Catequesis
sobre el Domingo de Ramos y la Pasión del Señor
Evangelio según san Lucas
19, 28-40. (El texto evangélico de la Misa es el de la Pasión, éste es el de la
bendición de las palmas)
Introducción
Tiene sentido celebrar
el Domingo de Ramos si estamos dispuestos a perseverar con esas mismas palmas
hasta el Domingo de la Resurrección, recorriendo la procesión que pasa por el
triduo pascual, aprendiendo que la verdadera palma de la victoria es la de la
Cruz.
Comenzamos la Semana
Santa, “en ella se han verificado para
nosotros dones inefables: se ha concluido la guerra, se ha extinguido la
muerte, se ha cancelado la maldición, se ha removido toda barrera, se ha
suprimido la esclavitud del pecado. En ella el Dios de la paz ha pacificado
toda realidad, sea en el cielo sea en la tierra”. (San Juan Crisóstomo)
En el Domingo de
Ramos o “de la Pasión del Señor” la
liturgia nos propone la “procesión de los ramos”, en la cual se proclama el
pasaje de la entrada de Jesús en Jerusalén. Luego, en la Eucaristía, se
proclama la Pasión de Jesús.
- Algunos Significados:
a. Domingo de Ramos.
El
Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las
Palmas y de la Pasión.
En
este día, se entrecruzan dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta
celebración: la alegre, multitudinaria y festiva liturgia de la Iglesia Madre
de la Ciudad Santa, que se convierte en mimesis, imitación de los que Jesús
hizo en Jerusalén; y la austera memoria – anamnesis – de la Pasión que marcaba
la liturgia de Roma. Liturgias de Jerusalén y Roma, juntas en nuestra
celebración.
En
la Eucaristía dominical se subrayan dos momentos: la procesión de entrada y la
proclamación de la Pasión.
La
procesión, con cantos en honor de Cristo que empieza su subida a la Cruz, hoy,
de manera especial, el sacerdote visibiliza al Cristo que entra en Jerusalén,
dispuesto a dar cumplimiento pleno a su misión. Todo está centrado en Cristo.
Lo aclamamos en tono de victoria: él entra en su semana decisiva como el Siervo
que se entrega, pero la terminará resucitado por el Espíritu a una nueva
existencia.
La
bendición de los ramos continúa siendo para mucha gente el elemento más típico
de este domingo. Conviene hacer comprender que la verdadera importancia recae
en los gestos comunitarios de aclamación en honor de Cristo Rey, más que en el
hecho de la bendición y, menos aún, en los ramos, o palmas en sí mismos.
Hay
que hacer vivir la actitud de homenaje a Cristo Rey, que se dispone a entrar de
una manera decidida y voluntaria en el camino que le llevará, primero, al
sufrimiento y a la muerte, y, después, al triunfo y a la vida.
b. Domingo
de la Pasión.
La
lectura solemne de la Pasión de Cristo constituye el otro polo de la
celebración de este domingo.
Todos
los relatos evangélicos de la Pasión sobrecogen por su sobriedad, sinceridad y
emoción contenida. De hecho, constituyen el punto álgido del Evangelio: algunos
exegetas dicen que cada uno de los evangelios no es más que un relato de la
Pasión precedido de una introducción, más o menos larga.
Estos
relatos no son una mera crónica de los hechos ocurridos; hablando con
propiedad, la resurrección no es objeto de un relato, sino de un anuncio. Eso
no introduce ninguna exterioridad entre las dos caras del acontecimiento
pascual. Al contrario, se da una interpenetración entre el relato de la pasión
del Resucitado y el anuncio de la resurrección del Crucificado.
Efectivamente,
la pasión es narrada por unos testigos que creen en la resurrección y que
justifican el anuncio que hacen de ella mediante el relato de los sufrimientos
de Jesús. Únicamente los testigos de la pasión pueden convertirse en los
apóstoles del mensaje de la resurrección.
- En la entrada triunfal a Jerusalén: La oración de los discípulos ante el “Rey” (Lucas 19,37-40)
Lucas es el evangelista
de la oración. La entrada de Jesús a Jerusalén se realiza en medio de la
celebración festiva de “la multitud de los discípulos”. Notamos tres detalles
que la caracterizan:
1º El sentimiento de
alegría: “Llenos de alegría”.
