viernes, 8 de junio de 2012

DOMINGO X ORDINARIO Evangelio Marcos 14,12-16.22-26


“Tomen y coman Esto es mi Cuerpo,
Tomen y beban Esta es mi Sangre”

Solemnidad de CORPUS CHRISTI

Abundantes bendiciones, celebramos con gozo la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. 

Ofrezco algunos “destellos de luz” para reflexionarlos.
“Gracias, Señor porque te has quedado con nosotros
como pan partido para el hambre de todos.
Porque en tu cuerpo partido nos enseñas a encontrar la alegría.
Porque al comerlo, nos enseñas a convertirnos
en Eucaristía para los demás”.
  1. Breve Historia de la Solemnidad.
La fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo se comenzó a celebrar en Lieja (Bélgica) en 1246, gracias a las revelaciones a Santa Juliana; fue extendida a toda la Iglesia occidental por el papa Urbano IV en 1264, año en que se produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio de 1264. Hoy se conservan los corporales -donde se apoyaron el cáliz y la patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar en Bolsena, manchada de sangre. Su finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
El Papa Urbano IV encargó un oficio -la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.
  1. La Revelación Bíblica.
La Pascua judía es el marco para la institución de la Eucaristía. Ésta es la actualización y renovación de la Pascua de Jesucristo. Todo el proyecto salvador de Dios en Cristo, lo actualiza la Iglesia celebrando este Sacramento.
En la cena de pascua judía, la oración de bendición rememoraba la antigua Alianza. Esa misma plegaria, en labios de Cristo, adquirirá una dimensión nueva, no sólo en las palabras, sino sobre todo en el contenido: la Alianza será a partir de ahora la Nueva y Eterna, sellada con su Sangre.
Jesús rubrica con su sangre un pacto nuevo, que supera al de Moisés sellado con sangre de animales. Jesús celebró en la Cena un verdadero sacrificio, incruento y misterioso: la víctima real es el cuerpo y la sangre de Cristo.

