VI DOMINGO DE PASCUA
Lecturas CICLO C
Evangelio: Juan
14,23-29
“El Espíritu Santo les irá recordando todo lo que les he dicho”
Juan
14,23-29: En
aquel tiempo dijo Jesús: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le
amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
El
que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía,
sino del Padre que me ha enviado.
Os
he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que yo os he dicho.
Os
dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe
vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: “Me voy y volveré
a vosotros”.
Si
me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más
grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda
creáis”.
“Si
alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él”
El texto de este sexto Domingo de Pascua, busca
responder la pregunta que “Judas, no el Iscariote” le hiciera a Jesús: “Señor, ¿por qué te vas a manifestar a
nosotros y no al mundo?” (v.22).
Jesús dice que regresa
al Padre; los discípulos entran en pánico, se les mueve el piso. La despedida
sabe a lágrimas. Por eso dice: “No se
turbe vuestro corazón” (14,1), “No se
turbe vuestro corazón ni se acobarde” (14,27).
No es para menos que
los discípulos se sientan inseguros con de la partida de Jesús. El Maestro es
el punto de referencia de sus vidas, sin su presencia no hay seguimiento ni
futuro. Temen verse desprotegidos y desorientados, huérfanos del amor.
La actitud de Jesús
ante la partida es diferente: “Si me
amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre” (14,28).
Con la pedagogía de la
espiral, meditemos el pasaje de Juan 14,23-29:
1. El discurso de despedida de Jesús:
dos puntos de vista que se confrontan
Jesús quiere ayudar a sus
discípulos a ver su partida desde el ángulo preciso. Así queda claro que:
1º Jesús tiene un punto
de vista propio sobre su partida.
2º Los
discípulos deben comprender, a partir de claves muy precisas, cuál es su nueva
situación y cuáles son las razones para no sentirse abandonados.
Con sus promesas, Jesús
conduce a su comunidad de la tristeza a la alegría; la alegría que proviene del
comprender que el camino de la Pascua conduce a una nueva, más profunda y más
intensa forma de presencia suya en la historia de todo discípulo.
El Evangelio de este Domingo
responde a la pregunta sobre cómo continúa Jesús guiando y animando a sus
discípulos en los tiempos actuales.
2. El fundamento del seguimiento: el
Amor a Jesús y la obediencia a su Palabra.
El discípulo ama a
Jesús. Pero la forma concreta de su amor es:
1º acoger con fe la
persona de Jesús, con todo lo que Él ha revelado acerca de sí mismo y,
2º tomar en serio sus
enseñanzas, poniéndolas en práctica. Esta es la ruta firme del discipulado.
Entonces, el amor se
vuelve compromiso: “Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos” (14,15); “El
que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (14,21); “Si alguno me ama guardará mis palabras”
(14,23) o al revés “El que no me ama no
guarda mis palabras” (14,24). Así el discípulo sigue a Jesús mediante la
escucha y obediencia del Evangelio y su amor, redundará en una desbordante
alegría (14,28).
El discipulado es la
dinámica de este amor: “Si guardáis mis
mandamientos permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de
mi Padre, y permanezco en su amor”, 15,10).
Salen de los labios de Jesús una
serie de revelaciones: el tema del amor obediente del discípulo, Jesús anuncia
un amor permanente e inclusivo del Padre y del Hijo en el corazón
del seguidor de Jesús: “Y vendremos a él,
y haremos morada en él” (14,23).
3. Cinco revelaciones de Jesús a sus
discípulos.
El amor de los
discípulos por su Maestro es la premisa de cinco revelaciones que Jesús anuncia
en forma de promesa:
1º El Padre y el Hijo vendrán a los discípulos y
harán morada en ellos.
2º El Espíritu Santo estará con ellos y los
instruirá.
3º En esta comunión con Dios les ofrecerá su paz,
4º Les compartirá su alegría,
5º Y todo para que crezcan en su fe.
Veamos cada una de estas promesas a continuación:
- La inhabitación del Padre y del Hijo en el discípulo de Jesús.
“Si
alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él”.
Ø
La inhabitación de la comunión del
Padre y del Hijo: una soledad que “llena”.
