sábado, 11 de mayo de 2013

VII DOMINGO DE PASCUA Evangelio: Lucas 24,46-53 Solemnidad de la Ascensión del Señor



VII DOMINGO DE PASCUA
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lucas 24,46-53
Solemnidad de la Ascensión del Señor
“Alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”
Lucas 24,46-53: En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto”.
Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”
Introducción.
Siguiendo la cronología de los Hechos de los Apóstoles (1,3), celebramos 40 días después de la Pascua, la Ascensión de Jesús. El día 40 fue el jueves, por razones pastorales la celebración se traslada al domingo.
Luego que el Señor Jesús se apareció a sus discípulos fue elevado al cielo. Este acontecimiento marca la transición entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre; y la posibilidad de que la humanidad entre al Reino de Dios como lo anunció Jesús. La Ascensión del Señor se integra en el Misterio de la Encarnación, es su momento conclusivo.
La obra de Jesús ha llegado a su cumbre. La obra que comenzó en el corazón del Padre, culmina en él. El “Cielo” al que sube Jesús es el mismo Dios. Y subido al cielo, “está sentado a la derecha del Padre”, donde es constituido Señor y Cabeza de todas las cosas (Ef 1,23).
La Oración Colecta de esta Solemnidad dice: “Llena, Señor, nuestro corazón de gratitud y de alegría por la gloriosa Ascensión de tu Hijo, ya que su triunfo es también nuestra victoria; pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros, que somos su cuerpo”.
La Ascensión de Jesús expresa su victoria y soberanía en el tiempo y en el espacio, porque en su subida al cielo, donde no hay espacio ni tiempo, él llena de sí mismo a todo el universo. Aquél que bajó del cielo por su encarnación e introdujo en la carne humana la gloria de la divinidad (Jn 1,14), subiendo al cielo introduce a la humanidad en la divinidad.
Jesús con un gesto y sin palabras, nos indica el fin último de la historia humana y de la creación. Nuestra meta es Cristo, constituido por su resurrección como nuestro “cielo”, Él es la plenitud de la vida del universo.
Desde nuestra experiencia bautismal (Ef 4,1-13), y desde la unidad de la fe de nuestras comunidades, hoy proclamamos con gozo el doble misterio:
1º el de Jesús y
2º el nuestro.
En esta fiesta proclamamos que Jesús es el “Señor”, el “hombre perfecto”, el “principio y cabeza” de lo creado. El proyecto salvador de Dios sobre el mundo se ha realizado en el Cuerpo de Cristo.
Jesús es nuestra esperanza, nuestro presente y futuro, en Él nos aguarda un futuro glorioso que se anticipa hoy en el gozo de la comunidad y en la responsabilidad histórica que tenemos en el mundo.
1.  El contexto del acontecimiento.
Con este pasaje, termina solemnemente el “gran día” pascual. Desde la mañana del primer día habían sucedido una serie de encuentros en los que fueron apareciendo los elementos esenciales del mensaje pascual:
Ø  “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24,5-6), escuchan las mujeres frente a la tumba vacía.
Ø  “¡Es verdad! El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (24,34), proclamaban esa misma tarde en Jerusalén los apóstoles.
Ø  Los peregrinos de Emaús cuentan “lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (24,35).
Jesús en el momento de la despedida, con palabras y con el gesto de la bendición, retoma lo esencial de su misión y la de los discípulos. Ya no estará presente en medio de ellos en forma visible; se hará presente en sus caminos; será el huésped de honor en sus cenas; su voz se escuchará en la interpretación de las Escrituras puesto que en Él han alcanzado la plenitud.
  1. La estructura del pasaje de la Ascensión.
El Evangelio recoge las últimas palabras de Jesús a sus discípulos y el evento excepcional de su exaltación al cielo. Hay mucha solemnidad, las palabras y los gestos permanecerán en la memoria de los discípulos. En el texto distinguimos cuatro partes:
Ø  La entrega del kerigma misionero (24,46-48)
Ø  La promesa del Padre (24,49)
Ø  La exaltación de Jesús al cielo, bendiciendo con sus manos (24,50-51)
Ø  Y el bellísimo epílogo festivo del Evangelio (24,52-53)
Con la estructura anterior y con la pedagogía de la espiral, reflexionamos:
  1. El kerigma misionero: el poderoso anuncio que salva al mundo.
 “Y les dijo: Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas”.
