sábado, 23 de febrero de 2013

II DOMINGO TIEMPO DE CUARESMA (CICLO C) Evangelio: Lucas 9,28b-36



Mientras estaba orando, su rostro cambió de aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante... Se veían en un estado de gloria

Lucas 4,28b-36: Unos ocho días después de estos discursos, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subió a un cerro a orar. Y mientras estaba orando, su rostro cambió de aspecto y su ropa se volvió de una blancura fulgurante. Dos hombres, que eran Moisés y Elías, conversaban con él. Se veían en un estado de gloria y hablaban de su partida, que debía cumplirse en Jerusalén. Un sueño pesado se había apoderado de Pedro y sus compañeros, pero se despertaron de repente y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Como éstos estaban para irse, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pero no sabía lo que decía. Estaba todavía hablando, cuando se formó una nube que los cubrió con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron. Pero de la nube llegó una voz que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo.» Después de oírse estas palabras, Jesús estaba allí solo. Los discípulos guardaron silencio por aquellos días, y no contaron nada a nadie de lo que habían visto”.
  1. Jesús es el corazón de nuestra mirada.
El domingo pasado meditábamos en el desierto con Jesús, compartíamos sus tentaciones. Ojalá que a lo largo de la semana nos hayan acompañado las respuestas de Jesús: no vivamos sólo de pan, adoremos únicamente al Señor, nuestro Dios, y no tentemos al Señor. 

Este segundo domingo de cuaresma, del desierto árido y reseco subimos a la montaña llena de fresco verdor, para gozar su Transfiguración.

La Transfiguración del Señor tiene dos connotaciones:
Ø  Lo que Cristo es; el Hijo de Dios, a quien debemos escuchar.
Ø  Lo que somos nosotros, a qué estamos llamados y cuál es nuestra vocación.

”Este es mi Hijo, mi Elegido, ¡Escúchenlo!, la voz del Padre nos dice que Jesús es la Buena Nueva completa. Jesús es el Hijo amado, a él debemos escuchar hasta el fin del camino. 

Jerusalén en donde terminaron las tentaciones (Lc 4,9), donde Jesús y el diablo viven la confrontación final (Lc 22,53), donde los profetas han sido abatidos (Lc 13,33), aparece en el centro del diálogo entre los tres profetas glorificados: Jesús, Moisés y Elías: “hablaban de su partida (=éxodo), que iba a cumplir en Jerusalén”. 

El texto invita a entrar en el misterio del sentido del sufrimiento, de la debilidad y de la pobreza que salvan por el misterioso camino del “Hijo” a quien el Padre nos pide “escuchar” y “seguir”.
  1. El contexto, profundizando el mensaje de la gloria del Señor.
  1. El contexto:
Pedro reconoce en su Maestro al Mesías y Jesús introduce a sus discípulos en la comprensión del misterio de su persona, anunciándoles su pasión, muerte y resurrección: “El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día” (Lc 9,22). La suerte de Jesús es un camino compartido, eso sucederá a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.
  1. La Transfiguración en el Evangelio de Lucas: notas propias.
El relato de la Transfiguración tiene en cada evangelista: Mateo, Marcos y Lucas, detalles particulares. En Lucas destacamos que: 

Ø  Jesús subió a la montaña “para orar”.
Ø  Se habla de la “gloria” de Moisés y Elías.
Ø  El tema de conversación es “el éxodo de Jesús en Jerusalén.
Ø  Pedro y los otros dos discípulos “estaban cargados de sueño”, sin embargo “permanecían despiertos y vieron la gloria de Jesús”.
Ø  Sólo Pedro toma la palabra cuando Moisés y Elías se han ido.
Ø  Pedro llamó a Jesús con sumo respeto: “Maestro”; en Marcos dice “Rabbí” y en Mateo “Señor”.
Ø  Desde la nube Jesús recibe el calificativo de “Hijo elegido”, título que recibirá en la Cruz (Lc 23,35)
Ø  Los discípulos “guardaron silencio”.
  1. Dos actitudes básicas en el Tabor.
La Transfiguración tiene la estructura de un relato de manifestación divina, de una Teofanía, o mejor de una Cristofanía, donde las acciones de “ver” y el “oír” ocupan el lugar central.
  1. Análisis de los puntos más relevantes del texto.
  1. Una asombrosa experiencia de oración.
Subió al monte a orar”, Jesús ora en los momentos cumbres de su ministerio: en el Bautismo, 3,21; en la elección de los Doce, 6,12; en la confesión de fe de Pedro, 9,18; en la víspera de la Pasión, 22,39-46; la Transfiguración en una experiencia de oración.
Es curioso en este texto de tan intensa comunicación-oración entre Jesús y el Padre, Jesús y sus discípulos, Jesús y Moisés y Elías, Pedro y Jesús, el Padre y todos juntos, en ningún momento aparezcan las palabras de Jesús.