La presencia de Jesús
atrae también la de Dios Padre. Jesús no viene solo. En otros pasajes del Evangelio
Jesús hace caer en cuenta a sus discípulo que en Él no hay soledad: “Yo no estoy solo, porque el Padre está
conmigo” (16,32); “El que me ha
enviado está conmigo: no me ha dejado solo” (8,29).
A todo discípulo le
sucede lo mismo que a Jesús: su soledad la vive en la compañía de Dios.
Quien ama a Jesús nunca
está solo, no está perdido ni abandonado a su propia suerte. Aún cuando no sean
visibles para sus ojos físicos, debe saber que Jesús y el Padre están a su
lado.
Hay tomar conciencia en
todo instante, incluso a la hora de la muerte, que Jesús y el Padre están a
nuestro lado, no estamos ni abandonados ni desprotegidos.
Ø
El futuro se anticipa: podemos
vivir ya el cielo en la tierra.
Jesús hace caer
en cuenta que la comunión con Él y con el Padre no será sólo una realidad
futura, “volveré y os tomaré conmigo”,
14,3, sino que es una realidad presente, aquí y ahora, que crece todos los días
hasta visión definitiva de la gloria.
Esto no es sólo para
los primeros discípulos, sino para todo el que cree en Jesús: quien ama a
Jesús, se dispone a la venida del Padre y del Hijo, quienes harán morada en él
y permanecerán en su vida por tiempo duradero.
- Educados por el Espíritu Santo: “viene”, “enseña” y “recuerda”.
“Os
he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que yo os he dicho”
Jesús recuerda una vez
más que vendrá el Espíritu Santo. Ya lo había dicho antes: “Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con
vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis porque mora
con vosotros” (14,17). Veamos tres puntualizaciones:
Ø
El Espíritu Santo es un
“Paráclito”, un asistente.
Con el don del Espíritu
comprendemos que no estamos solos, que contamos con una ayuda eficaz. Para comprender
la Palabra de Jesús no sólo contamos con nuestras fuerzas, sino que el Espíritu
nos asiste, nos ayuda.
Ø
“El Padre lo enviará en mi nombre”.
El Padre enviará el
Espíritu como respuesta a su petición: “Yo
le pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre” (14,16).
Ø
“Os lo enseñará todo y os recordará
todo”.
El Espíritu entrega a
los discípulos la totalidad del Evangelio, la Palabra de Jesús en la cual hay
una profunda unidad. Así les inculca sus enseñanzas y les revela su rostro. Las
acciones del Espíritu son el camino de acceso a la persona de Jesús.
Su tarea es enseñarnos
a hacer el camino pedagógico de la comprensión, apropiación vital y vivencia de
la Palabra de Jesús.
Él no trae nuevas
enseñanzas, porque toda la revelación ya se manifestó en la persona de Jesús.
Su acción es referida a lo que Jesús ya dijo, recordándolo, profundizándolo e insertándolo en la propia vida, es decir, ayudando a encarnar el
Verbo Jesús en nuestra historia.
Sin la guía del
Espíritu Santo el discipulado es inviable. Cuando un discípulo es educado
interiormente por el Espíritu Santo puede seguir con mayor fidelidad a Jesús,
conduce mejor su proyecto de vida y adquiere todo lo que se necesita para
entrar en la comunión total con el Padre y con el Hijo. De esta forma el
Espíritu nos introduce en la Trinidad plena, meta del camino de Jesús y de toda
nuestra vida.
- Primera consecuencia de la comunión con Dios: Jesús comunica su paz.
“Os
dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”
(14,27) Veamos tres características de la paz de Jesús:
1º Su origen:
Jesús deja a sus discípulos “su” paz, la seguridad y la
protección que sólo provienen de Él.
2º Su fundamento:
Esta paz no es sólo una palabra sino que se basa en los dos anuncios que hace
Jesús: la comunión con el Padre y con el Hijo, que nos habita, y la presencia
del Espíritu Santo, quien nos guía. La paz brota en la vida de quien se sumerge
en Dios y guía su existencia por el camino del Evangelio.
Esta comunión es
espacio vital de seguridad y protección. Si Dios está con nosotros, ¿qué podrá
constituir verdaderamente un peligro para nuestras vidas? La comunión con Dios
arranca de raíz las preocupaciones, los miedos, las inseguridades, tanto cuanto
sea vivida y experimentada en la fe. Cuando Dios está en nuestra vida, todo es
distinto.