Mientras en nuestra sociedad se abandona el espíritu de sacrificio, de renuncia, de entrega; se desvirtúa y se diluye el carácter sacrificial de la Muerte de Cristo y de la misma Eucaristía. Se destaca la condición de “banquete de fraternidad”, pero no hay que olvidar el aspecto sacrificial.
El Evangelio narra los preparativos para la cena; relata la institución de la Eucaristía, en la que Jesús realiza anticipadamente el gesto de donación de su propia vida, que llevará a cabo al día siguiente en la cruz.
  1. Las Palabras de Jesús:
Esto es mi cuerpo”. La fiesta de hoy nos debe hacer cobrar una conciencia más intensa de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
“Cuerpo” significa la persona entera. Cristo está realmente presente con su cuerpo glorioso, con su alma humana, con su naturaleza y personalidad divina. ¿Tengo consciencia de que en cada Sagrario está el Señor Vivo, infinitamente más real que todos? ¿Qué me es más real, la presencia de las demás personas humanas o la presencia de Cristo en la Eucaristía? ¿Soy consciente de tener en El Sagrario al “Dios con nosotros”, a mi disposición, esperándome eternamente? ¡Dios se hace pan!... ¡para estar cerca de mí! ¡y para alimentarme!
Mientras celebraba la Misa, una mosca revoloteaba alrededor del Cáliz. El sacerdote aleja la mosca con la mano, ésta vuelve una y otra vez hacia el Cáliz, posándose en él de vez en cuando. La mosca insistente, acaba por distraer a todos. Cuando termina la Misa, el sacerdote se dirige a los asistentes: “quizás se hayan distraído, pero yo pensaba que todos nosotros deberíamos ser como esa mosca; buscar la Sangre de Cristo, su cercanía, una y otra vez, con insistencia, aunque quieran alejarte”.
 “Que se entrega por vosotros”. La presencia de Cristo en la Eucaristía no es inerte ni pasiva. Él vive apasionadamente en la Eucaristía. El amor manifestado en la cruz perdura eternamente; no ha menguado; al contrario, es ahora más intenso. Y se hace especialmente presente y eficaz en cada celebración de la Eucaristía. Y eso, «por vosotros y por muchos», por la totalidad, por cada uno de todos los hombres, por los que fueron, son y serán; y eso, aunque sea ignorado o rechazado por tantos.
Para el perdón de los pecados”. Cristo sabe muy bien por quién y a quién se entrega; por la humanidad pecadora. Pero para esto ha venido, para quitar el pecado del mundo. Cristo en la Eucaristía anhela borrar nuestro pecado y hacernos santos. Para eso se ha entregado. Y para eso se queda en la Eucaristía, para ser alimento de pecadores. Y nosotros necesitamos acudir con ansia y comer y beber nuestra redención.
“Esta es mi Sangre”: La “sangre” es la vida donada en sacrificio. La primera Alianza se selló con sangre (Ex. 24). Jesús ha sellado la nueva o definitiva Alianza con su misma sangre, su vida hecha donación de amor, bajo la acción del Espíritu Santo (Heb. 9).
La Eucaristía “actualiza”, hace realidad, todo lo que ha hecho y dicho Jesús, desde la Encarnación hasta la Pascua. Es el “Cordero” que derrama su sangre por nosotros.
En nuestra sociedad se demuestra la generosidad dando dinero o regalos diversos; nadie da su sangre. Cristo, sí la da; demuestra así la ternura que nos tiene y el ardor de su amor.
"¿El pan que partimos, no es la comunión con el cuerpo del Cristo?" (1 Cor. 10,16)... ¿Qué es este Pan? El Cuerpo de Cristo. ¿En qué se convierten los que comulgan? En el Cuerpo de Cristo; no una multitud de cuerpos sino un cuerpo único. ¿Si todos participamos del mismo pan, y estamos unidos entre nosotros con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor? ¿Por qué no nos hacemos uno? Así era al principio: "la multitud de los creyentes tenían un sólo corazón y una sola alma" (Hch. 4, 32).
  1. La Institución de la Eucaristía.
El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de la Cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn. 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces Sacerdotes del Nuevo Testamento.
Los tres evangelios sinópticos y San Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía.
Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaún: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre. El “paso” de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón” (Hch 2,42.46).
El milagro que ocurre cada día en la Consagración es más grande que el de la multiplicación de los Panes. Jesucristo no dejó lugar a dudas: Esto es mi Cuerpo.
La transustanciación es el milagro que ocurre en la consagración: el pan deja de ser pan aunque siga pareciendo pan; sólo cambia la sustancia, lo que es y no se ve.
¿Cómo puede el sacerdote hacer todos los días ese milagro? Porque Jesús mandó a los Apóstoles "Haced esto en memoria mía" mandó que repitieran esa acción sagrada. Y como no manda imposibles, les dio el poder para cambiar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre. Y los Apóstoles confirieron ese poder sacerdotal a otros hombres, y así generación tras generación hasta hoy.
  1. Este es el Sacramento de Nuestra Fe.
"El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y yo en él… Sin embargo hay algunos que no creen… Por eso os he dicho que ninguno puede venir a Mí si no te fuera dado por el Padre" (Jn. 6,56.64-65) 
"0iga, no tengo fe", decía preocupado y contrariado un muchacho. Al preguntarle por la causa de esa inesperada afirmación, contestó: “Porque cuando estoy delante del Sagrario no siento nada y no veo ahí a Jesucristo”.
No, no es eso la fe. La fe no es sentir, sino asentir, ¡decir con la cabeza que crees eso! La fe es un regalo de Dios por el que yo afirmo con mi cabeza, aunque no lo vea ni entienda, que lo que Dios dice es verdad; ¿Cómo no va a ser verdad si Él ha hecho todo?
La presencia de Jesús en la Eucaristía, bajo dimensiones tan pequeñas y en tantos lugares a la vez, parece plantear dos aparentes dificultades:
¿Cómo puede un cuerpo humano estar presente en un espacio tan pequeño?
¿Cómo puede un cuerpo humano estar en varios lugares a la vez?
Estas dificultades, son sólo aparentes. Dios lo puede, luego lo hace. Dios es el autor de la naturaleza, Señor de la creación. Las leyes físicas del universo fueron establecidas por Dios, y Él puede suspender su acción si lo desea, sin que cueste un esfuerzo a su poder infinito.
  1. El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia, que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es sólo el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado a favor de los hombres (Ex. 13,3).
El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual: Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención.
Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros” (Lc. 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos para remisión de los pecados”.
La Eucaristía es un sacrificio porque representa (hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto.
El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: Es una y la misma víctima la que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes y la que se ofreció a si misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer.
La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
Los frutos de la comunión
La Sagrada Comunión produce los siguientes frutos:
  • acrecienta nuestra unión íntima con Cristo;
  • conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo;
  • nos purifica de los pecados veniales, porque fortalece la caridad;
  • nos preserva de futuros pecados mortales al fortalecer nuestra amistad con Cristo;
  • renueva, fortalece y profundiza la unidad con toda la Iglesia;
  • nos compromete en favor de los más pobres, en los que reconocemos a Jesucristo;
  • y se nos da la prenda de la gloria futura.
  1. La Eucaristía como Alimento.
Jesús afirma: "Sin mí no podéis nada " (Jn. 15,5) Y nos enseña a pedir: "Danos hoy nuestro pan de cada día" (Mt 6,11)
Todos estamos de viaje. La vida es un viaje, sí; pero ¿a dónde se viaja? A la otra vida, donde ya no hay tiempo y que ya es una vida para siempre. Los cristianos sabemos que estamos de viaje hacia el Cielo.
La Iglesia nos dice que la Eucaristía es panis viatorum, el pan de los que están de viaje. En este viaje largo hacia el Cielo el alimento que tenemos es la Eucaristía.
Los deportistas, en ciertos puntos de la competencia, tienen un lugar donde les dan abasto, para poder continuar. Así los cristianos en este largo viaje de tiempo, para poder vivir como cristianos, para poder amar, perdonar, vencer en las luchas… necesitamos comer a Cristo (1 Rey. 19,3-7)
Teresa de Calcuta decía que el trabajo que hacen las misioneras de la Caridad es muy duro, todo el día entre los más pobres de entre los pobres. Cuando le preguntaron cómo pueden resistir, responde que la fuerza la toman cada mañana adorando a Jesús en la Eucaristía, la Misa y la Comunión: "Si no fuese por eso, dice, no podríamos aguantar".
Comulgar "a Cristo" y comulgar "con Cristo"
 
