XVII DOMINGO ORDINARIO
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lc
11,1-13
“Señor, enséñanos a orar…”
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad
y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que
llama, se le abre”.
Introducción.
Los domingos anteriores se
meditó en la fuerza de la misericordia con el Buen Samaritano; y en la perfecta
gratuidad en la acogida, con Marta y María; hoy nos encontramos con la tercera
característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración frecuentemente.
Ser “orante” es un rasgo de la personalidad del discípulo.
Con esta trilogía temática queda diseñado el
perfil del discipulado. Subiendo a Jerusalén, Jesús sigue ofreciendo lecciones fundamentales.
En el camino, un legista
le preguntó a Jesús qué tenía que “hacer” para alcanzar la vida
eterna. La respuesta resultó una profunda enseñanza sobre el amor. El tema del
amor vuelve a aparecer cuando uno de los discípulos le pide: “Señor, enséñanos a orar”, Jesús da una bella
catequesis sobre la oración, sobre los dones que nos da el amor del Padre y
especialmente su amor vivo en nosotros, el Espíritu Santo.
La catequesis sobre la
oración tiene tres partes que corresponden a tres elementos claves de la vida
de oración:
1º La oración del
discípulo es continuación de la oración de Jesús. Hay que aprender la oración
de Jesús.
2º La oración no es fácil,
cuando no se encuentran respuestas inmediatas puede llevar al desánimo. Por
eso, hay que perseverar, como el amigo “importuno” de la parábola.
3º Así como la oración
pide esfuerzo también es gracia: en ella encontramos el rostro de un Dios Papá
generoso para el cual basta pedir. Hay que hacer el aprendizaje de la confianza
en Dios Papá.
Jesús, el Maestro de
oración nos dice que la oración, requiere educación, la educación no está
centrada en formas externas o tácticas infalibles sino en el cultivo de una
triple certeza en el corazón:
v la conciencia de filiación,
v la certeza de que somos escuchados y
v que Dios es generoso con sus hijos, por eso hay que hablarle.
Jesús recuerda que vale la
pena orar, porque la oración es eficaz.
- El punto de partida: la oración de Jesús (11,1-4)
En aquel tiempo, mientras
Jesús estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: “Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”.
Él les dijo: “Cuando
oréis, decid: -Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día
nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación-”
a. El rostro orante de Jesús.
Lucas enseña que la
oración era una constante en la vida de Jesús: en el Bautismo (3,22), antes de
llamar a los Doce (6,12), antes de la confesión de fe de Pedro (9,18), en la
transfiguración (9,28), después del regreso de los setenta y dos misioneros
(10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.
La enseñanza es clara, el
punto de partida de la oración cristiana es la oración de Jesús. Si nosotros
podemos orar es porque él ora y todas nuestras oraciones están dentro de la
suya. Un discípulo siempre ora “en” Jesús, Él origina, sostiene e impregna
nuestra oración.
b. El nuevo rostro de una comunidad
orante.
¿Qué piden los discípulos?
Quieren una oración que los distinga, por ser comunidad de Jesús, de las otras
comunidades u otros grupos judíos, las cuales eran muy piadosas. Así, la
comunidad de Juan Bautista, él les había enseñado oraciones propias, como lo
deja entender la petición que uno de los discípulos le hace a Jesús.
Sigue el aprendizaje de
una oración con sello propio, con la marca distintiva del Espíritu que hacía
palpitar de amor el corazón de Jesús por su Padre de una manera diferente; una
oración que revela el rostro de Dios, “nadie conoce quién
es el Padre sino el Hijo”. Por algo la primera declaración de Jesús
en el evangelio estaba relacionada con el escenario propio de la oración: “Debo estar en la casa de mi Padre”.
La comunidad que se
identifica con Jesús quiere también identificarse con su oración, porque por
ella pasa el núcleo del evangelio.
c. Jesús transmite las
palabras precisas de su oración.
Respondiendo a la
petición, Jesús transmite a la comunidad
entera un esquema de oración que contiene las palabras significativas que
impulsan la dinámica interna de la relación con el Padre.
