viernes, 27 de julio de 2012

DOMINGO XVII ORDINARIO Evangelio Juan 6,1-15; Ciclo B


“Jesús tomó los panes,
dio gracias y los repartió 
a todos…
Lo mismo hizo con los pescados…
Todos quedaron satisfechos."

Del domingo 17º al 21º se interrumpe la lectura continua del Evangelio de san Marcos, para leer el capítulo 6 de san Juan, que narra la multiplicación de los panes, desarrollándolo en una amplia catequesis eucarística, que se conoce como “el discurso del Pan de Vida”.

A continuación propongo algunos “destellos de luz”, para reflexionar y aplicar la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida.

Juan 6 de 71 versículos, nos ubica ante una contraposición: al principio está Jesús admirado y rodeado de mucha gente; al final del capítulo está abandonado y seguido por unos pocos al final. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué este giro en el ministerio de Jesús?

Tres circunstancias que debemos tener en cuenta:
- El texto recuerda hechos significativos del Antiguo Testamento: la montaña, la proximidad de la Pascua hebrea, la multitud recuerda el Éxodo, el maná (Ex 16; Deut 8,3). La hierba abundante nos traslada al Salmo 23  del Buen Pastor. Los “panes de cebada”, nos recuerdan los panes “de la primicia” multiplicados por Eliseo (primera lectura). Las palabras de aclamación de la gente luego de la multiplicación de los panes son de Deuteronomio 18,18.
- Para Juan este relato no es de un milagro. No hay milagros en el Evangelio de Juan, lo que hay son “signos” que deben ser interpretados. 

- Algunos detalles evocan la Eucaristía (“dar gracias” v. 11) y de las celebraciones eucarísticas vividas en la comunidad joánica.

Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces”. Cinco más dos son siete, el número perfecto; el pan hecho de cebada nos habla del pan de los pobres. Pero lo que se destaca es la desproporción entre los cinco panes y los cinco mil hombres. Jesús con un poco, puede obtener lo suficiente para los muchos.

A. Jesús sirve la mesa
Vemos a Jesús como un padre de familia al frente de la mesa. Lo poco en sus manos se multiplica. Para esto realiza tres acciones claves: Manda que la gente se siente; toma el pan y ora; y lo reparte a todos.

1. Jesús preside la mesa de la comunidad. Antes que el pan se multiplique Jesús hace que la gente se siente. El gesto indica un “ponerse a la mesa” juntos. La idea de fondo es el de ser y hacer comunidad.

2. Jesús ora al Padre. Siguiendo la costumbre de los padres de familia hebreos, que presiden la mesa desde el puesto de honor y entonan la oración de bendición, Jesús toma el pan y eleva la oración de acción de gracias. 

3. Jesús reparte los panes y los peces. El presidente de la mesa es a la vez el servidor: uno por uno, Jesús coloca el pan y pescado en las manos de los comensales. En los Evangelios sinópticos Mt 14,19; Mc 6,41 y Lc 9,16, son los discípulos los servidores del pan que viene de la mano de Jesús. 

B. Jesús manda recoger las sobras: el pan es abundante.
Este es el corazón del relato. “La gente quedó satisfecha”, es signo de la vida en abundancia que Jesús vino a traerle a la humanidad (Juan 10,10). La “abundancia” expresa la generosidad de Dios y la plenitud a la que llegaremos; “abundancia”, no es sólo es cuestión de cantidad sino ante todo de calidad, vida de calidad.
No sólo hay pan para todos los que están sino también para los que no están. Las doce canastas de “pedazos” que se recogen, refieren a una alimentación de todo el Pueblo de Dios, sin exclusión ni marginación. 

C. Las reacciones: la multitud ante Jesús y Jesús ante la multitud.

a. Con este “signo” espectacular, la gente se entusiasma. Reconocen el significado del acontecimiento afirmando: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo”.

b. Jesús se da cuenta que quieren hacerlo rey a la fuerza. Entre más grandes son las obras de poder que él manifiesta, mucho más grandes son los malentendidos a los que se expone. Juan dice que lo querían tomar “a la fuerza”, es decir con un acto de violencia, y ese no es el proyecto de Dios. 

  D. Todo comienza y termina en Jesús.

El signo de la multiplicación nos ubica en cinco momentos en los cuales Jesús inicia y termina su obra, Él es el centro:

1. Comienza con el diálogo con los discípulos. Los pone a prueba sobre su capacidad de respuesta a las necesidades de la gente. 

