nuestra misión
cristiana como paso previo a la Resurrección.
Ø Es la claridad que nos hace ver,
leer, escrutar y asombrarnos ante la huella de Dios por su Palabra y en sus
Misterios.
Ø Es aquel momento que Dios nos
brinda para adquirir la capacidad de comprensión y entendimiento: detrás de la
humanidad de Jesús se descubre la grandeza y el poderío de Dios.
a. Una
invitación y un reto: ¡Hagamos miles de tiendas!
Tres tiendas propone levantar Pedro movido por una atmósfera
de paz y de éxtasis espiritual y miles de tiendas, quisiéramos construir nosotros,
para vivir unidos al Maestro permanentemente. Para que nuestra vida no tuviera
resquicio de duda ni de pecado, de división ni de dificultades.
Tres tiendas quería Pedro y vivir de espaldas al camino que le
aguardaba, del martirio y de las complicaciones que le traería el ser discípulo
de Jesús.
Otras tiendas, que protegen y fortalecen la vida cristiana,
podemos tener:
Ø Cuando vivimos con intensidad una
eucaristía: nuestro interior resplandece a la luz de la Fe.
Ø Cuando, como penitentes,
reconocemos que en el Sacramento de la Reconciliación se alcanza la paz consigo
mismo y con el mismo Dios.
Ø Cuando escuchamos la Palabra de
Dios que nos propone caminos para ser hombres y mujeres enteramente nuevos.
Ø Cuando en las situaciones de cada día
descubrimos que Jesús se transfigura en los pequeños detalles, en las grandes
opciones que realizamos, en las cruces que abrazamos.
b. Una
plegaria: Señor, ¡ayúdanos a hacer miles de tiendas!
Esto lo pedimos, no para estar ajenos a la realidad que nos
produce hastío o cicatrices en el cuerpo, en el corazón o en el alma, sino una
tienda:
Ø Cuyo techo sea el cielo que nos
habla de tu presencia Señor.
Ø Sin puerta de entrada ni salida,
para que siempre nos encuentres en vela, despiertos y contemplando tu realeza.
Ø En la que todos aprendamos que la
Cruz es condición necesaria e insoslayable en la fidelidad cristiana.
Ø Que nos ayude a entender que aquí
todos somos nómadas. Que no importa tanto el estar instalados cuanto estar
siempre cayendo en la cuenta de que todo es fugaz y pasajero.
Ø Que nos proteja de las inclemencias
de los fracasos y tumbos de nuestra vida cristiana.
Ø Que nos ayude a escuchar
tu voz en el silencio del desierto.
Ø Donde permanentemente sintamos cómo
se mueve su débil estructura al soplo de tu voz: “Tú eres mi Hijo amado”.
- Bienaventuranzas de los “iluminados” o “transfigurados”.
Bienaventurados aquellos que han acogido a
Cristo venido como luz en las tinieblas (Juan 1,5), porque se han hecho
hijos de la luz y del día.
Bienaventurados
aquellos que cada día se nutren de Cristo, en la contemplación y en el
conocimiento, como el profeta Isaías del carbón ardiente (Isaías 6,6), porque
serán purificados de toda mancha del alma y del cuerpo.
Bienaventurados
aquellos que en cada momento degustan esta luz inefable con la boca de
la inteligencia, porque caminarán con compostura como en pleno día (Romanos
13,13) y pasarán el tiempo con alegría.
Bienaventurados
aquellos que viven siempre en la luz de Cristo, porque ahora son sus
hermanos y coherederos, y lo serán por siempre.
Bienaventurados
aquellos que han encendido la luz en su corazón y no la han dejado
apagar, porque después de esta vida andarán con esplendor ante el esposo (1
Tesalonicenses 4,17), y portando las antorchas, entrarán con él en la recámara
nupcial (Mateo 9,15).
Bienaventurados
aquellos que se han acercado a la luz divina, se han compenetrado y se han
hecho enteramente luz fundiéndose con ella, porque se han despojado
completamente de su hábito de impureza y no llorarán más lágrimas amargas.
Bienaventurados
aquellos a quienes se les ven sus vestiduras brillar como si fuera Cristo,
porque enseguida serán colmados de un gozo inefable; y, en su consternación,
llorarán de felicidad ante la prueba de que ya se han hecho hijos y herederos
de la resurrección”.
5. Un
reto: Subamos a la montaña con Jesús para conseguir calidad de vida, éxito o
excelencia.
En la alta montaña, Jesús eleva su espíritu
en la oración, y resplandece transfigurado por la luz y la gloria, circundado
por Moisés y Elías, los grandes expertos en el trato con Dios en la montaña.
Con Pedro, nos sale del corazón en estos
momentos de calidad: "Maestro, qué bien se está aquí".
Necesitamos momentos interiores de
aclaración y autoestima en todas las etapas de la vida; procesos dolorosos para
restañar nuestras heridas por la muerte de algún ser querido, algún problema de
salud, de trabajo, de convivencia; momentos de satisfacción por el amor que
recibimos de los demás, momentos y situaciones que hacen referencia al amor
matrimonial, a la maternidad y paternidad, a la familia; la sinceridad en el
descubrimiento de nuestro pecado, en los sentimientos de conversión y perdón;
la celebración de los sacramentos y la participación en la comunidad cristiana;
opciones que hemos tomado para actuar rectamente, para ser justos y generosos,
para actuar con sentido social y de respeto a los demás, para colaborar en
asociaciones y entidades en favor de la humanidad y el bien de nuestro pueblo y
de los demás…
¿Sabemos saborear estas transfiguraciones
de nuestra vida? ¿Sabemos vivirlas con el corazón henchido y dar gracias a Dios
y a los demás? Hacerlo es muy bueno para nuestra salud de cristianos. Y así
ahuyentamos y contrarrestamos la tendencia a la mediocridad, a lo convencional,
a las apariencias y a las corrupciones que nos asaltan siempre.
Hay necesidad de transfiguración permanente
en nuestra vida, porque siempre se nos hace difícil llegar a vivir la fe de
Jesús de manera adecuada. Nos resistimos a elevarnos a la verdadera altura de
la fe de Jesús y dejarnos transfigurar por ella. ¡Nuestra fe es tan ambigua!,
¡son tan dudosas y débiles las actitudes que tenemos! No porque lo sea el
contenido de la fe, sino porque lo somos nosotros, las personas que acogemos la
fe.
Vivamos con constancia un impulso de transfiguración,
que nos cambie y eleve. Salgamos de nosotros mismos, de nuestra autosuficiencia
cerrada, subamos a la montaña y dispongámonos a recibir y dejarnos transformar
por la luz de las alturas, por Dios y por los demás. Venzamos el miedo que
también tenían Pedro, Juan y Santiago, de dejarse cubrir por la nube y de
penetrar en su interior. Así escucharemos la invitación que desde la nube nos
hace una voz: "Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenle".
“Hay un imán en tu corazón que atraerá a
los amigos de verdad. Ese imán está forjado por tu generosidad y tu capacidad
de pensar en los demás antes que en ti. Cuando aprendas a vivir por otros,
ellos vivirán por ti.”
P.
Marco Bayas O. CM
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