“Hija tu fe te ha salvado”
“Vete en paz y queda sana”
“No tengas miedo, sólo ten fe”
“Contigo hablo, levántate”
En el evangelio de este Domingo, ofrezco algunos “destellos de luz”, espero que la
gracia del Espíritu obre en nuestras vidas.
- Consideraciones Iniciales.
Dos milagros de Jesús a favor de dos mujeres, nos
ubican ante el reto de la fe. El primero, favorece a una mujer considerada
impura por causa de una hemorragia que le duraba desde hacía doce años. El otro
milagro, a favor de una niña de doce años, que acababa de morir.
La
hemorroisa era considerada legalmente impura y debilitada en la raíz de su ser,
“porque la
sangre es la vida” (Deut.
12,23). Al curarla Jesús se revela como el que devuelve la salud plena y la
vida digna. Resucitando a la hija de Jairo testimonia que ni
siquiera la muerte está libre de su poder. La hemorroisa y Jairo representan
la fe, capaz de obrar milagros.
Según la mentalidad de la época, cualquier persona
que tocara la sangre o un cadáver era considerada impura. ¡Sangre y muerte eran
factores de exclusión! Por esto, aquellas dos mujeres eran personas marginadas,
excluidas de la participación en comunidad.
- Primer milagro: Curación de la hemorroísa.
Como inicia: Jesús llega en
barca. La multitud se reúne a su alrededor. Jairo, jefe de la sinagoga, le pide
por su hija que se está muriendo. Jesús va con él y la multitud lo acompaña,
apretándole por todos los lados.
La situación de la
mujer:
¡Doce
años de hemorragia! Toda una tragedia. Según los conceptos judíos era impura y
contaminaba todo lo que tocaba (Lev. 15,19-20). Por esto, vivía excluida. La
Palabra dice que la mujer había gastado todos sus haberes con los médicos. En
vez de mejorar, estaba peor.
La actitud de la mujer: Oyó hablar de Jesús; renace la esperanza.
Se dice a sí misma: “Si logro tocar
aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.” La doctrina judía dice: “Si se toca su ropa, se quedará impuro”.
¡La
mujer piensa todo lo contrario!. Aprovecha la aglomeración, se pone en
medio de la multitud y, de forma desapercibida, tocó a Jesús. En ese instante
ella sintió que había sido curada. Lo normal es que el médico toque al
enfermo para curarlo, aquí el enfermo toca al médico para sanar.
Hay diversas formas de “tocar a Jesús”, unas llevan a la curación, otras no. Lo
que hace posible el milagro es la fe.
La reacción de Jesús y de los discípulos. Jesús se había dado cuenta que una fuerza
había salido de él y preguntó: “¿Quién me
ha tocado?” Los discípulos reaccionan: “Estás
viendo que la gente te oprime y preguntas: ¿Quién me ha tocado?” Aparece el
desequilibrio entre Jesús y sus discípulos. Jesús tiene una sensibilidad no
percibida por los discípulos. Estos reaccionan como todos y por eso no
entienden la reacción de Jesús.
La curación por la fe. La mujer se siente descubierta. Momento
difícil y peligroso. Pues, una persona impura que, como aquella mujer, se metía
en medio de una multitud, contaminaba a todo el mundo a través del toque. Y
hacía que todos se volvieran impuros ante Dios (Lev. 15,19-30). Por esto, como
castigo, podría ser apedreada. Pero la mujer tuvo el valor de asumir lo que
hacía. “Atemorizada y temblorosa”
cayó a los pies de Jesús y contó toda su verdad. Jesús dice la palabra final: “Hija, tu fe te ha salvado; ¡vete en paz y
queda curada de tu enfermedad!”
Las Palabras de Jesús: Las
podemos desglosar así:
a. “Hija”, Jesús acoge a la mujer en la
nueva familia, en la comunidad, que se formaba a su alrededor y de la cual
había estado excluida.
b. “Tu fe”, Aquello que ella pensaba aconteció
de hecho. Jesús reconoce que sin la fe de aquella mujer, él no hubiera podido
hacer el milagro.
c. “Te ha salvado”, La mujer no sólo se ha curado en su
cuerpo, sino que recibe salvación. Jesús da salud integral, total, holística.
3. Segundo
milagro: La resurrección de la hija de Jairo.
El
milagro se puede desarrollar en las siguientes escenas:
La noticia de la muerte de la niña. Mientras Jesús habla llega el personal de
la casa de Jairo e informa que la niña ha muerto. Para qué molestar a Jesús.
