sábado, 4 de agosto de 2012

DOMINGO XVIII ORDINARIO Evangelio Juan 6,24-35 - Ciclo B


“El que viene a mí, no pasará
hambre, y el que cree en mí
no pasará nunca sed…”

Jesús nos conduce a la Nueva Mesa del Banquete y del Amor para alcanzar la vida con un Nuevo Pan, el pan multiplicado y repartido aquel día en la montaña, era un signo, una señal del gran don que estaba por venir.

La multiplicación de los panes es el punto de partida para la catequesis de Jesús sobre el Pan. El pan, ha sido siempre el símbolo de lo que sostiene y mantiene la vida. Jesús comienza a educar a la gente para que pase de la búsqueda del pan terrenal al pan que da vida eterna, el pan que sólo puede ofrecer Jesús y que es el mismo Jesús. 

A continuación ofrezco algunos “destellos de luz”, sobre el Discurso del “Pan de Vida” que leemos este domingo.

1.        La pedagogía de Jesús.
El texto desarrolla una catequesis basada en preguntas y respuestas entre Jesús y la gente que lo busca. Su desarrollo es un verdadero itinerario de fe. Al conversar con la gente, Jesús les conduce con la pedagogía del espiral, subir paso a paso hasta llegar a las verdades de Dios.

2.        La estructura de la pedagogía de la espiral en el discurso del Pan.

a.        El nuevo encuentro en “la otra orilla del mar”.
Cuando Jesús multiplicó los panes había una gran multitud, sólo los hombres eran unos cinco mil. La multitud quedó admirada por el pan milagroso, gratuito y abundante. La gente se quedó aquella noche allí, aguardando a Jesús que se les había escapado. Por la mañana notaron que los discípulos se habían ido, y no demoran en caer en cuenta que Jesús no estaba. Comienza entonces la búsqueda del Maestro.
Los discípulos le preguntan: “Rabí, ¿cuándo has llegado aquí?”. La pregunta no sólo significa “cuándo”, sino “cómo”: “¿Cómo llegaste aquí?”.
Al responder, Jesús hace caso omiso de la curiosidad de la gente sobre la manera cómo y cuándo llegó allí, más bien les responde, devolviéndoles la pregunta sobre el “por qué” ellos han venido a buscarlo.
Inicia entonces la pedagogía del espiral, ascendamos con Jesús:

b.        Primer escalón: Subir del hombre a Dios. Se deben purificar los motivos de la “búsqueda”.
Jesús pregunta: “¿Por qué me buscan?”. El Señor orienta a lo que hay que “buscar”. Dice qué es lo que hay que hacer para llegar a la plenitud de la vida humana.

·                    Primer paso: Constatar las motivaciones.

En Juan 2,24-25, Jesús dice que conoce lo que hay en el corazón del hombre y que no necesita que le digan nada porque “los conocía a todos”. Aquí se concreta esa verdad: Jesús lee en los corazones de la gente que lo busca sus verdaderas motivaciones.

Jesús descubre en la gente un y un no: “sí” lo buscan para que les repita el milagro de la multiplicación de los panes y “no” lo buscan por una verdadera motivación, la fe auténtica que debe unir el corazón del hombre y el de Dios. El “no” está subrayado: “Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales”.

Las “señales” o “signos”, en San Juan, son “pistas” para entrar en un camino de fe, en la búsqueda de Dios. Jesús deja en claro que él no es un repartidor de panes, que su obra no es montar una gran panadería que resuelva el problema del hambre.

Entonces, ¿qué es lo que Jesús vino a hacer al mundo? Jesús no sólo corrige sino que abre caminos. El Señor clarifica aquello para lo cual fue “enviado”. 

·                    Segundo paso: En qué dirección hay que “buscar”.
Como la gente no capta la idea de Jesús de buenas a primeras, él va despacio, despejando las interpretaciones apresuradas, corrigiendo los malentendidos y dando pistas claras para la vida.

Jesús motiva en la gente tres aspectos que abren nuevos caminos en la “búsqueda”:

1º “Obrad (trabajad), no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna…”.

Jesús no dice: “No trabajen por las cosas terrenas”. Quienes leen así cometen errores graves. Lo que Jesús dice: “No trabajen simplemente para conseguir el pan material”. La comida es necesaria para vivir y hay que ganarla con el sudor de la frente. Pero ésta no es la única razón por la cual madrugamos a trabajar. Hay que trabajar “por el alimento que permanece hasta la vida eterna”. Jesús nos pregunta: “¿Para qué estoy trabajando?”, “¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?”.

2º “...El que os dará el Hijo del Hombre…”.

