viernes, 2 de agosto de 2013

XVIII DOMINGO ORDINARIO Lecturas CICLO C Evangelio Lc. 12,13-21



XVIII DOMINGO ORDINARIO 
Lecturas CICLO C
Evangelio: Lc 12,13-21
“¡Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!”
“¡Necio, esta noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será?”.
Lucas 12,13-21: En aquel tiempo uno de entre la gente dijo: “Maestro, dile a mi hermano que se reparta conmigo la herencia”.
Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?” Y les dijo: “¡Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!”
Y les propuso una parábola: “Las tierras de un hombre dieron una gran cosecha. Él se dijo: ¿qué haré, que no tengo dónde guardar toda la cosecha?
Y dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros mayores en los cuales meteré mi trigo y mis bienes. Después me diré: Querido amigo, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come y bebe, disfruta”.
Pero Dios le dijo: “¡Necio, esta noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado, ¿para quién será?”
Así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos de Dios.
Introducción
¿Hemos visto alguna vez una pelea en una familia a la hora de repartir la herencia de los padres difuntos? ¿La belleza de la unidad familiar se ha venido al piso o se ha fortalecido con la ausencia de los progenitores? ¿Cada uno trata de llevarse lo que mejor que pueda?
Los textos de los domingos anteriores: aprender a servir con un corazón lleno de misericordia (Buen Samaritano); la prioridad de la escucha de la Palabra sobre la acción (Marta y María) y de la oración con un corazón que sabe confiar en la paternidad de Dios (catequesis sobre la oración), tienen serias consecuencias para el estilo de vida de un discípulo de Jesús, mucho más cuando se pregunta cómo invertir en la propia felicidad.
¿Qué sucede cuando esta apertura a Dios y a los hermanos no se da, porque los bienes de la tierra, en vez de ayuda, terminan siendo obstáculo para trascenderse a sí mismo en la entrega generosa en el amor?
Hoy el evangelio responde con dos ideas fuertes:
1º La libertad de corazón. El corazón de un seguidor de Jesús debe estar liberado de toda ambición. Un auténtico discípulo no se deja aprisionar por los encantos del dinero, su mirada está puesta en lo fundamental: no quiere ser feliz sólo un rato sino siempre. Para ello debe vencer a la “avidez” o “codicia” que habita el corazón humano, pues “el amor al dinero es el origen de todos los males” (1 Tim 6,10)
2º Administrar, asegurar la vida mediante sabias decisiones. Con una visión profunda del misterio de la vida y de su “sentido”, el discípulo sabe en qué centra sus ideales y dónde invierte sus mejores energías. De este “saber” se deriva un estilo de vida “sabio” con su vocación a la “vida” plena.
Jesús, Maestro de Vida, hace de la riña de dos hermanos por una herencia el punto de partida para proponer una gran y sabia enseñanza.
1. El contexto de la narración (Lc 12,13)
Ante Jesús hay un auditorio inmenso. Los discípulos aparecen en primer lugar. La enseñanza de Jesús se centra en los peligros que acechan la vida del discípulo. En su justo comportamiento frente al mundo, el discípulo es acechado por peligros internos y externos que paralizan el seguimiento:
  1. La hipocresía de los fariseos (12,1-3), que parece ser contagiosa, de la cual hay que cuidarse porque la verdadera naturaleza humana no puede permanecer escondida sino que con el tiempo se manifiesta;
  2. Las persecuciones (12,4-12), el temor a ellas se supera con la confesión de Jesús delante de todo el mundo y siempre, con confianza absoluta en el Padre y con la ayuda del Espíritu Santo.
  3. El apego a las cosas terrenas y la avidez, tener el corazón puesto en una falsa seguridad terrena y por eso el “Reino” no es “su tesoro”.
Quien interrumpe a Jesús es “uno de entre la gente”, uno cualquiera de estas miles de personas que estaban aquel día con Él.
2. Cuando los hermanos pelean por la herencia (Lc 12,13-14)
Surge un caso de la vida cotidiana. El personaje anónimo le dice a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo”.
Jesús es llamado “Maestro”. Su interlocutor le pide que actúe en calidad de “Rabbí”, un experto en cuestiones legales bíblicas.
Requiere que intervenga en una riña familiar: “di a mi hermano”, es decir, “manda a mi hermano, dale una orden”. Esto nos recuerda a Marta, “dile a mi hermana que me ayude”, en el cual se presentaba aparentemente como víctima de una injusticia de su hermana.
El interlocutor de Jesús va al grano. En la solicitud ya va implícita la sentencia: “...que reparta la herencia conmigo”.
  1. El corazón del problema.
Estamos ante el caso de una familia que cuando mueren los padres pierde la unidad hogareña y, peor aún, que los hermanos entren en serios conflictos por la parte de la herencia que le corresponde a cada uno.


