“Vino un hombre enviado por Dios
que se llamaba Juan”
NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
DIA DEL SUMO PONTÍFICE
DIA DEL SUMO PONTÍFICE
Este Domingo XII del tiempo
ordinario, coincide maravillosamente la celebración del nacimiento del
Precursor del Señor, Juan Bautista, y la Iglesia celebra el Día del Papa,
oramos por la vida y la misión de Benedicto XVI, quien ha recibido la tarea de
pastorear esta Iglesia Peregrina.
A la luz de la Palabra, ofrezco unos “destellos de luz”, espero nos ayuden a
profundizarla y a vivirla.
1. Las Fuentes.
“Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una joven virgen.
El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la
Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe” (San Agustín)
Este
pasaje del Evangelio forma parte de los llamados relatos de la infancia de
Jesús y sigue a la Visitación de María “a la casa de Zacarías” (Lc. 1,40)
después de la Anunciación del Ángel Mensajero de la nueva creación.
La Anunciación inaugura el cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo (Lc. 1,26-38). El gozo de los tiempos nuevos en María, inunda el corazón de Isabel. Ella goza con el anuncio traído por María (Lc. 1,41), quien “proclama las grandezas del Señor” (Lc. 1,46) porque el Poderoso ha hecho cosas grandes en ella y en el pueblo que ansía la salvación.
La
expresión “se cumplió el tiempo” revela la realización cumbre del Proyecto
de Dios. San Pablo dice que cuando se cumplió el tiempo, Dios mandó a su
Unigénito “nacido de mujer, nacido bajo
la ley para rescatar a aquéllos que estaban bajo la ley, para que recibiésemos,
la adopción de hijos” de Dios (Gál. 4,4).
En los Evangelios
Jesús habla del cumplimiento de los tiempos. En la agonía en la cruz, proclama
que “todo está cumplido” (Jn. 19,30). Jesús inaugura la era de
salvación. El nacimiento de Juan Bautista estrena este tiempo de salvación.
A la llegada del Mesías, se alegra y salta de gozo en el vientre de Isabel (Lc.
1,44).
2. La Figura de Juan el Bautista.
Mirar la imponente figura del Precursor
no hace sino despertar el asombro y admiración de los planes de Dios. La
Palabra de Dios lleva a destacar algunos aspectos en torno al “mayor
nacido de mujer”:
El nacimiento de Juan provoca alegría:
Isabel se alegra, y los vecinos y parientes «se
regocijaron con ella». Es la alegría que trae un niño, y la
de una madre estéril y de edad avanzada. Alegría porque la hora de la historia
de la salvación ha iniciado. El nacimiento de Juan fue motivo de alegría para muchos.
¿Soy yo motivo de alegría para la gente que me ve o me conoce? Viéndome vivir y
actuar, ¿se sienten un poco más cerca de Dios? Ante mi manera de plantear las
cosas, ¿experimentan el gozo de la salvación, de Cristo Salvador que se acerca
a ellos?
“Se llamará Juan”:
Isabel y Zacarías están de acuerdo en la elección del nombre. Al pueblo le
extraña la decisión y se admiran. El
hijo no se llamará como su padre Zacarías, sino Juan. Todos
querían que el niño se llamase Zacarías, como su padre; esa era la tradición.
Pero ante las tradiciones y costumbres religiosas y culturales, la cuestión
decisiva es ésta: ¿Qué es lo que Dios quiere? Zacarías significa “Dios recuerda”. Su hijo no
será llamado “Dios recuerda”, porque las promesas de Dios se están cumpliendo. Se
llamará Juan, que significa, “Dios es misericordia”. El nombre
indica la identidad y la misión del que ha de nacer. Zacarías escribe
el nombre de su hijo sobre una tablilla (Lc. 1,63). Esta tablilla recuerda otra
inscripción, escrita por Pilatos para ser colgada en la cruz de Jesús. Esta
inscripción revelaba la identidad y la misión del crucificado: “Jesús
Nazareno Rey de los Judíos” (Jn. 19,19). Juan y Jesús están
identificados en su misión.
