viernes, 9 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXII ORDINARIO (Ciclo B) Evangelio Marcos 12,38-44



«Les aseguro que esta viuda pobre
ha echado más que todos los demás.
Pues éstos dieron de lo que les sobraba;
pero ella, de su pobreza,
echó todo lo que tenía para vivir»

La enseñanza de Jesús parte de un pequeño y desapercibido, hecho de vida. Jesús, atento a lo que pasa en su entorno, sabe valorar lo que observa: no alaba tanto la acción meritoria que la anciana realiza al dar una pequeña limosna; cualquier otro podría haber menospreciado el donativo, y a la donante, por su pequeñez.

El Evangelio nos presenta a Jesús como un atento observador del comportamiento humano y como un buen conocedor de las intenciones más secretas que lo suelen guiar. Ninguno de los de la muchedumbre se hubiera atrevido a juzgar a los letrados con tanta severidad; ninguno de los discípulos que le acompañan al templo, podría haber contemplado la ofrenda de la viuda ni valorarla como Jesús lo hizo. Contemplamos a un Jesús que se fija en los detalles más comunes de la vida diaria y que logra captar la última razón de las acciones de los hombres.

La formación de los discípulos termina con el “Discurso Escatológico” (Marcos 13) la última instrucción es el llamado a vivir en permanente vigilia, discerniendo los signos de la historia: “¡Vigilad!” (13,37). Antes, Jesús pronuncia una lección explícita sobre el discipulado (12,38), tomando a tres personajes para que se vea quién es el que se parece más al discípulo del Reino, a la persona que está en verdadera sintonía con el Hijo:

1 Los escribas o “Maestros de la Ley”;
2 Los ricos generosos;
3 Una viuda pobre.

Los tres personajes tienen en común el que se consagran a la causa de Dios, de la siguiente manera: 

1º los escribas lo hacen con la enseñanza de la Ley,
2º los ricos con su limosna generosa para el sostenimiento del Templo y
3º la viuda, que no tiene el prestigio de los primeros ni el dinero de los segundos, quien se da a sí misma a Dios con el gesto de las dos moneditas.

1.  Los escribas.
Con el imperativo guardaos, Jesús invita a “mirar atentamente una situación para reflexionar sobre ella”, es decir a:
Ø  ejercitar el discernimiento para evitar todo tipo de comportamiento que no corresponde a los valores del Reino y,
Ø  trabajar internamente para evitarlo o para purificarlo.

La observación se centra en los siguientes comportamientos:
   La exhibición de su ropaje: túnicas de mucho vuelo que eran tenidas como signo de nobleza.
   Recibir la honra debida a los Maestros en los espacios públicos de mayor concurrencia, de manera que llaman la atención del público para incrementar las reverencias.
   Ocupar el puesto de honor: con la cara frene al auditorio, en las ceremonias religiosas de las “sinagogas”, y en las civiles de los “banquetes”.
   Apropiarse del dinero de las mujeres adineradas que, en su viudez, piden asistencia religiosa.

Estos comportamientos tienen que ver con los “derechos” del Maestro de la Ley. Jesús analiza el “uso” que hacen de ellos, así saca a la luz las motivaciones internas de quienes están al servicio de Dios pero explotan su posición para su propio provecho.

En los tiempos bíblicos las viudas dependían de los escribas para que les redactaran documentos, defendieran sus derechos ante los hermanos o los acreedores del difunto esposo, incluso ante los hijos que querían la herencia; pero estos expertos en la Ley se quedaban al final con la mejor parte de la propiedad que ayudaban a defender. La ira de Jesús ante esta situación se hace sentir: Ésos tendrán una sentencia más rigurosa”.

Los letrados eran los hombres de la ley de Dios; son figura de aquellos creyentes que hacen de la voluntad divina su profesión de por vida, que se dedican a entenderla y a enseñarla. Porque creen conocerla suficientemente, se creen fácilmente autosuficientes. Su piedad, sincera en intenciones, les lleva a arrogarse privilegios frente al prójimo: buscan ser los primeros, porque se creen los primeros ante Dios. Y se sirven de su ciencia y de su piedad para acumular poder para sí y arrancar reconocimiento de los demás; alargan sus oraciones para alargar sus posesiones a costa de los indefensos. ¿Os parece duro?; Jesús lo expresó aún con más dureza: 'devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos'.