Se trata de un hombre cuyo hermano mayor se niega a darle la parte de la herencia paterna que le corresponde. La primera impresión es que se trata de una injusticia. Lucas narra casos terribles de apropiación indebida de la herencia (15,11; 20,14). Pero es posible que el hermano mayor tuviera una intención positiva, él como responsable de la casa, atendiera al ideal de vivir juntos en la propiedad y así conservarla intacta, como dice el Sal 133,1: “¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!”.
En caso de tratarse de la segunda posibilidad, la queja del hermano menor estaría motivada por la intención de separar su parte de la herencia para vivir independientemente y romper con los lazos familiares.
Este tipo de problemas jurídicos eran llevados a los rabinos, los abogados del pueblo que debían pronunciarse sobre lo que la Ley mandaba para estos casos, como se establece en Núm 27,1-11; Deut 21,15-16.
  1. La sorprendente respuesta de Jesús.
“¡Amigo! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?”. Jesús no tiene interés de ser un “Rabbí”; por eso se sitúa frente al problema de la justicia a un nivel más profundo, él tiene una misión más importante que dar dictámenes para casos particulares. El pronunciamiento que Jesús va a hacer es de largo alcance.
3. Las sabias enseñanzas de Jesús (Lc 12,15-21)
Jesús hace de la “codicia” del hermano menor que reclama la herencia el punto de partida de una enseñanza que imparte escalonadamente, así:
v  Enuncia un principio de vida: “Guárdense de toda codicia”;
v  Cuenta la parábola del “rico insensato” o “del mal planificador”;
v  Hace aplicación de la parábola: “Así es el que atesora riquezas para sí, y no prospera en orden a Dios”.
  1. Un principio de vida: vigilar el corazón para purificar “la codicia”.
Jesús va al corazón: “Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”.
Jesús pronuncia una advertencia contra la codicia que detectó en el requerimiento de aquel hombre y lo hace con estas palabras:
v  ¿Qué es lo que hay que hacer?
Dice Jesús: “Miren y guárdense de toda codicia...”. Los imperativos “miren y guárdense” invitan a la vigilancia evangélica, al examen interior de las actitudes, de las motivaciones, de la limpieza de corazón.
Jesús habla de “codicia” (Mc 7,22), que habita el corazón del hombre: “Del corazón del hombre salen las codicias”. La “codicia” pertenece a la realidad humana del “deseo de tener siempre más”, es la “avidez”, que va:
1º De fuera hacia dentro: encontrar placer en el “llenarse” de cosas, con tres habituales manifestaciones:
v El deseo compulsivo de llenarse de cosas malgastando el dinero en lo que no vale la pena, el lujo desmedido;
v El entrar en competencia con los demás motivado por la envidia, “si fulano tiene esto, yo también lo quiero, y ojalá mejor”;
v El placer de exhibir lo que se tiene con el fin de obtener una nueva ganancia: la felicitación y la envidia de los otros.
2º De dentro hacia fuera: se percibe en la tacañería o avaricia de aquel a quien le duele compartir, la persona se vuelve “mezquina” y avara, casi incapaz de ser generosa.
Jesús desciende hasta la raíz del pecado que degenera la vida y hace tanto daño en la familia, en la sociedad y en el mundo.
v  ¿Por qué hacerlo?