2º Las forma como la
expresan: “A grandes voces”, es
decir, gritos.
3º El contenido: “Se pusieron a alabar a Dios”.
- Una oración que da testimonio.
La oración de los
discípulos intenta resumir lo que han visto a lo largo de su caminar con Jesús;
esta oración es un testimonio del ministerio de Jesús: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!” (10,23-24). El primer testimonio
de los discípulos en los Hechos de los Apóstoles consistirá en proclamar a todo
el mundo “las maravillas de Dios”
(Hechos 2,11).
Es un reconocimiento
agradecido a Dios Padre como fuente de la obra realizada por Jesús. Ya antes se
había dicho que en Jesús “Dios ha
visitado a su pueblo” (7,16). Ahora se alaba a Dios con mayor precisión “por todos los milagros que habían visto”
(19,37).
- Una oración que aclama al Mesías.
Lucas nos dice con qué
palabras se expresaba la alabanza de los discípulos: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y
gloria en las alturas” (19,38; omite la aclamación “Hosanna” incomprensible
para un lector no judío). Como puede verse, dos aclamaciones que se han
juntado:
1º Bendito el que
viene… Salmo 118,26, frase bien conocida en la liturgia
del Templo de Jerusalén. Con esta aclamación se recibían a los gozosos
peregrinos en el momento de su ingreso al Templo.
En labios de los
discípulos aparece una palabra que no estaba en el texto original del Salmo: ¡Rey!,
“Bendito
el Rey que viene...”. Para los tiempos mesiánicos Zacarías 9,9 había
profetizado: “¡Exulta sin freno, hija de
Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey...”.
Antes de la entrada a Jerusalén, Jesús enseñó la parábola de uno que había
viajado a recibir la investidura real (19,15). Así Jesús anunció la llegada
próxima de su reinado (19,11) y también el rechazo que recibiría (19,27).
2º Paz en el
cielo… La segunda parte de la oración retoma el canto de
los ángeles en la noche de la navidad (2,14). La alabanza referida dos veces
hacia lo alto (“en el cielo... en las
alturas”) es un grito de gratitud a Dios por la venida del Rey-Mesías a
quien se le había llamado “Príncipe de la Paz” (Isaías 9,5).
La primera vez fueron
los ángeles, ahora son los discípulos. Con la aclamación de los discípulos la
oración se vuelve circular: primero la aclamación venía del cielo hacia la
tierra, ahora va de la tierra hacia el cielo.
Notemos un detalle, un
pequeño cambio en el texto: ya no es “paz
en la tierra” sino “paz en el cielo”.
No es que el cielo necesite paz, sino que es de allá que proviene y allá es
celebrada.
La “paz” es signo de la
salvación de Dios, ésta ha sido enviada desde el cielo en la persona de Jesús,
a Jerusalén, quien de hecho la rechazará (“¡Si tú también conocieras en este
día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculta a tus ojos”, 19,42).
Durante la pasión de
Jesús, Herodes y Pilatos harán las paces (23,12) y desde la Cruz de Jesús hará
la reconciliación entre Dios y los hombres. Esto se recordará en la predicación
misionera: “Él ha enviado su Palabra a
los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de
Jesucristo que es el Señor de todos” (Hechos 10,36).
- Una oración imposible de callar.
El fervor de los
discípulos escandaliza a los fariseos. La reacción negativa, “Maestro, reprende a tus discípulos”
(19,39), deja ver la importancia de esta escena de oración:
1º La aclamación es un
reconocimiento de Jesús como el Mesías enviado por Dios. Es lógico que
aparezcan adversarios que no estén de acuerdo.
2º La aclamación de los
discípulos parece extravagante para este grupo piadoso: demasiada explosión de
sentimientos les parece inadecuada.
Pero Jesús considera
que la advertencia es inaceptable: “Os
digo que si éstos callan gritarán las piedras” (19,40). Jesús admite la
verdad de la aclamación mesiánica. Además, con este dicho que nos recuerda otro
de Habacuc 2,11, Jesús deja entender que la alabanza es incontenible, quien
experimenta la salvación no puede guardar silencio.
- El camino de siervo sufriente y del mártir hasta la Cruz (Lucas 22-23)
Lucas denomina el
evento del Calvario “el
espectáculo” (23,48), término que en este contexto significa: el evento
digno de ser contemplado y absorbido largamente mediante un diálogo de
confrontación.