Cada vez que los discípulos
se pongan en oración, “Cuando oren…”
deben impregnar los sentimientos, pensamientos y palabras que se pronuncian “digan…”:
v
“¡Padre!:
La oración comienza con un
grito del corazón: “¡Padre!”. “Padre”, fue la primera palabra
que Jesús pronuncia en el evangelio de Lucas, cuando estaba en el Templo de
Jerusalén, para referirse a Dios: “¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”.
Con la palabra “Padre”
comenzaba Jesús sus oraciones: “Yo te
bendigo, Padre” (10,21), “Padre,
perdónales…” (23,42), “Padre, en tus
manos pongo mi espíritu” (23,46). Toda la vida de Jesús estaba bajo la
mirada del Padre.
La forma griega del
correspondiente arameo ’Abbâ, significa “Padre”. Expresión usada por
los niños hebreos para su progenitor, que implica no sólo cariño sino también
respeto y disponibilidad para la obediencia.
Cuando el discípulo dice
con Jesús “¡Padre!” revive la emoción de Jesús y se
reconoce como hijo suyo y toma conciencia personal de filiación.
En el término “Padre” está contenida toda la enseñanza
sobre la oración.
La fuerza emotiva de la
invocación “¡Padre!”, que le asegura a los discípulos que
el amor de Dios se preocupa por ellos, inculca la certeza que se puede pedir la
asistencia en lo necesario, con la seguridad de ser escuchados. Por eso viene
enseguida la lista de las peticiones.
v
Con Dios, hacer del mundo
un cántico de la gloria de Dios:
De cara al Padre, se
suplica que se cumplan dos deseos de su corazón:
1º “Tu nombre sea Santificado”. El autor de la santificación no se nombra sino que se sugiere, es Dios
mismo. Sólo Dios puede manifestarse a nosotros tal como es, en la potencia de
su santidad, pero también con la bondad y la misericordia de su santidad.
Es una manera de pedirle
al Padre que actúe para que el honor de su Nombre divino, ensuciado por la
ignorancia y el pecado humano, sea limpiado mediante la pascua purificadora.
Gracias a esta acción por la cual Dios establece su gloria en el mundo, todos
los hombres de la tierra lo respetarán y lo alabarán. Formular esta primera
petición es comprometerse a reconocer la autoridad de Dios sobre nosotros.
2º “Venga tu Reino”. Esta petición está relacionada con la primera, es otra forma de
reconocer la autoridad de Dios sobre nosotros. Las bendiciones de Dios llegan
el mundo cuando Él es reconocido como Rey y cada uno se somete a su Señorío. La
venida de este Reino-Señorío es el contenido de la misión de Jesús y se
descubre en cada página del Evangelio.
Lucas no nos presenta la
tercera petición que encontramos en Mateo “hágase tu voluntad”.
Tampoco hace falta, porque la realización de la voluntad del Padre se realiza desde
el “fiat” de María.
v
Del corazón de Dios
proviene la respuesta a las necesidades personales de los discípulos:
La oración cae descendentemente,
el amor de Dios se hace presente en las necesidades personales de los orantes.
1º Se pide el pan o el
alimento en general: “Danos cada día nuestro pan cotidiano”.
Esta petición no incluye sólo la necesidad del alimento que satisface
inmediatamente, sino que apunta a uno más duradero.
El Dios Padre de Jesús
asiste como buen papá a todos los discípulos que se comprometen en su
seguimiento. Por su parte, el discípulo sabe que Dios como Padre bueno lo va a
sostener día a día. Dios Padre alimenta el cuerpo pero también el espíritu y
con este pan nos prepara para la comunión final.
2º Pide el perdón de los pecados: “Perdónanos
nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. En la antigüedad, los deudores terminaban como
esclavos de sus acreedores. El perdón del Padre satisface tanto al pecador como
al afectado, al deudor como al acreedor. A diferencia de la versión en Mateo la
frase griega permite leer que el perdón del hermano no es la condición sino la
consecuencia del Perdón que Dios da primero. El perdón que Dios nos da no es
una recompensa porque hayamos perdonado sino un don gratuito. Hay que pedir
perdón para poder ser capaz de perdonar.