El kerigma, anuncio-proclamación, es el núcleo de la predicación cristiana en los tiempos apostólicos. La Iglesia no se inventó un mensaje, lo recibió del mismo Jesús.
Ø  El Mensaje (24,46-47)
· El anuncio de la Muerte y Resurrección de Jesús (24,46)
Con la muerte y resurrección de Jesús se completa el contenido del mensaje que los apóstoles deben proclamar a todos los pueblos: “Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día…” (24,46). El camino salvífico de Jesús ha sido recorrido en su totalidad, por esta vía “entró en su gloria” (24,26). Todos estamos invitado a recorrerlo, mediante el itinerario de la conversión.
· El anuncio en el “nombre” de Jesús (24,47)
“Y se predicará en su nombre…”. Testimoniándolo a Él, a través de su obra y de todo su camino hasta la Cruz y la Resurrección.
· El anuncio de la eficacia del perdón (24,47)
“…la conversión para perdón de los pecados”. Mediante la actitud de apertura al Dios misericordioso que nos busca con afán, se cruzan los caminos de Dios con los caminos de vuelta a casa trazados por Jesús a lo largo del Evangelio, el poder de la muerte y resurrección de Jesús alcanzan el perdón a todos. El amor del Crucificado y Resucitado se hace presente por el don de su Espíritu.
· El anuncio para todos los pueblos (24,47)
“…a todas las naciones”. Desde Jerusalén se irradia la Palabra de Dios a todas las naciones. Mediante el perdón de los pecados, Jesús atrae a todos a la comunión con Dios y genera el proyecto de fraternidad y solidaridad que orienta al mundo. Nadie puede ser excluido del anuncio ni nadie podrá autoexcluirse.
Ø  Los portadores del mensaje: son ante todo “testigos” (24,48)
Jesús dice: “Vosotros sois testigos de estas cosas”. El anuncio debe partir de testigos. Jesús Resucitado hace de sus discípulos, testigos cualificados. En el encuentro con Él y su regreso a los cielos se completa la serie de acontecimientos que deben testificar: “Conviene que de entre los hombres que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, uno de ellos sea constituido testigo con nosotros de su resurrección” (Hechos 1,21-22)
El mensaje cristiano no se fundamenta en especulaciones ni en ideas u opiniones personales, sino en acontecimientos históricamente documentados y en las instrucciones que dio el mismo Jesús, las cuales quedaron grabadas en la memoria de las primeras comunidades.
El testimonio sólo puede provenir de quien ha hecho el camino con Jesús y de quién habiendo comprendido su obra, puso su mirada en su destino. Son testigos que han abierto los ojos y han visto en medio de la oscuridad de la Cruz el camino que conduce a la gloria del Padre. Los evangelizadores serán ante todo testigos, dignos de confianza y auténticos servidores de la Palabra. Su testimonio tendrá que llegar hasta los confines del mundo.
  1. La promesa del Padre (24,49)
“Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto”
La promesa de Jesús, es el “cumplimiento” de la promesa del Padre.
Ø  La promesa del Padre.
La promesa es el Espíritu Santo, a lo largo de los Hechos de los Apóstoles así se entiende (Hech 1,4; 2,33; Gál 3,14; Ef 1,13).
Jesús, con anterioridad, les había prometido a sus discípulos la presencia del Espíritu en los momentos difíciles de la misión. En el Antiguo Testamento hay referencias a la “promesa”: Joel 2,28-29; Is 32,15; 44,3; Ez 39,29.
Ø  Revestidos con poder.
Los discípulos no estarán en capacidad de llevar adelante la misión, la tarea de la evangelización que hace presente el “perdón”, si no son “revestidos de poder desde lo alto”. Este “poder” es la fuerza del Espíritu Santo que ungió a Jesús (Lc 3,22 y 4,18); lo impulsó en el combate con Satanás (4,1-2) y en su misión de misericordia (4,14-15).