El corazón del texto es Jesús transfigurado. La presencia de los discípulos, al comienzo y al final, apunta a la formación de testigos que darán cuenta de “lo que han visto”. La parte central del relato se concentra en lo que los discípulos vieron y oyeron en la montaña. Ellos son tomados por Jesús para ser testigos de este acontecimiento. 

Por tanto, Pedro, Santiago y Juan:
Ø  Son los mismos testigos del poder de la Palabra de Jesús el primer día de su vocación en el lago que no les daba peces (Lc 5,10-11).
Ø  Son los mismos testigos del poder de la Palabra de Jesús que le retorna el espíritu a la niña muerta (Lc 8,51).
Ø  Son los mismos que, junto con los otros discípulos, habían escuchado ocho días antes una nueva Palabra de Jesús, sobre su propio rechazo y sobre el seguimiento con la cruz a cuestas (Lc 9,22-25).
Ø  No están dispuestos a aceptar rechazos (Lc 9,53-54).

Subir “a la montaña” es entrar en un espacio de revelación; Moisés y Elías recibieron la revelación en la “montaña”. A estos tres discípulos se les revela lo más profundo del misterio de Jesús.
  1. La experiencia de los discípulos: ver la gloria de Jesús y de los profetas.
Lo que sucede en la montaña es observado desde el ángulo de los discípulos: “vieron su gloria y a los hombres que estaban con él. Los discípulos ven lo que sucede al interior de la oración de Jesús “mientras oraba...”, suceden varias cosas:

1º Un cambio: 
Ø  en el rostro y
Ø  en los vestidos de Jesús. 
2º Dos personas hablan con Jesús. Se hace la presentación de ellos: 
Ø  Dos varones”,
Ø  que eran Moisés y Elías” y
Ø  aparecían en gloria”. 
3º La conversación con Jesús: 
Ø  Su partida que iba a cumplir en Jerusalén”.
  1. En la montaña: Una oración que transforma.
Lucas habla de un “cambio de aspecto en el rostro” de Jesús, y más adelante de “su gloria”. Esto evoca el relato del Sinaí, en el que Moisés fue “glorificado”. El evangelista deja entender que este “cambio” en el aspecto de Jesús es obra de Dios: “él fue transformado”. 

El Antiguo Testamento remite a lo que sucedió en la experiencia de oración de Moisés en el Monte Sinaí: “Su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con Yahveh (Éx 34,29; 2 Cor 3,7.13); “Los israelitas veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba” (Éx 34,35).
  1. La presencia de Moisés y Elías: Los dos testigos.
Moisés y Elías “aparecían en gloria”, procedentes del cielo, igual que Jesús. En la Escritura, Moisés y Elías no son como el común de los mortales: Elías fue arrebatado en un carro de fuego (2 Reyes 2,11) y Moisés fue enterrado en lugar desconocido, (Deut 34,6). Una antigua tradición judía habla de la “asunción de Moisés”. 

Todo lo sucedido en el camino y en la Pascua de Jesús es el cumplimiento de lo que “está escrito en la Ley y en los Profetas” (Lc 24,44). Moisés y Elías representan la “Ley y los Profetas”. 

Ellos, como los “dos varones” de vestidos resplandecientes que intervienen dando explicaciones de parte de Dios al comienzo y al final de los eventos pascuales (Lc 24,4 y Hech 1,10), son testigos de la obra de Dios.

