“Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros…
El que coma de este pan
vivirá para siempre”
Continuamos en este domingo, analizando
el Discurso del Pan de Vida. A continuación propongo algunos “destellos de luz”, para reflexionar y
aplicar la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida.
1.
El Banquete, fiesta social y cultual.
No hay civilización ni pueblos que no celebre el banquete para
expresar la unión y la alegría en una fiesta… Así ha sido y es en todas las
culturas. El compartir la mesa es un lazo que estrecha los corazones y acrece
la alegría. Muchas civilizaciones han asociado el banquete al culto religioso,
de modo que en el banquete están metidos los dioses.
El pueblo de Israel no fue una excepción, al contrario, lo
sintió como ninguna otra nación. El banquete en Israel tenía un carácter
sagrado cuando se relacionaba con el banquete pascual. El cordero asado, y
consumido en la fiesta de la Pascua, significaba la liberación de la esclavitud
de Egipto y la alianza con el Dios libertador. Y a la vez al Cristo que había
de venir para la liberación total de Israel y del mundo. En el banquete
pascual, Dios era el primer comensal y el centro de la alegre celebración.
¡Un banquete!... Jesús asume la idea y quiere dejar un
banquete a su Iglesia, un nuevo banquete pascual para el nuevo Israel de Dios.
Anfitrión, servidor y manjar; Sacerdote, Víctima y Altar será el mismo Señor
Jesucristo.
2.
Las
siete Verdades de la Eucaristía reveladas en el Discurso del “Pan de Vida”
En el
Evangelio de San Juan, Jesús hace una reflexión profunda, proclama que «El es
el verdadero Pan que ha bajado del cielo» (Jn. 6,33-35), el Señor nos da dos
razones para explicarnos por qué El es el Pan de vida:
1º: Jesús
es «el Pan de vida», por su Palabra que abre la vida eterna a los que
creen (Jn. 6,26-51). Es decir, Jesús es «el Pan de la Palabra» que hay que
creer.
2º: Jesús
es «Pan de Vida» por su Carne y su Sangre que se nos dan como verdadera
comida y bebida (Jn. 6,51-58). Con estas últimas palabras, Jesús anuncia la
Eucaristía que El va a instituir durante la Ultima Cena: «Tomad y comed, esto
es mi Cuerpo» (Lc. 22,19). «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo
en él» (Jn. 6, 55-56).
No
debemos quedarnos solamente con «el Pan de la Palabra». Jesús nos invita
también a «comer realmente su Cuerpo» como «el Pan Eucarístico».
En el
texto del Evangelio, el Señor revela siete verdades o afirmaciones que repiten
el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre la palabra “comer”. Comer significa: asimilar; saber decir el Amén
eucarístico; hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús para contemplar a
distancia, sino un Jesús al cual ahora encarnamos, al cual ahora hacemos una
sola cosa con nosotros.
Pero
ni una sola afirmación se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante,
siempre hay un nuevo “destello de luz”, siempre se abre
una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio.
Con la
pedagogía del espiral, descubramos la revelación del Señor:
1º: “Si no coméis la carne del Hijo
del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. La primera verdad
comienza en negativo, en condicional.
2º: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. Verdad claramente
positiva.
3º: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Tercera verdad, vuelve a
insistir en el banquete de su Cuerpo y Sangre.
4º: “El que come mi carne y bebe mi sangre
vive en mi y yo en él”. Esta afirmación añade ahora una proposición
bellísima de una alianza.
5º: “Así como el Padre que me ha
enviado posee la vida y yo vivo por Él,
así también el que me coma vivirá por mi”. Verdad de comparación. La
naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión
del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él
con la Trinidad.
6º: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”. La sexta afirmación es impositiva. Jesús revela lo que ocurre, gracias a la Eucaristía. Y partiendo de esta realidad negativa, “ellos murieron” en seguida la séptima afirmación.
7º:“El que coma de este pan vivirá para siempre”. Revelación vibrante, la más alta y sublime para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía.
3. Remando mar adentro, profundizando esta revelación.
Las
siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que
da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este
pan tiene que ser comido, y comerlo significa no sólo asimilarlo como palabra y
como ejemplo, como modelo de vida, sino asimilarlo como víctima ofrecida en
sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa
comunión.
Cada
vez que comulgamos estamos invitados a asimilar el pan: Cristo. No se puede
decir que comió simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de
minutos y pensando ya comí. ¡No! Usted tiene que coger el pancito y tiene que
comerlo. Esta analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué
quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo… Hay que
encarnarlo. Y lo que encarnamos, asimilamos; lo hacemos uno con nosotros.
Cuando
comulgamos encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos
comulgando con la cruz. De esta manera, al asimilar a Cristo nos hacemos Cristo
crucificado para los demás. No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a
la casa egoístas. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno
con Él: “Él en mí y yo en Él”. Y entonces la cruz, Cristo con los brazos
abiertos dando vida está en nosotros.
