sábado, 18 de agosto de 2012

DOMINGO XX ORDINARIO Evangelio Juan 6,51-58; Ciclo B


Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros
El que coma de este pan vivirá para siempre

Continuamos en este domingo, analizando el Discurso del Pan de Vida. A continuación propongo algunos “destellos de luz”, para reflexionar y aplicar la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida.

1.        El Banquete, fiesta social y cultual.

No hay civilización ni pueblos que no celebre el banquete para expresar la unión y la alegría en una fiesta… Así ha sido y es en todas las culturas. El compartir la mesa es un lazo que estrecha los corazones y acrece la alegría. Muchas civilizaciones han asociado el banquete al culto religioso, de modo que en el banquete están metidos los dioses.
El pueblo de Israel no fue una excepción, al contrario, lo sintió como ninguna otra nación. El banquete en Israel tenía un carácter sagrado cuando se relacionaba con el banquete pascual. El cordero asado, y consumido en la fiesta de la Pascua, significaba la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza con el Dios libertador. Y a la vez al Cristo que había de venir para la liberación total de Israel y del mundo. En el banquete pascual, Dios era el primer comensal y el centro de la alegre celebración.
¡Un banquete!... Jesús asume la idea y quiere dejar un banquete a su Iglesia, un nuevo banquete pascual para el nuevo Israel de Dios. Anfitrión, servidor y manjar; Sacerdote, Víctima y Altar será el mismo Señor Jesucristo.

2.        Las siete Verdades de la Eucaristía reveladas en el Discurso del “Pan de Vida”

En el Evangelio de San Juan, Jesús hace una reflexión profunda, proclama que «El es el verdadero Pan que ha bajado del cielo» (Jn. 6,33-35), el Señor nos da dos razones para explicarnos por qué El es el Pan de vida: 

1º: Jesús es «el Pan de vida», por su Palabra que abre la vida eterna a los que creen (Jn. 6,26-51). Es decir, Jesús es «el Pan de la Palabra» que hay que creer.

2º: Jesús es «Pan de Vida» por su Carne y su Sangre que se nos dan como verdadera comida y bebida (Jn. 6,51-58). Con estas últimas palabras, Jesús anuncia la Eucaristía que El va a instituir durante la Ultima Cena: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo» (Lc. 22,19). «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él» (Jn. 6, 55-56).

No debemos quedarnos solamente con «el Pan de la Palabra». Jesús nos invita también a «comer realmente su Cuerpo» como «el Pan Eucarístico».

En el texto del Evangelio, el Señor revela siete verdades o afirmaciones que repiten el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre la palabra “comer. Comer significa: asimilar; saber decir el Amén eucarístico; hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús para contemplar a distancia, sino un Jesús al cual ahora encarnamos, al cual ahora hacemos una sola cosa con nosotros. 

Pero ni una sola afirmación se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante, siempre hay un nuevo “destello de luz”, siempre se abre una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio.

Con la pedagogía del espiral, descubramos la revelación del Señor:

1º: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. La primera verdad comienza en negativo, en condicional.
2º: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. Verdad claramente positiva.
3º: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Tercera verdad, vuelve a insistir en el banquete de su Cuerpo y Sangre.
4º: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”. Esta afirmación añade ahora una proposición bellísima de una alianza.
5º: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”. Verdad de comparación. La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.

6º: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”. La sexta afirmación es impositiva. Jesús revela lo que ocurre, gracias a la Eucaristía. Y partiendo de esta realidad negativa, “ellos murieron” en seguida la séptima afirmación.

7º:“El que coma de este pan vivirá para siempre”. Revelación vibrante, la más alta y sublime para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía.

 3.        Remando mar adentro, profundizando esta revelación.

Las siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no sólo asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida, sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Cada vez que comulgamos estamos invitados a asimilar el pan: Cristo. No se puede decir que comió simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando ya comí. ¡No! Usted tiene que coger el pancito y tiene que comerlo. Esta analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo… Hay que encarnarlo. Y lo que encarnamos, asimilamos; lo hacemos uno con nosotros.

Cuando comulgamos encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos comulgando con la cruz. De esta manera, al asimilar a Cristo nos hacemos Cristo crucificado para los demás. No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: “Él en mí y yo en Él”. Y entonces la cruz, Cristo con los brazos abiertos dando vida está en nosotros.