Moisés y Elías tuvieron algo en común; el servicio al pueblo, obedeciendo el envío del Señor que les costó mucho sufrimiento:
Ø  En el diálogo con Jesús, ellos son testigos de lo que vivieron en carne propia; Moisés y Elías fueron profetas rechazados, su misión casi les costó la vida.
Ø  Sirvieron a Dios aún en medio de la testarudez de un pueblo que en más de una ocasión se vino en contra de ellos; pero su sufrimiento valió la pena: su camino es modelo de la gloria que emerge de dentro del dolor cuando éste es vivido en función de los demás y de cumplir la obra salvífica de Dios en el mundo.
Ø  Moisés y Elías al lado de Jesús “en gloria”, pueden dar testimonio de que efectivamente por ese camino se llega a la plenitud de la vida.
  1. Una comprensión del camino de la pasión y muerte de Jesús.
El tema de conversación de Moisés y Elías con Jesús es “la partida que iba a cumplir en Jerusalén”, su “salida” hacia el Padre. Detrás de todo están las promesas bíblicas: en Jesús se cumplen estas esperanzas, la encarnación de las fieles promesas de Dios a su pueblo.

En la cruz, Jesús se entrega completamente por los demás, va más lejos que Moisés y Elías. La suya no es una muerte como tantas otras. Su “salida” hacia el Padre, por medio de la Pasión, será en adelante el punto de referencia definitivo de toda experiencia pascual y de todo camino humano. 

Así, el fatídico viaje de Jesús hacia Jerusalén permanece como un símbolo memorable de su consagración total al querer de Dios. Al contemplar la Cruz de Cristo, no es para ver únicamente el aspecto oscuro del sufrimiento, visto como gran tragedia o sea como algo que simplemente se soporta, sino como un “cumplimiento”.

  1. El sueño: la fragilidad y las condiciones de los discípulos.
 Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos”. La actitud de Pedro y sus compañeros, nos recuerda el sueño de los discípulos durante la oración y agonía de Jesús del Getsemaní (Lc 22,45-46), describe la dificultad para acompañar a Jesús en su camino hasta las últimas consecuencias. Aunque “ven” la gloria de Jesús la pesadez interna no les permite ponerse a la altura de los acontecimientos.
La situación descrita no es negativa, sino el punto de partida del bellísimo itinerario pedagógico que vivirá Jesús hasta cuando les abra los ojos a la revelación total en el día pascual, en el camino de Emaús (Lc 24,16.31)
  1. Una Teofanía: La escucha de la voz del Padre en la nube.
Los discípulos no consiguen estar a la altura del momento y que, necesitarán ser conducidos en un nuevo itinerario, lo demuestran la torpeza de Pedro quien hablaba “sin saber lo que decía”. Sobre las desatinadas palabras de Pedro se impone la palabra reveladora y exhortadora del Padre.
  1. La desatinada propuesta de Pedro.
Pedro quiere prolongar la deliciosa experiencia, propone hacer tres chozas, cree que ya llegaron a la meta y que se debe erigir en la tierra unas tiendas similares a las del cielo, de manera que los tres, ya en el ámbito de la divinidad, puedan prolongar su estadía gloriosa en la tierra.
Pero la gloria todavía no ha llegado, hay que acompañar a Jesús hasta el fin del “cumplimiento” del “éxodo” en Jerusalén. Los discípulos no  captan por sí mismos el camino de sufrimiento del Maestro que culminará en la gloria.
  1. La propuesta teofánica de Dios Padre.
La formación de la nube que “los cubrió con su sombra” nos lleva a la escena de la anunciación de María (Lc 1,35), recuerda también la divina presencia que llenó con su gloria la tienda del encuentro, la misma gloria de Yahvé que cubrió la santa montaña y en la cual entró Moisés (Ex 24,15-18): “La nube cubrió el monte; la gloria de Yahvé descansó sobre el monte Sinaí... Moisés entró dentro de la nube y subió al monte”.
Con esto se están señalando dos cosas: 

Ø  No hay necesidad de la tienda que Pedro quiere hacer, porque Dios mismo es quien la hace al cubrir con la nube la montaña.
Ø  Es el Padre quien conduce a la gloria e invita a los discípulos a entrar en ella. La transfiguración de Jesús es obra de Él. 

Luego de un momento de silencio reverencial, de apertura al misterio, aparece un nuevo elemento de la manifestación de Dios: “Vino una voz desde la nube, que decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido; escúchenle”. Las palabras nos recuerdan la escena del bautismo de Jesús (Lc 3,21-22) y no están dirigidas a Jesús sino a los discípulos indicándoles: 