Para ellos, la muerte es el fin. ¡Jesús ya no puede hacer nada! El
Señor escucha, mira a Jairo y usa lo que acaba de suceder, la fe es capaz de
hacer lo que persona cree. Y dice: “No
temas. ¡Solamente ten fe!”
En casa de Jairo. Jesús permite que sólo tres discípulos
vayan con él. Viendo el alboroto de los que lloran, dice: “La niña no ha muerto. ¡Está dormida!” La gente se ríe, saben
distinguir entre el sueño y la muerte. Es la risa de los que no consiguen creer
que para
Dios nada es imposible (Gén. 17,17; 18,12-14; Lc. 1,37). Las palabras
de Jesús tienen un significado profundo. Las comunidades, las familias, las
personas están en una situación de muerte. Ellas tenían que oír: “¡No están
muertos! ¡Están dormidos! ¡Despiértense!” Jesús no da importancia a la risa y
entra en la habitación donde está la niña con los tres discípulos y los padres
de la niña.
La resurrección de la niña: Jesús la toma por la mano y dice: “Talitá
kum!”, “Contigo
hablo, niña, levántate”. Ella se levanta enseguida. ¡Milagro! ¡Gran
alboroto! Jesús conserva la calma…
Jesús les mandó que dieran a
la niña de comer: La narración acaba con este gesto
humano de Jesús: mientras los padres y todos están asombrados, Jesús se da
cuenta de que la niña lleva horas sin comer.
Las dos mujeres son curadas. ¡Una tenía doce años, la otra
llevaba doce años con hemorragia y padeciendo exclusión! A los doce años
comienza la exclusión de la muchacha, pues empieza la menstruación, ¡empieza a
morir! ¡Jesús con su poder mayor la resucita!. El mundo
espera nuestra respuesta personal a las Palabras de vida del Maestro: “Contigo
hablo, levántate”.
Jesús sale al encuentro de la
humanidad, en las situaciones más difíciles y penosas. ¿Hago yo lo propio? El
milagro realizado en casa de Jairo nos muestra su poder sobre el mal. Es el
Señor de la vida, el vencedor de la muerte.
- Palabras de Juan Pablo II, refiriéndose a la fe.
“No
podemos olvidar que, la causa primera del mal, de la enfermedad, de la misma
muerte, es el pecado en sus diferentes formas. En el corazón de cada uno anida
esa enfermedad que a todos nos afecta: el pecado personal, que arraiga más y
más en las conciencias, a medida que se pierde el sentido de Dios. ¡A medida
que se pierde el sentido de Dios! No permitamos que falsas doctrinas, ideologías
o novedades debiliten en nosotros el sentido de Dios.
No
se puede vencer el mal con el bien si no se tiene el sentido de Dios, de su
acción, de su presencia que nos invita a apostar siempre por la gracia, por la
vida, contra el pecado, contra la muerte. Está en juego la suerte de la
humanidad... Luchemos con denuedo contra el pecado, contra las fuerzas del mal
en todas sus formas, luchemos y derrotemos al pecado. “Combatid el buen combate de la fe” por la dignidad del hombre, por
la dignidad del amor, por una vida noble, de hijos de Dios. Vencer el pecado
mediante el perdón de Dios es una curación, es una resurrección.
No
tengamos miedo a las exigencias del amor de Cristo. Temamos, por el contrario,
la pusilanimidad, la ligereza, la comodidad, el egoísmo; todo aquello que
quiera acallar la voz de Cristo que, dirigiéndose a cada uno, repite: “Contigo
hablo, levántate”.
- El poder de la fe.
La fe es una adhesión
personal del hombre a Dios; y el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha
revelado. Para el cristiano, creer en Dios es
inseparablemente creer en aquel que
Él ha enviado, “su Hijo amado”, en quien ha puesto
toda su complacencia.
El Señor mismo dice a sus discípulos: “Crean en Dios, crean también en mí” (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo
porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que
está en el seno del Padre, él lo ha contado».
Porque «ha visto al Padre», Él es el único en conocerlo y en poderlo revelar.
No se puede creer en Jesucristo
sin la gracia de su Espíritu. El
Espíritu Santo revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: “Jesús es Señor” sino bajo la
acción del Espíritu Santo». Sólo
Dios conoce a Dios enteramente: «El
Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo
íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios».
Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios. La Iglesia no cesa de
confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así, la fe nos da
estas capacidades:
Ø Tener fe es ACEPTAR los designios de Dios aunque
no los entendamos, aunque no nos gusten. Él conduce nuestra vida por sendas
extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos.