Juan es el Precursor de Cristo. Desde su nacimiento e infancia Juan señala a Cristo. “¿Quién será este niño?” Él es “la voz que grita en el desierto” (Jn. 1,23), para preparar los caminos del Señor. No es él el Mesías (Jn. 1,20). Vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel” (Lc. 1,80)
“Y todas estas cosas se comentaban por toda la región”. La noticia se extiende por toda la montaña de Judea; el mensaje de salvación pugna por extenderse a espacios cada vez más amplios. El que es alcanzado por la noticia se convierte también en su heraldo. Los acontecimientos de la Historia de la Salvación deben ser desde ya proclamados no sólo desde los patios, sino desde las terrazas.
“Todos se preguntaban impresionados: ¿qué va a ser de este niño?”. En Juan se revela el poder, la guía y la dirección de Dios. Quien entienda esto se asombrará y preguntará: ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué acompaña a este niño la poderosa mano de Dios?
Juan pasó toda su vida
señalando al Cordero que quita los pecados del mundo. Cada una de sus palabras,
de sus acciones, su ser entero, su vida, no se explica ni se entiende sin
Cristo. ¿Sucede lo mismo con nosotros?, es decir, puedo repetir con la misma
convicción del Apóstol, “Señor, ¿a quién
vamos a ir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
"Y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá
delante de él..., para prepararle al Señor un pueblo bien dispuesto": Juan conduce a Cristo a la Iglesia, su novia, y
prepara para el Señor un pueblo escogido, purificándolo por el agua con vistas
a la promesa: “Él les bautizará en el
Espíritu Santo y en fuego”.
“Y vivía en los desiertos hasta el
momento de manifestarse a Israel”. Israel tomó posesión de la tierra prometida después de su
permanencia en el desierto. Juan se fue al desierto de Judá, y en el desierto
se prepara para recibir la investidura de su cargo. Lejos de los hombres, en la
proximidad de Dios, se va armando para su quehacer futuro. El desierto se
convierte en ese espacio para vencer al maligno, para vencernos a nosotros
mismos y para encontrarnos en profundidad con Dios y con la misión que nos
encomendará.
La vida de Juan está
determinada por su ministerio. Antes de ser concebido es elegido, desde el seno
de su madre salta de gozo anunciando la cercanía del Mesías, vive en el
desierto bajo el impulso divino: Dios le introduce en su ministerio. Dios lo
había elegido para esto.
- Precursor, Profeta y Bautista: Los títulos de Juan
“Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan”. Juan Bautista es el precursor inmediato del
Señor, enviado para prepararle el camino. Veamos a la luz de la revelación
algunos títulos que recibe el Bautista:
“Profeta del Altísimo”, sobrepasa a todos los profetas, de los que es
el último, e inaugura el Evangelio Nuevo; desde el seno de su madre saluda la venida
de Cristo y encuentra su alegría en ser “el amigo del esposo” a quien señala como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Precediendo a Jesús “con el espíritu y el poder de Elías”, da testimonio de él por su predicación, su bautismo de
conversión y con su martirio.
Juan “lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” por obra de Cristo que la Virgen María concibe del Espíritu Santo.
La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "Visita de
Dios a su pueblo".
Juan es “Elías que debe venir”: El fuego
del Espíritu lo habita y le hace correr delante, como "precursor" del
Señor que viene. En Él, el Espíritu Santo culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien
dispuesto”.
Juan es “más que un profeta”. En él termina el ciclo de los profetas
inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la
"voz" del Consolador que llega. Como lo hará el Espíritu de Verdad, “vino como testigo para dar testimonio de
la luz”.
Con Juan Bautista, el
Espíritu Santo, inaugura lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al
hombre la "semejanza" divina. Su bautismo era para el
arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.