2. Por una orden suya los discípulos invitan a la gente a sentarse. Todavía no hay pan y la gente tiene que sentarse de manera comunitaria, para ser servidos, como se hace en un verdadero banquete. 

3. Enseguida toma los cinco panes y pronuncia la oración de acción de gracias. Se presenta como un padre de familia hebreo en el momento de sentarse en la mesa con toda la familia para la cena. Cada comida debe ser precedida por una oración de alabanza a Dios, por la acción de gracias a Aquel de quien proviene todo don.

4. Jesús, no los discípulos, como el papá o la mamá, en una mesa, sirve el pan a todos, uno por uno, incluso pueden repetir “todo lo que quisieron”. 

5. Finalmente, ordena a sus discípulos que recojan las sobras de pan. 

E. El don de Jesús, todo proviene de Él.

Los extremos: Al comienzo vemos a Jesús, a los discípulos perplejos, a un joven que tiene cinco panes de cebada y dos peces, y la gran multitud que hay que alimentar. Al final vemos que todos son saciados y que los discípulos recogen doce canastas de sobras. Todo esto es obra únicamente de Jesús. 

F. Jesús es abundancia: Dios es generoso con su Pueblo.

La capacidad de ayudar propia de Jesús no está limitada a unas cuantas personas o a pequeños grupos, no hay límites para su poder. Él está en capacidad de reunir en torno suyo a todos y de saciarlos, no excluye a nadie porque hay suficiente.

Jesús se manifiesta en el evangelio alimentando a la multitud. Al pronunciar la acción de gracias y repartir el pan, Jesús apunta al «alimento que permanece para la vida eterna». Cuando Juan dice que «estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos», no lo hace en vano, piensa en la Eucaristía.

El entusiasmo final de las gentes, fruto de «la señal milagrosa» que Jesús había hecho, aunque lejos de la verdadera profundidad de la misma, hace que se marche al monte Él solo. El Señor no ha venido a recoger aplausos populistas, ni a organizar ninguna revolución subversiva, sino a hacer la voluntad del Padre; a dar vida, entregándola.
Jesús captó bien lo que querían decir los judíos y huyó «a la montaña, Él sólo », por las connotaciones políticas de nombrarlo rey. Su reino no era el deseado por los fariseos ni el buscado violentamente por los zelotes. El judaísmo entendía la realeza del Mesías tal como se decía en la sinagoga: “ciñe sus lomos y sale contra sus enemigos y mata reyes y príncipes; enrojece los montes con la sangre de sus muertos y blanquea los collados con la grasa de sus guerreros; sus vestidos están envueltos en sangre”. San Jerónimo lo llama el “error judaico”, presente en todas las formas de mesianismo terreno, desde entonces hasta hoy.

Al comprobar algunos males que aquejan a nuestro mundo: hambre, miseria, enfermedades, guerras, injusticias, incultura, ignorancia religiosa, etc. podemos sentir desaliento o impotencia. Creemos que tiene que haber una salida, pero no sabemos cuál. En el Evangelio no se llama a nadie a hacer milagros. Los milagros los hace el Señor. Pero para hacerlos quiso requerir la colaboración generosa de «un muchacho que tenía cinco panes y dos peces».

Cristo multiplicó los panes, signo de la Eucaristía, para que nosotros compartamos su Reino y los bienes con los demás. Y, como Él, sin buscar aplausos o reconocimientos humanos. 

G. Los signos del pan y del vino en la Eucaristía.

En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador.

En el contexto del Éxodo tienen una nueva significación: los panes ázimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios.

El pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El “cáliz de bendición”, al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, el restablecimiento de Jerusalén.
En la multiplicación de los panes, el Señor bendice, parte y distribuye pan a la multitud, prefigura así la sobreabundancia del pan de su Eucaristía.

Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre. El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin.

Jesús instituyó la Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz. En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel al mandato del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria suya, lo que él hizo la víspera de su pasión.


En la presentación de las ofrendas (ofertorio) se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico, en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, “tomando pan y una copa”. “Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación


La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo.

Terminamos orando:
HIMNO A JESÚS SACRAMENTADO
(SANTO TOMÁS DE AQUINO)
(Adoro te devote)
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad;
creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomas pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.
¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, bondadoso Pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. 
Amén. 
P. Marco Bayas O. CM

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