Jesús se da el título de “Hijo del Hombre”. La gente de la multiplicación de los panes pensaba en un Mesías Rey con poder para eliminar a los romanos; que les repartiera pan gratuito todos los días sin tener que hacer ningún esfuerzo; que los mantuviera; hecho a la medida de las expectativas populares; que no le corregir al pueblo sus actitudes egoístas... Si queremos entender la vida tenemos que entender quién es verdaderamente Jesús.

 ...Porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello

En la antigüedad no era la firma sino el “sello” lo que autentificaba los documentos. En los documentos comerciales y políticos se imprimían con un anillo, así las decisiones eran válidas y permanecían garantizadas. Los sellos se hacían de arcilla, de metal o de joyas, el material se quedaba pegado en el documento para indicar que el asunto allí contenido era en firme.

En Jesús está el “sello” de Dios: Dios lo ha sellado con la unción del Espíritu Santo y porque Él es la “verdad” encarnada de Dios.

·                    Tercer paso: qué es lo que hay que “hacer”: tener firmeza.

Jesús ordena “¡Obrad!”, la reacción es ¿cómo llevarlo a cabo? ¿Dónde poner los mejores esfuerzos de la vida espiritual para que nuestra vida se realice en la dirección del proyecto de Dios?

La pregunta hecha a Jesús requiere una aclaración. Cuando Jesús habló de las “obras de Dios”, la gente entendió “las buenas obras”. La pregunta “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”, espera una respuesta concreta, la lista de las “Buenas Obras” que agradan a Dios.

La respuesta de Jesús es mucho más profunda y de grandes consecuencias: “La obra de Dios es que creáis en aquel a quien él ha enviado”, lo que Dios espera es la “fe”: antes que sus “manos” le pide su “corazón”.

La espiritualidad es “acción”, y sobre todo “relación”. La “obra” que Jesús pide es la construcción de una nueva relación con Dios: más cercana y profunda, determinada por su Palabra en la Escritura, avivada por la oración, recreada en la comunidad, coherente con nuestro estilo de vida, consistente con nuestros principios de acción.

c.        Segundo escalón: El paso de Dios hacia el hombre. Aprender a leer los signos de su amor y salvación. 

La aseveración de Jesús lleva a una nueva pregunta: “Si tú te presentas como el Mesías; “el enviado”, “el que Dios Padre ha marcado con su sello”, y esto supone que “creamos”; entonces muéstranos las credenciales”, ¿En qué debemos apoyar nuestra fe? Seguimos con la pedagogía de la espiral:

·                    La interpelación a Jesús por parte de los judíos.

Jesús propone el proyecto del Padre, creer en Él es verdadera obra de Dios, los judíos, atónitos, le hacen una interpelación académica: “Si tú eres el Mesías, ¡demuéstralo!”. Esto lo plantean con dos preguntas:

·                    Las preguntas: “¿Qué señal haces... qué obra realizas?

Mirándolas, plantean lo mismo, “¿qué prueba nos das, para que al verla te creamos?”). Surge enseguida esta interrogación ¿Cómo pueden hacer semejante pregunta después de la multiplicación de los panes? La multitud no está satisfecha con el signo de los panes y los peces. No creen que sea un signo de que Jesús es el Mesías y por eso le piden un “signo” todavía mayor.

Los judíos desafían a Jesús, produce “el pan de Dios”, “el pan del cielo”.

·                    La respuesta de Jesús.

Jesús como gran pedagogo va por la línea educativa, con palabras bien precisas, abre los horizontes de la mente y el corazón para poder leer a fondo la presencia y la obra de Dios en la persona de Él.

Jesús hace básicamente dos afirmaciones:

1º ¿Quién es el que da el pan? Jesús les recuerda que no había sido Moisés el que les había dado el maná, sino el mismo Dios.

2º Jesús hace dos precisiones sobre la naturaleza del “verdadero pan del cielo”: ¿Cómo es este pan? Jesús dice que el maná fue apenas un símbolo. 

El “pan de Dios” tiene dos características: “Baja del cielo” y “da vida al mundo”. Qué significa esto:

·                    Baja del cielo”. Jesús pone en tela de juicio las concepciones mesiánicas erróneas. Hay que estar atentos al “origen” de Jesús.

·                    Da vida al mundo”. La visión se amplía cuando se reconoce el origen divino de Jesús y cuando se ve el alcance de su obra en el mundo.

El Pan de Dios “Da vida”, no la simple satisfacción del hambre física, sino la “vida” con todas sus dimensiones. A quién, “al mundo”. No sólo al pueblo judío sino al “mundo”, es decir  a “todos los hombres sin excepción”.

d.        La comunión hombre-Dios: acoger a Jesús, el “Pan de Vida”.