3º Su consecuencia: Quien
acoge la presencia de Dios Padre e Hijo en su vida, caminando todos los días
bajo la guía del Espíritu Santo, enfrenta la vida de una manera distinta: con
paz. Las vicisitudes propias de la vida cotidiana, que causan pena y
perturbación, no nos encuentran desvalidos, como si no tuviéramos ayuda que nos
sostiene. Por eso Jesús dice: “No se
turbe vuestro corazón ni se acobarde” (14,27).
Jesús es el único que
puede darnos la entrada en esta comunión con el Padre, Él y sólo Él es quien
puede darnos esta paz.
“Me
voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al
Padre, porque el Padre es más grande que yo” (14,28)
Con la “alegría” sucede
lo mismo que con la paz: la mayor alegría que hay es la del amor, cuyo
fundamento último es la unión perfecta del Padre y el Hijo.
El amor por Jesús
impulsa a los discípulos a cumplir su Palabra. Este hecho debería impulsarlos
también a alegrarse porque el Maestro se va.
1º La alegría de Jesús:
Con su muerte Jesús vuelve a la casa del Padre: “habiendo llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”, 13,1.
Así llega a la plenitud del gozo: para Él no hay mayor alegría que la perfecta
comunión con el Padre.
2º La alegría de los
discípulos: Los discípulos deberían estar contentos porque
Jesús llega a la plenitud de su bienaventuranza. Jesús invita a sus discípulos
a que se alegren incluso por sí mismos: Ya que alcanzado su meta es una
garantía de que todos la alcanzarán. Los logros de Jesús son los logros de sus
discípulos, ellos son los primeros beneficiados. Jesús los acogerá en su misma
plenitud: “Y cuando haya ido y os haya
preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis
también vosotros” (14,3).
- Estas promesas deben ayudarles en su fe.
“Y
os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis”
(14,29)
Jesús habla a sus
discípulos abiertamente, con toda transparencia, con un gran amor. Ahora se
toma una pausa para que los discípulos reflexionen.
El hecho de que el
Maestro exponga a sus discípulos tantos detalles no debe inquietar, sino más
bien fortalecer la fe en Él.
Los discípulos están tristes en el
cenáculo porque es la hora de la despedida. Jesús les hace ver que no hay
motivos para estar tristes porque su partida no es abandono sino plenitud de su
hora y punto de partida de una nueva forma de presencia.
La partida es
dolorosa, sí. Pero todo depende del punto de vista desde donde se miren las
cosas. Si la miramos desde fuera, la muerte de Jesús parece una catástrofe.
Pero si la miramos desde donde la ve el mismo Jesús, es distinto: quien pone en
práctica las enseñanzas del Maestro, no pierde la seguridad cuando llega la
hora de la muerte de Jesús, sino que es confirmado en la fe en Él, en la paz y
en la alegría por su victoria.
Jesús invita a acoger
esta visión de las cosas y a apropiársela. Hay que creerle a Jesús.
Antes de regresar a la
derecha de su Padre Dios, el Maestro Jesús quiso, además de prometer en envío
del Espíritu consolador, dejar a sus discípulos el regalo grande de su paz. No
aquella tan “manoseada” por políticos y charlatanes, es decir la paz como la da
el mundo, que a duras penas llega a ser una simple ausencia de guerra.
La paz de Jesús, la
verdadera paz, es la suma de todas las bendiciones divinas, como ya alcanzaba a
intuirlo el pueblo de Israel, cuando recogía en el concepto de paz, “shalom”,
todos los beneficios y favores celestiales. La paz que nos trae y nos deja
Jesús, no es para nada la pasividad de quien se calla y soporta todo sin rebelarse;
la verdadera paz es mucho más dinámica y comprometedora, es el fruto de la
justicia, es expresión de la caridad, es reconocimiento de la sustancial
igualdad de todas las personas, es el respeto de las diferencias, es el empeño
por construir ambientes familiares y sociales cada vez más cálidos y fraternos.
De este modo, recibir y
aceptar la paz que Jesús nos trajo, implica asumir el compromiso de continuar
en el mundo la misma misión de Jesús, colaborando en la edificación del Reino
de Dios, a través del servicio, la promoción apasionada de la vida humana en
toda su dignidad y la valiente defensa de los derechos de todas las personas.