3º “Y no nos dejes caer en
tentación”. La tentación no es un mal en sí, es
una “prueba” que nos invita a salir vencedores y maduros, así como salió Jesús
del desierto. Es la suplica, que a la hora de las seducciones del mal y de las
tribulaciones por causa de la opción cristiana,
el discípulo pueda salir victorioso, en lugar de sucumbir. No faltarán
las pruebas, tampoco faltará la mano segura del Padre con su poder liberador de
todo mal, que es Jesús.
- Una bella parábola para incentivar la perseverancia en la oración: “el amigo importuno que llega a media noche” (11,5-8)
Cómo hay que orar, ya lo
sabemos. El problema es hacerlo con constancia, con perseverancia. Para motivar la oración, sin desistir cuando
no se ven respuestas inmediatas, Jesús cuenta una parábola que ilustra los
motivos que tiene una persona para socorrer a su amigo que está en un apuro. El
protagonista es un amigo, que gracias a su insistencia logra lo que necesita.
La frase, “Si uno de vosotros…”, es como cuando uno
dice “Te imaginas que te pasara esto y esto…”.
La nueva lección sobre la oración se realiza en un clima de amistad. Es
verdad que muchas eventualidades no se pueden prever; no es culpa. ¿Qué se
esperara entonces que haga el amigo?
La historia tiene como
agravantes:
v la hora, es medianoche y, en consecuencia, no hay panadería abierta a
esa hora,
v es impertinente hacer levantar al amigo porque no es fácil de abrir; en
esta época las puertas eran de hierro o de madera pesada,
v es inconveniente ponerse él mismo a hacer un pan casero estando el
visitante ya en la casa a esa hora. Lo peor es que el favor de prestar tres
panes para una sola persona, parece inviable porque
v la familia ya está durmiendo y ésta parece ser una casa campesina
palestina de un solo cuarto, que cuando llega la noche se duerme en cama común. La respuesta por tanto es clara: “No puedo levantarme a dártelos”.
Si es impensable que el
primer personaje no ofrezca una buena hospitalidad al viajero (como Marta y
María), también es improbable que de quien se requiere un servicio no lo haga pese
a todo (como el buen samaritano).
Jesús saca la conclusión,
no hay duda el dueño de la casa está molesto, pero la responsabilidad va a
prevalecer aún por encima de la relación de amistad. La “importunidad”,
no es la desfachatez del que toca la puerta, sino la “vergüenza” que siente el
amigo de no ser hospitalario, será un mal prójimo. Éste al final se muestra
excesivamente generoso: “le dará cuanto
necesite”.
Si esto somos capaces de
hacer por el prójimo, ¿qué no hará Dios, que “le
dará todo lo que necesite” elevado a la enésima potencia?
- Tres imperativos para orar con el corazón (11,9-13)
Yo os digo: “Pedid y se os
dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide,
recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abre.
¿Qué padre hay entre
vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o,
si pide un huevo, le da un escorpión? Si, vosotros, siendo malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan!”
La motivación para orar se
incrementa con la última enseñanza de Jesús. El verbo “pedir”
abre y cierra toda esta sección. La oración debe estar acompañada de la
confianza porque Dios no niega su respuesta. Esta idea se refuerza con un
argumento contundente: la costumbre de los padres de rodear de regalos a sus
hijos.
- La oración de petición: pedir, buscar y tocar la puerta.
Al mismo tiempo que Jesús
invita a orar con estos tres imperativos, va describiendo la naturaleza
maravillosa del mundo de la oración.
1º“¡Pedid!”: No es fácil extender la mano para pedir ayuda. Pero quien lo hace no es
un indigente sino un hijo que sabe que necesita de su Padre.
2º“¡Buscad!”: ¿Buscar qué? ¡A Dios!: “Desde allí
buscarás a Yahvé tu Dios; le encontrarás
si le buscas con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deut 4,29).
Jer 29,13: “Me buscaréis y me encontraréis cuando me
solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros”. Para ver el rostro del Dios hay que orar: “Tu rostro busco, Señor, no me ocultes tu rostro”
(Sal 27,8).