En los otros Evangelios, en la institución de la Eucaristía, Jesús dice “Tomad y comed esto es mi cuerpo, tomad y bebed esta es mi sangre”. Juan lo dice aquí de otra manera.

Jesús en su revelación insiste que estamos hechos para vivir en, con, por, e inclusive de Él. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el Evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.

4.        Bendiciones recibidas de Comulgar con el Pan de Vida.

Cuando Jesús dijo estas palabras, muchos de sus discípulos lo abandonaron, diciendo que ese modo de hablar era intolerable (Jn. 6,59-66). Jesús no dijo que estaba hablando en sentido figurado. Jesús insistió: «En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen verdadera vida». (Jn. 6,53). Es más, a los Doce apóstoles Jesús les preguntó: «¿También ustedes quieren dejarme?» (Jn. 6, 67). 

De ninguna manera Jesús habló en sentido simbólico o figurado: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el último día» (Jn. 6,54). Jesús nos promete varias bendiciones al comulgar:

1º: Con la Eucaristía Jesús nos devuelve la vista para ver las realidades espirituales de la Fe cristiana y de la Creación, de lo que naturalmente estamos imposibilitados por el pecado. Así lo mostró a los discípulos de Emaús (Lc 24,13ss) y al ciego que untó de barro y envió a bañarse a la piscina de Siloé (la piscina es figura de la Iglesia) (Jn 9,6).
2º: Jesús nos saca de nuestra parálisis y limitaciones para poder caminar hacia Él y a su servicio. 
3º: Jesús nos limpia de la lepra de nuestros pecados y nos devuelve la dignidad perdida reintegrándonos a la comunidad de creyentes. 
4º: Jesús nos da la posibilidad real de hablar en su Nombre prestando nuestros labios a su Palabra. 
5º: Jesús expulsa de nosotros con su palabra y Sacramentos los demonios que nos han engañado y que impiden nuestro caminar hacia Dios. 
6º: Jesús nos da a través de la Eucaristía la conversión de nuestra agua en el vino exquisito de la salvación y nos transfigura en el modelo suyo, en otro Cristo, para que podamos llevar la salvación a los demás. 
7º: Jesús nos concede su vida eterna haciéndonos morir a nuestra voluntad y resucitando en nuestro interior, manifestándose y guiándonos visible y sensorialmente, elevando nuestro espíritu a los Cielos.
Toda la vida de Jesús tiene como centro y culmen la Eucaristía. Toda su vida histórica fue una Eucaristía de principio a fin. Por eso su Iglesia hace lo mismo al seguir colocando la Eucaristía como el centro de su vida litúrgica y eclesial, en donde los creyentes le encontramos resucitado. 
La Eucaristía alimenta y hace crecer a la Iglesia al obrar en los fieles hasta configurarlos con Cristo. Por ello Jesús dijo: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre", (Mc 3,33-35).
Jesús llamó a sus discípulos, a la Iglesia, ¡Madre! y ¡hermanos! Somos hermanos de Jesús, somos como Él en todo menos en el pecado, gracias a la Eucaristía. Y por eso podemos ser al mismo tiempo su madre al llevarlo en nuestro ser y hacer que en otros nazca el Señor.

5.        Sacerdocio y Eucaristía.

El sacerdote, el "otro Cristo", al vivir en su interior la muerte y la resurrección de Jesús en la Iglesia, transmite, mediante la invocación del Espíritu que ha recibido, su propia realidad interior a las especies del pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que su Palabra resuene como si fuera el mismo Jesús el que la pronunciara: "Y todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14,13) 

Por esto la Iglesia no sólo forma académicamente sacerdotes para la predicación sino que los sumerge durante su estadía en el seminario, mediante la Eucaristía y la vida eclesial, en las aguas del bautismo que han recibido, de tal manera que allí muera su voluntad humana y resucite Cristo en ellos. Sin esa transformación interior no es posible ni guiar hacia Cristo a otros ni dar la conversión y mucho menos la salvación a los demás. Por eso la Iglesia es la única que es Sacramento de Salvación sobre la Tierra.

Hay quienes dicen que "todas las misas son iguales". En la forma tienen razón, pues si hay una manera específica de hacer siempre la Misa, ello impide que el sacerdote ceda ante la tentación de convertirse en el protagonista de la Misa, que la convierta en un espectáculo, olvidando que el único protagonista en la Eucaristía debe ser y es Jesucristo.
Pero en el fondo la Misa dista mucho de ser la misma todos los días. Se afirma con toda seguridad que no hay, ni ha habido, ni habrá dos Eucaristías iguales jamás. Cada Eucaristía es única e irrepetible. Aunque haya dos misas de contenido igual en oraciones y lecturas, sólo con que la asamblea y la homilía sean en algo diferentes eso las hace distintas.