Jesús nunca pide nada sin primero argumentar. ¿Por qué hay que vigilar y purificar el corazón? Él responde: “Porque, aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”.
Cuando esto sucede, las relaciones comienzan basarse en las “cosas” y se pierde de vista al “otro” como valor fundamental y esto es en el fondo una negación de Dios, el “Otro” por excelencia.
Además en el “adquirir, adquirir y adquirir”, hay una injusticia social que contradice el proyecto de fraternidad y solidaridad querido por Dios, porque quien acumula se está apropiando aquello que por derecho le pertenece a los otros.
Por eso la avaricia es peligrosa, ya que conduce a una persona a colocar ingenuamente los sueños de su vida, sus mejores ideales, sus grandes metas y toda la energía de la vida en cosas equivocadas e ignorar lo que realmente importa. Pensando lograr gran éxito cosecha en realidad gran fracaso.
  1. La parábola del “rico insensato” o “el mal planificador” (12,16-20)
Con la parábola, Jesús no se limita a ilustrar la enseñanza que acaba de dar, además se mete en la lógica de mucha gente a quien la “abundancia” de cosas le mata el sentido de trascendencia, va hasta las últimas consecuencias para, desde ahí, llamar a la conversión.
La parábola parte de un hecho inesperado, “los campos de cierto hombre dieron mucho fruto”, y de la planificación que el propietario hace. Él siempre habla consigo mismo, lo hace tres veces: “y pensaba en sí...”; “y dijo...”; “y diré a mi alma...”, cada vez más a fondo se sumerge en el futuro, en escenarios imaginarios que lo alejan de su verdadera dimensión.
v  Los criterios del mal planificador.
El hacendado tiene que hacer algo: “¿Qué haré?”. Hay un problema: “No tengo donde reunir mi cosecha”. Comienza una cadena de “mi”: “Mi cosecha... mis graneros... mi trigo... mis bienes... mi alma”. Él habla como un propietario absoluto y autónomo, no tiene en cuenta a nadie. Pero al final, ¿el personaje de la parábola puede decir “mi alma”? Es realmente dueño de sí mismo y de su futuro. ¡No, vaya ironía!
Detrás del “mi” surge otra ironía, si bien no parece haberse ganado injustamente los bienes: no ha robado, no ha matado, no ha sido corrupto; la abundancia fue imprevista, no es fruto de su esfuerzo.
El hombre de la parábola es un rico, por eso ya debía tener los problemas económicos resueltos. En principio, cuando le sobreviene más, se espera otro tipo de reacción, su preocupación debería ser otra.
El “hacer” del rico va en dirección opuesta a la enseñanza de Jesús. Su codicia para reunir y disfrutar la cosecha se deja ver en el aislamiento a que él mismo se somete.
v  El procedimiento del mal planificador