3º “¡Tocad!” (la puerta). La finalidad última de la oración, que puede estar inicialmente
motivada por una necesidad, es abrir el espacio para recibir el bien mayor que
es la comunión con Dios: ser admitido en la fiesta celestial.
Orar siempre es oportuno y
benéfico, es necesario hacerlo. No se recibirá si no se pide. Hay que pedir “porque todo el que pide, recibe; el que busca,
halla; y al que toca se le abrirá”.
- El rostro feliz de un generoso Papá.
Ante Dios, no nos
encontramos con un papá tacaño, ni con un papá que no se toma en serio su
responsabilidad. Todo lo contrario, así como es impensable que un papá se
atreva a darle cosas peligrosas o engañosas a sus pequeños, como quien da “una culebra en lugar de un pez” o “un escorpión en
lugar de un huevo”; sino que se preocupará por satisfacer sus
necesidades y deseos para verlo vigoroso y feliz, igualmente es impensable que
Dios se quede de brazos cruzados ante nuestras peticiones o nos haga el más
mínimo daño con todo lo que proviene de su mano.
El “¡cuánto más!”, referido a Dios Padre, nos infunde una enorme confianza. El “Padre del cielo” da lo que es propio del
cielo: “el Espíritu Santo”. Por lo tanto,
la oración no debe tener los límites; nuestra oración debe ser tal que nos haga
gritar incesante del don mayor, que es el mismo Dios. Es “Él” lo que más
necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo.
- ¿Qué es orar?
Escuchemos
las voces de los grandes sabios y testigos:
“La oración consiste en llamar a la puerta de
Dios e invocarlo con insistente y devoto ardor de corazón. El deber de la oración se cumple mejor con
gemidos que con palabras, mejor con lágrimas que con discursos. Dios, en
efecto, ‘recoge nuestras lágrimas en su odre’ (Sal 55,9), y nuestros gemidos no
quedan olvidados (Sal 37,10) por Él, que ha creado todo por medio de su
Palabra, y que no busca las palabras de los hombres”. (San Agustín)
“No es otra cosa oración… sino tratar de
amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama…” “¡Oh
bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo y me veo de esta suerte! ¡Oh
regalo de los ángeles, que toda me querría, cuanto esto veo, deshacer en
amaros! ¡Oh qué buen amigo hacéis, Señor mío!” (Santa Teresa de Jesús)
"Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada
al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las
alegrías" (Santa Teresita del Niño
Jesús y la Santa Faz)
“La oración es un canto de amor” (Santa
Teresa de los Andes)
"Considero que no hay otra obra más difícil que la oración. Cuando
nos preparamos a orar nuestros enemigos espirituales interfieren. Ellos saben
que sólo dificultando nuestra oración nos pueden hacer daño. En otras cosas
tendremos éxito si perseveramos, pero el esfuerzo por orar es una guerra que
continuará hasta nuestra muerte". (Abba Agathon, Dichos de los
Padres del Desierto)
La oración es la elevación del alma hacia
Dios y la petición de lo que se necesita de Dios. (San Pedro Damián)
La oración es la elevación de nuestro
corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Criador (Santo Cura de Ars)
La adoración es el acto por el que uno se
dirige a Dios con ánimo de alabarle (Orígenes)
La oración es el acto propio de la criatura
racional (Santo Tomás de
Aquino)
La oración es el reconocimiento de nuestros
límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a
Dios. Por tanto, no podemos menos de abandonarnos a Él, nuestro Creador y
Señor, con plena y total confianza. Es un acto de inteligencia, un sentimiento
de humildad y reconocimiento, una actitud de confianza y de abandono en Aquel
que nos ha dado la vida por amor. La oración es un diálogo misterioso, pero
real, con Dios, un diálogo de confianza y amor. (Juan Pablo II)
5. Terminamos
en espíritu de oración.
Le
pedí a Dios…
Fuerza para grandes logros…
me hizo débil para que aprendiera humildemente a obedecer.
Riquezas para poder ser
feliz… me dio pobreza para poder ser sabio.
