lunes, 3 de septiembre de 2012

DOMINGO XXI ORDINARIO Ciclo B Evangelio Juan 6,60-70



“Señor,
¿A quién vamos a ir…?
Sólo Tú tienes
Palabras de vida eterna.
Nosotros creemos y sabemos
que Tú eres el Santo
de Dios
Terminamos en este domingo, el análisis del Discurso del Pan de Vida. A continuación propongo algunos “destellos de luz”, para reflexionar y aplicar la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida.
   1.  Ubicando el pasaje en su contexto:
Al concluir el capítulo 6 del Evangelio de Juan, el Evangelista presenta su "teología eucarística". En el culmen, la Palabra nos lleva a la profundidad, más al centro: desde la multitud inicial, a los Judíos que discuten con Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, a los discípulos, a los doce, y por último a Pedro, cara a cara con el Señor Jesús.
Brota desde la fe y el corazón la respuesta a la enseñanza de Jesús, a su Palabra sembrada en el corazón de los oyentes. Aquí se verifica, si el terreno del corazón produce espinas o cardos, o trigo verde, que se convierte en espiga y después en grano bueno en la espiga.
    
    2.  Volviendo a la Pedagogía de la Espiral:
a.  La reacción de los oyentes ante las Verdades de la Eucaristía.
La primera reacción es un escándalo: “Es duro este lenguaje” (6,60). Es el juicio de algunos apóstoles a la Palabra de Señor y, por tanto, contra el mismo Jesús, el Verbo de Dios, el Pan Vivo. Los discípulos manifiestan sentirse golpeados por la propuesta de “comulgar” a Jesús, pues esto excede cualquier posibilidad humana razonable: “¿Quién puede escucharlo?” (6,60).  En pocas palabras, los discípulos expresan que no toman en serio la propuesta de Jesús.
b.  La reacción del Maestro.
Jesús responde amablemente con cuatro frases. Dos preguntas y dos afirmaciones:
  “¿Esto os escandaliza?” (6,61). Jesús invita a examinar su reacción.
  “¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?” (6,62). Los invita a mirar el camino del Crucificado: lo que Jesús pide, Él lo ha vivido primero.

  “El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada” (6,63a). Los invita a tomar conciencia de que esto no se realiza por las propias fuerzas (la carne) sino por el don vivificador del Espíritu.
  “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (6,63b). Los invita a acoger la propuesta como un don: Jesús no nos pide nada que no podamos vivir, por eso en cada “palabra” suya, el soplo del “Espíritu” nos ayuda a encarnarla.
En los versículos 61-65: Jesús desenmascara la incredulidad y la dureza de corazón de sus discípulos y revela sus misterios de salvación: su Ascensión al cielo, la venida del Espíritu Santo, nuestra participación en la vida divina. Estos misterios sólo pueden ser comprendidos a través de la sabiduría de un corazón dócil, capaz de escuchar, y no con la inteligencia de la carne. 
c.   La división de los oyentes, ante la revelación.
Hay una segunda reacción: el auditorio se divide en dos.
       Ø  Un grupo de discípulos se aparta de Jesús: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él” (6,66). Primera gran traición por parte de muchos discípulos que no han sabido aprender la ciencia de Jesús. En vez de volver la mirada al Maestro, le vuelven la espalda; interrumpen de este modo la comunión y no van ya más con Él.
Ø  Otro grupo, encabezado por Pedro, se queda con Jesús y hace una bellísima confesión de fe (6,67-70).

Hay tres afirmaciones importantes en la declaración de Pedro:

  Una reflexión desencantada: “Señor, ¿Dónde quién vamos a ir?” (6,68a). Estas palabras ponen en guardia sobre las decisiones precipitadas, movidas por el impulso del sentimiento.  Para tomar decisiones primero hay que reflexionar si no hay posibilidades mejores.  Según Pedro no las hay.

  Una referencia a las palabras de Jesús: “Tú tienes palabras de vida eterna” (6,68b). Pedro se apoya en la promesa que acaba de hacer Jesús: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (6,63b). Comprende que lo decisivo de Jesús es la vida y que Él está en capacidad de darla. Pedro muestra interés por este don.