Ø  Que Jesús es el “Hijo”, el “Elegido”; este es un título propio del Mesías (Isaías 42,1)
Ø  Que a Jesús hay que “escucharlo”. Deuteronomio 18,15-18 habla de un profeta como Moisés, enviado como profeta definitivo, a quien hay que “escuchar” (Hech 3,22 y 7,37). Jesús es más que este profeta, es el “Hijo” por medio del cual se da a conocer a sí mismo y realiza el camino de la salvación. El imperativo ¡escúchenle!  es el corazón de esta experiencia maravillosa.
  1. Un silencio contemplativo que se extiende hasta la Cruz.
Al final de la transfiguración, Jesús queda solo. Los discípulos guardan silencio sobre el acontecimiento, hasta el fin del ministerio de Jesús.
Desde la transfiguración se abre un nuevo espacio formativo para los discípulos. La proclamación no podrá hacerse hasta que no hayan llegado al “cumplimiento del éxodo” que está a punto de realizarse Jerusalén, entonces sí podrán anunciar “lo que habían visto”, en calidad de testigos enviados con la fuerza del Espíritu (Lc 24,48-49). 

4.  La Transfiguración hoy: “Maestro; ¡qué bien se está aquí!”.
Para conseguir el bienestar interno y externo necesitamos “Tabores” que nos conviertan en personas nuevas. Experiencias personales donde el traje de nuestra vida y de nuestras actitudes resplandezcan en un blanco deslumbrador que refleje lo que llevamos dentro: la presencia de Dios.

Sólo cuando seamos capaces de alejarnos del ruido, de correr y rasgar los velos que el mundo pone delante de nosotros, reconoceremos el rol que tiene Jesús en nuestra existencia y lo que pretende de ella. Así, Tabor:

Ø  Son aquellas situaciones que Dios nos regala y donde, de una forma sorprendente, comprobamos que El camina junto a nosotros.
Ø  Es el monte idílico del que nunca quisiéramos descender para no enfrentarnos a las numerosas cruces que nos aguardan. Es la otra cara de la moneda: las dificultades de nuestra misión cristiana como paso previo a la Resurrección.
Ø  Es la claridad que nos hace ver, leer, escrutar y asombrarnos ante la huella de Dios por su Palabra y en sus Misterios.
Ø  Es aquel momento que Dios nos brinda para adquirir la capacidad de comprensión y entendimiento: detrás de la humanidad de Jesús se descubre la grandeza y el poderío de Dios.

a.  Una invitación y un reto: ¡Hagamos miles de tiendas!
Tres tiendas propone levantar Pedro movido por una atmósfera de paz y de éxtasis espiritual y miles de tiendas, quisiéramos construir nosotros, para vivir unidos al Maestro permanentemente. Para que nuestra vida no tuviera resquicio de duda ni de pecado, de división ni de dificultades.

Tres tiendas quería Pedro y vivir de espaldas al camino que le aguardaba, del martirio y de las complicaciones que le traería el ser discípulo de Jesús.

Otras tiendas, que protegen y fortalecen la vida cristiana, podemos tener:
Ø  Cuando vivimos con intensidad una eucaristía: nuestro interior resplandece a la luz de la Fe.
Ø  Cuando, como penitentes, reconocemos que en el Sacramento de la Reconciliación se alcanza la paz consigo mismo y con el mismo Dios.
Ø  Cuando escuchamos la Palabra de Dios que nos propone caminos para ser hombres y mujeres enteramente nuevos.
Ø  Cuando en las situaciones de cada día descubrimos que Jesús se transfigura en los pequeños detalles, en las grandes opciones que realizamos, en las cruces que abrazamos.

b.  Una plegaria: Señor, ¡ayúdanos a hacer miles de tiendas! 

Esto lo pedimos, no para estar ajenos a la realidad que nos produce hastío o cicatrices en el cuerpo, en el corazón o en el alma, sino una tienda:

Ø  Cuyo techo sea el cielo que nos habla de tu presencia Señor.
Ø  Sin puerta de entrada ni salida, para que siempre nos encuentres en vela, despiertos y contemplando tu realeza.
Ø  En la que todos aprendamos que la Cruz es condición necesaria e insoslayable en la fidelidad cristiana.
Ø  Que nos ayude a entender que aquí todos somos nómadas. Que no importa tanto el estar instalados cuanto estar siempre cayendo en la cuenta de que todo es fugaz y pasajero.
Ø  Que nos proteja de las inclemencias de los fracasos y tumbos de nuestra vida cristiana.
Ø  Que nos ayude a escuchar tu voz en el silencio del desierto.
Ø  Donde permanentemente sintamos cómo se mueve su débil estructura al soplo de tu voz: “Tú eres mi Hijo amado”.
  1. Bienaventuranzas de los “iluminados” o “transfigurados”.
Bienaventurados aquellos que han acogido a Cristo venido como luz en las tinieblas (Juan 1,5), porque se han hecho hijos de la luz y del día.

