Tomen y beban Esta es mi Sangre”
Solemnidad de CORPUS CHRISTI
Abundantes bendiciones,
celebramos con gozo la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor.
Ofrezco algunos “destellos de luz” para reflexionarlos.
Ofrezco algunos “destellos de luz” para reflexionarlos.
“Gracias, Señor porque te
has quedado con nosotros
como pan partido para el
hambre de todos.
Porque en tu cuerpo partido
nos enseñas a encontrar la alegría.
Porque al comerlo, nos
enseñas a convertirnos
en Eucaristía para los
demás”.
- Breve Historia de la Solemnidad.
La fiesta del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo se comenzó a celebrar en Lieja (Bélgica) en 1246, gracias a
las revelaciones a Santa Juliana; fue extendida a toda la Iglesia occidental
por el papa Urbano IV en 1264, año en que se
produjo el Milagro de Bolsena: un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo
dudas de que la Consagración fuera algo real. Al momento de partir la Sagrada
Forma, vio salir de ella sangre de la que se fue empapando en seguida el
corporal. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 junio
de 1264. Hoy se conservan los corporales -donde se apoyaron el cáliz y la
patena durante la Misa- en Orvieto, y también se puede ver la piedra del altar
en Bolsena, manchada de sangre. Su finalidad proclamar la fe en la presencia real de
Jesucristo en la Eucaristía.
El Papa Urbano IV
encargó un oficio -la liturgia de las horas- a San Buenaventura y a Santo Tomás
de Aquino; cuando el Pontífice comenzó a leer en voz alta el oficio hecho por
Santo Tomás, San Buenaventura fue rompiendo el suyo en pedazos.
- La Revelación Bíblica.
La Pascua judía
es el marco para la institución de la Eucaristía. Ésta es la actualización y
renovación de la Pascua de Jesucristo. Todo el proyecto salvador de Dios en
Cristo, lo actualiza la Iglesia celebrando este Sacramento.
En la cena de
pascua judía, la oración de bendición rememoraba la antigua Alianza. Esa misma
plegaria, en labios de Cristo, adquirirá una dimensión nueva, no sólo en las
palabras, sino sobre todo en el contenido: la Alianza será a partir de ahora la
Nueva y Eterna, sellada con su Sangre.
Jesús rubrica
con su sangre un pacto nuevo, que supera al de Moisés sellado con sangre de
animales. Jesús celebró en la Cena un verdadero sacrificio, incruento y
misterioso: la víctima real es el cuerpo y la sangre de Cristo.
El Evangelio
narra los preparativos para la cena; relata la institución de la Eucaristía, en
la que Jesús realiza anticipadamente el gesto de donación de su propia vida,
que llevará a cabo al día siguiente en la cruz.
- Las Palabras de Jesús:
“Esto es mi cuerpo”. La fiesta de hoy nos debe hacer cobrar una
conciencia más intensa de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
“Cuerpo” significa la persona entera. Cristo está realmente
presente con su cuerpo glorioso, con su alma humana, con su naturaleza y
personalidad divina. ¿Tengo consciencia de que en cada Sagrario está el Señor
Vivo, infinitamente más real que todos? ¿Qué me es más real, la presencia de
las demás personas humanas o la presencia de Cristo en la Eucaristía? ¿Soy
consciente de tener en El Sagrario al “Dios
con nosotros”, a mi disposición, esperándome eternamente? ¡Dios se hace pan!... ¡para estar
cerca de mí! ¡y para alimentarme!
Mientras
celebraba la Misa, una mosca revoloteaba alrededor del Cáliz. El sacerdote
aleja la mosca con la mano, ésta vuelve una y otra vez hacia el Cáliz,
posándose en él de vez en cuando. La mosca insistente, acaba por distraer a
todos. Cuando termina la Misa, el sacerdote se dirige a los asistentes: “quizás se hayan distraído, pero yo pensaba
que todos nosotros deberíamos ser como esa mosca; buscar la Sangre de Cristo,
su cercanía, una y otra vez, con insistencia, aunque quieran alejarte”.
“Que se entrega por vosotros”. La presencia de Cristo en la
Eucaristía no es inerte ni pasiva. Él vive apasionadamente en la Eucaristía. El
amor manifestado en la cruz perdura eternamente; no ha menguado; al contrario,
es ahora más intenso. Y se hace especialmente presente y eficaz en cada
celebración de la Eucaristía. Y eso, «por vosotros y por muchos», por la totalidad, por cada uno de todos los
hombres, por los que fueron, son y serán; y eso, aunque sea ignorado o
rechazado por tantos.
“Para el perdón de los pecados”. Cristo sabe muy bien por quién y
a quién se entrega; por la humanidad pecadora. Pero para esto ha venido, para
quitar el pecado del mundo. Cristo en la Eucaristía anhela borrar nuestro
pecado y hacernos santos. Para eso se ha entregado. Y para eso se queda en la Eucaristía,
para ser alimento de pecadores. Y nosotros necesitamos acudir con ansia y comer
y beber nuestra redención.