La reacción de la gente es una oración de súplica que brota del fondo del corazón: “Señor, danos siempre de ese pan”. Sigamos con esta petición con la pedagogía de la espiral:

Señor”: Es el título que reconoce en Jesús su divinidad.

Danos”: Han comprendido que lo que Jesús ofrece no se alcanza por el propio esfuerzo sino que es un “don” que requiere apertura y receptividad.

Siempre”: No un día ni dos, la relación con Jesús se construye en fidelidad.

De ese pan”: Ya no el pan de la multiplicación, sino el nuevo Pan del que habla Jesús. La gente todavía dice “de ese pan”, falta todavía un paso…

La gente ha entendido que no hay que buscar en el Maestro únicamente el pan terreno, sino un regalo incomparablemente mayor que viene de lo alto:

“Yo soy el pan que da la vida: quien viene a mí no pasará hambre, quien cree en mí nunca tendrá sed”

Este es el primer “Yo soy” de toda una serie: “Yo soy la luz del mundo” (8,12), “...el buen pastor” (10,11), “...el camino, la verdad y la vida” (14,6), “...la vid y vosotros los sarmientos” (15,1).

Con la declaración revelativa del Señor seguimos ascendiendo:

“Yo Soy”, Jesús nos lleva a la revelación divina a Moisés en el momento de su llamado. En el monte Horeb, Dios reveló su nombre: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).

... el pan que da la vida” ¿Por qué Jesús se compara con el pan?  La respuesta es lógica, porque el pan, el alimento en general, es imprescindible para vivir. Jesús nos dice que Él es “causa” de vida, donde Él está brota la vida. Así como el alimento es necesario para la vida, Él es necesario para nosotros. ¡Jesús debe ser para nosotros una necesidad vital!

No pasará hambre... nunca tendrá sed”. Jesús utiliza dos imágenes cotidianas para expresar lo que sucede en el encuentro vivo con Él. El hambre y la sed que se sacian definitivamente, muestran el toque de eternidad que tiene el presente. Cada instante de nuestra existencia es verdaderamente vida si está lleno de Dios.

El que viene... el que cree”. “Venir” a Jesús es lo mismo que “creer” en Él. Jesús clarifica y conduce nuestra búsqueda. Él tiene mucho para darnos.

3.        Si tenemos el Pan Verdadero, por qué existe anemia espiritual.

Descubrimos la presencia del Señor en la Eucaristía, y lo comulgamos con fe, entonces por qué se percibe esa especie de “anemia” en los creyentes, señalo algunas causas:

·                     Malos hábitos alimenticios: Los cristianos dedicamos poco tiempo a Dios; un día sí, otro no. Cristianos que se alimentan muy poco, que en el peor de los casos, sólo acuden a Misa el domingo a recibir Palabra y no comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor.

·                     Se llenan con golosinas: Cristianos que sólo quieren recibir lo que les gusta: bendiciones, agua, religiosidad popular, etc., pero que se escapan cuando la Palabra los confronta, pues sólo quieren oír lo que les conviene o agrada.

·                     Comen a lo “light” espiritual: Se alimentan de antivalores que promueven los medios, llenan sus mentes y corazones con “puro mundo”, con comida “ligera” o “chatarra”.

·                     Tienen bulimia espiritual: cristianos puro oídos, no encuentran fuerza ni deseo para convertir la palabra en acción, reciben la Palabra pero no son capaces de retenerla.

Con estos síntomas, la necesidad de Dios disminuye, nos sentimos tranquilos, nos debilitamos espiritualmente y cuando viene la tentación, o sobreviene algún problema, desfallecemos y terminamos en mayores dificultades.

4.        El banquete pascual, espacio para recibir el Pan.

La Misa es el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. La celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo que se ofrece por nosotros.

El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor. El altar cristiano es el símbolo de Cristo  presente en medio de la asamblea de fieles, y de la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da.

5.        Comulgar el Cuerpo de Cristo para tener vida.

El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: «En verdad en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes» (Jn 6,53).

Para responder a esta invitación del Señor, debemos prepararnos. San Pablo nos exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» (1Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Para prepararse convenientemente a recibir la Eucaristía, los fieles deben observar el ayuno de una hora prescrito por la Iglesia. También, por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la Misa y a recibir al menos una vez al año la Comunión, si es posible en tiempo pascual, preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía todos los domingos y los días de fiesta, o con más asiduidad aún, incluso todos los días, confesándose frecuentemente.

P. Marco Bayas O. CM

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