Dios no puede convertirse en la excusa para atesorar honores y privilegios; y la tentación es constante, sobre todo, en quienes más honran a Dios, y con sinceridad indiscutible.

2.  Los ricos generosos.
Nos situamos en el llamado “atrio de las mujeres”, dentro del Templo de Jerusalén.  Allí estaba localizada el “Arca del Templo”, la cual debía tener trece recipientes de bronce con bocas en forma de trompeta, destinadas para recibir dinero para diferentes propósitos.

Jesús “miraba cómo echaba la gente” las monedas allí. El “mirar” indica “contemplar”, observar cuidadosamente.  Jesús ve “cómo” se hacen los donativos.  Lo primero que nota es que “muchos ricos echaban mucho”. 

El problema no está en los donativos, ni su cantidad ni su procedencia, sino en que éstos son tan notables que Jesús tiene que llamar la atención de los discípulos para se fijen en el donativo menos estruendoso de la viuda pobre. 

3.  La viuda pobre.
La instrucción de Jesús consiste en ponerlos de cara frente a la grandeza del don de la viuda pobre. 

La viuda pobre “echó dos moneditas”. Las monedas, en griego “lepton”, son las más pequeñas y las del material más barato del mundo judío. Es una manera de indicar la insignificancia de este donativo frente a los anteriores: frente al “muchos/mucho”, esta viuda aparece sola con muy poco.

Jesús tiene una manera distinta de calcular las proporciones. Lo que Jesús “ve”, que parece que los otros no notan, es la proporción del don con relación a lo que tiene cada uno; todo lo que está en capacidad de dar.

El caso de la viuda pobre es verdaderamente dramático. Jesús hace tres puntualizaciones sobre el pequeñísimo don de la mujer:
1º   De lo que necesitaba
2º   Todo cuanto poseía
3º   Todo lo que tenía para vivir” 

Lo que necesitaba” la viuda para vivir, se contrapone con “lo que les sobraba” a los ricos. El “dar” no se mide por lo que entregamos sino por lo que nos reservamos.
La mujer se dio a sí misma. No sólo da “todo lo que poseía” sino “todo lo que tenía para vivir”. El gesto de la viuda pobre no fue el dar una limosna sino el hacer un verdadero acto de culto en el Templo, lo que “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”; da su misma “vida” a Dios. 

Su ofrenda escondida, en su extrema pobreza, no como la de los escribas ni los ricos a Dios, la llevó hacer la más alta expresión de confianza y de oblación que pueda existir: vaciarse de sí misma y hacer depender de manera radical, absoluta e íntegra, toda su vida, de Dios. Así como lo hizo el Hijo durante toda su vida y particularmente en la Cruz.  
Es consolador saber que contamos con un Dios que sabe discernir, más allá de las apariencias, la raíz del comportamiento de los hombres; un Dios que no se deja impresionar por quienes saben copar los mejores puestos, por cuantos buscan los primeros lugares, es un Dios al que no se le pasan desapercibidos todos los que no serán nunca los primeros; un Dios que valora nuestras acciones no por la atención que suscitan sino por los motivos que esconden, es un Dios del que se puede estar seguro que tomará en cuenta hasta lo más insignificante que hagamos por Él. Un Dios que ve a los que nada significan o poco valen a los ojos de los demás, es un Dios que basa nuestra esperanza de ser un día definitivamente valorados. 

Para contar con El debemos identificarnos en el comportamiento de la viuda más que en la actitud de los letrados. Si realmente deseamos que Dios tenga una opinión favorable sobre nosotros, como la tuvo Jesús de la pobre viuda, sin necesidad de que hagamos cosas extraordinarias, deberíamos poder vernos reflejados en la actuación de aquella pobre mujer y no en la de los sabios hombres. ¿Con quién, en definitiva, nos identificamos mejor? Mejor sería que nos preguntáramos, ¿con cuál de los dos nos identificaría Jesús mismo hoy, si nos contemplara como somos?