Poder para obtener alabanzas
de los hombres… me dio debilidad para sentir la necesidad de Dios.
De todo para disfrutar de la
vida… me concedió la vida para poder disfrutar de todo lo que Él me ha dado.
No recibí nada de lo que
pedí, pero me fue otorgado todo lo que necesité y me fueron concedidas todas
las peticiones que no hice.
¡Soy entre todos una persona
afortunada!
Le pedí a Dios:
Estar en primera fila… Él
me colocó en el último lugar para que conociera la paciencia y la humildad.
Ser el centro del mundo… Él
me enseñó que la vanidad me aparta del centro de cualquier cosa.
Fama y gloria… Pero Él me
concedió sencillez y comprensión para que mi ego no fuera a herir a los demás.
Un auto que viajara veloz.
Él me concedió un paso firme por el sendero correcto para que no atropellara
mis sentimientos.
Tener una mansión pero. Él
me dio una pequeña casa llena de ternura y amor.
Poseer dinero para tener
muchos amigos, pero Él me concedió algo mejor: me ofreció su amistad no a
cambio de mi dinero sino de mi sinceridad.
Poseer mucha belleza y sin
embargo Él me dio sensibilidad y belleza espiritual para que no me sintiera más
que los demás.
Ser siempre feliz, pero Él
me hizo conocer la tristeza para que comprendiera que la vida no sólo está
compuesta de cosas bellas y para que tuviera compasión por el sufrimiento de
los demás.
Un carácter fuerte pero Él
me concedió un corazón blando y un carácter pasivo para que pudiera amar y ayudar
a los demás.
Tener el mundo a mis pies
pero Él me hizo comprender que es mejor tener amigos en el corazón.
Por todo eso Dios mío
nunca me concedas todo lo que te pido... concédeme lo que hasta hoy he tenido
la dicha de poseer.
Le
pedí a Dios:
Que me quitara el ORGULLO, me dijo “NO”,
Eso no es algo que yo debo quitarte, sino que tú tienes que ENTREGAR.
Que me concediera PACIENCIA, me dijo “NO”, La
paciencia es producto de la tribulación, no se concede, se CONQUISTA.
FELICIDAD, me dijo “NO”, Yo te doy las
BENDICIONES, la FELICIDAD depende de ti.
Que me evitara todo DOLOR, me dijo “NO”, El
dolor y el sufrimiento, te APARTAN de las preocupaciones mundanas y te ACERCAN
a MÍ.
Que hiciera CRECER MI ESPÍRITU, me dijo
“NO”, Debes CRECER integralmente, YO te daré la ayuda que necesitas.
Le pregunté a Dios si me AMABA, me dijo
“SÍ”, Como será el AMOR que tengo por ti que envíe a mi hijo Jesucristo a morir
por ti en la cruz del calvario. (Juan 3,16).
Le pedí a Dios que me ayude AMAR A OTROS,
como ÉL AMA y me dijo: “Me haces Feliz, porque estas
empezando a aprender"
Entre
todas las cosas que pedimos a Dios, a veces reclamamos el no haber recibido lo
que queríamos, sin embargo Dios, nos mira sabiendo lo que realmente necesitamos
y no viendo lo que nosotros le pedimos. La próxima vez que no recibas lo que
pediste, recuerda que Dios no te dará algo que no sea bueno para ti, y que
nunca nada de lo que recibas, si lo pediste con fe, será un mal sino que
siempre tendrá oculta la perfecta voluntad de Dios.
Recuerda Dios responde de tres maneras a tu petición: ¡Sí!;
¡No!; ¡Espera!
“Mi secreto es de lo más simple. Rezo y a través de mi oración me
convierto en alguien que ama a Cristo, y veo que rezarle es amarlo y eso
significa cumplir con su palabra.
Mis pobres de los barrios marginales
son el Cristo que sufre. En ellos, el hijo de Dios vive y muere, y a
través de ellos Dios me muestra su verdadero rostro. Para mí la oración
significa, unirme durante las veinticuatro horas, con la voluntad de Jesús,
vivir para Él y con Él” (Madre Teresa de Calcuta)
P.
Marco Bayas O. CM
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