“Esta es mi
Sangre”: La “sangre” es la vida donada en sacrificio.
La primera Alianza se selló con sangre (Ex. 24). Jesús ha sellado la nueva o
definitiva Alianza con su misma sangre, su vida hecha donación de amor, bajo la
acción del Espíritu Santo (Heb. 9).
La Eucaristía
“actualiza”, hace realidad, todo lo que ha hecho y dicho Jesús, desde la
Encarnación hasta la Pascua. Es el “Cordero” que derrama su sangre por
nosotros.
En nuestra
sociedad se demuestra la generosidad dando dinero o regalos diversos; nadie da
su sangre. Cristo, sí la da; demuestra así la ternura que nos tiene y el ardor
de su amor.
"¿El pan
que partimos, no es la comunión con el cuerpo del Cristo?" (1 Cor.
10,16)... ¿Qué es este Pan? El Cuerpo de Cristo. ¿En qué se convierten los que
comulgan? En el Cuerpo de Cristo; no una multitud de cuerpos sino un cuerpo
único. ¿Si todos participamos del mismo pan, y estamos unidos entre nosotros
con Cristo, por qué no mostramos el mismo amor? ¿Por qué no nos hacemos uno?
Así era al principio: "la multitud
de los creyentes tenían un sólo corazón y una sola alma" (Hch. 4, 32).
- La Institución de la Eucaristía.
El Señor,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la
hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de la Cena,
les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn. 13,1-17). Para dejarles una prenda de
este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su
Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su
resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno,
constituyéndoles entonces Sacerdotes del Nuevo Testamento.
Los tres
evangelios sinópticos y San Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía.
Jesús escogió
el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaún: dar a
sus discípulos su Cuerpo y su Sangre. El “paso” de Jesús a su Padre por su
muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada
en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua
final de la Iglesia en la gloria del Reino.
Desde el
comienzo la Iglesia
fue fiel a la orden del
Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles,
fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días
con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con
sencillez de corazón” (Hch 2,42.46).
El milagro que ocurre cada día en la Consagración es
más grande que el de la multiplicación de los Panes. Jesucristo no dejó lugar a
dudas: Esto es mi Cuerpo.
La transustanciación
es el milagro que ocurre en la consagración: el pan deja de ser pan aunque siga
pareciendo pan; sólo cambia la sustancia, lo que es y no se ve.
¿Cómo puede el sacerdote hacer todos los días ese
milagro? Porque Jesús mandó a los Apóstoles "Haced esto en memoria mía" mandó que repitieran esa
acción sagrada. Y como no manda imposibles, les dio el poder para cambiar el
pan y el vino en su Cuerpo y Sangre. Y los Apóstoles confirieron ese poder
sacerdotal a otros hombres, y así generación tras generación hasta hoy.
- Este es el Sacramento de Nuestra Fe.
"El que
come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y yo en él… Sin embargo hay
algunos que no creen… Por eso os he dicho que ninguno puede venir a Mí si no te
fuera dado por el Padre" (Jn. 6,56.64-65)
"0iga, no tengo fe", decía preocupado y contrariado un
muchacho. Al preguntarle por la causa de esa inesperada afirmación, contestó: “Porque cuando estoy delante del Sagrario no
siento nada y no veo ahí a Jesucristo”.
No, no es eso la fe. La fe no es sentir, sino asentir,
¡decir con la cabeza que crees eso! La fe es un regalo de Dios por el que yo
afirmo con mi cabeza, aunque no lo vea ni entienda, que lo que Dios dice es
verdad; ¿Cómo no va a ser verdad si Él ha hecho todo?
La presencia de Jesús en la Eucaristía, bajo
dimensiones tan pequeñas y en tantos lugares a la vez, parece plantear dos
aparentes dificultades:
¿Cómo puede un cuerpo humano estar presente en un
espacio tan pequeño?
¿Cómo puede un cuerpo humano estar en varios lugares a
la vez?
Estas dificultades, son sólo aparentes. Dios lo puede,
luego lo hace. Dios es el autor de la naturaleza, Señor de la creación. Las
leyes físicas del universo fueron establecidas por Dios, y Él puede suspender
su acción si lo desea, sin que cueste un esfuerzo a su poder infinito.
- El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
La Eucaristía
es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único
sacrificio, en la liturgia de la Iglesia, que es su Cuerpo. En todas las
plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una
oración llamada anámnesis o
memorial.
En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el
memorial no es sólo
el recuerdo de los
acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha
realizado a favor de los hombres (Ex. 13,3).
El memorial
recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la
Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para
siempre en la cruz, permanece siempre actual: Cuantas veces se renueva en el
altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado,
se realiza la obra de nuestra redención.
Por ser
memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la
Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será
entregado por vosotros” y “Esta
copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros” (Lc. 22,19-20). En la Eucaristía,
Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma
que “derramó
por muchos para remisión de los pecados”.
La Eucaristía
es un sacrificio porque representa (hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su
memorial y aplica su fruto.