  Un reconocimiento de la persona de Jesús: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (6,69). La confianza en Jesús es total: “creemos y sabemos”. El plural comunitario indica una fe eclesial. Reconoce en Jesús una relación especial con el Padre: “Santo” quiere decir que pertenece a Dios y está unido a Dios de manera total.
Pedro se apoya en el elemento decisivo y fundamental de la fe: la relación de Jesús con Dios, la pertenencia de Jesús a Dios.  En Jesús está el don de la “vida plena”, por eso es que es preferible quedarse con Jesús, que alejarse de forma insensata.
En estos versículos Jesús habla con los Doce, sus más íntimos, y los coloca ante la elección definitiva y absoluta: permanecer con Él o marcharse. Pedro responde por todos y proclama la fe de la Iglesia en Jesús como Hijo de Dios y en su Palabra, que es la verdadera fuente de la Vida.

   3.  Una clave de lectura y comprensión del “Amén”, del “así sea” del Discurso del Pan de Vida.

Jesús invita a estar injertados en la Vid, a beber de su Palabra y de su savia buena, a penetrar en profundidad para recibir el escondido alimento, el nuevo maná, que transmite la verdadera vida. Atentos a su Palabra, dejémonos purificar.

      a.  La Palabra del Señor y la relación de amor con ella.

El texto presenta la Palabra del Señor como punto de encuentro, lugar de cita con Él; es el lugar de la decisión, de las separaciones cada vez más profundas de mi corazón y de mi conciencia. La Palabra es una Persona, el Señor Jesús, presente, entregado y abierto a mí. Toda la Biblia, es una invitación, dulce y fuerte al mismo tiempo, al encuentro con la Palabra.

Por eso, hace falta:
        
   Ø  la escucha atenta y pronta para que ninguna de sus palabras caiga en el vacío (1 Sam 3, 19);
           
    Ø  la escucha del corazón y del alma (Sal 94, 8; Bar 2, 31);
         
    Ø  la obediencia de toda la vida (Mt 7,24-27; St. 1,22-25);
         
    Ø  una decisión verdadera y decidida para preferir la Palabra del Señor hasta tenerla por hermana (Prov 7,1-4) o como esposa (Sab 8,2).

      b.  La murmuración y la cerrazón del corazón.

Jesús recuerda que la murmuración contra el Señor y contra su modo de obrar, es la realidad más terrible y destructiva que pueda ocurrir y habitar en el corazón, porque aleja de Él, deja ciego, sordo e insensible. ¡Hace decir que Él no existe, mientras está muy cerca; que Él odia, mientras ama con amor eterno y fiel (Deut 1,27)! ¡Murmuración, la más grande de las sinrazones!
Esta situación se crea cuando no hay diálogo con el Señor, cuando se ha roto el contacto, cuando, en vez de preguntarle y de escucharlo, permanece en mí ese zumbido constante dentro del alma, en los pensamientos, que me hace decir: "¿Podrá el Señor preparar una mesa en el desierto?" (Sal 77,19). Entonces me quedo completamente solo, pues, la murmuración contra Dios está unida a la murmuración contra los hermanos y hermanas (Fil 2,14)
     c.   El don del Hijo del hombre: el Espíritu Santo.
El camino y el proceso para recibir el don de lo alto:
El punto de partida, la escucha verdadera y profunda de sus palabras y en la acogida de las mismas;
La purificación del corazón, que de corazón de piedra, endurecido y cerrado, se convierta, por la ternura del Padre, en corazón de carne, maleable, al cual Él puede herir y plasmar, que puede tomar entre sus manos y apretarlo contra sí, como un don.
Vencer las murmuraciones y el escándalo, hasta poder alcanzar a ver a Jesús con ojos diversos, renovados por la palabra, que aprenden, cada vez, a ir más lejos y a mirar más alto. "Y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?" (v. 62).
Acoger el Espíritu, don del resucitado, don de la subida a la derecha del Padre, don de lo alto, don perfecto (Sant 1,17); Él dijo: "Cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). 
El Espíritu del Señor es la fuerza que llena a toda persona, a cualquier realidad, porque es el amor eterno del Padre, es la vida misma de Dios que se nos comunica. "Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Mt 3,11)
El Espíritu me enseña lo que debo decir (Lc 12,10); me hace nacer de verdad  para no morir jamás (Jn 3,5); me enseña y me recuerda todo lo que Jesús ha dicho (Jn 14,26); me guía a la verdad (Jn 16,13); me da la fuerza para ser testigo del Señor Jesús (Hch 1,8), de su amor por mí y por todos.
     d.  El combate de la fe: ¿con el Padre o con el maligno?
El texto me coloca frente a una gran lucha, a un combate cuerpo a cuerpo entre el Espíritu y la carne, entre la sabiduría de Dios y la inteligencia humana, entre la Palabra y los razonamientos de la mente, entre Jesús y el mundo. Job tenía razón cuando decía que la vida del hombre sobre la tierra es tiempo de tentación y de lucha (Jb 7,1)
El maligno desanima, hace dudar de las promesas divinas y aleja de Jesús. Trata de endurecer el corazón, de hacer trizas la fe, el amor. Anda como un león rugiente, buscando a quien devorar (1 Ped 5,8), como tentador, crea división, como acusador, como el que se ríe y repite continuamente: "¿Dónde está la promesa de su venida?" (2 Ped 3,3-4). 
Se lo vence con las armas de la fe (Ef 6,10-20; 2 Cor 10,3-5), con la fuerza que viene de la Palabra; por esto las elijo, las amo, las estudio, las aprendo de memoria, las repito y digo: "¡Aunque un ejército acampara frente a mí, mi corazón no tiembla; si me declara la guerra, me siento tranquilo!" (Sal 26,3).
     e.  La confesión de la fe en Jesús, el Pan Vivo, el Hijo de Dios.