En los
otros Evangelios, en la institución de la Eucaristía, Jesús dice “Tomad y comed esto es mi cuerpo, tomad y bebed
esta es mi sangre”. Juan lo dice aquí de otra manera.
Jesús
en su revelación insiste que estamos hechos para vivir en, con, por,
e inclusive de Él. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra.
Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto
salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y
hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su
sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros
en la cruz. Estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la
plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la
identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus
comportamientos, con todo el Evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus
opciones, la de dar la vida por los demás.
4.
Bendiciones recibidas
de Comulgar con el Pan de Vida.
Cuando Jesús dijo estas palabras, muchos de sus
discípulos lo abandonaron, diciendo que ese modo de hablar era intolerable (Jn.
6,59-66). Jesús no dijo que estaba hablando en sentido figurado. Jesús
insistió: «En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no
beben su sangre, no tienen verdadera vida». (Jn. 6,53). Es más, a los Doce
apóstoles Jesús les preguntó: «¿También ustedes quieren dejarme?» (Jn. 6, 67).
De ninguna manera Jesús habló en sentido simbólico
o figurado: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y Yo
le resucitaré en el último día» (Jn. 6,54). Jesús nos promete varias
bendiciones al comulgar:
1º: Con la Eucaristía Jesús nos devuelve la vista
para ver las realidades espirituales de la Fe cristiana y de la Creación, de lo
que naturalmente estamos imposibilitados por el pecado. Así lo mostró a los
discípulos de Emaús (Lc 24,13ss) y al ciego que untó de barro y envió a bañarse
a la piscina de Siloé (la piscina es figura de la Iglesia) (Jn 9,6).
3º: Jesús nos limpia de la lepra de nuestros
pecados y nos devuelve la dignidad perdida reintegrándonos a la comunidad de
creyentes.
4º: Jesús nos da la posibilidad real de hablar en
su Nombre prestando nuestros labios a su Palabra.
5º: Jesús expulsa de nosotros con su palabra y
Sacramentos los demonios que nos han engañado y que impiden nuestro caminar
hacia Dios.
6º: Jesús nos da a través de la Eucaristía la
conversión de nuestra agua en el vino exquisito de la salvación y nos
transfigura en el modelo suyo, en otro Cristo, para que podamos llevar la
salvación a los demás.
7º: Jesús nos concede su vida eterna haciéndonos
morir a nuestra voluntad y resucitando en nuestro interior, manifestándose y
guiándonos visible y sensorialmente, elevando nuestro espíritu a los Cielos.
Toda la vida de Jesús tiene como centro y culmen
la Eucaristía. Toda su vida histórica fue una Eucaristía de principio a fin.
Por eso su Iglesia hace lo mismo al seguir colocando la Eucaristía como el
centro de su vida litúrgica y eclesial, en donde los creyentes le encontramos
resucitado.
La Eucaristía alimenta y hace crecer a la Iglesia
al obrar en los fieles hasta configurarlos con Cristo. Por ello Jesús dijo:
"¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que
estaban sentados a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien
cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre", (Mc
3,33-35).
Jesús llamó a sus discípulos, a la Iglesia,
¡Madre! y ¡hermanos! Somos hermanos de Jesús, somos como Él en todo menos en el
pecado, gracias a la Eucaristía. Y por eso podemos ser al mismo tiempo su madre
al llevarlo en nuestro ser y hacer que en otros nazca el Señor.
5.
Sacerdocio y
Eucaristía.
El sacerdote, el "otro Cristo",
al vivir en su interior la muerte y la resurrección de Jesús en la Iglesia,
transmite, mediante la invocación del Espíritu que ha recibido, su propia
realidad interior a las especies del pan y el vino para que se conviertan en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que su Palabra resuene como si fuera el mismo
Jesús el que la pronunciara: "Y todo lo que pidáis en mi nombre, lo
haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi
nombre, yo lo haré" (Jn 14,13)
Por esto la Iglesia no sólo forma académicamente sacerdotes
para la predicación sino que los sumerge durante su estadía en el seminario,
mediante la Eucaristía y la vida eclesial, en las aguas del bautismo que han
recibido, de tal manera que allí muera su voluntad humana y resucite Cristo en
ellos. Sin esa transformación interior no es posible ni guiar hacia Cristo a
otros ni dar la conversión y mucho menos la salvación a los demás. Por eso la
Iglesia es la única que es Sacramento de Salvación sobre la Tierra.
Hay quienes dicen que "todas las misas son iguales".