- Nuestro compromiso, vivencia y misión:
Desde el seno de nuestra
madre, empezamos a ser plasmados por el amor de Dios, que nos quiere convertir
a todos en un “don” para los demás. Nuestro verdadero “nombre” sólo lo sabe el
Señor. A Juan, el Precursor, le tocó ser santificado por el Espíritu Santo por
medio del saludo de María. Cada día es una gracia o don recibido. Cada uno
somos un ”don” de Dios, un ”pensamiento” de su amor, para realizarnos dándonos
a los demás.
Nuestra verdadera biografía
empezó en el Corazón de Dios. Nuestras huellas históricas empezaron desde el
seno de nuestra madre. Desde entonces nos ha seguido la mirada amorosa y el
cuidado materno de María, para llegar a ser “precursores” o “heraldos” de Jesús.
Lo importante, para que
Jesús sea más conocido, amado y servido es que nosotros seamos sólo “voz”, aprendiendo
a “disminuir” para que se oiga la verdadera y única “Palabra”, la de Jesús, el Cordero que quita el pecado del mundo.
Se necesitan “servidores”
al estilo de María y del Bautista. La presencia de María asegura la acción
santificadora del Espíritu Santo. La presencia de hombres
y mujeres que den ese tono a la vivencia de la fe es indispensable. Ser
profetas no es una profesión y, menos de las bien retribuidas. Es una vocación
incómoda y a veces martirial; un desborde, una irrupción del fulgor del Dios
indignado y compasivo, silencioso y que alza su voz.
Hay una
sabiduría profética que nos pone en camino para que nuestra vida se vaya
haciendo profecía. El mundo de los marginados es la tierra privilegiada para
que nazca lo nuevo y aparezcan los brotes germinales de lo nunca visto, el
mensaje nuevo y claro del profeta. La levadura profética se tiene que convertir
en un modo nuevo de proceder. Para que nuestra vida gane en calidad profética
se requiere con urgencia pasar:
- de la protesta a la propuesta,
- de la exclusión a la inclusión,
- de la liberación a la comunión,
- de la continuidad a la novedad y la alternativa,
- del simple compromiso a la invitación entusiasta y testimonial,
- de la denuncia al anuncio,
- del hacer al ser,
- de la simple caridad a la justicia y al amor,
- de la idolatría a la adoración.
5.
¿Qué nos enseña la
vida de Juan Bautista?
Mirar la vida del
Precursor trae un sinnúmero de enseñanzas:
A cumplir con nuestra misión de bautizados:
siendo testigos de Cristo viviendo en la verdad de su palabra; transmitir esta
verdad a quien no la tiene, por medio de nuestra palabra y ejemplo de vida; a
ser piedras vivas de la Iglesia
.
.
A reconocer a Jesús como lo más importante y como
la verdad que debemos seguir. Recibiéndolo en la
Eucaristía todos los días.
Ver la importancia del arrepentimiento de los pecados
y cómo debemos acudir con frecuencia al sacramento de la confesión.
Reconocer nuestros pecados,
cambiando de manera de vivir y recibiendo a Jesús en la Eucaristía.
El examen de conciencia diario
ayuda a la conversión, ya que con éste estamos revisando nuestro comportamiento
ante Dios y ante los demás.
Terminamos orando con Zacarías (Lc. 1,68-79):
«Bendito el Señor
Dios de Israel
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
y nos ha suscitado una fuerza salvadora
en la casa de David, su siervo,
como había prometido desde antiguo,
por boca de sus santos profetas,
que nos salvaría de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian
teniendo misericordia con nuestros padres
y recordando su santa alianza
el juramento que juró a Abrahán nuestro
padre,
de concedernos que, libres de manos
enemigas,
podamos servirle sin temor en santidad y
justicia
en su presencia todos nuestros días.
Y tú, niño, serás llamado profeta del
Altísimo,
pues irás delante del Señor para preparar
sus caminos
y dar a su pueblo el conocimiento de la
salvación
mediante el perdón de sus pecados,
por las entrañas de misericordia de nuestro
Dios,
que harán que nos visite una Luz de lo
alto,
a fin de iluminar a los que habitan en
tinieblas
y sombras de muerte
y guiar nuestros pasos por el camino de la
paz.»
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