El Espíritu Santo fortalecerá y habilitará a los evangelizadores para que anuncien con valentía, convicción y fidelidad la obra de la muerte y resurrección de Jesús, en la cual se alcanza el perdón de los pecados (Hech 2,22-36).
El ser “revestidos” es significativo porque el Espíritu “dota” de fuerza y “sostiene” la valentía y la convicción con que se da el testimonio.
  1. La exaltación de Jesús al cielo, con las manos extendidas bendiciendo (24,50-51)
“Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo” (24,50).
Jesús realiza las últimas dos acciones sobre sus discípulos:
1º los “saca”, recuerda lo relacionado al éxodo, y
2º los “bendice” con las manos en alto, la última acción de Jesús ante sus discípulos reviste un colorido litúrgico.
Jesús se despide con los brazos en alto, en actitud de bendecir: “y alzando sus manos, los bendijo” (24,50). Es la última imagen del Maestro, que queda impregnada en la retina de los testigos oculares del Evangelio.
Jesús sintetiza toda su obra en una “bendición”. Así sella el gran “amén” de su obra en el mundo. La bendición de Jesús permanecerá con los discípulos, los animará a lo largo de sus vidas y los sostendrá en todos sus trabajos.
Ø  “Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (24,51). 
Jesús se separa de sus discípulos. Lucas nos describe la manera como se da la partida de Jesús: es “llevado” o “conducido” hacia el cielo. Este instante de la vida de Jesús, se da gradualmente (Hechos 1,9-10).
Jesús “ha sido exaltado a la derecha del Padre”, como plenitud de su obra en el mundo. Se coloca del lado de los discípulos, ellos lo ven hasta el último instante y son testigos de su obra coronada por su “Señorío” en el cielo.
  1. Un final festivo (24,52-53)
“Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”
El evangelio de la “Ascensión” termina con la primera alabanza dirigida a Jesús por parte de su comunidad. En la conclusión encontramos:
Ø  Unas acciones
Ø  Un lugar
Ø  Un ambiente
1º Unas acciones: Cuando Jesús desaparece de la vista de los discípulos, la mirada del lector del evangelio se concentra en el comportamiento de los discípulos acabados de bendecir. Como Jesús, los discípulos reaccionan con gestos litúrgicos. Ellos:
Ø  Se postraron ante Jesús.
Ø  Volvieron a Jerusalén.
Ø  Permanecieron en el Templo bendiciendo a Dios.
2º Un lugar: Los discípulos no se van para sus casas sino al Templo. Jesús había dicho a propósito: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (2,49). Refiriéndose a su dedicación total a la obra de la salvación.
En el Evangelio de Lucas, el tema del Templo, es fundamental: comienza con una escena en el Templo (la oración de Zacarías y del pueblo; 1,8-10) y termina en el mismo Templo (la oración festiva de los discípulos; 24,52-53) no ya para pedir sino para agradecer.
El Templo representa no sólo la presencia fiel del Dios de las promesas sino, en la persona de Jesús, su completa realización.
3º Un ambiente: Los discípulos no están tristes ni nostálgicos. Tampoco pasan la página de la historia como si nada hubiera sucedido. Tienen muy presente a la persona de Jesús: a Jesús lo adoran, al Padre lo bendicen y entre ellos se festejan con una alegría cuyo espacio propio es la vida de la comunidad y la oración.
Después que los discípulos experimentaron en Jesús Resucitado, para ellos no hay sino una sola reacción adecuada: la alabanza festiva y llena de gratitud para con Dios.
  1. Llevando la Palabra al corazón.
La celebración de la Ascensión del Señor debe llevarnos a darle una mirada retrospectiva a nuestro camino con Jesús para agradecer y alabar a Dios por todo lo que ha hecho por nosotros, pero también debe orientar nuestra mirada hacia delante: hacia el futuro de la evangelización y el compromiso con la transformación del mundo, porque la obra salvífica de Jesús continúa en el mundo a través de nuestro testimonio.