- El complot contra Jesús (22,1-6)
El relato de la Pasión
comienza con un preludio que nos inserta enseguida en el drama. Satanás vuelve
al ataque y se activan las fuerzas hostiles que tienen interés en la muerte de
Jesús.
- La última pascua (22,7-20)
Después de los
preparativos por parte de los discípulos para el banquete (22,7-12), se prosigue
con la celebración pascual misma (22,14-38).
Lucas destaca el ritual
de la cena pascual judía a lo largo de la cual el cabeza de familia hace
circular varias copas. Hace un signo sobre el pan, el cual permanece como
“Recuerdo mío” (22,19). En las palabras de Jesús sobre la copa (22,20) se
cumple la profecía de Jeremías 31,31.33.34
- El Testamento de Jesús (22,21-38)
Lucas enriquece la cena
pascual con el discurso final de Jesús a sus discípulos:
1º Partiendo del gesto
de infidelidad de un miembro de la comunidad, Jesús indica cuál debe ser el
comportamiento de la comunidad cristiana que permanece fiel a Él.
2º Desea que el poder
no se ejerza a la manera de los paganos. No hay necesidad de títulos. Los reyes
paganos se hacen llamar “benefactores”, pero no son el modelo de los discípulos
de Jesús. Ellos deben imitar a Cristo quien se hace servidor de todos. Él,
quien tiene una dignidad real y quien dispone de un Reino, se pone en medio de
los suyos como el que sirve.
3º Jesús desea que los
discípulos compartan su vida futura: la plenitud del Reino. Pero para ello hay
que perseverar, como el Maestro, en las pruebas.
4º En medio de la infidelidad
del discípulo, Jesús pone en primer lugar su propia fidelidad: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca”. Jesús anuncia las sacudidas que va a sufrir Pedro, antes de
su caída. La conversión de Pedro será ganancia: para el fortalecimiento de toda
la comunidad.
5º
Los discípulos vivirán dentro de poco la misión, y se encontrarán como Jesús en
la Pasión, con la hostilidad del mundo y evangelizarán un mundo de violencia.
Llegan tiempos difíciles, el camino será peligroso y, en consecuencia, tendrán
que protegerse.
- La angustiosa oración en el monte de los Olivos (22,39-46)
La atmósfera se pone
oscura cuando Jesús y sus discípulos se dirigen hacia el monte de los Olivos,
donde la angustiosa oración de Jesús le hace contrapunto al momento de violencia
que viene con el arresto.
Lucas destaca que Jesús
ora y hace orar conforme a la enseñanza que había dado a los discípulos (Lc
11,2-4). Retoma dos peticiones del Padre Nuestro.
Al comienzo y al final
del episodio, Jesús pide a sus discípulos que oren de manera que no caigan en
la tentación. Al Padre le dice: “que no
se haga mi voluntad sino la tuya”.
Dios acoge su oración y
le envía un ángel para que lo reconforte. Lo mismo que Dios ya había hecho con
el profeta Elías (1ª Reyes 19,4-8).
- El beso del traidor (22,47-53)
Viene la tropa a
capturar a Jesús, pero la atención se fija en el traidor, uno de los Doce, y
sobre la actitud de Jesús quien pone en práctica lo que ha dicho en el Sermón
de la llanura: “Amad a vuestros
enemigos”. Al contrario de lo que hacen Judas, quien le entrega a la muerte;
como los discípulos, quienes reaccionan con violencia, el comportamiento de
Jesús en este momento es el verdadero modelo de los cristianos.
- La caída de Pedro (22,54-62)
En el patio de la casa
del sumo sacerdote, en presencia del mismo Jesús, como lo deja entender el
versículo 61, Pedro niega ser discípulo, pertenecer a su comunidad y haber hecho camino con Él desde Galilea.
Las tres formas concretas de la vinculación con Jesús, Pedro las declara
inexistentes: “¡No le conozco!... ¡No lo soy!... ¡No sé de qué hablas!”. Pero
la mirada del Señor y el recuerdo de sus palabras producen la conversión de
Pedro.
- El rostro cubierto (22,63-65)
Los captores, golpean a
Jesús y se burlan de él. Al contrario de Pedro, ellos no afrontan la mirada de
Jesús: cubren su rostro pidiéndole que juegue con ellos el conocido juego de
“la gallina ciega”.