Tomemos en serio la advertencia de Jesús y su exhortación: no sigamos aprovechando nuestra relación con Dios, una relación que todos nos deseamos privilegiada, para alcanzar privilegios de los hombres; empecemos por confiar a Dios nuestra pobreza, para que logremos tener en Él nuestro único tesoro. Ser discípulo de Jesús, ser creyentes en Dios, ser cristianos hoy, lejos de asegurarnos triunfos y honores, nos exige poner a disposición de Dios incluso cuanto necesitamos: así se cuidará Él de nosotros, sin haber tenido que ofrecerle más de cuanto teníamos. ¿Podríamos recibir más a cambio de menos?

4.  Para vivir la gratuidad y la generosidad hoy.
Es generoso es quien actúa en favor de otras personas desinteresadamente, y con alegría, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la aportación para esas personas, aunque le cueste un esfuerzo. 

Generosidad es pensar y actuar hacia los demás”. Es más fácil hacer un acto grandioso por el cual nos admiren, que “simplemente” darnos a los demás sin obtener ningún crédito. Y es que casi todos tendemos a buscar el propio brillo,  el   prevalecer sobre los demás y solemos evitar el dar nuestra luz a los demás.

Dar sin esperar nada a cambio, entregar parte de tu vida, volcarse a los demás, ayudar a los que lo necesitan, dar consuelo a los que sufren, eso es generosidad. Y no es un valor pasado de moda.

Hoy se valora el tiempo por su rentabilidad, por los resultados que se pueden ver claramente a corto plazo. Es decir, se valora el tiempo por la cantidad de dinero que se pueden ganar o por el número de contactos profesionales que pueden conseguir.

Una de las facetas básicas de la generosidad es la apreciación del valor de lo que poseemos. La dificultad radica en no saber identificar nuestras posesiones o nuestras posibilidades. Se nota en las expresiones del tipo «no, sería capaz de … », «no tengo tiempo para … », «no sabría hacerlo … »

Si la persona no vive la generosidad por una convicción profunda de que los demás tienen el derecho de recibir su servicio, de que Dios le ha creado para servir, difícilmente existirá una generosidad permanente en desarrollo. Por eso, es más importante el concepto de «darse» que el de dar. Se puede dar, sin identificarse con lo dado, sin simpatizar con la otra persona

Una persona generosa se distingue por:
Ø  La disposición natural e incondicional que tiene para ayudar a los demás sin hacer distinciones.
Ø  Resolver las situaciones que afectan a las personas en la medida de sus posibilidades, o buscar los medios para lograrlo
Ø  La discreción y sencillez con la que actúa, apareciendo y desapareciendo en el momento oportuno.

Para vivir este valor en lo pequeño y cotidiano, hay que poner en práctica:
Ø Sonreír siempre. A pesar del estado de ánimo y aún en las situaciones poco favorables para ti o para los demás.
Ø Se accesible en tus gustos personales, permite a los demás que elijan las cosa que van a compartir.
Ø Aprende a ceder la palabra, el paso, el lugar; además de ser un acto de generosidad denota educación y cortesía.
Ø Cumple con tus obligaciones a pesar del cansancio y siempre con optimismo, buscando el beneficio ajeno.
Ø Usa tus habilidades y conocimientos para ayudar a los demás.
Ø Cuando te hayas comprometido en alguna actividad o al atender a una persona, no demuestres prisa, cansancio, fastidio o impaciencia; si es necesario discúlpate y ofrece otro momento para continuar.
Ø No olvides ser sencillo, haz todo discretamente sin anunciarlo

El vivir con la conciencia de entrega a los demás, nos ayuda a descubrir lo útiles que podemos ser en la vida de nuestros semejantes, alcanzado la verdadera alegría y la íntima satisfacción del deber cumplido con nuestro interior.

“El mundo se compone de los que dan y de los que reciben. Puede que los segundos coman mejor, pero duermen mejor los primeros”

P. Marco Bayas O. CM

1 comentario:

  1. Entregarnos de forma inmediata, para que Él actúe
    nos transforme con su amor generoso
    Viviendo en un camino de amor y fraternidad

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