"El segundo mandamiento es semejante a éste: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22, 39-40). El acto de adoración a Dios es seguido por el ejercicio de la caridad con todos los necesitados. Éste es el motivo por el que la Iglesia ha unido los dos días "más eucarísticos" del año (Jueves Santo y Corpus Christi), a nuestro compromiso con los pobres.
El acto de comulgar no termina con la recepción del Sacramento: "Comer a Cristo es un proceso espiritual que abarca toda la realidad humana. Comerlo significa adorarle. Comerlo significa dejar que entre en mí, de modo que mi yo sea transformado y se abra al gran 'nosotros', de manera que lleguemos a ser uno solo con Él" (Benedicto XVI).
Comulgar "a Cristo" es también comulgar "con Cristo", es decir, comulgar con todo lo que Él ama, con sus preocupaciones, alegrías, esperanzas y sufrimientos... de una forma especial, con sus predilectos, los pobres. Dos señales determinantes para evaluar la calidad de nuestra participación en la Sagrada Eucaristía: la actitud de adoración y -fruto de ésta- nuestro compromiso con los necesitados.
Terminamos orando:
“Señor, espero en Ti; Te adoro, Te amo, auméntame la fe.
Quiero que seas mi apoyo en todo: sin Ti no puedo nada.
Tú te has quedado en la Eucaristía, indefenso.
Quiero que te sientas amado por mí:
para eso intentaré cuidarte, acompañarte, tener detalles contigo,
adorarte, agradecerte, valorar cada vez más esta locura tuya...
Quiero sentirme amado por Ti:
que me alegre tenerte tan cerca, que me sienta acompañado,
seguro, querido, fortalecido, comprendido, escuchado, alimentado;
hazme Tú ese regalo.
Señor, acuérdate de tus palabras:
Quien come mi Carne y bebe mi Sangre,
en Mí permanece y Yo en él.
¡Tú en mí y yo en Ti! ¡cuánto amor,Señor!,
¡Tú en mí, que soy un pobre pecador,
y yo en Ti, que eres mi Dios!
Una sola cosa, y sólo esto busco:
vivir en Ti, en Ti descansar y no separarme nunca de Ti.
Señor que nos haces participar del milagro de la Eucaristía:
te pedimos que vivas con nosotros,
que te veamos, que te toquemos, que te sintamos,
que queramos estar siempre junto a Ti,
que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos.
Dios mío yo creo, te adoro, te espero y te amo,
te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
te adoro profundamente y te ofrezco
el precioso Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo,
que se encuentra presente en todos los Sagrarios de la tierra,
y te lo ofrezco, Dios mío en reparación por los abusos,
sacrilegios e indiferencias con que Él es ofendido. Amén.

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