4. Terminamos en espíritu de reflexión.
Las despedidas son, por lo
general, tristes y dolorosas. A todos nos hacen sufrir porque sentimos una
honda y extraña división interior. Una parte de nuestro ser se queda allí, en
esa tierra de la que partimos, con nuestros amigos y seres queridos; y la otra
se viene con nosotros, pero con el corazón lleno de recuerdos, de las alegrías
y bellos momentos que compartimos juntos, de nostalgias y tal vez también de
dolor y de lágrimas.
Santa Teresa de Jesús nos
cuenta que, el día en que dejó a su padre y la casa paterna para irse al
convento, sintió que se le desconyuntaban los huesos y el alma se le partía en
dos. ¡Y si eso les pasa a los santos!...
Jesús quiso compartir con
nosotros los mismos sentimientos, experiencias y flaquezas de nuestra condición
humana. También Él gozó de la dulzura de la amistad, del consuelo del amor y
del afecto familiar. También Él sintió el desgarrón de su corazón cuando tuvo
que despedirse de su Madre, y dejarla sola, para marcharse de casa a comenzar
su vida pública.
Experimentó también el
mismo dolor y pesar al despedirse de sus discípulos, antes de su pasión. San
Juan en el capítulo 13 nos refiere con incontenible emoción que "antes de la fiesta de la Pascua,
viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn
13, ). El "fin" tomado en sentido temporal y en intensidad:
"hasta el colmo, hasta el extremo".
¿Qué sentimos cuando
estamos en una comida "de despedida"? ¿Cuando, reunida toda la
familia y los amigos, al final de la misma tendremos que decir adiós a las personas
que nos son más entrañables para marchar lejos, por un tiempo indefinido, y
quién sabe hasta cuándo volveremos a verlos, si los vemos? Y, ¿qué podríamos
decir cuando este adiós es ya para siempre, sin retorno?
Pronto se irá el Señor, de
modo definitivo, de la vista de los apóstoles, para subir al cielo. Y tendrá
que dejarlos para siempre. ¿Qué palabras tan entrañables, de cariño y de
amistad sincera, tendría que decirles? ¿Cuáles serían sus últimos consejos y
recomendaciones?
Nuestro Señor se va. Pero
se quedará espiritualmente presente entre los suyos por medio de su amor y de
su Eucaristía, pero quiere darnos todavía más. Ya nos dejó el testamento de su
amor divino y de su redención, nos dio toda su Sangre preciosa sobre el altar
de la cruz, nos regaló a su Madre santísima en el Calvario, nos dejó su
Evangelio, fundó su Iglesia y los sacramentos… ¿Qué más podía regalarnos?
¡Su Espíritu Santificador!
El próximo domingo celebraremos la fiesta de la Ascensión. Y el siguiente
vendrá el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Así nacerá la Iglesia. Será su
solemne “inicio” en el tiempo, y durará hasta el fin del mundo. Por eso,
nuestro Señor nos prometió el Espíritu Santo, el Espíritu “que procede del Padre y del Hijo”, como rezamos en el Credo, y que
es el amor recíproco entre el Padre y el Hijo, el Amor que es persona divina,
la tercera Persona de la Trinidad Santísima.
Cristo se tiene que ir. Él
nos asegura que "nos conviene que Él
se vaya", porque sólo así podrá venir el Paráclito, el Consolador, "que el Padre enviará en Su nombre.
Será Él quien nos lo enseñe todo y nos vaya recordando todo lo que Jesús nos ha
dicho". Gracias al Espíritu Santo existe la Iglesia y los sacramentos.
Gracias al Santificador tenemos fe, amor y las demás virtudes, porque "la caridad de Dios ha sido derramada
en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5).
Cristo se irá, pero se
quedará para siempre… No sólo en la Iglesia y en la Eucaristía. ¡También dentro
de nosotros! Así lo promete: "El que
me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos en
él nuestra morada". Tenemos a Dios dentro de nosotros. Entonces, todo
está arreglado: ¡adiós soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas! ¡Lo tenemos
todo! Él está con nosotros, Él nos consuela, Él nos acompaña, Él nos sana.
“De sangre soy albanesa. De
ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una monja Católica. Por mi
vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco
totalmente al Corazón de Jesús”. (Teresa
de Calcuta)
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