“Voy a hacer esto...”. Las acciones premeditadas por el rico aparecen en varios verbos importantes:
1º Almacenar: El rico habla de “demoler”, “edificar” y “reunir”. Estas acciones aseguran la estabilidad de la riqueza.
 2º Decir con jactancia: “Tienes muchos bienes en reserva para muchos años”; ya no se necesitan esfuerzos, está “asegurado” el resto de la vida, se puede permitir un relax.
3º Disfrutar: El rico habla de “descansar”, “comer”, “beber” y “banquetear”. Viene el momento de disfrute los bienes. Se ofrece el goce la vida como una auto recompensa por todos sus esfuerzos.
4º “Banquetear”, el ideal del rico era vivir a la manera del “rico epulón” frente al pobre Lázaro, ignorando a Dios y a todos lo que le rodeaban: “Come, bebe y goza”, es la lamentable ilusión del rico y de la típica manera de pensar de la sociedad de consumo.
La sociedad materialista y de consumo propone una visión de la vida que presupone que no hay nada más allá de ella, por eso hay que disfrutar el tiempo presente, hay que acumular la mayor cantidad de recursos con los que invertir en la felicidad. La Biblia invita a reflexionar al respecto:
v  En el Antiguo Testamento llama la atención una de las ironías del Qohélet: “Yo por mi parte alabo la alegría, ya que otra cosa buena no existe para el hombre bajo el sol, si no es comer, beber y divertirse” (Eclesiastés 8,15).
v  En el Nuevo Testamento, Pablo cita a Isaías 22,13 cuando se encuentra con personas incapaces de apreciar la resurrección, para quienes la lógica de vida es: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1 Corintios 15,32).
A quienes viven bajo esta filosofía se les dirige el “Ay” de Jesús: “¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo” (Lc 6,24).
  1. La inesperada intervención de Dios.
Todo parece lógico, pero no hay que dejar fuera a Dios. Él entra y se oyen sus palabras: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”.
Dios entra en escena y manda al piso, el mundo de fantasía que el rico se creó por unos instantes. El fin de su sueño es violento. Su monólogo se quiebra con una palabra fuerte que viene de fuera y que invita a un verdadero diálogo.
La palabra de Dios se oyen con energía: “¡Necio!”. El hombre que se creía muy inteligente por el proyecto de vida perfecto que armó para sí, es presentado como un “necio”, insensato, falto de inteligencia, corto de inteligencia para vivir. Inteligente para hacer dinero y tonto para vivir, lo describen los Salmos: “Dice el insensato en su corazón: “¡No hay Dios!”. Corrompidos están, de conducta abominable, no hay quien haga el bien” (Sal 14,1), “El hombre en la opulencia no comprende, a las bestias mudas se asemeja” (Sal 49,21).
El “necio” es en último análisis un loco, un hombre sin bondad ni sensibilidad para lo esencial. No ha entendido que, por mucho que posea, no tiene la propiedad de su vida y que ésta le será reclamada, “esta misma noche te reclamarán el alma”; la vida proviene de Dios y a Dios vuelve, Sab 15,8.
Irónicamente el gran empresario, no previó entre sus cálculos la posibilidad de perderlo todo repentinamente. Un factor escapó a su control. Y viene entonces la crisis: “las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”.
Contrariamente a la lógica del mal planificador, no se pregunta “¿para qué?” sino “¿para quién?”. La falta de inteligencia había llegado a un nivel muy grave, ¡no había pensado siquiera en sus herederos! ¡Ni a su familia tuvo en cuenta!. Es un irresponsable no sólo con su vida sino con la de los otros.
  1. La profunda enseñanza conclusiva. (12,21)
Jesús terminó la parábola, mira a todos y les dice: “Así es el que atesora riquezas para sí, y no prospera en orden a Dios”.
Una frase para ser guardada en la memoria. Jesús completa la enseñanza, queriendo decir que no sólo “no” hay que ser codicioso, “atesorar riquezas para sí”, sino que “sí” hay que “prosperar en los asuntos de Dios”.
Ahí están las dos caras de la moneda. Dios es “rico para todos los que le invocan”.
El rico de la parábola se preocupó por lo primero y descuidó lo segundo. El hombre que no es rico en presencia de Dios es pobre, no importa cuán gruesas sean sus cuentas en el Banco. 