- Jesús ante el Sanedrín (22,66-71)
La mañana del viernes
comienza con un primer interrogatorio ante la máxima autoridad judía. En la anunciación,
el ángel del Señor le había anunciado a María que Jesús era Hijo de Dios en
cuanto Rey-Mesías, pero también de manera particular, en cuanto
participaba de la santidad de Dios. Lo mismo sucede aquí. La revelación se hace
en dos momentos. Jesús, en primer lugar, deja entender que Él es mucho más que
un Rey-Mesías temporal. A partir de la misteriosa figura del Hijo del hombre
que viene entre las nubes del cielo, anunciada por el profeta Daniel, enseguida
hace entender que Él es el Hijo de Dios. Ante el Sanedrín finalmente no se
realiza un proceso judicial: no hay testigos ni acusaciones ni sentencia.
- Jesús ante Pilatos (23,1-7)
Esta vez sí hay proceso
judicial. La acusación se basa en motivos políticos: “pervierte al pueblo prohibiendo pagar impuestos y diciendo que es el
Cristo Rey”. Pilatos afirma por primera vez que Jesús es inocente: “Ningún delito encuentro en este hombre”.
- De Pilatos a Herodes (23,8-12)
En lugar de tratar a
Jesús como uno de su jurisdicción y de hacerle justicia, Herodes se comporta de
forma indigna. Al final le rinde aunque de manera involuntaria, un homenaje
revistiéndolo con un manto real.
- De Herodes a Pilatos (23,13-25)
Pilatos afirma por
segunda vez que Jesús es inocente, esta vez coincidiendo con la opinión de
Herodes. Con todo, hace flagelar a Jesús con intención de soltarlo después. Esto
no satisface a los jefes ni al pueblo, que interviene aquí por primera vez. Una
ironía trágica: aquellos que habían acusado a Jesús de subversión son los
mismos que solicitan la liberación de un verdadero subversivo, pidiendo la
muerte del inocente.
Después de afirmar por
tercera vez que Jesús es inocente, Pilatos termina cediendo ante la presión
popular. Para Lucas, los principales responsables de la muerte de Jesús son los
sumos sacerdotes y los jefes del pueblo. Se destaca la ausencia de los
fariseos. Según el testimonio de Lucas, ellos no son enemigos mortales de
Jesús.
- Jesús carga la cruz (23,26-32)
La
narración llega al dramatismo durante el camino de la Cruz. Llevando la cruz
detrás de Jesús, Simón de Cirene se convierte en modelo del discípulo que toma
la cruz. El pueblo también sigue a Jesús, contemplándolo a su paso. Se destacan
la actitud de las mujeres y las palabras que Jesús les dirige a ellas. En
términos proféticos Jesús anuncia la caída de Jerusalén.
- Una muerte ejemplar (23,33-34)
Hasta el fin, Jesús
práctica lo que ha enseñado: el amor a los enemigos y el perdón de las ofensas.
Al ser crucificado dice: “Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen”.
- La muerte de un rey (23,35-43)
Los
jefes de los judíos, los soldados romanos y uno de los malhechores desafían a
Jesús para que se salve a sí mismo. Jesús no lo hace. Él es “Salvador”, pero no
ejerce su poder para provecho propio. Por decisión personal, introduce en el
paraíso a un pobre hombre que pone su confianza en Él. La salvación no será
solamente al final de los tiempos, cuando vuelva. Jesús, desde la cruz, anuncia
el “hoy” de la salvación.
- La muerte del Hijo (23,44-46)
Las últimas palabras de
Jesús en la cruz son una oración expresada en un grito de confianza. Inspiradas
en el Salmo 31,6, evocan sus primeras palabras en el Templo de Jerusalén,
cuando cumplió sus doce años. Jesús llama a Dios “Padre” suyo y en sus manos
deposita toda su vida, en Él concluye su camino y a Él le entrega su causa.
- Después de la muerte de Jesús (23,47-56)
Comienza una serie de
reacciones frente a la muerte heroica de Jesús. Se da una alusión continua a “ver”
al crucificado:
1º El centurión romano “ve”
y da su testimonio: la muerte de Jesús es una injusticia. Jesús es el inocente
ajusticiado profetizado por Isaías como “Siervo de Yahvé” (Isaías 53,11-12;
Hechos 3,14; 7,52; 22,14).