El Señorío de Jesús permanece en el centro de todo: su exaltación atrae al mundo hacia su destino final y al mismo tiempo hace bajar todas sus bendiciones. Un nuevo proyecto de humanidad ha sido inaugurado, Jesús:
Ø  presenta a sus discípulos el contenido del anuncio misionero,
Ø  confirma a sus discípulos como sus testigos,
Ø  promete el poder de lo alto,
Ø  se despide de sus discípulos bendiciéndolos,
Ø  y los discípulos pronuncian el gran “Amén” del Evangelio en una alabanza continua en la comunidad reunida en el Templo.
Las oraciones de esta solemnidad piden que permanezcamos fieles a la doble condición de la vida cristiana, orientada simultáneamente a las realidades temporales y a las eternas. Esta es la vida en la Iglesia, comprometida en la acción y constante en la contemplación.
Porque Cristo, levantado en alto sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres; resucitando de entre los muertos envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por él constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación; estando sentado a la derecha del Padre, sin cesar actúa en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia y por Ella unirlos a sí más estrechamente y, alimentándolos con su propio Cuerpo y Sangre, hacerlos partícipes de su vida gloriosa.
Instruidos por la fe acerca del sentido de nuestra vida temporal y con la esperanza de los bienes futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y conseguimos nuestra salvación.
Luchemos por ser perfectos y buenos para ir al Cielo con Jesús. Él vivió como todos su proyecto y lo fue perfeccionando día a día. Su proyecto no terminó con la Muerte, sino que siguió con su Resurrección y su Ascensión.
La plenitud sólo se alcanza al final y es un don de Dios. Jesús ha ascendido al Cielo y nos espera en la meta. Nosotros debemos trabajar para cumplir con nuestra misión en la tierra. Hay que vivir como Él, amar como Él, buscar el Reino de Dios.
Debemos anunciar el Evangelio con la palabra y con la vida, de modo que se haga viable la ascensión de toda la humanidad, mirando más al suelo que al cielo, mirando más al prójimo que a las nubes, pisando tierra con realismo y no embobados por una religión alienante. La ascensión de Jesús infunde un nuevo brío y nos capacita para enfrentarnos a toda fuerza diabólica y destructiva del ser humano con la fuerza del Evangelio. Si nos abrimos a este mensaje, entonces sí que ascenderemos todos como seres humanos y como cristianos en el movimiento irreversible de Cristo hacia el Padre.
  1. Terminamos en espíritu de oración.
CONTIGO SUBE EL MUNDO CUANDO SUBES.
Contigo sube el mundo cuando subes,
y al son de tu alegría matutina
nos alzamos los muertos de las tumbas;
salvados respiramos vida pura,
bebiendo de tus labios el Espíritu.
Cuanto la lengua a proferir no alcanza
tu cuerpo nos lo dice, ¡Oh Traspasado!
Tu carne santa es luz de las estrellas,
victoria de los hombres, fuego y brisa,
y fuente bautismal, ¡oh Jesucristo!
Cuanto el amor humano sueña y quiere,
en tu pecho, en tu médula, en tus llagas
vivo está, ¡oh Jesús glorificado!
En ti, Dios fuerte, Hijo primogénito,
callando, el corazón lo gusta y siente.
Lo que fue, lo que existe, lo que viene,
lo que en el Padre es vida incorruptible,
tu cuerpo lo ha heredado y nos lo entrega.
Tú nos haces presente la esperanza,
tú que eres nuestro hermano para siempre.
Cautivos de tu vuelo y exaltados
contigo hasta la diestra poderosa,
al Padre y al Espíritu alabamos;
como espigas que doblan la cabeza,
los hijos de la Iglesia te adoramos. Amén
La Ascensión de Cristo al Cielo nos mueve a buscar siempre las cosas esenciales, que son invisibles a los ojos del cuerpo, y que son aquellas cosas que no pasan y que no mueren: "Aspirad a las cosas de arriba donde está Cristo... gustad las cosas de arriba, no las de la tierra", (Col 3,1-2)

P. Marco Bayas O. CM

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