El sacrificio
de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: Es una y la misma víctima la que se ofrece ahora por
el ministerio de los sacerdotes y la que se ofreció a si misma entonces sobre
la cruz. Sólo
difiere la manera de ofrecer.
La Eucaristía
es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su
Cabeza. Con Él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el
Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es
también el sacrificio
de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su
trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor
nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas las
generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
La Sagrada
Comunión produce los siguientes frutos:
- acrecienta nuestra unión íntima con Cristo;
- conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo;
- nos purifica de los pecados veniales, porque fortalece la caridad;
- nos preserva de futuros pecados mortales al fortalecer nuestra amistad con Cristo;
- renueva, fortalece y profundiza la unidad con toda la Iglesia;
- nos compromete en favor de los más pobres, en los que reconocemos a Jesucristo;
- y se nos da la prenda de la gloria futura.
- La Eucaristía como Alimento.
Jesús afirma: "Sin mí no podéis nada " (Jn.
15,5) Y nos enseña a pedir: "Danos hoy nuestro pan de cada día" (Mt
6,11)
Todos estamos de viaje. La vida es un viaje, sí; pero
¿a dónde se viaja? A la otra vida, donde ya no hay tiempo y que ya es una vida
para siempre. Los cristianos sabemos que estamos de viaje hacia el Cielo.
La Iglesia nos dice que la Eucaristía es panis viatorum, el pan de los que están
de viaje. En este viaje largo hacia el Cielo el alimento que tenemos es la
Eucaristía.
Los deportistas, en ciertos puntos de la competencia,
tienen un lugar donde les dan abasto, para poder continuar. Así los cristianos
en este largo viaje de tiempo, para poder vivir como cristianos, para poder
amar, perdonar, vencer en las luchas… necesitamos comer a Cristo (1 Rey.
19,3-7)
Teresa de Calcuta decía que el trabajo que hacen las
misioneras de la Caridad es muy duro, todo el día entre los más pobres de entre
los pobres. Cuando le preguntaron cómo pueden resistir, responde que la fuerza
la toman cada mañana adorando a Jesús en la Eucaristía, la Misa y la Comunión: "Si no fuese por eso, dice, no
podríamos aguantar".
Comulgar "a Cristo" y comulgar "con
Cristo"
"El segundo
mandamiento es semejante a éste: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. Estos
dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22, 39-40).
El acto de adoración a Dios es seguido por el ejercicio de la caridad con todos
los necesitados. Éste es el motivo por el que la Iglesia ha unido los dos días
"más eucarísticos" del año (Jueves Santo y Corpus Christi), a nuestro
compromiso con los pobres.
El acto de comulgar no termina con la recepción
del Sacramento: "Comer a Cristo es
un proceso espiritual que abarca toda la realidad humana. Comerlo significa
adorarle. Comerlo significa dejar que entre en mí, de modo que mi yo sea
transformado y se abra al gran 'nosotros', de manera que lleguemos a ser uno
solo con Él" (Benedicto XVI).
Comulgar "a
Cristo" es también comulgar "con
Cristo", es decir, comulgar con todo lo que Él ama, con sus
preocupaciones, alegrías, esperanzas y sufrimientos... de una forma especial,
con sus predilectos, los pobres. Dos señales determinantes para evaluar la
calidad de nuestra participación en la Sagrada Eucaristía: la actitud de adoración y
-fruto de ésta- nuestro compromiso con los necesitados.
Terminamos orando:
“Señor, espero en Ti; Te adoro, Te amo, auméntame la
fe.
Quiero que seas mi apoyo en todo: sin Ti no puedo
nada.
Tú te has quedado en la Eucaristía, indefenso.
Quiero que te sientas amado por mí:
para eso intentaré cuidarte, acompañarte, tener
detalles contigo,
adorarte, agradecerte, valorar cada vez más esta
locura tuya...
seguro, querido, fortalecido, comprendido, escuchado,
alimentado;
hazme Tú ese regalo.
Señor, acuérdate de tus palabras:
Quien come mi Carne y bebe mi Sangre,
en Mí permanece y Yo en él.
¡Tú en mí y yo en Ti! ¡cuánto amor,Señor!,
¡Tú en mí, que soy un pobre pecador,
y yo en Ti, que eres mi Dios!
Una sola cosa, y sólo esto busco:
vivir en Ti, en Ti descansar y no separarme nunca de
Ti.
Señor que nos haces participar del milagro de la
Eucaristía:
te pedimos que vivas con nosotros,
que te veamos, que te toquemos, que te sintamos,
que queramos estar siempre junto a Ti,
que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros
trabajos.
Dios mío yo creo, te adoro, te espero y te amo,
te pido perdón por los que no creen, no adoran, no
esperan y no te aman.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
te adoro profundamente y te ofrezco
el precioso Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
nuestro Señor Jesucristo,
que se encuentra presente en todos los Sagrarios de la
tierra,
y te lo ofrezco, Dios mío en reparación por los
abusos,
sacrilegios e indiferencias con que Él es ofendido.
Amén.
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