2º El pueblo “ve”
y comienza a convertirse, reconociendo su culpabilidad (23,48).
3º Los amigos que lo
acompañado desde Galilea “ven”, pero de lejos (23,49). Viene
entonces la sepultura (23,50-54). No todos los miembros del Sanedrín son enemigos
de Jesús: José de Arimatea, “persona buena y justa”, le rinde los últimos
homenajes a Jesús ofreciéndole una digna sepultura.
4º En el momento final,
las mujeres “ven” todo hasta el último instante posible (23,55-56). Su
fidelidad las lleva más lejos que al resto de la comunidad. Ellas, las testigos
de la sepultura de Jesús, serán igualmente las primeras testigos de la resurrección.
La “visión” del
Resucitado no se puede desconectar de la “visión” del Crucificado. La
contemplación de las actitudes de Jesús en su Pasión y Crucifixión es el
preludio de la “conversión” pascual que está a punto de suceder. El final es
tranquilo y lleno de suspenso: una extraña calma que interroga el corazón. La
serenidad orante del final abre las puertas a una gran expectativa que tendrá
respuesta.
- ¿Qué significado tiene esta celebración en nuestras vidas?
Es una oportunidad para
proclamar a Jesús como el rey y centro de nuestras vidas. Debemos parecernos a
esa gente de Jerusalén que se entusiasmó por seguir a Cristo. Decir “que viva
mi Cristo, que viva mi Rey…”
Es un día en el que le
podemos decir a Cristo que nosotros también queremos seguirlo, aunque tengamos
que sufrir o morir por Él. Que queremos que sea el Rey de nuestra vida, de
nuestra familia, de nuestra patria y del mundo entero.
- ¿Por qué el olivo?
El Olivo, árbol característico y propio de la zona
donde vivió Jesús. El oró y meditó en el huerto de los olivos (Lc 22,39-46). Aparece
también en el Antiguo Testamento, en el relato del Diluvio y el arca de Noé
(Gn, 8, 11). Por ello el pueblo de Jerusalén celebró la entrada de Jesús
saliendo a su encuentro y homenajeándolo en aquél entonces como un Rey con
palmas, cantos y levantando ramos de olivo a su paso.
- ¿Para qué se guardan los ramos una vez bendecidos?
Muchos responderían que por tradición, rutina,
costumbre, o incluso por el valor simbólico que se le suele atribuir a este
elemento una vez bendito. Y algunos porque esperan un efecto mágico de él. Sin
embargo, la Iglesia nos enseña que éste es un sacramental, es decir, un
signo sagrado instituido, cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el
fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida”. (CIC 1677). Llevarlo a casa y
compartirlo con los demás, es un signo visible de Dios, de su bendición,
protección y presencia en nuestra vida cotidiana.
- ¿Qué deberíamos hacer entonces con los ramos bendecidos?
Sería oportuno colocar el ramo bendecido en un
sector adecuado del hogar, ámbito de trabajo, esparcimiento, espacios de
formación o reunión…, y acompañarlo con alguna estampa, frase, tarjeta,
señalador, visible, de modo que al observarlo recordemos que hemos participado
de la procesión y celebración de Ramos en la que alabamos a Jesús y por lo
tanto, queremos continuar alabándolo y seguir sus pasos durante todo el resto
del año.
Otra práctica linda es compartir el olivo bendito
con familiares, amigos, vecinos, enfermos, vecinos y con quienes se encuentran
privados de asistir a las celebraciones por razones de salud, avanzada edad,
etc.
- Domingo de Ramos: ¿Principio o fin?
Para algunos, el Domingo de Ramos y la bendición
de éstos, son un fin en sí mismo, lo consideran el elemento convocante y el
momento más importante del año como para concurrir a la Iglesia y no volver
hasta el año siguiente.
Sin embargo, no podemos
quedarnos en el inicio del camino: la Iglesia nos enseña que esta celebración
es “la puerta” de la Semana Santa, la cual culminará en la celebración del
Triduo Pascual con la gloriosa Resurrección del Señor, y por lo tanto,
deberemos vivirla intensa y adecuadamente, y ayudar a nuestros hermanos a tomar
conciencia de ello.
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