En la forma tienen razón, pues si hay una manera específica de hacer siempre la
Misa, ello impide que el sacerdote ceda ante la tentación de convertirse en el
protagonista de la Misa, que la convierta en un espectáculo, olvidando que el
único protagonista en la Eucaristía debe ser y es Jesucristo.
Pero en el fondo la Misa dista mucho de ser la
misma todos los días. Se afirma con toda seguridad que no hay, ni ha habido, ni
habrá dos Eucaristías iguales jamás. Cada Eucaristía es única e irrepetible.
Aunque haya dos misas de contenido igual en oraciones y lecturas, sólo con que
la asamblea y la homilía sean en algo diferentes eso las hace distintas.
Es tan real y
significativa la presencia del Salvador en la Eucaristía, que hasta las sectas
satánicas se reúnen para profanarla, “hasta los demonios creen”. En muchas
iglesias y capillas se hace la exposición del Santísimo. Allí en un ambiente
sacro y de piedad se hacen plegarias "unos por otros" (Santiago 5,16),
San Agustín decía que "la oración es la fuerza de los hombres
y la debilidad de Dios".
6.
Cómo mejorar nuestra preparación para la Comunión.
1º: La
preparación remota.
Para recibir la Comunión frecuente o diaria, se requieren estas
condiciones:
a. el
estado de gracia; es decir estar libre de
pecado.
b. la intención
correcta, no se debería recibir la Comunión por razones de
vanidad o de rutina, sino para agradar a Dios;
c. estar
libre de pecados veniales lo más posible, aunque ésta no
es una necesidad absoluta porque la Comunión ayudará a vencerlos.
d. evitar
una tibieza y forma imperfecta de actuar; esto presupone
una abnegación propia y una tendencia hacia la práctica de más actos perfectos
en vista de las circunstancias dadas.
e. una preparación diligente y una acción de gracias devota
son muy recomendadas, y seguir el consejo de un confesor.
Es evidente que las personas que desean en serio avanzar en perfección
cristiana deben esforzarse a intensificar estas condiciones lo más posible.
La preparación remota debería consistir en vivir
una vida digna de uno que ha recibido Comunión por la mañana y
tiene la intención de recibir la Comunión de nuevo al día siguiente.
2º: La preparación próxima.
Hay cuatro “disposiciones próximas”, los
fieles, deben pedirlas a Dios con una insistencia humilde y perseverante, antes
de comulgar:
1) “Una
fe viva”: Es una condición
indispensable. La Eucaristía es el “mysterium fidei”
porque en ella el razonamiento natural y los sentidos no pueden percibir nada
de Cristo. Santo Tomás de Aquino recuerda que sobre la Cruz sólo la divinidad
estaba escondida, pero sobre el altar la santa humanidad de Cristo también está
velada a nuestra mirada. Este misterio exige de nosotros una fe viva llena de
adoración.
Debemos considerar en nuestras almas la lepra del pecado y repetir con
el leproso del Evangelio: “Señor, si quieres, puede limpiarme”
(Mt. 8,2), o como el ciego de Jericó, que era menos desafortunado con su
privación de la vista física que nosotros con nuestra ceguera del alma: “Señor,
que pueda ver” (Mc. 10, 51).
2) “Profunda humildad”: Cristo lavó los
pies de sus apóstoles antes de instituir la Eucaristía, para darles un ejemplo
(Jn. 13,15). Si la Virgen María estaba preparada para recibir a la Palabra de
Dios en su seno virginal con esa profunda humildad que la hizo exclamar: “He
aquí la esclava del Señor” (Lc. 1, 38), ¿qué deberíamos hacer en una
situación parecida? Al acercarnos a la Comunión deberíamos repetir tres veces
con profundos sentimientos de humildad y un arrepentimiento sincero las
sublimes palabras del centurión: “Señor, no soy digno…”.
3) “Ilimitada confianza”: Es necesario que
el recuerdo de nuestros pecados nos lleve a la humildad, no a la desesperación.
Cristo es el gran perdonador, abraza con ternura infinita a los pecadores que
se acercan a Él buscando perdón. Las condiciones para este perdón no han
cambiado. Acerquémonos a Él con humildad y reverencia, con gran confianza en
su bondad y misericordia.
4) “Hambre y sed de la Comunión”: Es la disposición
que más directamente afecta la eficacia santificante de la Sagrada Comunión.
La cantidad de agua que se saca de una fuente depende del tamaño de la vasija
en la cual se recibe el agua. La Eucaristía recibida con deseo ardiente
aumenta la gracia en las almas a un grado incalculable, haciendo avanzar en
pasos gigantes por el camino a la perfección.
Cada una de nuestras Comuniones debería ser más
fervorosa que la anterior, porque cada nueva Comunión aumenta en nosotros la
gracia santificante.
Que el Señor siga bendiciéndonos: ¡Señor, danos siempre de tu Pan!
P. Marco Bayas O. CM
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