Bienaventurados aquellos que cada día se nutren de Cristo, en la contemplación y en el conocimiento, como el profeta Isaías del carbón ardiente (Isaías 6,6), porque serán purificados de toda mancha del alma y del cuerpo. 

Bienaventurados aquellos que en cada momento degustan esta luz inefable con la boca de la inteligencia, porque caminarán con compostura como en pleno día (Romanos 13,13) y pasarán el tiempo con alegría. 

Bienaventurados aquellos que viven siempre en la luz de Cristo, porque ahora son sus hermanos y coherederos, y lo serán por siempre. 

Bienaventurados aquellos que han encendido la luz en su corazón y no la han dejado apagar, porque después de esta vida andarán con esplendor ante el esposo (1 Tesalonicenses 4,17), y portando las antorchas, entrarán con él en la recámara nupcial (Mateo 9,15). 

Bienaventurados aquellos que se han acercado a la luz divina, se han compenetrado y se han hecho enteramente luz fundiéndose con ella, porque se han despojado completamente de su hábito de impureza y no llorarán más lágrimas amargas. 

Bienaventurados aquellos a quienes se les ven sus vestiduras brillar como si fuera Cristo, porque enseguida serán colmados de un gozo inefable; y, en su consternación, llorarán de felicidad ante la prueba de que ya se han hecho hijos y herederos de la resurrección”.
5.  Un reto: Subamos a la montaña con Jesús para conseguir calidad de vida, éxito o excelencia.

En la alta montaña, Jesús eleva su espíritu en la oración, y resplandece transfigurado por la luz y la gloria, circundado por Moisés y Elías, los grandes expertos en el trato con Dios en la montaña.
Con Pedro, nos sale del corazón en estos momentos de calidad: "Maestro, qué bien se está aquí".

Necesitamos momentos interiores de aclaración y autoestima en todas las etapas de la vida; procesos dolorosos para restañar nuestras heridas por la muerte de algún ser querido, algún problema de salud, de trabajo, de convivencia; momentos de satisfacción por el amor que recibimos de los demás, momentos y situaciones que hacen referencia al amor matrimonial, a la maternidad y paternidad, a la familia; la sinceridad en el descubrimiento de nuestro pecado, en los sentimientos de conversión y perdón; la celebración de los sacramentos y la participación en la comunidad cristiana; opciones que hemos tomado para actuar rectamente, para ser justos y generosos, para actuar con sentido social y de respeto a los demás, para colaborar en asociaciones y entidades en favor de la humanidad y el bien de nuestro pueblo y de los demás…

¿Sabemos saborear estas transfiguraciones de nuestra vida? ¿Sabemos vivirlas con el corazón henchido y dar gracias a Dios y a los demás? Hacerlo es muy bueno para nuestra salud de cristianos. Y así ahuyentamos y contrarrestamos la tendencia a la mediocridad, a lo convencional, a las apariencias y a las corrupciones que nos asaltan siempre.

Hay necesidad de transfiguración permanente en nuestra vida, porque siempre se nos hace difícil llegar a vivir la fe de Jesús de manera adecuada. Nos resistimos a elevarnos a la verdadera altura de la fe de Jesús y dejarnos transfigurar por ella. ¡Nuestra fe es tan ambigua!, ¡son tan dudosas y débiles las actitudes que tenemos! No porque lo sea el contenido de la fe, sino porque lo somos nosotros, las personas que acogemos la fe. 

Vivamos con constancia un impulso de transfiguración, que nos cambie y eleve. Salgamos de nosotros mismos, de nuestra autosuficiencia cerrada, subamos a la montaña y dispongámonos a recibir y dejarnos transformar por la luz de las alturas, por Dios y por los demás. Venzamos el miedo que también tenían Pedro, Juan y Santiago, de dejarse cubrir por la nube y de penetrar en su interior. Así escucharemos la invitación que desde la nube nos hace una voz: "Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenle". 

Hay un imán en tu corazón que atraerá a los amigos de verdad. Ese imán está forjado por tu generosidad y tu capacidad de pensar en los demás antes que en ti. Cuando aprendas a vivir por otros, ellos vivirán por ti.
 
P. Marco Bayas O. CM

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