4. Las enseñanzas para los discípulos de hoy.
El discípulo de Jesús está llamado a ser feliz; él trabaja y construye un futuro, él vive intensamente la vida, pero su pensamiento y su acción no se dejan llevar por la mentalidad de la sociedad de consumo, su proyecto de vida no se pierde en lo comercial y ni en el disfrute de la vida terrena.
Un discípulo de Jesús sabe dónde tiene puesto su corazón, labora por una vida de calidad para él y para sus hermanos, y también descansa sin caer en acomodaciones. Su corazón es libre y no se aferra a las cosas porque las motivaciones de su corazón son de largo alcance, ya que solamente la vida que se orienta hacia el amor de Dios y del prójimo es vida auténtica.
Un discípulo de Jesús se evalúa constantemente para no perder la libertad al dejar todo por Jesús; sabe caminar, sufrir y alegrarse con los ojos puestos en donde todo procede y a donde todo va y vive sencillamente feliz.
Este es un llamado para toda la humanidad, al mundo consumista y su capitalismo neoliberal, hasta que entendamos que la vida plena sólo consiste en el compartir con amor, con la mirada agradecida al Creador.

5. Reflexiones sobre la codicia.
La codicia es el afán desordenado, excesivo y abusivo de poseer bienes de fortuna, riqueza, cosas buenas, cosas placenteras, a veces para disfrutarlas y en otras, por el simple deseo de atesorarlas, “tener por tener”.
v  La codicia en todas las épocas de la humanidad ha sido censurada, sancionada social y éticamente, ha sido repudiada.
v  Las Sagradas Escrituras la colocan como un pecado capital que puede llevar al codicioso hasta el mismo infierno y a la muerte eterna.
v  Los estudiosos de la conducta la han calificado algunas veces como un vicio o una conducta perjudicial.
v  En el campo del Derecho su práctica puede conllevar a quien la ejercita a cometer delitos y en consecuencias correr el riesgo de perder la libertad personal.
v  La psicología la estudia como una conducta o actitud inapropiada, egoísta y destructiva.
v  Suele ir acompañada de otros pecados o conductas reprensibles como la deslealtad, el robo, la traición, el fraude, el dolo, el engaño, el soborno, la violencia en todas sus modalidades, así como la estafa y todo género de conductas que tienden al logro de lucro inmerecido.
Por ello no debemos permitir que la codicia se anide en nuestra mente, inteligencia, corazón y espíritu,  si hemos sido codiciosos, reconozcámoslo y confiemos en la piedad y misericordia de Jesús, que nos perdonará y nos enseñará qué hacer para reparar los daños ocasionados con nuestro pecado de codicia, al mismo tiempo que le expresemos de todo corazón nuestro propósito de enmienda y de no volver a incurrir en ella
6. Terminamos en espíritu de oración.
Señor Jesús pensamientos oscuros y negativos inundan mi mente y no me dejan vivir en paz. Mis noches las signa el insomnio y la intranquilidad.
Mis recuerdos sobre el origen y la causa de mis bienes materiales, de mi prosperidad, bonanza y bienestar, torturan mi alma, al confirmar que la codicia ha sido mi principal fuente de motivación.
He vivido persiguiendo las riquezas, las fortunas y todas las cosas buenas y no he parado hasta alcanzarlas, sin importar lo que hubiese tenido que hacer para lograrlas.
Hoy me arrepiento de corazón, me avergüenzo de mi actitud y conducta codiciosa, temeraria y transgresora de tus designios.
Señor Jesús aléjame de la codicia, enséñame y ayúdame a reparar los males y daños que le causé a mi prójimo y conforme al Salmo 51 te imploro y suplico: “Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos”. Tú misericordia es infinita y a un corazón contrito Tú no le desprecias. Amén

Avaricia es vivir en la pobreza por miedo a la pobreza. S. Bernardo 
En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos. Mahatma Gandhi 
Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas. Publio Siro 
Si quieres destruir la avaricia, debes destruir el lujo, que es su padre. Marco Tulio Cicerón
El ojo del avaro no se satisface con su suerte; la avaricia seca el alma. Eclesiástico
El avaro no posee sus riquezas, sino que estas le poseen a él. Bion de Esmirna
P. Marco Bayas O. CM


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