La confesión de fe de Simón Pedro al final, es como una perla engastada sobre una joya preciosa, porque nos grita la verdad, la luz, la salvación. En la Palabra tenemos otras confesiones de fe, que ayudan en nuestra incredulidad, para creer, conocer y tener estabilidad (Is 7,9): Mt 16,16; Mc 8,29; Lc 9,20; Jn 11,27.
“¿A quién iremos?”, la pregunta de Pedro, en realidad es una afirmación fortísima de fe y de adhesión al Señor Jesús, significa esto: "¡Señor, yo no iré a ningún otro, sino solamente a ti!. 
¿Es así mi vida? ¿Siento en mí estas palabras apasionadas? Respondo cada día, en cada momento, en las situaciones más diversas de mi vida, en mi ambiente, delante de las personas, a la invitación que me hace Jesús personalmente: "¡Venid a mí! ¡Ven a mí!¡Sígueme!"? ¿A quién voy yo? ¿Hacia dónde corro? ¿Qué pasos estoy siguiendo?
"¡Haz que yo vaya a Ti, Señor"!
    4.  Los beneficios de comulgar el Pan de Vida.
Muchos son los beneficios de comulgar, señalo algunos de ellos: 
      Ø  Se acrecienta nuestra unión con Cristo: Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. El Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo se fundamenta en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57) 
  Ø  Nos purifica de nuestros pecados veniales y nos fortalece para mantenernos lejos de estas ofensas: El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados.

Ø  "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados.

Ø  Por la caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

Ø  Nos fortalece en la caridad, pues unidos a la fuente del amor, nos movemos más fácil con sus criterios.

      Ø  Nos une como Iglesia, pues uno es el Pan y una la Iglesia. La  Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, San Agustín exclama: "¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!". Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.

   Ø  Nos compromete a ser sensibles hacia los más necesitados. La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (Mt 25,40)

Ø  Nos ayuda a vivir con más gozo y paz, pues estando con Cristo, aún los momentos difíciles se vuelven llevaderos.
    5.  Oración para una Comunión Espiritual.

Fórmula de San Alfonso María de Ligorio:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
(Pausa en silencio para adoración)
Y como si ya te hubiera recibido, te abrazo y me uno todo a Ti.
No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén
Que el Señor siga bendiciéndonos: ¡Señor, danos siempre de tu Pan!

                               P. Marco Bayas O. CM

No hay comentarios:

Publicar un comentario