Es tan real y significativa la presencia del Salvador en la Eucaristía, que hasta las sectas satánicas se reúnen para profanarla, “hasta los demonios creen”. En muchas iglesias y capillas se hace la exposición del Santísimo. Allí en un ambiente sacro y de piedad se hacen plegarias "unos por otros" (Santiago 5,16), San Agustín decía que "la oración es la fuerza de los hombres y la debilidad de Dios".

6.        Cómo mejorar nuestra preparación para la Comunión.

1º: La preparación remota.
Para recibir la Comunión frecuente o diaria, se requieren estas condiciones:
a.    el estado de gracia; es decir estar libre de pecado.
b.    la intención correcta, no se debería recibir la Comunión por razones de vanidad o de rutina, sino para agradar a Dios;
c.    estar libre de pecados veniales lo más posible, aunque ésta no es una necesidad absoluta porque la Comunión ayudará a vencerlos.
d.    evitar una tibieza y forma imperfecta de actuar; esto presupone una abnegación propia y una tendencia hacia la práctica de más actos perfectos en vista de las circunstancias dadas.
e.    una preparación diligente y una acción de gracias devota son muy recomendadas, y seguir el consejo de un confesor.
Es evidente que las personas que desean en serio avanzar en perfección cristiana deben esforzarse a intensificar estas condiciones lo más posible.
La preparación remota debería consistir en vivir una vida digna de uno que ha recibido Comunión por la mañana y tiene la intención de recibir la Comunión de nuevo al día siguiente. 

2º: La preparación próxima.
Hay cuatro “disposiciones próximas”, los fieles, deben pedirlas a Dios con una insistencia humilde y perseverante, antes de comulgar:
1) “Una fe viva”: Es una condición indispensable. La Eucaristía es el “mysterium fidei” porque en ella el razonamiento natural y los sentidos no pueden percibir nada de Cristo. Santo Tomás de Aquino recuerda que sobre la Cruz sólo la divinidad estaba escondida, pero sobre el altar la santa humanidad de Cristo también está velada a nuestra mirada. Este misterio exige de nosotros una fe viva llena de adoración.
Debemos considerar en nuestras almas la lepra del pecado y repetir con el leproso del Evangelio: “Señor, si quieres, puede limpiarme” (Mt. 8,2), o como el ciego de Jericó, que era menos desafortunado con su privación de la vista física que nosotros con nuestra ceguera del alma: “Señor, que pueda ver” (Mc. 10, 51).
2) “Profunda humildad”: Cristo lavó los pies de sus apóstoles antes de instituir la Eucaristía, para darles un ejemplo (Jn. 13,15). Si la Virgen María estaba preparada para recibir a la Palabra de Dios en su seno virginal con esa profunda humildad que la hizo exclamar: “He aquí la esclava del Señor” (Lc. 1, 38), ¿qué deberíamos hacer en una situación parecida? Al acercarnos a la Comunión deberíamos repetir tres veces con profundos sentimientos de humildad y un arrepentimiento sincero las sublimes palabras del centurión: “Señor, no soy digno…”.
3) “Ilimitada confianza”: Es necesario que el recuerdo de nuestros pecados nos lleve a la humildad, no a la desesperación. Cristo es el gran perdonador, abraza con ternura infinita a los pecadores que se acercan a Él buscando perdón. Las condiciones para este perdón no han cambiado. Acerquémonos a Él con humildad y reverencia, con gran confianza en su bondad y misericordia. 
4) “Hambre y sed de la Comunión”: Es la disposición que más directamente afecta la eficacia santificante de la Sagrada Comunión. La cantidad de agua que se saca de una fuente depende del tamaño de la vasija en la cual se recibe el agua. La Eucaristía recibida con deseo ardiente aumenta la gracia en las almas a un grado incalculable, haciendo avanzar en pasos gigantes por el camino a la perfección.
Cada una de nuestras Comuniones debería ser más fervorosa que la anterior, porque cada nueva Comunión aumenta en nosotros la gracia santificante.

Que el Señor siga bendiciéndonos: ¡Señor, danos siempre de tu Pan!

P. Marco Bayas O. CM

No hay comentarios:

Publicar un comentario