Ø Tener fe es DAR cuando no tenemos, cuando nosotros
somos los necesitados. La fe puede hacer brillar el tesoro de la generosidad en
medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud al que recibe y al que
da.
Ø Tener fe es CREER cuando resulta más fácil
recurrir a la duda. La convicción en nuestras bondades, posibilidades y talentos,
y en las de los demás, es la energía que mueve la vida hacia los cielos y
tierras nuevas.
Ø Tener fe es GUIAR nuestra vida no con la vista,
sino con el corazón. La razón necesita evidencias para arriesgarse, el corazón
necesita sólo un rayo de esperanza. Las cosas más bellas y grandes que la vida
nos regala no se pueden ver, ni siquiera palpar, sólo se pueden acariciar con
el espíritu.
Ø Tener fe es LEVANTARSE cuando se ha caído. Los
reveses y fracasos en la vida nos entristecen, pero es más triste quedarse
lamentándose en el frío suelo de la autocompasión, atrapado por la frustración
y la amargura.
Ø Tener fe es ARRIESGAR todo a cambio de un sueño,
de un amor, de un ideal. Nada de lo bueno de la vida puede lograrse sin esa
dosis de sacrificio de desprenderse de algo o de alguien, a fin de adquirir lo
mejor.
Ø Tener fe es VER positivamente hacia adelante, no
importa cuán incierto parezca el futuro o cuán doloroso el pasado. Quien tiene
fe hace del hoy un fundamento del mañana y trata de vivirlo de tal manera que
cuando sea parte de su pasado, pueda verlo como un grato recuerdo.
Ø Tener fe es CONFIAR, no sólo en las cosas, sino en
lo que es más importante... en las personas. Muchos confían en lo material,
pero viven relaciones vacías con sus semejantes. Aunque haya gente que te
lastime y traicione tu confianza, confía y perdona.
Ø Tener fe es BUSCAR lo imposible: sonreír cuando
tus días se encuentran nublados y tus ojos se han secado de tanto llorar. Tener
fe es no dejar de sonreír, ni siquiera cuando estés triste, porque nunca sabes
cuando tu sonrisa puede dar luz y esperanza incluso a quien esté en peor
situación que la tuya.
Ø Tener fe es CONDUCIRSE por los caminos de la vida
de la forma en que un niño toma la mano de su padre. Es que dejemos nuestros problemas
en manos de DIOS y nos arrojemos a sus brazos antes que al abismo de la
desesperación. Fe es que descansemos en Él para que nos cargue, en vez de
cargar nosotros nuestra propia colección de problemas.
- Las características de la fe.
En la
fe, la inteligencia y la voluntad cooperan con la gracia divina: creer es un acto del entendimiento
que asiente a la verdad divina por
imperio de la voluntad movida
por Dios mediante la gracia.
La fe es una gracia, es un don
de Dios, una
virtud sobrenatural infundida por Él.
Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se
adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio del Espíritu Santo, que mueve el corazón,
lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos la gracia de
aceptar y creer la verdad.
La fe es un acto humano. Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios
interiores del Espíritu Santo. Pero creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las
verdades por Él reveladas.
La fe es un acto libre. Al creer, se debe responder
voluntariamente a Dios; nadie está
obligado contra su voluntad a abrazar la fe. El acto de fe es voluntario “la fe
no se impone, sino que se propone”. Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él
no forzó jamás a nadie. Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla
por la fuerza a los que le contradecían.
La fe es necesaria para la
salvación. Creer en Cristo Jesús y en Aquél que
lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. Puesto que «sin la fe… es imposible agradar a Dios» (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus
hijos, nadie es justificado sin ella y nadie, a no ser que haya perseverado en ella hasta el fin,
obtendrá la vida eterna (Mc. 16,16)
La fe puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de
lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las
injusticias y de la muerte parecen contradecir la Buena Nueva, pueden
estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
Perseverar en la fe. La fe, don
gratuito que Dios hace al hombre, puede perderse;
San Pablo advierte de ello a Timoteo: “Combate
el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla
rechazado, naufragaron en la fe” (1 Tm 1,18-19).
Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla
con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor
que la aumente; debe “actuar
por la caridad”, ser sostenida por la esperanza y
estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La fe es un acto personal: Sin embargo, nadie puede creer solo, como nadie puede
vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a
sí mismo. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi
fe contribuyo a sostener la fe de los otros.
La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta
y sostiene la fe. Por medio de Ella recibimos
la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo.
La
salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos
la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta
es nuestra madre, y porque es nuestra madre, es también la educadora
de
nuestra fe.
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